El VAR es la especie invasora del fútbol
Alfredo Relaño
As
Acogí el VAR con escepticismo, luego traté de resignarme y hasta de ver sus ventajas. Que las hay. Corrige injusticias. Pero en poco tiempo se ha convertido en una especie invasora del fútbol que empieza a corroer la naturaleza del juego. Ha descompuesto la función arbitral al tiempo que resulta coercitivo para los jugadores, que ya cantan los goles bajo reserva, viven amenazados de que un par de milímetros les arrebaten la alegría y no saben dónde poner las manos cuando están en su área. Sufren el albur de un Gran Hermano que decide fuera de las líneas de cal, entre las que coexistían, con los problemas de toda familia, futbolistas y árbitro.
Lo que se concibió y se presentó como un medio para evitar errores de bochorno se ha convertido en un menudeo insufrible del que, por cierto, se escapan barbaridades como los penaltis de Getafe y Mallorca. Pero lo peor es que para aplicar el VAR hasta el último detalle se ha caído en establecer criterios contra natura para redefinir las faltas: que si la mano aquí, que si el tobillo allá, que si el codo acullá... El Reglamento del fútbol era sencillo: una especie de Ley Natural condicionada a no tocar el balón con la mano, el 'off-side' y poco más. Todas las reglas se resumían en una: la lealtad al espíritu de la norma.
Para eso estaban los árbitros con su criterio, nacido del conocimiento de la reglas, su vocación y su experiencia. Ahora están presos en una red de instrucciones que intentan reducir el fútbol a una casuística artificial. Puro tributo a la tecnología, que exige que los árbitros sean robots. Y no son robots, son árbitros criados en un fútbol más real, hoy empachados con un potaje de instrucciones y circulares indigestible. Llegaron ahí aprendiendo el arbitraje de otra manera y ahora viven un conflicto. Lo del VAR me hace pensar en el esperanto, aquella idea de ilusos visionarios. Ya se vio lo que fue de ello. La vida no se reinventa así como así.
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Acogí el VAR con escepticismo, luego traté de resignarme y hasta de ver sus ventajas. Que las hay. Corrige injusticias. Pero en poco tiempo se ha convertido en una especie invasora del fútbol que empieza a corroer la naturaleza del juego. Ha descompuesto la función arbitral al tiempo que resulta coercitivo para los jugadores, que ya cantan los goles bajo reserva, viven amenazados de que un par de milímetros les arrebaten la alegría y no saben dónde poner las manos cuando están en su área. Sufren el albur de un Gran Hermano que decide fuera de las líneas de cal, entre las que coexistían, con los problemas de toda familia, futbolistas y árbitro.
Lo que se concibió y se presentó como un medio para evitar errores de bochorno se ha convertido en un menudeo insufrible del que, por cierto, se escapan barbaridades como los penaltis de Getafe y Mallorca. Pero lo peor es que para aplicar el VAR hasta el último detalle se ha caído en establecer criterios contra natura para redefinir las faltas: que si la mano aquí, que si el tobillo allá, que si el codo acullá... El Reglamento del fútbol era sencillo: una especie de Ley Natural condicionada a no tocar el balón con la mano, el 'off-side' y poco más. Todas las reglas se resumían en una: la lealtad al espíritu de la norma.
Para eso estaban los árbitros con su criterio, nacido del conocimiento de la reglas, su vocación y su experiencia. Ahora están presos en una red de instrucciones que intentan reducir el fútbol a una casuística artificial. Puro tributo a la tecnología, que exige que los árbitros sean robots. Y no son robots, son árbitros criados en un fútbol más real, hoy empachados con un potaje de instrucciones y circulares indigestible. Llegaron ahí aprendiendo el arbitraje de otra manera y ahora viven un conflicto. Lo del VAR me hace pensar en el esperanto, aquella idea de ilusos visionarios. Ya se vio lo que fue de ello. La vida no se reinventa así como así.