Punto y seguido en Vigo
Marcó en el inicio de la segunda parte e igualó el tanto de Morata en el primer minuto del partido. Empate agridulce que hace que ni Atleti ni Celta cierren sus objetivos.
Patricia Cazón
As
No había arrancado el partido a sudar si quiera cuando el marcador caía sobre el Celta como un ladrillazo. 0-1, segundo 56. Óscar miraba incrédulo. El césped, el resultado, pero era tan real como que el Cholo había descerrajado su particular kryptonita (cinco hombres atrás, aunque le faltara Araujo) al primer asalto. Todo comenzaba en un mal despeje de Aspas que Arias, listo, roba. Pared con Llorente, cesión a Correa, control orientado y centro al área. Ahí, frente a la portería estaba ya Morata, listo para desenfundar la pierna y sólo empujarla. Gol, sin que el reloj hubiese llegado al minuto. La versión del Atlético postparón es todo dentelladas. Da igual quién juegue, Morata y no Costa, sancionado, Correa y no Carrasco, con un cuadro intestinal en casa, Arias y no Trippier, en su particular hoy juegas tú, mañana yo.
Tardó más Óscar en quitarse el susto, se sentaba, se levantaba en su banquillo, que sus propios jugadores. Estos lo encajaron, se limpiaron las ropas y tomaron el balón para tratar de arrancarse de encima al Atlético que, después del gol, se refugió en su campo. Y ahí, desde esa trinchera, esperaba, desarticulada esa presión asfixiante con la que le gusta desarbolar a sus rivales. Buscaba el Cholo lo que ya había tenido: robar, correr y marcar. Quería el Celta dominio para progresar y buscar a Aspas, su letal artillero. Los dos equipos volcados en sus derechas, Arias-Correa por un lado, Hugo Mayo por otro, todos con el mismo resultado: ninguno. Ambos equipos, en realidad, no hacían más que estrellarse en los muros alzados por las cabezas, las piernas y las pieles de sus centrales. Ya Savic-Giménez. Ya Murillo. Todos de roca. Y los minutos seguían pasando.
Fue Brais, cuando el descanso asomaba, que trató de amenazar a Oblak con un intento de rosca tras cruzar por enésima la puerta de la amarilla de Lodi. Manu Sánchez, por si acaso, comenzaba a calentar. Del Atlético en el área de Rubén llegaba poco pero todo importante. Pudo sentenciar antes del descanso dos veces. Primero con ese mano a mano de Correa que desbarató el árbitro al pitar falta a Llorente en lo que en realidad era obstrucción rival (ay, los árbitros y su mundo inexplicable...). Después, cuando Llorente se juntó de nuevo con Correa para ganar la línea de fondo y pasear el balón por la cal a los pies de Rubén. No hubo rematador, pero cuando el árbitro pitó reposo, Óscar se escabulló a su vestuario perseguido por ese suspiro que no se va en la temporada. Uy, uy.
La segunda parte comenzó como un calco de la primera... pero con diferentes colores. Porque esta vez sobre quien cayó el marcador como un ladrillazo fue sobre el Cholo. 1-1. Beltrán sacó el pincel de su bota para inventarse un remata de volea-cuchara que se coló con suavidad por la escuadra de Oblak y era un puñetazo del Celta al partido y todos los negros suspiros.
El Atlético se perdió en Balaídos, incapaz de contener al Celta, desatado tras alcanzar el empate. Y Óscar, ya más tranquilo, el cuello del polo había dejado de apretar, se había guardado para el partido cansado, o sea, ahora, la velocidad de Santi Mina y el talento de Rafinha. El Cholo contraatacó introduciendo cuatro nuevos en cinco minutos: Manu, Herrera, Vitolo y Lemar. Lo que paró el partido, sin embargo, no fue eso sino una lesión: Rubén de pronto se llevaba la mano al soas. Ahí, un mordisco. A Villar, el tercer portero, le tocaba debutar.
Le estrenó los guantes un disparo desde fuera del área de un Lemar que hasta entonces sólo había seguido rellenando su infausta bitácora rojiblanca en Galicia con un recital de pérdidas y resbalones. Le sumó Saponjic diez minutillos más a la suya, casi inmaculada, que buscó el gol con más ganas que acierto mientras en un Balaídos vacío sólo se escuchaba ese grito de Óscar. “Fuera, fueraaa”. Cada vez que se acercaba el Atleti, como si con él convocara a las meigas. Al final el punto valía aunque los dos equipos necesitaran los tres para lograr ya lo que buscan en este año tan largo.
Patricia Cazón
As
No había arrancado el partido a sudar si quiera cuando el marcador caía sobre el Celta como un ladrillazo. 0-1, segundo 56. Óscar miraba incrédulo. El césped, el resultado, pero era tan real como que el Cholo había descerrajado su particular kryptonita (cinco hombres atrás, aunque le faltara Araujo) al primer asalto. Todo comenzaba en un mal despeje de Aspas que Arias, listo, roba. Pared con Llorente, cesión a Correa, control orientado y centro al área. Ahí, frente a la portería estaba ya Morata, listo para desenfundar la pierna y sólo empujarla. Gol, sin que el reloj hubiese llegado al minuto. La versión del Atlético postparón es todo dentelladas. Da igual quién juegue, Morata y no Costa, sancionado, Correa y no Carrasco, con un cuadro intestinal en casa, Arias y no Trippier, en su particular hoy juegas tú, mañana yo.
Tardó más Óscar en quitarse el susto, se sentaba, se levantaba en su banquillo, que sus propios jugadores. Estos lo encajaron, se limpiaron las ropas y tomaron el balón para tratar de arrancarse de encima al Atlético que, después del gol, se refugió en su campo. Y ahí, desde esa trinchera, esperaba, desarticulada esa presión asfixiante con la que le gusta desarbolar a sus rivales. Buscaba el Cholo lo que ya había tenido: robar, correr y marcar. Quería el Celta dominio para progresar y buscar a Aspas, su letal artillero. Los dos equipos volcados en sus derechas, Arias-Correa por un lado, Hugo Mayo por otro, todos con el mismo resultado: ninguno. Ambos equipos, en realidad, no hacían más que estrellarse en los muros alzados por las cabezas, las piernas y las pieles de sus centrales. Ya Savic-Giménez. Ya Murillo. Todos de roca. Y los minutos seguían pasando.
Fue Brais, cuando el descanso asomaba, que trató de amenazar a Oblak con un intento de rosca tras cruzar por enésima la puerta de la amarilla de Lodi. Manu Sánchez, por si acaso, comenzaba a calentar. Del Atlético en el área de Rubén llegaba poco pero todo importante. Pudo sentenciar antes del descanso dos veces. Primero con ese mano a mano de Correa que desbarató el árbitro al pitar falta a Llorente en lo que en realidad era obstrucción rival (ay, los árbitros y su mundo inexplicable...). Después, cuando Llorente se juntó de nuevo con Correa para ganar la línea de fondo y pasear el balón por la cal a los pies de Rubén. No hubo rematador, pero cuando el árbitro pitó reposo, Óscar se escabulló a su vestuario perseguido por ese suspiro que no se va en la temporada. Uy, uy.
La segunda parte comenzó como un calco de la primera... pero con diferentes colores. Porque esta vez sobre quien cayó el marcador como un ladrillazo fue sobre el Cholo. 1-1. Beltrán sacó el pincel de su bota para inventarse un remata de volea-cuchara que se coló con suavidad por la escuadra de Oblak y era un puñetazo del Celta al partido y todos los negros suspiros.
El Atlético se perdió en Balaídos, incapaz de contener al Celta, desatado tras alcanzar el empate. Y Óscar, ya más tranquilo, el cuello del polo había dejado de apretar, se había guardado para el partido cansado, o sea, ahora, la velocidad de Santi Mina y el talento de Rafinha. El Cholo contraatacó introduciendo cuatro nuevos en cinco minutos: Manu, Herrera, Vitolo y Lemar. Lo que paró el partido, sin embargo, no fue eso sino una lesión: Rubén de pronto se llevaba la mano al soas. Ahí, un mordisco. A Villar, el tercer portero, le tocaba debutar.
Le estrenó los guantes un disparo desde fuera del área de un Lemar que hasta entonces sólo había seguido rellenando su infausta bitácora rojiblanca en Galicia con un recital de pérdidas y resbalones. Le sumó Saponjic diez minutillos más a la suya, casi inmaculada, que buscó el gol con más ganas que acierto mientras en un Balaídos vacío sólo se escuchaba ese grito de Óscar. “Fuera, fueraaa”. Cada vez que se acercaba el Atleti, como si con él convocara a las meigas. Al final el punto valía aunque los dos equipos necesitaran los tres para lograr ya lo que buscan en este año tan largo.