El motín del 10

A Bartomeu le dio un ataque de institucionalidad que desquició a un jugador poco humilde como Messi

Messi, durante un partido de la pasada temporada en el Camp Nou.
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Ramón Besa, El País

Aseguran que más vale un mal arreglo que un buen pleito, refrán que no deben conocer en el Barça, o al menos no se aplicó para solucionar el contencioso planteado por Messi. El jugador decidió continuar de mala gana antes que pleitear con el club en magistratura y el presidente Josep Maria Bartomeu prefirió defender la cláusula de 700 millones en lugar de pactar una salida amistosa con el 10. Ni hubo arreglo ni habrá pleito.


Un acuerdo bien presentado por el futbolista y el mandatario habría sido seguramente la solución más sensata, opción que pasaba por un traspaso a un club que quisiera entrar en el juego como el Manchester City. Messi habría podido partir con todos los honores, como era su deseo, y Bartomeu habría ingresado el dinero necesario para mejorar las cuentas, rebajar la masa salarial y poder fichar los refuerzos que desea Ronald Koeman. Y el entrenador empezaría su aventura en el banquillo con un equipo no condicionado por Messi, a disgusto en un vestuario atomizado y contaminado, sin su amigo Luis Suárez. Ahora, en cambio, corre el riesgo de sumar jugadores repetidos y también la necesidad quizá de tener que apostar por la salida de alguna figura para equilibrar al equipo y aliviar la caja del club, que es la prioridad de Bartomeu.

Al presidente, sin embargo, le faltó grandeza y generosidad para abrazar a Messi, de la misma manera que le sobró cinismo para empapelar al club por el fichaje de Neymar. A Bartomeu le dio en cambio un ataque de institucionalidad que desquició a un jugador poco humilde como el argentino, al que nadie se atreve a llevar la contraria, idolatrado por su juego y por su sentido justiciero contra los restos de una junta errática, sospechosa y acabada desde que se entregó precisamente a Messi.

Al jugador no le advirtieron de que era corresponsable de su desespero y le confundieron cuando le hicieron creer que la puerta de salida cedería por clamor popular, porque le amparaba el espíritu de la ley, la interpretación más que la escritura, un riesgo que no quiso asumir ningún club comprador en tiempos de la covid-19. A Messi no le engañó solo Bartomeu sino que le engatusaron sus amigos, obligados ahora los dos a convivir al menos una temporada en el silenciado Camp Nou.

El reto es mayúsculo porque al delantero se le va a escrutar en cada partido, para saber si su causa es también la del equipo, y al presidente, amenazado por una moción de censura, le costará resistir hasta el 15 de marzo, fecha de referencia de unas elecciones muy polarizadas, como la mayoría de las que se celebran en Cataluña. El nudo del contencioso, en cualquier caso, no será solo político y mercantil sino que también se centrará en Messi.

El 10 no renovará con Bartomeu y quedará libre en junio, de manera que en enero podrá negociar con cualquier club y también con los precandidatos a los comicios del Barça. Tanto el presidente como el jugador tienen de momento fecha de caducidad con la diferencia de que solo el 10 cuenta con posibilidades de seguir en el Camp Nou. Messi podrá reafirmar su amor por el Barça después de maltratar a Bartomeu.

A fin de cuentas, el conflicto por la partida de Messi, frustrada por Bartomeu, escenifica y personifica la guerra sostenida por la plantilla y la directiva, como si fuera la versión moderna del Motín del Hesperia de 1988 cuando los jugadores pidieron la dimisión de Josep Lluís Núñez. No se sabe qué ocurrirá ahora después del motín de Messi urdido a partir de la cláusula de escape firmada en el contrato de 2017.

Acusado de arruinar al club, el presidente dejará como legado a Messi. Un escenario propicio para fabricar un guión como el de The last dance. La pregunta es si Messi se parece a Michael Jordan.

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