El Backstage: Messi atrapado en el Barcelona

Leo sigue en el Barsa. Bartomeu lo forzó a cambiar de opinión con la amenaza de llevarlo a juicio y el 10 no quiso terminar en Tribunales. La trama secreta de la historia del ídolo que quedó preso.

Olé
Barcelona es la rambla, es la Sagrada Familia, es el Park Güell, es La Pedrera, es el Mediterráneo y es el FC Barcelona. Y esa institución, una de las más importantes del mundo, por su juego, por Messi, por el Camp Nou, tiene su frase de cabecera: “Més que un club”.


Toda esa descripción hacía de Cataluña el lugar ideal. Para cualquier mortal y, sobre todo, para un chiquilín que con 13 años se fue a probar suerte, y encontró allá lo que no conseguía acá: alguien que pagara su tratamiento de crecimiento. Leo se hizo adolescente, luego joven, luego esposo, y después padre, mientras se convertía en millonario y jugaba en el equipo top de este siglo. Y ganaba cuantos títulos y trofeos se le ponían adelante.

Para Messi todo fue pérdida

Pero el idilio se empezó a deslucir. No la arquitectura, ni las montañas ni las playas. El problema estaba puertas adentro del club y lo que era oro se transformó en barro. Hasta el día que Messi sintió que su ciclo estaba cumplido, por más casa de Casteldefels, el colegio de los nenes, los amiguitos, y el lugar de confort de Antonela.

La burbuja se rompió. Y fue cuando Messi decidió partir. Sentía que lo avalaba un contrato, la palabra de Bartomeu y las 33 vueltas olímpicas que había dado. Pero aquello que pensó y meditó en sus vacaciones en la montaña, tuvo varios impactos (como el burofax), hasta que la bomba interna explotó el miércoles por la noche, cuando su papá le avisó que al presidente del Barcelona no había forma de convencerlo; y que si se iban, como ya tenían decidido, todo terminaría en la Justicia. Ahí se empezó a cocinar todo lo que ocurrió este viernes: la respuesta a la Liga y la entrevista en la que le contó al mundo lo que venía callando desde hace un tiempo. Que el club no tiene un proyecto, que el presidente le falló, que perdió la felicidad de jugar en la ciudad que ama, que se quería ir y que lo están reteniendo con una amenaza. Mes que un rehén.

Para llegar a este -por ahora- final, hay que comenzar por el principio. El martes 25 a las 14 horas, Olé hacía famosa la palabra burofax. Ese día, Messi le mandaba una carta documento al Barcelona para avisarle que cortaba de manera unilateral el contrato. Pero hoy decide dar un paso atrás. ¿Por qué este cambio tan abrupto? ¿Qué pasó? Acá arranca la trama secreta de una pensada decisión que se tomó en familia.

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Cuando Leo mandó el burofax, no dudó. La habló en la mesa familiar, lo charló con Antonela, analizó con sus abogados y su padre tuvo mucha injerencia, como siempre. No fue una decisión en caliente, como cuando renunció a la Selección después de perder la final de la Copa América 2016. Acá se meditó e incluso, hasta antes de mandar el argumento legal, le había dicho a Koeman, en un cara a cara, que se sentía “más afuera que adentro del club”.

Messi se había cansado. De Bartomeu y sus desprolijidades. No se olvida de las eliminaciones catastróficas de las últimas tres Champions ante Roma, Liverpool y el 2-8 con Bayern Munich. De todos los problemas de este año: la salida de Valverde, los cruces con Abidal y Setién, el desgaste en redes con una empresa que contrató el club... y de que el presidente le dijera que no había plata para traer a Neymar, pero después gastó más dinero en Antoine Griezmann. Entonces, ¿por qué se queda?


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Messi, como indica el burofax, había decidido partir. Pero siempre le dijo a su entorno que quería irse por las buenas. Entre el martes 25 y el martes 2, pasaron ocho días de filtraciones mediáticas, varias reuniones de abogados, el comunicado de la Liga, las presiones de todos los actores -empresas, el fisco español, la gobernación de Cataluña-. Los abogados de Messi están seguros de que el contrato es claro -lo marcaron en el comunicado a la Liga-, que Leo se puede ir sin pagar un duro, aunque esa no era la voluntad del jugador.

Leo puede irse gratis en junio

Entonces, llegó la famosa reunión de Jorge Messi con Josep María Bartomeu. Basta de filtrar las posturas en off. Fue un cara a cara amable, pero esa charla cambió la historia. En el comienzo fue lo esperado: el presidente ofreciendo renovar o diciendo que al menos se quede un año a cumplir el contrato. El papá de Leo contestó que Barcelona era una etapa cerrada, que se iban. Y ahí empezó la discusión más técnica y más jugosa.

El abogado Jorge Pecourt, que lidera el equipo que asiste a Messi, fue a cuestiones puntuales. Mostró el contrato (que es confidencial y por eso por ahora no salió a la luz) y explicó que no debían pagar la cláusula. Que los Messi, para encontrar una salida elegante, querían que se pusiera un valor de mercado (un precio lógico, entre 100 y 120 millones de euros) y así todos contentos. Pero Bartomeu, sin inmutarse, fue claro: “Si Leo se va ahora, todo acabará en un juicio”.

A Bartomeu no le importaba ganar en los Tribunales, no quería ser el presidente al que se le escapara el ídolo histórico. Como Leo rompió de manera unilateral el contrato, eso ya le permitía al club la posibilidad de ir a la Justicia. Ni por la cláusula de 700.000.000 de euros, ni por las fechas de cuándo debía mandar el burofax. Sólo por el hecho de romper un contrato. Bartomeu fue claro: si va, todo terminará en un juicio. ¿Por qué la Pulga no se animó a patear el tablero? Por más que los abogados de Messi le aseguraron a la familia que tenían las de ganar en la Justicia, el temor a ver a Leo sentado en un estrado, justo en la ciudad que lo cobijo durante 20 años y en la que sueña con vivir después de retirado, pudo más.

En el asado del jueves al mediodía en la casa de Casteldefels se terminó de cocinar esta resolución. Bartomeu cerró la posibilidad de dejarlo irse por las buenas, amenazó con un juicio y no aceptó el valor de mercado. El castillo de naipes se derrumbó. Y ahí se apagaron los sueños de jugar esta temporada en el Manchester City de Guardiola o de compartir delantera con Neymar en el PSG. Los dos clubes que de entrada se tiraron a la pileta, cuando vieron el lío legal empezaron a esconder las billeteras.

Messi no consiguió lo que quería y se le notó en cada respuesta, en el fastidio, más allá de sensaciones encontradas. Su familia estará aliviada: sus hijos porque no deberán mudarse, su padre porque dejará de ser presionado, su hermano Rodrigo porque podrá seguir desarrollando todos estos emprendimientos. Un combo que pesó y mucho, aunque la cara de Leo hablaba de derrota.

Ahora comienza una nueva historia: seguir después de las tremendas declaraciones de ayer. Nadie sabe cómo será la convivencia con Bartomeu, un presidente al que no le cree y al que incendió en su mensaje. Nadie sabe cómo será el ida y vuelta con Ronald Koeman, si en algún momento la temporada no entrega resultados positivos. Nadie sabe cómo será la relación en un vestuario que se está reconstruyendo y que tendrá varias caras nuevas, y unos cuantos apellidos pesados menos. Messi se queda hasta junio de 2021. Nadie sabe qué pasará después. Quizás cumple el sueño de jugar sólo con esta camiseta; quizás parte en un año hacia otro lugar, sin hablar de cláusulas, millones ni traiciones. Leo se queda en el medio de la tormenta y tendrá por delante una Liga que arranca en breve, una Champions League que querrá ganar, una Copa del Rey para no despreciar y las elecciones en el club en marzo, con la salida segura de Bartomeu, porque no puede buscar la reelección.

Algunos buscan vencedores y vencidos. Y varios los encontrarán. Pero el romance ideal entre Messi y Barcelona dejó heridos. Más allá de que siguen viviendo juntos, hay una separación de hecho. Y la sensación de que Lionel quedó preso de ese amor.

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