El Bayern muda su piel en un año

Desde la época de Guardiola, no se había visto un equipo muniqués con tanto empaque, tan brillante y con tantas soluciones en el campo

Santiago Segurola
El País
Pasan las épocas y los jugadores, pero el Bayern siempre se mantiene en el lugar de privilegio que alcanzó desde la nada, a mediados de los años 60, en la Alemania que decidió reconstruir su campeonato y convertirlo en una Liga nacional, su famosa Bundesliga. No tuvo acomodo entre los equipos que la disputaron por vez primera en 1963. Tampoco fue el primer equipo de Múnich que ganó el título, mérito que correspondió al TSV Múnich 1860, más que un competidor local en aquellos días. Adelantaba al Bayern en casi todo, menos en el ojo para detectar el talento bávaro, o para no enfadar a un crío que decidió rechazar al club. Se llamaba Franz Beckenbauer. El resto de esa historia desemboca 60 años después en Lisboa, donde el Bayern se enfrentará al Barça en los cuartos de final de la Copa de Europa.



El Bayern acaba de conquistar la Bundesliga. No es novedad, es rutina. Desde 2012 ha ganado todos los campeonatos. Lo novedosa ha sido la manera de lograrlo, no tanto por la singularidad de una temporada sujeta al temible designio del virus, sino por el vuelo del equipo. Parece que ha pasado un siglo desde el otoño de 2019: algo funcionaba tan mal en el Bayern que se había encallado en la mitad de la clasificación, hasta el punto de perder su innata condición de favorito en la competición. El Borussia Dortmund se llevaba los elogios con sus jóvenes jugadores y su juego desenfadado.

El despido de Nico Kovac, antiguo futbolista de la casa contratado para suceder a Carlo Ancelotti, se precipitó por los malos resultados y la temible presión que ejerce un club donde sus viejas estrellas operan sin anestesia. Uno de los recursos televisivos más repetidos y más viejos en el fútbol es la imagen de ese tribunal ahora representado por Rummenigge, Dieter Hoeness, Oliver Kahn y, muy cerca de ellos, Lothar Matthaus. En otra época han estado otros, con Franz Beckenbauer como buque insignia del inalterable poder del club. El entrenador pasa, y a veces pasa rápido, pero ellos permanecen.

Aquel equipo achacoso de Kovac quedó temporalmente en las manos de Hans Flick, segundo entrenador, hombre poco conocido, sin otras referencias que su trabajo como ayudante del seleccionador Joachim Löw, en el esplendoroso periodo de transformación de fútbol alemán que arrancó en el Mundial 2006 y se coronó ocho años después en el Mundial de Brasil. Sus credenciales sólo permitían pensar en Flick como técnico temporal, de corta duración, más destinado a rebajar la tensión en la plantilla que a producir una revolución. Pero llegó la revolución.

Desde su designación en noviembre, Flick ha transformado el sufriente equipo de entonces en la máquina mejor engrasada del fútbol europeo. Desde los años de Guardiola, no se había visto un Bayern con tanto empaque, tan brillante y con tantas soluciones en el campo. Hacía tiempo que la mano de un entrenador no ofrecía un rédito tan inmediato y fascinante. El Bayern, que casi siempre ha sido un equipo más fiable que atractivo, ha despegado como un cohete esta temporada, arrollando por donde ha ido y destrozando la reputación de algunos de los mejores equipos ingleses (2-7 al Tottenham en un partido, 7-1 al Chelsea en el total de la eliminatoria de octavos de final).

El Bayern ha conseguido distinguirse por la belleza de su fútbol, por la perfecta ecuación de veteranos entusiasmados -Lewandowski, Thomas Müller, Neuer, Alaba, Boateng…- y un grupo de jóvenes que le costaron poco y han rendido mucho: Kimmich, Alphonso Davies, Goretzka, Coman y Gnabry. De la mano de Flick, renovado hasta 2023, el Bayern ha abandonado sus graves tribulaciones y llega radiante a Lisboa. Si no es el favorito, lo parece.

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