La burla de Sevilla
Ramon Besa
Barcelona
“Aquel ha sido el peor penalti que he tirado en mi vida, y había lanzado unos cuantos, sobre todo con el Zaragoza, también con el Barcelona y después en el Espanyol”. Aunque no era un especialista, Ángel Pichi Alonso siempre asumió en sus equipos la responsabilidad que correspondía a un goleador y se puso a disposición de Terry Venables cuando fue interpelado por el entrenador del Barça. Al técnico inglés le costó encontrar a cinco futbolistas azulgrana dispuestos a resolver la final desde los 11 metros después que el partido y la prórroga hubieran acabado 0-0.
El Barcelona había acudido el 7 de mayo de 1986 a Sevilla para recoger la Copa de Europa que la madera le negó el 31 de mayo de 1961 en Berna. La victoria se daba por descontada incluso en la expedición del Steaua de Bucarest. Nadie apostaba por el campeón de Rumanía. Hasta se corrió la voz de que un intermediario ofrecía al club azulgrana la posibilidad de “asegurar el resultado” por un buen precio y poder disfrutar de Sevilla.
La junta de Núñez había invertido el dinero en festejos como una cena para 400 personas en el Hotel Alfonso XIII. Los jugadores discutían la noche antes en el parador de Carmona sobre la necesidad de acudir a la celebración del título en la Plaça Sant Jaume. Los diarios anunciaban ediciones especiales, se habían grabado canciones conmemorativas y la caravana azulgrana hacia el Nervión era imparable por tierra mar y aire: más de 30.000 barcelonistas seguían esperando en el campo la entrega de la Copa de Europa cuando Venables buscaba francotiradores como Pichi.
No había quien metiera un gol en el Pizjuán. Apenas le quedaba capacidad de sufrimiento a la hinchada después de las épicas eliminatorias con el Sparta Praga, el Oporto, la Juve y el Goteborg. El equipo había sobrevivido precisamente por los tantos milagrosos de Clos en Praga; de Archibald en Das Antas y Turín, el último anotado con la oreja en un escorzo tan imposible como los remates fallidos de Pacione; o de Julio Alberto, que se tiró al foso del estadio después de sorprender a Tacconi. A falta de gol sorpresa en Sevilla, al Barça le quedaba la garantía de Urruti.
Abatida la campeona Juve y sancionados los ingleses por la tragedia de Heysel, el viento soplaba de cola para el Barça. La euforia era incontrolable desde la remontada con el Goteborg. A los suecos se les había retratado como bomberos y fontaneros, aficionados más que futbolistas, antes de que los azulgrana fueran ridiculizados en la ida: 3-0. La vuelta parecía una quimera para un equipo sin el lesionado Archibald. Hasta que compareció Pichi, sustituto del escocés, y marcó tres tantos que forzaron la prórroga y los penaltis del Camp Nou, nada que ver con los de Sevilla.
Marcaron Alexanco, Pedraza, Calderé y falló Carrasco antes de que interviniera Urruti. El meta rechazó el tiro de Roland Nilsson, intervino en la rueda para marcar en su lanzamiento correspondiente y después provocó el fallo de Mordt. El pase a la final fue expedido por un último tiro de Víctor. Ningún barcelonista ha olvidado la escena en la que se aprecia al recogepelotas Pep Guardiola colgado del centrocampista aragonés mientras los jugadores pasean a hombros a Venables. El recuerdo de la cita contra el Goteborg animaba por tanto la espera en Nervión.
“A diferencia de la cita anterior contra los suecos”, recuerda Alonso, “habíamos ensayado los penaltis en los entrenamientos previos al viaje a Sevilla”. Al entrenador, muy elogiado cuando llegó al Camp Nou y sorprendió por sus conocimientos tácticos y de estrategia, tan decisivos para la consecución de la Liga 1984-1985 como el juego de presión, no le gustaba improvisar a pesar del imprevisto desenlace vivido con el Goteborg. Venables intentó repetir en el Pizjuán la serie del Camp Nou. No pudo ni supo porque variaron las circunstancias y acabó por recurrir a Pichi.
No es de los jugadores que se borran ni siquiera cuando tenía motivos de sobras para mandar a paseo a Venables por convertir en suplente al héroe contra el Goteborg. “El míster me advirtió de que no sería titular”, relata Alonso, “pero también me dijo que estuviera preparado, que no me preocupara, porque tendría minutos”, añade, consciente de que Archibald llegaba maltrecho después de una recuperación en Holanda con un preparador llamado Richard Smith que sin venir a cuento se integró en la expedición del Barça. Archibald jugó 111 minutos antes de dejar su puesto a Alonso.
“El entrenador me puso a calentar en el minuto 35”, retoma la conversación Pichi. “Pensé que iba a salir en el descanso y, sin embargo, seguí en la banda hasta ya bien entrada la prórroga, cuando me mandó salir. No era precisamente el mejor momento. Todavía recuerdo como Amador, el portero suplente, me animó antes las dudas: “Venga sal porque vas a meter el gol y pasarás a la historia”. No marcó en la prórroga ni tampoco en la tanda de penaltis, cuando le tocó lanzar el tercero, después de Alexanco y Pedraza, acertados contra el Goteborg y erráticos ante el Steaua.
Pichi Alonso se encontró en el peor escenario después de que los cambios y las decisiones confundieran al Barça. Venables había sustituido tardíamente a Archibald y había quitado antes de hora a Schuster. El centrocampista, reemplazado por Moratalla en el minuto 85, entró en el vestuario desconcertado e irritado, se duchó, abandonó el estadio en chándal y un neceser, tomó un taxi y presenció los penaltis en la habitación del hotel junto a su mujer Gaby Lehman. No cenó con el equipo y al día siguiente viajó en una avioneta particular a Barcelona. Núñez sentenció a Schuster.
“A mí me tocaba tirar el primer o el último penalti. No me dejaron”, recordó el centrocampista, quien después de un año en blanco fichó por el Madrid. Tampoco estaba Calderé. El volante catalán, que transformó uno de los penaltis contra los suecos, se quedó fuera de la final por una sanción que no esperaba previa consulta antes del partido con el delegado del Barça. La tarjeta que tomó contra los suecos le impidió jugar ante los rumanos cuando le habían asegurado que una segunda amonestación no le haría perder la final de Sevilla.
Pichi Alonso tiró mal y falló, al igual que antes Pedraza y Alexanco y después Marcos, los cuatro reducidos por Duckadan, más decisivo que Urruti, el ídolo en las situaciones extremas, protagonista también ante los 68.000 aficionados reunidos en el Pizjuán. El marcador no se movió hasta el quinto lanzamiento porque el meta azulgrana había rechazado los disparos de Majearu y Boloni antes de ser doblegado por Lacatus y Balint. Urruti ya sabía en Sevilla que el Barça había fichado a Zubizarreta y Schuster se vinculaba otros clubes, los extranjeros Venables por Lineker.
También fue la última temporada como azulgrana de Pichi. El ariete fichó por el Espanyol y participó también de la rueda de penaltis de Leverkusen. Aunque aquel 18 de mayo de 1988 marcó, su equipo perdió la final de la Copa de la UEFA. “Las tornas se cambian cuando hay que resolver un encuentro desde los 11 metros”, afirma Alonso. “El equipo favorito se siente presionado, agarrotado, mientras que el que ha alcanzado por sorpresa los penaltis está más fuerte y confiado. Más que de nombres es una cuestión de sensaciones como se vio en Sevilla”.
Nadie atendió a las indicaciones de Enrique Orizaola, el técnico que había seguido al Steaua y advertido de que el punto débil de Duckadan era el izquierdo y no el derecho por donde apuntaron al guardameta los jugadores que no habían desertado, seguramente porque nadie pensó que se iba a llegar a los penaltis contra el Steaua. “Marcaron los que normalmente fallaban en Rumanía y erraron los más fiables”, añadió después Belodedici, una de las figuras de aquel Steaua que secó a los azulgrana, ya exhaustos, en un partido insípido y resumido en Duckadam.
El portero sufriría después una trombosis en su brazo derecho como metáfora de la final de Sevilla. Los penaltis condenaron al Barça en Nervión de la misma manera que los palos le crucificaron en Berna. Ambas finales, sin embargo, están conectadas por el clima envenenado que consumió al Barcelona. La suplencia de Pichi, el cambio de Schuster y la incomodidad de Urruti condenaron a los azulgrana a una rueda de penaltis que no se olvida en el Barça. “Aún recuerdo como a los de Sevilla-86 nos pusieron en la peor mesa en la fiesta de celebración de Wembley-92”.
Aquel equipo siempre será maldito por su incapacidad para meter un gol, una situación inédita en las once finales resueltas por penaltis en la Copa de Europa. Pichi nunca fue Le Tissier, que solo erró una pena máxima en su vida –metió 49 de 50—, tampoco es Sergio Ramos, que lleva 22 transformadas de forma consecutiva entre la selección y el Madrid, ni se parece a Martí Filosia, que le coló cuatro seguidos a Sepp Maier en un Barça-Bayern correspondiente a un torneo jugado en Casablanca 1969. Pichi Alonso simplemente no supo decirle que no a Venables.
La afición del Barça se sintió burlada y dos años después el equipo explotó en el denominado motín del Hesperia que propició la llegada triunfal de Johan Cruyff.
Barcelona
“Aquel ha sido el peor penalti que he tirado en mi vida, y había lanzado unos cuantos, sobre todo con el Zaragoza, también con el Barcelona y después en el Espanyol”. Aunque no era un especialista, Ángel Pichi Alonso siempre asumió en sus equipos la responsabilidad que correspondía a un goleador y se puso a disposición de Terry Venables cuando fue interpelado por el entrenador del Barça. Al técnico inglés le costó encontrar a cinco futbolistas azulgrana dispuestos a resolver la final desde los 11 metros después que el partido y la prórroga hubieran acabado 0-0.
El Barcelona había acudido el 7 de mayo de 1986 a Sevilla para recoger la Copa de Europa que la madera le negó el 31 de mayo de 1961 en Berna. La victoria se daba por descontada incluso en la expedición del Steaua de Bucarest. Nadie apostaba por el campeón de Rumanía. Hasta se corrió la voz de que un intermediario ofrecía al club azulgrana la posibilidad de “asegurar el resultado” por un buen precio y poder disfrutar de Sevilla.
La junta de Núñez había invertido el dinero en festejos como una cena para 400 personas en el Hotel Alfonso XIII. Los jugadores discutían la noche antes en el parador de Carmona sobre la necesidad de acudir a la celebración del título en la Plaça Sant Jaume. Los diarios anunciaban ediciones especiales, se habían grabado canciones conmemorativas y la caravana azulgrana hacia el Nervión era imparable por tierra mar y aire: más de 30.000 barcelonistas seguían esperando en el campo la entrega de la Copa de Europa cuando Venables buscaba francotiradores como Pichi.
No había quien metiera un gol en el Pizjuán. Apenas le quedaba capacidad de sufrimiento a la hinchada después de las épicas eliminatorias con el Sparta Praga, el Oporto, la Juve y el Goteborg. El equipo había sobrevivido precisamente por los tantos milagrosos de Clos en Praga; de Archibald en Das Antas y Turín, el último anotado con la oreja en un escorzo tan imposible como los remates fallidos de Pacione; o de Julio Alberto, que se tiró al foso del estadio después de sorprender a Tacconi. A falta de gol sorpresa en Sevilla, al Barça le quedaba la garantía de Urruti.
Abatida la campeona Juve y sancionados los ingleses por la tragedia de Heysel, el viento soplaba de cola para el Barça. La euforia era incontrolable desde la remontada con el Goteborg. A los suecos se les había retratado como bomberos y fontaneros, aficionados más que futbolistas, antes de que los azulgrana fueran ridiculizados en la ida: 3-0. La vuelta parecía una quimera para un equipo sin el lesionado Archibald. Hasta que compareció Pichi, sustituto del escocés, y marcó tres tantos que forzaron la prórroga y los penaltis del Camp Nou, nada que ver con los de Sevilla.
Marcaron Alexanco, Pedraza, Calderé y falló Carrasco antes de que interviniera Urruti. El meta rechazó el tiro de Roland Nilsson, intervino en la rueda para marcar en su lanzamiento correspondiente y después provocó el fallo de Mordt. El pase a la final fue expedido por un último tiro de Víctor. Ningún barcelonista ha olvidado la escena en la que se aprecia al recogepelotas Pep Guardiola colgado del centrocampista aragonés mientras los jugadores pasean a hombros a Venables. El recuerdo de la cita contra el Goteborg animaba por tanto la espera en Nervión.
“A diferencia de la cita anterior contra los suecos”, recuerda Alonso, “habíamos ensayado los penaltis en los entrenamientos previos al viaje a Sevilla”. Al entrenador, muy elogiado cuando llegó al Camp Nou y sorprendió por sus conocimientos tácticos y de estrategia, tan decisivos para la consecución de la Liga 1984-1985 como el juego de presión, no le gustaba improvisar a pesar del imprevisto desenlace vivido con el Goteborg. Venables intentó repetir en el Pizjuán la serie del Camp Nou. No pudo ni supo porque variaron las circunstancias y acabó por recurrir a Pichi.
No es de los jugadores que se borran ni siquiera cuando tenía motivos de sobras para mandar a paseo a Venables por convertir en suplente al héroe contra el Goteborg. “El míster me advirtió de que no sería titular”, relata Alonso, “pero también me dijo que estuviera preparado, que no me preocupara, porque tendría minutos”, añade, consciente de que Archibald llegaba maltrecho después de una recuperación en Holanda con un preparador llamado Richard Smith que sin venir a cuento se integró en la expedición del Barça. Archibald jugó 111 minutos antes de dejar su puesto a Alonso.
“El entrenador me puso a calentar en el minuto 35”, retoma la conversación Pichi. “Pensé que iba a salir en el descanso y, sin embargo, seguí en la banda hasta ya bien entrada la prórroga, cuando me mandó salir. No era precisamente el mejor momento. Todavía recuerdo como Amador, el portero suplente, me animó antes las dudas: “Venga sal porque vas a meter el gol y pasarás a la historia”. No marcó en la prórroga ni tampoco en la tanda de penaltis, cuando le tocó lanzar el tercero, después de Alexanco y Pedraza, acertados contra el Goteborg y erráticos ante el Steaua.
Pichi Alonso se encontró en el peor escenario después de que los cambios y las decisiones confundieran al Barça. Venables había sustituido tardíamente a Archibald y había quitado antes de hora a Schuster. El centrocampista, reemplazado por Moratalla en el minuto 85, entró en el vestuario desconcertado e irritado, se duchó, abandonó el estadio en chándal y un neceser, tomó un taxi y presenció los penaltis en la habitación del hotel junto a su mujer Gaby Lehman. No cenó con el equipo y al día siguiente viajó en una avioneta particular a Barcelona. Núñez sentenció a Schuster.
“A mí me tocaba tirar el primer o el último penalti. No me dejaron”, recordó el centrocampista, quien después de un año en blanco fichó por el Madrid. Tampoco estaba Calderé. El volante catalán, que transformó uno de los penaltis contra los suecos, se quedó fuera de la final por una sanción que no esperaba previa consulta antes del partido con el delegado del Barça. La tarjeta que tomó contra los suecos le impidió jugar ante los rumanos cuando le habían asegurado que una segunda amonestación no le haría perder la final de Sevilla.
Pichi Alonso tiró mal y falló, al igual que antes Pedraza y Alexanco y después Marcos, los cuatro reducidos por Duckadan, más decisivo que Urruti, el ídolo en las situaciones extremas, protagonista también ante los 68.000 aficionados reunidos en el Pizjuán. El marcador no se movió hasta el quinto lanzamiento porque el meta azulgrana había rechazado los disparos de Majearu y Boloni antes de ser doblegado por Lacatus y Balint. Urruti ya sabía en Sevilla que el Barça había fichado a Zubizarreta y Schuster se vinculaba otros clubes, los extranjeros Venables por Lineker.
También fue la última temporada como azulgrana de Pichi. El ariete fichó por el Espanyol y participó también de la rueda de penaltis de Leverkusen. Aunque aquel 18 de mayo de 1988 marcó, su equipo perdió la final de la Copa de la UEFA. “Las tornas se cambian cuando hay que resolver un encuentro desde los 11 metros”, afirma Alonso. “El equipo favorito se siente presionado, agarrotado, mientras que el que ha alcanzado por sorpresa los penaltis está más fuerte y confiado. Más que de nombres es una cuestión de sensaciones como se vio en Sevilla”.
Nadie atendió a las indicaciones de Enrique Orizaola, el técnico que había seguido al Steaua y advertido de que el punto débil de Duckadan era el izquierdo y no el derecho por donde apuntaron al guardameta los jugadores que no habían desertado, seguramente porque nadie pensó que se iba a llegar a los penaltis contra el Steaua. “Marcaron los que normalmente fallaban en Rumanía y erraron los más fiables”, añadió después Belodedici, una de las figuras de aquel Steaua que secó a los azulgrana, ya exhaustos, en un partido insípido y resumido en Duckadam.
El portero sufriría después una trombosis en su brazo derecho como metáfora de la final de Sevilla. Los penaltis condenaron al Barça en Nervión de la misma manera que los palos le crucificaron en Berna. Ambas finales, sin embargo, están conectadas por el clima envenenado que consumió al Barcelona. La suplencia de Pichi, el cambio de Schuster y la incomodidad de Urruti condenaron a los azulgrana a una rueda de penaltis que no se olvida en el Barça. “Aún recuerdo como a los de Sevilla-86 nos pusieron en la peor mesa en la fiesta de celebración de Wembley-92”.
Aquel equipo siempre será maldito por su incapacidad para meter un gol, una situación inédita en las once finales resueltas por penaltis en la Copa de Europa. Pichi nunca fue Le Tissier, que solo erró una pena máxima en su vida –metió 49 de 50—, tampoco es Sergio Ramos, que lleva 22 transformadas de forma consecutiva entre la selección y el Madrid, ni se parece a Martí Filosia, que le coló cuatro seguidos a Sepp Maier en un Barça-Bayern correspondiente a un torneo jugado en Casablanca 1969. Pichi Alonso simplemente no supo decirle que no a Venables.
La afición del Barça se sintió burlada y dos años después el equipo explotó en el denominado motín del Hesperia que propició la llegada triunfal de Johan Cruyff.