Llorente estalla el espejo

Volvió a ser esencial para la victoria del Atlético ante un Getafe que asedió en la primera parte. Redondeó Thomas tras pase de un gran Vitolo.

Patricia Cazón
As
Cuando el partido acabó, Simeone se quitó el polvo que el espejo roto le había dejado en los hombros. Había costado pero lo había logrado. Romper al Getafe, su horma. Antes de que el balón echara a rodar, daba igual a qué banco miraras que la foto era la misma. Hombre de negro, camisa arremangada, corbata fina. Simeone, Bordalás, Bordalás, Simeone lo mismo eran. Dos iguales frente a frente en el Coliseum. Uno se jugaba más, sin embargo, y en seguida se notó. El Getafe quiso meter al Cholo y los suyos en la hormigonera nada más comenzar el partido. Balones divididos, presión alta, chispas. Había salido el Atleti como si tuviera la cabeza lejos, en otras batallas. Bordalás lo palpó y sobre su cuello se lanzó. Encadenó el Getafe cuatro dentelladas en tres minutos que a punto estuvieron de arrancarle de un bocado guantes y traje a Oblak.



Perdía balones Koke, perdía balones Carrasco, perdía todos los balones el Atlético en el centro del campo mientras achicaba el Getafe espacios y se quedaba a vivir en colmena a los pies de Oblak. Avisó Maksimovic con una pelota que se marchó silbando sobre la cabeza del portero. Peligro. Perdía otro balón el Atleti de los que nunca se pueden perder, en el corazón del área, y lo recogía Mata, regateaba al portero y disparaba con toda intención. Fue por Felipe que esa bala no le estalló al Cholo en la cara: salvó bajo palos. Alarma rojo sangre. Si pensó que había pasado el peligro, nada más lejos. Getafe era Anfield y los azulones atacaban sin descanso, en asedio.

Ocasión de Mata que desbarató Arias, disparo de Mata que se marchó fuera, disparo lejano de Timor que se fue envenenando en su vuelo a la portería, obligando a un Oblak que tenía la madera llena de muescas. Bordalás dale que dale vueltas a su hormigonera. Era Europa, la necesidad matemática y también esa espina, que en sus 16 últimos duelos fueron 31 los goles recibidos por un Getafe que no logró ninguno. Pudo Mata arrancarla un segundo, con un disparo que cruzó la puerta de Oblak por poco. Pero estaba en fuera de juego. El VAR confirmó. Y el Atleti se lanzó sobre la pausa de hidratación como si llevara media hora de transitar por el desierto.

Deslavazado, perdido, superado. Sólo uno de los soldados del Cholo parecía sacar los pies de las arenas movedizas en las que se había convertido el Coliseum. Llorente. El Atleti pegaba chispazos con su trotar. Timor aún estará buscando la pelota que le coló entre las piernas.

Soria sí vio pasar esa por su derecha nada más regresar el partido de la caseta. Se quedó detenido, a contrapié. Ante Llorente también, cómo no, imposible otro. ¿No era Getafe Anfield? Pues aguántame el cubata, ahí estaba él. Deja Costa la pelota con un toque sutil para que progrese Carrasco, toca un defensa, el balón llega a las botas de Llorente, que se gira y dispara abajo. Qué delantero descubrió el Cholo sólo con que éste jugara cinco pasos adelante.

Reaccionó el hombre de negro de casa enseguida. Tres cambios inmediatos, Ángel y Molina incluidos. Para que su equipo volviera a accionar la hormigonera. Pero la manivela se le había resbalado de la mano y nunca más la recuperó, por mucho que Ángel nada más salir testara primero los guantes de Oblak y cabeceara luego fuera una pelota por milímetros. Chasqueó entonces el hombre de negro de fuera los labios. Y no por eso sino por ver a Llorente haciendo el gesto del cambio, con todo lo que queda por luchar en Lisboa cuando esta guerra se acabe. Pero sólo eran los gemelos, que se le habían subido. Entró Vitolo, ya llevaba un rato adentro Thomas (con todo su equilibrio): el primero preparó y el segundo marcó la sentencia. Quiebro va, quiebro viene, el canario mareó a los hombres de Bordalás al final, todos dentro de su propia hormigonera, mientras el Cholo terminaba de estallar el espejo. Otro día más. 33 a 0.

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