Del sueño al fracaso: Kobe, Pau y el bochorno de la 2012-13
Steve Nash llegaba a los Lakers el 4 de julio de 2012, poniendo la primera piedra de una plantilla de Play Station que soñó con el anillo pero acabó en fracaso.
Alberto Clemente
As
Si hay una temporada que produce resquemor en el aficionado angelino, es la 2012-13. Las ha habido peores, sobre todo en un lustro marcado por los récords negativos y la mayor crisis de resultados de la historia de la franquicia. Sin embargo, las expectativas generadas antes de ese curso, el último en el que jugaron los playoffs hasta hoy (si finalmente se reanuda la NBA), provocaron que el fracaso fuera más doloroso que muchos otros. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el coste a pagar fue demasiado grande para los de púrpura y oro, que vieron como Kobe Bryant se rompía el tendón de Aquiles en la parte final de la temporada regular y era víctima de lo que a la postre sería su final anticipado, por mucho que aguantara tres temporadas más en las que disputó 6, 35 y 66 encuentros antes de poner fin a una de las carreras más impresionantes que ha habido.
Siempre se recordará esa campaña por las proezas realizadas por el propio Bryant, que se reinventó con 34 años, hizo cosas inimaginables y acabó cediendo al tiempo y a un físico castigado tras 17 años en la Liga que además había sido llevado a la extenuación, con el jugador disputando una media de 45,5 minutos en los últimos siete encuentros, 48 en el último, en el que no había descansado, al igual que en el último ante los Warriors, donde cayó cuando sumaba casi 45 minutos de juego, de nuevo sin descansos. Una losa demasiado grande y que llegó de manera obligada, con el escolta asumiendo lo inasumible y alcanzando cotas de juego insuperables, todo por el afán de llevar a los Lakers a playoffs y enderezar ligeramente una temporada que había empezado con muchas ilusiones pero ya era, a esas alturas, considerada un fracaso manifiesto.
El 4 de julio de 2012, hace hoy ocho años, se ponía la primera piedra en la formación de un equipo de ensueño. Steve Nash llegaba a los Lakers con 38 años y ganas de hacerse con un anillo siempre esquivo en su carrera y que pensó que podría conseguir en Los Ángeles. Tras toda una vida dedicada a los Suns, donde estuvo en dos etapas distintas con parón intermedio en los Mavericks, nadie le reprochó el movimiento. Meses después, en agosto, se produciría el movimiento del año: Howard era enviado a los Lakers en un traspaso a cuatro bandas que también involucró a Philadelphia Sixers y Denver Nuggets. Los Lakers recibían, además de a Howard, a Earl Clark y Chris Duhon, los Magic a Josh McRoberts, Christian Eyenga y Devin Ebanks desde Lakers, a Al Harrington, Arron Afflalo desde Nuggets y a Nikola Vučević y Maurice Harkless de los Sixers, donde llegaría un Andrew Bynum que estaba lesionado y que no llegaría ni a debutar en su nuevo equipo tras firmar la mejor temporada de su carrera (18,7 puntos, 11,8 rebotes y 1,9 tapones) y disputar su primer All Star.
Fuera Bynum de la rotación, los Lakers se quitaban de en medio a un pívot talentoso pero con mala cabeza y lo sustituían por uno del mismo perfil, Howard. Éste llegaba con un solo año por delante del contrato que había firmado anteriormente con unos Magic con los que había forzado el traspaso, llegando a declarar públicamente que quería marcharse, divorcio con Stan Van Gundy mediante. Howard venía de ser tres veces Mejor Defensor, ser un asiduo a los mejores quintetos y al All Star y liderar la Liga en rebotes y tapones múltiples veces. Un jugador dominante que quería seguir los pasos de un O'Neal ya retirado y que cambió Orlando por Hollywood al igual que hizo Shaq en 1996. Ni que decir tiene que la historia no fue ni remotamente parecida, y los anillos (hasta cuatro) que luce el Superman original brillan por la ausencia en el hombre que estaba llamado a ocupar su lugar y que hoy busca la redención en el mismo sitio en el que empezó su caída.
El quinteto titular de los Lakers estaba formado por Steve Nash, Kobe Bryant, Ron Artest, Pau Gasol y Dwight Howard. Todos All Stars y jugadores de primer nivel excepto Artest, que no dejaba de ser un jugador extremadamente valorado que llegó a disputar el Partido de las Estrellas en 2004, mismo año en el que ganó el premio a Defensor del Año. Y todo antes de ganar el anillo en 2010 con los Lakers, que ese curso tuvieron también a otro All Star en el banquillo, Antawn Jamison, Mejor Sexto Hombre en 2004. Un equipo de ensueño que rivalizaba con el que los Lakers habían formado en la 2003-04, con Gary Payton y Karl Malone uniéndose a Shaq y Kobe en un año nefasto y con divorcio anunciado entre pívot y escolta, que separaron sus caminos tras caer en las Finales ante los Pistons. Un resultado que ni estuvieron cerca de alcanzar nueve años después, cuando todos soñaban con el anillo pero el bochorno fue de unas dimensiones épicas desconocidas, con los angelinos pasando de ser aspirantes (incluso favoritos) a estar fuera de los playoffs la mayor parte de la temporada y consiguiendo entrar solo al final y en el último partido del año, con Kobe en el dique seco y Howard y Pau sacando fuerzas de flaqueza. De hecho, el español, acabó ese encuentro ante los Rockets, con prórroga incluida, con 18 puntos, 20 rebotes y 11 asistencias. La única luz de una temporada que fue igual de mala o peor para él que para el resto.
Lesiones y un problema en el banquillo
Pronto se hizo evidente que todas las promesas eran vacías y que en los Lakers había más problemas de los que parecía. El equipo de Play Station pronto tuvo taras, con Mike Brown destituido tras cinco partidos (1-4) y sin haber ganado un solo encuentro de pretemporada. Nash disputó los dos primeros partidos antes de caer preso de sus eternos problemas de espalda (y de la vejez) y estar en el dique seco hasta el 22 de diciembre, y Howard arrastró durante todo el curso problemas en el hombro tras no pasar por el quirófano en verano. En el despido de Brown hubo una última oportunidad de ver a Phil Jackson de vuelta a los banquillos, pero las excesivas peticiones del Maestro Zen (mucho dinero, restringir viajes...) y la mala gestión de la dirección, provocaron que el legendario entrenador se enterara casi por las noticias de que el puesto que parecía tener apalabrado iba a ser para Mike D'Antoni. Un entrenador talentoso, creador de estilos, pero que no tenía las piezas que necesitaba para hacer el juego que luego desarrollaría en Houston. Ni, por supuesto, el que había hecho en Phoenix, con Nash a la cabeza, ese Seven Seconds or Less que había transformado la NBA, con un juego vertical, directo y atractivo en el que había que correr mucho y hacer pick and roll. "El único que puede correr durante los 48 minutos de partido es Kobe", diría entonces Magic Johnson, nada favorable a la elección del nuevo técnico.
Y desde luego, Kobe corrió todo lo que pudo. En los primeros 23 partidos, los Lakers presentaban un récord de 9-14 que parecían enderezar con cinco victorias consecutivas, incluida una ante los Knicks en Navidad con 34 puntos de un Bryant que por entonces promediaba casi 30 puntos por partido, líder de la NBA en ese apartado. Sin embargo, el letargo volvió a una plantilla desmadejada, que había visto como Jordan Hill se lesionaba con tan solo 29 partidos jugados y con Howard muy lejos de los números y el dominio con el que había liderado a los Magic a las Finales de 2009. Pronto se hizo evidente que el esquema no funcionaba: Nash no era capaz de defender a prácticamente ningún base, Howard ignoraba las exigencias de D'Antoni a la hora de salir al pick and roll con el base, y Pau, exhausto tras los Juegos Olímpicos de Londres, no encontraba su sitio, siendo relegado incluso a la suplencia en favor de un Earl Clark con más tiro exterior y que estorbaba menos a Howard en la zona. Las diferencias del ala-pívot con su entrenador fueron obvias, y un desayuno entre los dos no resolvió nada en una plantilla en la que el banquillo fue prácticamente inexistente y el poder del entrenador, así como su autoestima, menguaban sin que nadie pudiese frenar su caída.
De repente, el 25 de enero y tras una racha de cuatro derrotas seguidas que dejaba a los Lakers con un bochornoso récord de 17-25, Kobe empezó a pasar. Una reunión a puerta cerrada entre jugadores concluyó con el escolta asumiendo el puesto de base, aceptando que el equipo necesitaba un facilitador más allá de Nash y que éste podía aprovecharse de sus buenos porcentajes en los lanzamientos exteriores para hacer mucho catch and shoot y dejar a Bryant con el monopolio de la pelota. La estrella, que intentaba 22 tiros por partido hasta entonces, pasó a lanzar 18, y repartió 7,5 asistencias en la segunda mitad de la temporada por las 4,7 de la primera. Todo empezó con un encuentro ante los Jazz en el que firmó 14 tantos, 9 rebotes y 14 asistencias. En el siguiente, ante unos Thunder que estaban peleando por el primer puesto del Oese, se fue a 21+9+14. De hecho, el mítico entrenador de la TNT Mike Breen le empezó a llamar Mr.Assist, un apelativo que nunca se había ganado un voraz anotador de su categoría.
La última gran versión de Kobe
Fue la última gran temporada de Bryant, que finalizó con 27,3 puntos, 5,6 rebotes y 6 asistencias por duelo, incluido en el Mejor Quinteto y fuera de las conversaciones por el MVP (que se llevó LeBron) por récord y no por merecimiento. Para el recuerdo quedan los tres triples para empatar el encuentro ante los Raptors, uno en el que se fue a 41+6+12 tras conseguir en el choque anterior ante los Hornets 42+7+12. O ese duelo ante los Mavericks en el que finalizó con 38+12+7, con un 5 de 5 en tiros de campo en el último periodo (14 puntos) que respondieron a las burlas de un Mark Cuban que aconsejó a los Lakers amnistiar a Kobe, un salario entre los muchos que sumaba una franquicia muy por encima del impuesto de lujo esa temporada. Antes de caer presa del tendón de Aquiles, Kobe había hecho un encuentro en Portland, sin descansar, de 47 puntos, 8 rebotes, 5 asistencias, 3 robos y 4 tapones. Ante los Warriors se fue a 34 tantos hasta que se retiró cojeando, no sin antes lanzar dos tiros libres correspondientes a la falta y empatar el partido tras haber anotado los últimos ocho tantos de los suyos, incluidos dos triples para el recuerdo con un Harrison Barnes por entonces rookie en frente.
El 28 de abril, acabó una temporada para los Lakers que nunca empezó. Pau y Howard tiraron de coraje para sacar los playoffs adelante, finalmente en el séptimo puesto, pero nada pudieron hacer sin Kobe ante los Spurs. D'Antoni, que irónicamente se llevó el premio a Entrenador del Mes de abril, se vio obligado a utilizar a Pau de playmaker en los dos últimos encuentros en Los Ángeles, en los que cayeron de 31 y 21 puntos respectivamente. El último de ellos, Kobe hizo su aparición entre aplausos y Howard se iba expulsado y por la puerta de atrás de una franquicia a la que ha regresado para redimirse de sus errores, tras entonar el mea culpa y madurar un carácter muy infantil y que siempre chocó con un Kobe nada dispuesto a soportar las bromas de otro pívot ni los pulsos de liderato que ya mantuvo con O'Neal y que no quería tener también con Howard. Al fin y al cabo, él era el macho alfa. En verano, una reunión poco provechosa a la que el pívot acudió muy arreglado y Kobe en chándal (algo que sentó mal a Howard) no llegó a buen puerto, y el center acabó firmando por los Rockets e iniciando una caída a los infiernos tan paulatina como inevitable. Pau siguió una campaña más en los Lakers, Nash disputó 15 partidos más en toda su carrera y Kobe, ya se sabe, jugó solo 6 encuentros al año siguiente y se retiró tres después antes de convertirse, hoy, en un añorado recuerdo.
Juntar a varias superestrellas no tiene por qué ser sinónimo de victoria, como bien saben unos Lakers que hoy intentan volver a ocupar el lugar que les corresponde. La temporada fue un bochorno para unos Lakers que no han vuelto a pisar los playoffs desde entonces y que a punto estuvieron de quedarse fuera de ellos ese curso. Un fracaso rotundo que tumbó el sueño del sexto anillo de Kobe, ese que le habría igualado a Jordan y que nunca consiguió. Eso sí, al menos, esa temporada pudimos ver por última vez la versión más letal y arrolladora de la Mamba Negra, un regalo para los ojos de los espectadores y para cualquier amante del baloncesto. Un año lleno de proezas increíbles, clutch shots, mates con 34 años como si tuviera 24 y una pasión extraordinaria que llevaron a los Lakers, in extremis, a playoffs. Un premio demasiado pequeño en una campaña en la que se esperaba mucho y en la que no se consiguió nada... pero en la que pudimos disfrutar de Kobe Bryant. Y eso, ya se sabe, es decir mucho.
Alberto Clemente
As
Si hay una temporada que produce resquemor en el aficionado angelino, es la 2012-13. Las ha habido peores, sobre todo en un lustro marcado por los récords negativos y la mayor crisis de resultados de la historia de la franquicia. Sin embargo, las expectativas generadas antes de ese curso, el último en el que jugaron los playoffs hasta hoy (si finalmente se reanuda la NBA), provocaron que el fracaso fuera más doloroso que muchos otros. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el coste a pagar fue demasiado grande para los de púrpura y oro, que vieron como Kobe Bryant se rompía el tendón de Aquiles en la parte final de la temporada regular y era víctima de lo que a la postre sería su final anticipado, por mucho que aguantara tres temporadas más en las que disputó 6, 35 y 66 encuentros antes de poner fin a una de las carreras más impresionantes que ha habido.
Siempre se recordará esa campaña por las proezas realizadas por el propio Bryant, que se reinventó con 34 años, hizo cosas inimaginables y acabó cediendo al tiempo y a un físico castigado tras 17 años en la Liga que además había sido llevado a la extenuación, con el jugador disputando una media de 45,5 minutos en los últimos siete encuentros, 48 en el último, en el que no había descansado, al igual que en el último ante los Warriors, donde cayó cuando sumaba casi 45 minutos de juego, de nuevo sin descansos. Una losa demasiado grande y que llegó de manera obligada, con el escolta asumiendo lo inasumible y alcanzando cotas de juego insuperables, todo por el afán de llevar a los Lakers a playoffs y enderezar ligeramente una temporada que había empezado con muchas ilusiones pero ya era, a esas alturas, considerada un fracaso manifiesto.
El 4 de julio de 2012, hace hoy ocho años, se ponía la primera piedra en la formación de un equipo de ensueño. Steve Nash llegaba a los Lakers con 38 años y ganas de hacerse con un anillo siempre esquivo en su carrera y que pensó que podría conseguir en Los Ángeles. Tras toda una vida dedicada a los Suns, donde estuvo en dos etapas distintas con parón intermedio en los Mavericks, nadie le reprochó el movimiento. Meses después, en agosto, se produciría el movimiento del año: Howard era enviado a los Lakers en un traspaso a cuatro bandas que también involucró a Philadelphia Sixers y Denver Nuggets. Los Lakers recibían, además de a Howard, a Earl Clark y Chris Duhon, los Magic a Josh McRoberts, Christian Eyenga y Devin Ebanks desde Lakers, a Al Harrington, Arron Afflalo desde Nuggets y a Nikola Vučević y Maurice Harkless de los Sixers, donde llegaría un Andrew Bynum que estaba lesionado y que no llegaría ni a debutar en su nuevo equipo tras firmar la mejor temporada de su carrera (18,7 puntos, 11,8 rebotes y 1,9 tapones) y disputar su primer All Star.
Fuera Bynum de la rotación, los Lakers se quitaban de en medio a un pívot talentoso pero con mala cabeza y lo sustituían por uno del mismo perfil, Howard. Éste llegaba con un solo año por delante del contrato que había firmado anteriormente con unos Magic con los que había forzado el traspaso, llegando a declarar públicamente que quería marcharse, divorcio con Stan Van Gundy mediante. Howard venía de ser tres veces Mejor Defensor, ser un asiduo a los mejores quintetos y al All Star y liderar la Liga en rebotes y tapones múltiples veces. Un jugador dominante que quería seguir los pasos de un O'Neal ya retirado y que cambió Orlando por Hollywood al igual que hizo Shaq en 1996. Ni que decir tiene que la historia no fue ni remotamente parecida, y los anillos (hasta cuatro) que luce el Superman original brillan por la ausencia en el hombre que estaba llamado a ocupar su lugar y que hoy busca la redención en el mismo sitio en el que empezó su caída.
El quinteto titular de los Lakers estaba formado por Steve Nash, Kobe Bryant, Ron Artest, Pau Gasol y Dwight Howard. Todos All Stars y jugadores de primer nivel excepto Artest, que no dejaba de ser un jugador extremadamente valorado que llegó a disputar el Partido de las Estrellas en 2004, mismo año en el que ganó el premio a Defensor del Año. Y todo antes de ganar el anillo en 2010 con los Lakers, que ese curso tuvieron también a otro All Star en el banquillo, Antawn Jamison, Mejor Sexto Hombre en 2004. Un equipo de ensueño que rivalizaba con el que los Lakers habían formado en la 2003-04, con Gary Payton y Karl Malone uniéndose a Shaq y Kobe en un año nefasto y con divorcio anunciado entre pívot y escolta, que separaron sus caminos tras caer en las Finales ante los Pistons. Un resultado que ni estuvieron cerca de alcanzar nueve años después, cuando todos soñaban con el anillo pero el bochorno fue de unas dimensiones épicas desconocidas, con los angelinos pasando de ser aspirantes (incluso favoritos) a estar fuera de los playoffs la mayor parte de la temporada y consiguiendo entrar solo al final y en el último partido del año, con Kobe en el dique seco y Howard y Pau sacando fuerzas de flaqueza. De hecho, el español, acabó ese encuentro ante los Rockets, con prórroga incluida, con 18 puntos, 20 rebotes y 11 asistencias. La única luz de una temporada que fue igual de mala o peor para él que para el resto.
Lesiones y un problema en el banquillo
Pronto se hizo evidente que todas las promesas eran vacías y que en los Lakers había más problemas de los que parecía. El equipo de Play Station pronto tuvo taras, con Mike Brown destituido tras cinco partidos (1-4) y sin haber ganado un solo encuentro de pretemporada. Nash disputó los dos primeros partidos antes de caer preso de sus eternos problemas de espalda (y de la vejez) y estar en el dique seco hasta el 22 de diciembre, y Howard arrastró durante todo el curso problemas en el hombro tras no pasar por el quirófano en verano. En el despido de Brown hubo una última oportunidad de ver a Phil Jackson de vuelta a los banquillos, pero las excesivas peticiones del Maestro Zen (mucho dinero, restringir viajes...) y la mala gestión de la dirección, provocaron que el legendario entrenador se enterara casi por las noticias de que el puesto que parecía tener apalabrado iba a ser para Mike D'Antoni. Un entrenador talentoso, creador de estilos, pero que no tenía las piezas que necesitaba para hacer el juego que luego desarrollaría en Houston. Ni, por supuesto, el que había hecho en Phoenix, con Nash a la cabeza, ese Seven Seconds or Less que había transformado la NBA, con un juego vertical, directo y atractivo en el que había que correr mucho y hacer pick and roll. "El único que puede correr durante los 48 minutos de partido es Kobe", diría entonces Magic Johnson, nada favorable a la elección del nuevo técnico.
Y desde luego, Kobe corrió todo lo que pudo. En los primeros 23 partidos, los Lakers presentaban un récord de 9-14 que parecían enderezar con cinco victorias consecutivas, incluida una ante los Knicks en Navidad con 34 puntos de un Bryant que por entonces promediaba casi 30 puntos por partido, líder de la NBA en ese apartado. Sin embargo, el letargo volvió a una plantilla desmadejada, que había visto como Jordan Hill se lesionaba con tan solo 29 partidos jugados y con Howard muy lejos de los números y el dominio con el que había liderado a los Magic a las Finales de 2009. Pronto se hizo evidente que el esquema no funcionaba: Nash no era capaz de defender a prácticamente ningún base, Howard ignoraba las exigencias de D'Antoni a la hora de salir al pick and roll con el base, y Pau, exhausto tras los Juegos Olímpicos de Londres, no encontraba su sitio, siendo relegado incluso a la suplencia en favor de un Earl Clark con más tiro exterior y que estorbaba menos a Howard en la zona. Las diferencias del ala-pívot con su entrenador fueron obvias, y un desayuno entre los dos no resolvió nada en una plantilla en la que el banquillo fue prácticamente inexistente y el poder del entrenador, así como su autoestima, menguaban sin que nadie pudiese frenar su caída.
De repente, el 25 de enero y tras una racha de cuatro derrotas seguidas que dejaba a los Lakers con un bochornoso récord de 17-25, Kobe empezó a pasar. Una reunión a puerta cerrada entre jugadores concluyó con el escolta asumiendo el puesto de base, aceptando que el equipo necesitaba un facilitador más allá de Nash y que éste podía aprovecharse de sus buenos porcentajes en los lanzamientos exteriores para hacer mucho catch and shoot y dejar a Bryant con el monopolio de la pelota. La estrella, que intentaba 22 tiros por partido hasta entonces, pasó a lanzar 18, y repartió 7,5 asistencias en la segunda mitad de la temporada por las 4,7 de la primera. Todo empezó con un encuentro ante los Jazz en el que firmó 14 tantos, 9 rebotes y 14 asistencias. En el siguiente, ante unos Thunder que estaban peleando por el primer puesto del Oese, se fue a 21+9+14. De hecho, el mítico entrenador de la TNT Mike Breen le empezó a llamar Mr.Assist, un apelativo que nunca se había ganado un voraz anotador de su categoría.
La última gran versión de Kobe
Fue la última gran temporada de Bryant, que finalizó con 27,3 puntos, 5,6 rebotes y 6 asistencias por duelo, incluido en el Mejor Quinteto y fuera de las conversaciones por el MVP (que se llevó LeBron) por récord y no por merecimiento. Para el recuerdo quedan los tres triples para empatar el encuentro ante los Raptors, uno en el que se fue a 41+6+12 tras conseguir en el choque anterior ante los Hornets 42+7+12. O ese duelo ante los Mavericks en el que finalizó con 38+12+7, con un 5 de 5 en tiros de campo en el último periodo (14 puntos) que respondieron a las burlas de un Mark Cuban que aconsejó a los Lakers amnistiar a Kobe, un salario entre los muchos que sumaba una franquicia muy por encima del impuesto de lujo esa temporada. Antes de caer presa del tendón de Aquiles, Kobe había hecho un encuentro en Portland, sin descansar, de 47 puntos, 8 rebotes, 5 asistencias, 3 robos y 4 tapones. Ante los Warriors se fue a 34 tantos hasta que se retiró cojeando, no sin antes lanzar dos tiros libres correspondientes a la falta y empatar el partido tras haber anotado los últimos ocho tantos de los suyos, incluidos dos triples para el recuerdo con un Harrison Barnes por entonces rookie en frente.
El 28 de abril, acabó una temporada para los Lakers que nunca empezó. Pau y Howard tiraron de coraje para sacar los playoffs adelante, finalmente en el séptimo puesto, pero nada pudieron hacer sin Kobe ante los Spurs. D'Antoni, que irónicamente se llevó el premio a Entrenador del Mes de abril, se vio obligado a utilizar a Pau de playmaker en los dos últimos encuentros en Los Ángeles, en los que cayeron de 31 y 21 puntos respectivamente. El último de ellos, Kobe hizo su aparición entre aplausos y Howard se iba expulsado y por la puerta de atrás de una franquicia a la que ha regresado para redimirse de sus errores, tras entonar el mea culpa y madurar un carácter muy infantil y que siempre chocó con un Kobe nada dispuesto a soportar las bromas de otro pívot ni los pulsos de liderato que ya mantuvo con O'Neal y que no quería tener también con Howard. Al fin y al cabo, él era el macho alfa. En verano, una reunión poco provechosa a la que el pívot acudió muy arreglado y Kobe en chándal (algo que sentó mal a Howard) no llegó a buen puerto, y el center acabó firmando por los Rockets e iniciando una caída a los infiernos tan paulatina como inevitable. Pau siguió una campaña más en los Lakers, Nash disputó 15 partidos más en toda su carrera y Kobe, ya se sabe, jugó solo 6 encuentros al año siguiente y se retiró tres después antes de convertirse, hoy, en un añorado recuerdo.
Juntar a varias superestrellas no tiene por qué ser sinónimo de victoria, como bien saben unos Lakers que hoy intentan volver a ocupar el lugar que les corresponde. La temporada fue un bochorno para unos Lakers que no han vuelto a pisar los playoffs desde entonces y que a punto estuvieron de quedarse fuera de ellos ese curso. Un fracaso rotundo que tumbó el sueño del sexto anillo de Kobe, ese que le habría igualado a Jordan y que nunca consiguió. Eso sí, al menos, esa temporada pudimos ver por última vez la versión más letal y arrolladora de la Mamba Negra, un regalo para los ojos de los espectadores y para cualquier amante del baloncesto. Un año lleno de proezas increíbles, clutch shots, mates con 34 años como si tuviera 24 y una pasión extraordinaria que llevaron a los Lakers, in extremis, a playoffs. Un premio demasiado pequeño en una campaña en la que se esperaba mucho y en la que no se consiguió nada... pero en la que pudimos disfrutar de Kobe Bryant. Y eso, ya se sabe, es decir mucho.