Gattuso, mucho más que 'Ringhio'

Barcelona, AS
Sacarse de encima la imagen de jugador indómito con mucha sustancia y poca forma, es algo que probablemente Gattuso no conseguirá nunca. Durante su periplo como futbolista ha llegado a ganarlo todo porque era mucho más que un leñero repartiendo patadas y gritos. Su capacidad de sacrificarse se juntaba a una inteligencia táctica descomunal que ahora aplica en los banquillos, pero según muchos sigue siendo 'Ringhio' (su apodo, 'gruñido') y nada más.

Un poco es su culpa. Durante sus ruedas de prensa, a menudo se le oye infravalorarse diciendo que era "malo", que se equivoca mucho, hasta que es "muy feo". Las últimas frases de este tipo fueron para el Barça ("si ellos están en crisis, nosotros estamos pegados al hospital y a un paso del cementerio") y para Messi ("¿Pararle? Solo hubiese podido en los sueños o en la Playstation").

Sin embargo, todo lo que ha conseguido con el Nápoles es para estudiarlo. Llegó en diciembre con el equipo amotinado en contra del presidente, ante la peor crisis de resultados de la última década y heredando el puesto de su maestro y padre futbolístico, Ancelotti. Casi nada. A pesar de la tormenta, en la segunda vuelta sumó 38 puntos (solo Atalanta y Milán lo hicieron mejor), ganó una Copa italiana batiendo a Lazio, Inter y Juventus (su primer título como entrenador y el único del equipo desde 2014), y, en la ida, demostró estar a la altura de este Barça.

En el Camp Nou disputará el partido más importante de su carrera de entrenador y decir que se lo ha ganado es poco. Su palmarés le habría abierto una autopista hacia los grandes clubes, pero eligió el camino más complicado. Pasó por el Sion, por el Palermo "mataentrenadores" de Zamparini, por Creta y Pisa, donde acabó pagando de su bolsillo a los jugadores.

Escudo/Bandera Nápoles
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La aventura en su Milán llegó de repente: entrenaba al equipo Primavera, y el club le pidió sustituir a Montella. En el primer curso consiguió una final de Copa, en el segundo llegó a un punto de la Champions. Se marchó porque no le convencía el proyecto y renunció al finiquito para que pagasen hasta el último euro a su cuerpo técnico y a Gigi Riccio, su fiel e inseparable segundo.

En Nápoles, además de las dificultades futbolísticas, tuvo que lidiar con el confinamiento y, cuando levantó la Copa, lo hizo con el corazón partido por la muerte de su hermana Francesca, que perdió con 37 años la batalla con una grave enfermedad. Para eliminar al Barça y llevar a los partenopei entre los mejores ocho de Europa, algo que no consiguió ni el mismísimo Maradona, necesitará una enorme dosis de trabajo y sufrimiento. La misma que utilizó para conseguir cada éxito de su increíble historia.

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