"Las tres noches que pasé con Maradona en China hablando de fútbol y negocios (y cómo recreó solo para mí su gol de la mano de Dios)"
Monroy, un colombiano radicado en Estados Unidos, estaba allí junto a su esposa argentina, como conferencista en un evento sobre cambio climático y fundador de una empresa pionera en el naciente mercado de créditos de carbono.
Luego de esperar horas en vano a Maradona en el lobby del hotel, ambos iniciaron una recorrida piso a piso hasta que en un pasillo oyeron la música a todo volumen de la banda argentina La Mosca, proveniente de la suite.
Tenía que ser él.Toc-toc.
No fue Maradona quien abrió la puerta sino su médico personal. Les dijo que Maradona estaba al teléfono, que los llamaría luego a su habitación. Lo hizo. Y los invitó a verlo.
Al entrar al amplio comedor de la suite, Monroy conoció a un Maradona distinto al que imaginaba: solo con su médico, convencido de que le habían cambiado las condiciones de sus compromisos, con una agenda en suspenso.
"Estaba incómodo con la situación, prácticamente de rehén en China, negociando en un hotel sin abogados", relata Monroy a BBC Mundo.
"Le dije: 'si necesita apoyo lo ayudo, soy abogado de profesión'", agrega. "Me dijo que sí, que muchas gracias".
Y allí pasó Monroy las siguientes tres noches junto a su ídolo, que de pronto era de carne y hueso.
"El dinero no lo movía"
Maradona tenía en aquel momento 43 años y llevaba seis desde su retirada deportiva, pero su vida parecía a la deriva.
Se había mudado a Cuba, donde buscaba tratar su adicción a la cocaína y sus problemas de salud. En Italia enfrentaba un proceso por deudas impositivas millonarias. Y se había distanciado recientemente de Guillermo Cóppola, su representante de años.
Con ese viaje a China, Maradona pretendía aliviar sus problemas financieros y pagar la hipoteca de unos apartamentos que quería dejarle a sus hijas en Buenos Aires, explica Monroy.
Pero señala que Maradona tampoco quería explotar al máximo sus posibilidades de ganar dinero en China: en vez de dar varias presentaciones por día, prefería hacer sólo un par y tener tiempo para jugar al golf.
"La angustia era más por el futuro de sus hijas que por la situación económica", recuerda. "El dinero no lo movía: lo movía más la familia, pasar un buen momento, disfrutar de la vida".
Tampoco parecía gozar de su inmensa fama. Decía que le gustaba vivir en Cuba porque entraba a bares o restaurantes y la gente a veces ignoraba quién era.
La renegociación de los contratos en China fue ardua. Los empresarios locales iban a la habitación de Maradona por las noches, incluso de madrugada. Él sospechaba que lo hacían para tomarlo cansado.
Pero Monroy dice que, incluso en los momentos más difíciles, Maradona mostró sentido del humor y rapidez mental.
"Me dejó sorprendido, porque siempre se ha dicho que Maradona era muy rápido para el fútbol pero no tuvo la suerte de tener mucha educación. Pero era muy perspicaz, leía entre líneas, tenía una inteligencia innata muy alta", dice. "Yo lo veía por cómo él interpretaba las cláusulas".
De cierta forma, Maradona tomaba aquella negociación en China como otro partido de fútbol.
"Cuando queríamos alguna prebenda en una cláusula, y ellos aceptaban, se levantaba y comenzábamos a abrazarnos como si hubiésemos metido un gol", recuerda.
El fútbol según Maradona
Entre el ida y vuelta de los contratos, Monroy se dio el gusto de hablar bastante de fútbol con Maradona, que tenía nueve años más que él y a quien había ido a ver en su partido de despedida en Buenos Aires dos años antes.
El 10 le decía que le gustaban los armadores zurdos como él. Le mencionaba ejemplos como Andrés D'Alessandro o Rivaldo.
La TV de su suite estaba siempre encendida en un canal que pasaba fútbol de corrido, con goles y partidos de varias ligas.
De pronto Maradona señalaba con su dedo que "el problema" estaba en el lado superior izquierdo de la pantalla, aunque el balón corría por la parte inferior izquierda. Pero, tras siete u ocho pases, llegaba al punto que él había señalado. Y por ahí entraba el gol.
"De fútbol veíamos cosas diferentes: él veía muchas dimensiones más de lo que vemos cualquiera de los mortales, incluso cuando ponen 10 o 15 segundos de un gol en un noticiero", dice. "Como un genio del ajedrez, estaba tres o cuatro jugadas más adelante".
Monroy rememora también la pasión que Maradona aún sentía por el fútbol, al punto que le mostraba su brazo erizado cuando hablaba de Boca Juniors, el club de sus amores.
Una de esas noches le pidió que le contara cómo hizo su famoso gol con la mano a Inglaterra, en el Mundial de 1986.
Maradona se paró en la sala. Explicó cómo recibió el balón. Cómo vio a Peter Shilton y midió las distancias. Cómo saltó con su brazo extendido. Cómo miró con el rabillo del ojo al juez de línea y se dio cuenta que el gol había sido convalidado
"Eso fue tal vez lo más memorable de esa experiencia", dice Monroy. "Que Maradona haya recreado el gol sólo para mí en Pekín".
"Una persona sencilla"
En un momento de aquellas charlas nocturnas, Maradona le preguntó a Monroy cuánto le cobraría por sus servicios de abogado.
Monroy le respondió que nada, que lo hacía porque lo admiraba. Y Maradona, habituado a que muchos hombres de negocios vieran en él una oportunidad de ganar dinero, pareció sorprenderse.
"Estaba muy agradecido", dice.
Las negociaciones fueron exitosas. Los contratos se reencauzaron y las partes quedaron satisfechas.
Monroy siguió algún tiempo en contacto con Maradona, quien lo llamaba "Marquito". En Buenos Aires conoció poco después a la exesposa del astro, Claudia Villafañe, y a sus hijas.
Pese a la confianza establecida, Monroy nunca llegó a hablar a fondo con Maradona de sus problemas personales ni de sus adicciones a las drogas.
Pero recuerda que el médico que lo acompañaba decía que fuera de la cancha también parecía un super hombre: "cualquier otra persona en las condiciones de adicción que llegó a tener él hubiese muerto hacía mucho", comentaba.
Monroy vio por última a Maradona en persona en 2004, durante el partido de despedida del "Pibe" Valderrama en Barranquilla.
Y cuando el miércoles se enteró que su ídolo había muerto a los 60 años, repasó en su memoria aquellas noches que compartieron en Pekín.
"Lo vi como una persona sencilla. Tal vez era circunstancial", dice. "Pero lo que aprendí es que incluso siendo Maradona se puede llegar a ser humilde".