El diablo viste de blanquirrojo
Suso y De Jong remontaron el gol inicial de penalti de Bruno Fernandes y el Sevilla jugará la final ante Inter o Shakhtar. Bono fue clave.
José A. Espina
As
No, no nos han eliminado a todos de Europa. Siempre nos quedará el Sevilla porque al Sevilla siempre le quedará la Europa League. El diablo se vistió esta vez de blanquirrojo para que el equipo de la casta y el coraje, ése que nunca se rinde, impusiera la ley de un torneo al que ya va a haber que ir pensando en cambiar el nombre: Sevilla League. El Manchester United fue mucho United en Colonia pero contra el demonio, y en esta competición el Sevilla es sin duda el demonio, en el infierno no se puede luchar. Aquí ya no se juega bajo las reglas del fútbol, se juega bajo las reglas del Sevilla. Esas que dicen que cada vez que llega a cuartos los de Nervión entran en una dimensión mística, celestial. Una especie de agujero de gusano que les lleva sin relatividad alguna hacia el título, sean cuales sean las circunstancias. De momento, a otra final nos has llevado Sevilla. La sexta de Europa League en 14 años. La decimosegunda continental, contando la de la Supercopa que disputará cuando la UEFA y la pandemia lo permitan.
Solksjaer desafiaba al mismísimo Julio Iglesias. "Tropecé de nuevo con la misma piedra...". Eran las terceras semifinales de la temporada para el Manchester United, que en las dos anteriores había decidido sustituir a Sergio Romero por David de Gea en la portería. Qué demonios, pensaría Solskjaer. A la tercera debe ir la vencida. Dicen los gurús del vestuario que cosas así pueden volverse en contra porque se traspasan ciertos códigos de vestuario de esos misteriosos, que no entendemos ni nunca llegaremos a entender los que no hemos jugado al fútbol profesional. De Gea ni paró ni dejó de parar. Le tiraron tres veces y le metieron dos goles.
Lopetegui actuó a la inversa: "No hay que tocar lo que funciona". El entrenador vasco repitió once por tercera vez en tres partidos, un equipo fetiche que sorprendió en octavos contra la Roma por la inclusión sobre todo de En Nesyri en la punta del ataque en vez del holandés Luuk de Jong, mucho más utilizado por el entrenador vasco durante el curso, también después del confinamiento. Y con Bono, héroe ante los Wolves, superhéroe en la noche de ayer. El marroquí se volvió gigante en el inicio de la segunda parte, inabordable bajo los tres palos. Sin él no se entendería esta nueva final.
Era el segundo equipo inglés en cinco días y el partido comenzó bajo las mismas coordenadas para el Sevilla. Presión rival, salida titubeante, peligro a la contra... y penalti de Diego Carlos, a Rashford esta vez. Ante los Wolves, Bono se lo había parado a Raúl Jiménez. Bruno Fernandes, que ha metido 15 seguidos con éste, no perdonó (0-1, 9'). Lo del portugués sí que ha sido un refuerzo de invierno de verdad. Su visión de juego y capacidad entre líneas son el apoyo perfecto para lanzar la endiablada velocidad de Martial, Rashford y Greenwood, una estampida de búfalos cuando encaran a las defensas rivales. Pero el gol había despertado al equipo de Lopetegui. Banega reclamó por fin la pelota y pidió un penalti cuando se disponía a lanzar; Ocampos se topó los guantes de De Gea y Reguilón, un cohete por la izquierda, encontró por fin a Suso en el segundo palo para que el gaditano fusilara a placer (1-1, 26').
El partido era físico hasta la extenuación, como un combate de boxeo sin tiempo de descanso entre los asaltos. Hasta Lopetegui y Solksjaer se picaron en la banda, tuvo que poner paz el cuarto árbitro. El United asustaba cada vez que asomaba por el área sevillista. El Sevilla amagaba sin apenas chutar. El ritmo se tornó tan infernal que ni siquiera en el descuento del primer tiempo los equipos se dejaron de intentar intercambiarse golpes.
Tampoco hubo tregua nada más volver de vestuario, básicamente por culpa del United. Bono sostuvo una tremenda embestida inglesa con cuatro intervenciones estratosféricas, tres de ellas a Martial. Lopetegui intentó sostener la sangría de ocasiones rivales con un doble cambio (De Jong, y Munir), que incluyó sorpresa o no tanto: quitar del campo a su goleador, Ocampos, al que no le había salido nada. Como ha ocurrido tantas veces en los últimos tiempos, la lectura de partido del entrenador vasco fue perfecta hasta cambiar el partido. El Sevilla reclamó indignado una mano de Bruno Fernandes en la barrera dentro del área y, al poco, Mudo encontró a Navas, el palaciego centró al área y De Jong ejecutó (2-1 78'). Un gol armado por dos de las sustituciones, un final del partido con Colonia convertido en Nervión, entre los gritos de locura de los 100 sevillistas de la expedición, que parecieron 100.000. El United casi había claudicado y lo que quedaba se jugó al ritmo del mago, ese diablo vestido de blanquirrojo: Éver Banega.
José A. Espina
As
No, no nos han eliminado a todos de Europa. Siempre nos quedará el Sevilla porque al Sevilla siempre le quedará la Europa League. El diablo se vistió esta vez de blanquirrojo para que el equipo de la casta y el coraje, ése que nunca se rinde, impusiera la ley de un torneo al que ya va a haber que ir pensando en cambiar el nombre: Sevilla League. El Manchester United fue mucho United en Colonia pero contra el demonio, y en esta competición el Sevilla es sin duda el demonio, en el infierno no se puede luchar. Aquí ya no se juega bajo las reglas del fútbol, se juega bajo las reglas del Sevilla. Esas que dicen que cada vez que llega a cuartos los de Nervión entran en una dimensión mística, celestial. Una especie de agujero de gusano que les lleva sin relatividad alguna hacia el título, sean cuales sean las circunstancias. De momento, a otra final nos has llevado Sevilla. La sexta de Europa League en 14 años. La decimosegunda continental, contando la de la Supercopa que disputará cuando la UEFA y la pandemia lo permitan.
Solksjaer desafiaba al mismísimo Julio Iglesias. "Tropecé de nuevo con la misma piedra...". Eran las terceras semifinales de la temporada para el Manchester United, que en las dos anteriores había decidido sustituir a Sergio Romero por David de Gea en la portería. Qué demonios, pensaría Solskjaer. A la tercera debe ir la vencida. Dicen los gurús del vestuario que cosas así pueden volverse en contra porque se traspasan ciertos códigos de vestuario de esos misteriosos, que no entendemos ni nunca llegaremos a entender los que no hemos jugado al fútbol profesional. De Gea ni paró ni dejó de parar. Le tiraron tres veces y le metieron dos goles.
Lopetegui actuó a la inversa: "No hay que tocar lo que funciona". El entrenador vasco repitió once por tercera vez en tres partidos, un equipo fetiche que sorprendió en octavos contra la Roma por la inclusión sobre todo de En Nesyri en la punta del ataque en vez del holandés Luuk de Jong, mucho más utilizado por el entrenador vasco durante el curso, también después del confinamiento. Y con Bono, héroe ante los Wolves, superhéroe en la noche de ayer. El marroquí se volvió gigante en el inicio de la segunda parte, inabordable bajo los tres palos. Sin él no se entendería esta nueva final.
Era el segundo equipo inglés en cinco días y el partido comenzó bajo las mismas coordenadas para el Sevilla. Presión rival, salida titubeante, peligro a la contra... y penalti de Diego Carlos, a Rashford esta vez. Ante los Wolves, Bono se lo había parado a Raúl Jiménez. Bruno Fernandes, que ha metido 15 seguidos con éste, no perdonó (0-1, 9'). Lo del portugués sí que ha sido un refuerzo de invierno de verdad. Su visión de juego y capacidad entre líneas son el apoyo perfecto para lanzar la endiablada velocidad de Martial, Rashford y Greenwood, una estampida de búfalos cuando encaran a las defensas rivales. Pero el gol había despertado al equipo de Lopetegui. Banega reclamó por fin la pelota y pidió un penalti cuando se disponía a lanzar; Ocampos se topó los guantes de De Gea y Reguilón, un cohete por la izquierda, encontró por fin a Suso en el segundo palo para que el gaditano fusilara a placer (1-1, 26').
El partido era físico hasta la extenuación, como un combate de boxeo sin tiempo de descanso entre los asaltos. Hasta Lopetegui y Solksjaer se picaron en la banda, tuvo que poner paz el cuarto árbitro. El United asustaba cada vez que asomaba por el área sevillista. El Sevilla amagaba sin apenas chutar. El ritmo se tornó tan infernal que ni siquiera en el descuento del primer tiempo los equipos se dejaron de intentar intercambiarse golpes.
Tampoco hubo tregua nada más volver de vestuario, básicamente por culpa del United. Bono sostuvo una tremenda embestida inglesa con cuatro intervenciones estratosféricas, tres de ellas a Martial. Lopetegui intentó sostener la sangría de ocasiones rivales con un doble cambio (De Jong, y Munir), que incluyó sorpresa o no tanto: quitar del campo a su goleador, Ocampos, al que no le había salido nada. Como ha ocurrido tantas veces en los últimos tiempos, la lectura de partido del entrenador vasco fue perfecta hasta cambiar el partido. El Sevilla reclamó indignado una mano de Bruno Fernandes en la barrera dentro del área y, al poco, Mudo encontró a Navas, el palaciego centró al área y De Jong ejecutó (2-1 78'). Un gol armado por dos de las sustituciones, un final del partido con Colonia convertido en Nervión, entre los gritos de locura de los 100 sevillistas de la expedición, que parecieron 100.000. El United casi había claudicado y lo que quedaba se jugó al ritmo del mago, ese diablo vestido de blanquirrojo: Éver Banega.