Ingenio para hacer las cosas al revés
Tuvieron más de siete meses para organizar un torneo y horas antes de un partido no sabían si se jugaba. Rosca, demostración de poder y el fútbol argentino depreciado.
Jorge Mario Trasmonte, OLéSiete meses estuvimos sin fútbol local. En parte de ese tiempo hubo clamor por organizarse para la vuelta, y una sensación de cómoda inmovilidad, de dirigentes en pausa aprovechando el parate para cocinar decisiones sobre torneos, descensos, clasificaciones a copas pero sin ninguna inclinación a preparar el regreso. La prioridad es la salud, decían, como si pedir avances en protocolos y cronogramas fuera pedir que se murieran todos. La AFA repetía que trabajaba en eso, aunque si no hubiese empezado la Libertadores quién sabe si hoy aún los jugadores no se estarían entrenando por Zoom.
Pero las cosas fueron cayendo por su peso, y finalmente hubo fechas y formato. Y a esta altura del partido (además de no saberse cómo se disputarán los ascensos de todas las categorías), casi se suspende Unión-Arsenal por 12 policías; a siete días de la primera fecha se decidió la ruptura unilateral del contrato de TV (ya iniciada la fecha, se desconocía por qué señales se verían los partidos) y el sábado, hasta las 21, dos equipos ignoraban si jugarían 24 horas después, y aún no saben dónde.
Si River puede o no ser local en el Camp ya es una discusión aparte, en la que hay motivos atendibles para una decisión o la otra. Pero ¿puede ser que aún siga irresuelto un pedido de hace 15 días? Varios motivos esgrimidos para denegarlo suenan poco creíbles: el apego estricto al reglamento (¡justo la AFA!), la capacidad para el público (cuando no hay público), el cuidado del producto (el producto: torneos improvisados, sin descensos, con muchos equipos que le quitan seriedad competitiva).
Suena, más bien, a que Tapia comprendió que no se puede manejar el fútbol argentino tratando a Boca y River como los últimos giles de la cuadra y Tinelli, con muchos integrantes de la vieja rosca de Chiqui, están muy contentos con el esquema de poder que ahora los superclásicos vinieron a poner en entredicho.