Gallardo, the last dance
El próximo jueves comenzará el último baile de un ciclo que difícilmente se repita en el resto de la historia. Y tendrá un gran obstáculo: la nueva normalidad.
Olé
La pandemia cambió todos los escenarios. Aunque a Marcelo Gallardo, además, le modificó abruptamente los tiempos deportivos. Si antes de la terrible crisis sanitaria y de sus notorias consecuencias financieras el Muñeco podía entusiasmarse con otra Copa Libertadores a todo vapor de su inolvidable River, de repente los plazos se le alteraron. Dentro de apenas ocho días Gallardo no sólo afrontará un partido en clara desventaja competitiva frente al San Pablo: ese jueves 17 de septiembre en el Morumbí comenzará el último baile de un ciclo que difícilmente se repita en el resto de la historia.
Por más duro que sea de asumir para los hinchas, que con sobradas razones jamás dejan de creer en que si está él al costado de la cancha cualquier obstáculo -todos los obstáculos- puede ser superado, el propio Napoleón contempla que hay uno con el que es imposible aspirar a algo más que un empate: la nueva normalidad.
El Covid-19 acaso pueda llevarse al que aspiraba a ser el mejor equipo del 2020. Ya no está Scocco, ya voló Juanfer Quintero, y sólo el devenir de los mercados -el actual, el del invierno europeo y el de junio del 2021- certificará si la inevitable sangría se precipita o se demora un poco más. Porque más temprano o más tarde, Montiel, Martínez Quarta, Borré y acaso experimentados como Armani o promesas como Julián Álvarez caerán en las tentaciones que la devaluada economía del fútbol argentino no les puede ofrecer.
La nula competencia previa, la minúscula puesta a punto futbolística, las lesiones que todos esperaban como parte del contexto (Paulo Díaz, Carrascal, Pratto), los 1.170 minutos de fútbol que separarán al primer oponente de un River que -como todos los equipos argentinos- llega como puede son apenas detalles frente a lo relevante: evitar el último gran baile del dorado equipo de Gallardo será como ver crecer palmeras en Groenlandia.
Olé
La pandemia cambió todos los escenarios. Aunque a Marcelo Gallardo, además, le modificó abruptamente los tiempos deportivos. Si antes de la terrible crisis sanitaria y de sus notorias consecuencias financieras el Muñeco podía entusiasmarse con otra Copa Libertadores a todo vapor de su inolvidable River, de repente los plazos se le alteraron. Dentro de apenas ocho días Gallardo no sólo afrontará un partido en clara desventaja competitiva frente al San Pablo: ese jueves 17 de septiembre en el Morumbí comenzará el último baile de un ciclo que difícilmente se repita en el resto de la historia.
Por más duro que sea de asumir para los hinchas, que con sobradas razones jamás dejan de creer en que si está él al costado de la cancha cualquier obstáculo -todos los obstáculos- puede ser superado, el propio Napoleón contempla que hay uno con el que es imposible aspirar a algo más que un empate: la nueva normalidad.
El Covid-19 acaso pueda llevarse al que aspiraba a ser el mejor equipo del 2020. Ya no está Scocco, ya voló Juanfer Quintero, y sólo el devenir de los mercados -el actual, el del invierno europeo y el de junio del 2021- certificará si la inevitable sangría se precipita o se demora un poco más. Porque más temprano o más tarde, Montiel, Martínez Quarta, Borré y acaso experimentados como Armani o promesas como Julián Álvarez caerán en las tentaciones que la devaluada economía del fútbol argentino no les puede ofrecer.
La nula competencia previa, la minúscula puesta a punto futbolística, las lesiones que todos esperaban como parte del contexto (Paulo Díaz, Carrascal, Pratto), los 1.170 minutos de fútbol que separarán al primer oponente de un River que -como todos los equipos argentinos- llega como puede son apenas detalles frente a lo relevante: evitar el último gran baile del dorado equipo de Gallardo será como ver crecer palmeras en Groenlandia.