Las incógnitas del regreso
En un momento dado
El regreso de la Liga española tiene forma de enorme interrogante. Influyen en ello los meses de inactividad y la evolución de los equipos cortada en seco, pero también el cambio obligado en situación, reglamento y atmósfera por parte de la competición. Para el Barça de Quique Setién la duda es si cabe mayor, pues su caso particular es el de un equipo que previamente a la interrupción se encontraba en pleno proceso de formación. Manejando unos tiempos distintos a los de la mayoría de sus competidores, la del técnico cántabro era una contrarreloj en búsqueda de los planteamientos, variantes y mecanismos con los que poder ser competitivo lo antes posible y hasta el final de curso. Una historia de apuestas y renuncias que en poco más de una decena de partidos vio desfilar diversos ajustes a la caza de la receta correcta. Una historia que, a partir de este sábado en Son Moix, habrá que descubrir si empieza de nuevo o si, por el contrario, reemprende la lectura desde la última doblez.
Un equipo, tres dibujos
A pesar de su corta vida -o quizá precisamente por eso mismo- el Barça de Quique Setién antes de que se detuviera la competición vistió hasta tres trajes distintos. Su primer vestido, el inicial y probablemente más complejo tanto en idea como en ejecución, consistió en una suerte de dibujo mutante engalanado de 1-3-3-4 con balón y de 1-4-3-3 sin él. Siendo el balón culé, los ajustes del entonces nuevo técnico azulgrana se fundamentaron en el carácter asimétrico de sus laterales y extremos, de tal manera que en cada una de las parejas uno de los protagonistas mantuviera un papel mucho más centrado que el otro. Sergi Roberto, desde la derecha, ejercía prácticamente como un tercer central, mientras Jordi Alba en la orilla del campo contraria tomaba cuerpo como extremo. A su vez, como réplica, el extremo diestro -Ansu Fati- asumía la responsabilidad más cerca de la cal que un teórico atacante de banda izquierda convertido finalmente en un delantero de influencia eminentemente interior, acompañando y al mismo tiempo emparedando a un Leo Messi situado como elemento central.
La falta de tiempo y el primer tropiezo en Mestalla, no obstante, provocaron cierta simplificación de la hoja de ruta y un retorno hacia formulaciones más parecidas a las que había seguido el conjunto culé los meses anteriores. De nuevo el 1-4-3-3, con Ansu en la izquierda y un carril derecho trabajado desde la alternancia entre Messi, Griezmann, Sergi Roberto y De Jong. La última prueba fue otro viejo conocido, el rombo, empleado en partidos donde, con Arturo Vidal en el once, el chileno no partió desde fuera sino por delante de los dos interiores, como una suerte de acompañamiento profundo desde la segunda línea para los apoyos y la tendencia a relacionarse con el mediocampo de Leo y Antoine.
Messi, Griezmann… y Luis Suárez
Una de las grandes particularidades de los primeros pasos de Quique Setién en el banquillo del Barça fue la ausencia, por lesión, de uno de los futbolistas que más peso venía teniendo en el equipo tanto a nivel superficial como profundo. Sin Luis Suárez el conjunto azulgrana perdía a uno de los futbolistas que a través de sus virtudes y sus defectos definía el funcionamiento de su engranaje, y a un jugador cuyo impacto sobre las porterías rivales a nivel numérico, en una competición como la Liga, tiende a ser muy alto. En ausencia del uruguayo y sin un otro nueve natural en la recamara, las soluciones del nuevo cuerpo técnico fueron desde una suerte de doble falso nueve compuesto por Messi y Griezmann, al juego más solitario de uno de ellos en la punta de ataque, pasando por las compensaciones de Vidal llegando en avalancha para ocupar los espacios vacíos en el centro del ataque y ejercer prácticamente como ariete en funciones.
Viendo que las semanas sin Luis Suárez no le sirvieron al equipo para dar con una fórmula alternativa estable y capaz de procurarle al equipo en general y a Leo Messi en particular los automatismos en campo contrario necesarios para un juego cómodo, cabe suponer que el regreso de la competición conllevará también la vuelta del uruguayo a los onces. Con todo lo que eso puede implicar en junio de 2020. Un regreso que, en pos de nuevas ventajas, significará sacrificios o bien tácticos o bien individuales, para dar de nuevo encaje a la figura del charrua en el sistema. Sobre estos últimos, y teniendo en cuenta la versatilidad del protagonista, Antoine Griezmann se antoja como el futbolista más fácilmente requerido para dar unidad a la apuesta táctica. Abriéndose a la derecha si Setién decide retomar el 1-3-3-4 con el que inauguró su periplo culé con un atacante en el carril diestro y otros dos compartiendo la parcela central, recuperando su posición de extremo izquierdo en el lugar de Ansu Fati en el 1-4-3-3 que siguió a la primera opción del técnico, o incluso tomando el puesto de Arturo Vidal en la punta superior del rombo e intercambiando alturas con sus dos compañeros más adelantados.
El valor de Ter Stegen
Para un entrenador que le otorga tanta relevancia a la salida de balón de sus equipos como Quique Setién, Marc-André ter Stegen es un guardameta que ofrece un abanico de posibilidades prácticamente infinito. En la línea de algunas prácticas que utilizan otros equipos del continente, su maestría jugando el balón con los pies, su personalidad reteniéndolo a pesar del acoso de un rival y su capacidad de lectura a la hora de detectar al compañero liberado, lo habilitan como un portero perfecto en el que buscar efectos de jugador de campo. Saliendo del área para hacer la superioridad, evitando el retroceso de alguno de sus compañeros de tal manera que éstos puedan fijar sus posiciones a la espalda de la presión, o aprovechando una sobrevenida libertad para darle salida al juego con un primer envío, el alemán representa un as en la manga en la era del inicio del juego controlado y la presión feroz del contrincante.
En este sentido, ya antes de que el fútbol se interrumpiese había dado muestras Setién de tener intención de adentrarse en las posibilidades que le otorga su nuevo guardameta, a través del pase largo, de nuevas variantes en el saque de meta o de la formación de un primer escalón de tres hombres con el portero entre centrales. Especialmente esto último, en tanto que obliga al rival a presionar con diez futbolistas los once de su oponente, se antoja como una de las áreas de crecimiento más inmediatas del proyecto, toda vez es algo ya insinuado que no llegó a exprimirse del todo. En el último partido de Liga, por ejemplo, ante la Real Sociedad, fue habitual encontrar a Marc André entre Piqué y Lenglet a la misma altura que los centrales, aunque éstos no siempre llegaran a abrir sus posiciones como suele suceder en un inicio de la jugada con línea de tres.
Arthur y De Jong en campo contrario
Una de las diferencias más notables que expuso el planteamiento inicial de Quique Setién con respecto al Barça que heredó de Ernesto Valverde fue una mayor inclinación a la pausa en la mayoría de sus procesos de juego. Tanto la salida como el avance debían ser más reposados, una medida que permite al equipo estar más junto con y sin balón pero que al mismo tiempo le entrega un tiempo extra al adversario para levantar o recomponer su organización defensiva en campo propio. Es por eso que uno de los aspectos que más le costó resolver al conjunto azulgrana en las semanas previas al parón fueron, precisamente, aquellos relacionados con el desenlace. Sin poder recurrir a los desdoblamientos y a las apariciones sorpresivas por fuera como consecuencia de jugar con un único futbolista en cada una de las dos orillas, sin especialistas en el desborde exterior capaces de trastabillar el esqueleto rival y hacerlo caer hacia una de las esquinas, y limitado el desborde interior a las acciones de Leo Messi a veces desde muy atrás, a los culés les costó especialmente derribar muros.
De cara a resolver este tipo de situaciones, y atendiendo a los condicionantes de una plantilla que, a la espera de Ousmane Dembélé, no va a ser distinta en lo que queda de curso, los nombres de Arthur Melo y De Jong se antojan claves. En primer lugar porque de ellos dos, junto a Busquets, va a depender que la circulación de balón en campo rival sea lo suficientemente ágil y agresiva como para paliar la falta de desequilibrio individual en banda del ataque barcelonista, y en segundo lugar porque tanto el brasileño como el neerlandés sí poseen la capacidad de romper líneas por dentro para agrietar el sistema defensivo contrario. Además de la puesta apunto física del ex de Gremio, pues, resultará clave para el Barça conseguir un contexto de juego favorable a De Jong, quien muchas veces a lo largo del curso se ha visto más orientado a los espacios, la banda y la frontal del área que a la pelota y a la base de la jugada. No por nada, una de sus mejores actuaciones como culé llegó en el Benito Villamarín de la mano de un rombo que, como interior izquierdo, le permitió ver ocupadas todas las posiciones ofensivas con los laterales, los dos delanteros y el mediapunta, y poder enfrentar la acción desde abajo hacia arriba y siempre cerca del esférico.
El regreso de la Liga española tiene forma de enorme interrogante. Influyen en ello los meses de inactividad y la evolución de los equipos cortada en seco, pero también el cambio obligado en situación, reglamento y atmósfera por parte de la competición. Para el Barça de Quique Setién la duda es si cabe mayor, pues su caso particular es el de un equipo que previamente a la interrupción se encontraba en pleno proceso de formación. Manejando unos tiempos distintos a los de la mayoría de sus competidores, la del técnico cántabro era una contrarreloj en búsqueda de los planteamientos, variantes y mecanismos con los que poder ser competitivo lo antes posible y hasta el final de curso. Una historia de apuestas y renuncias que en poco más de una decena de partidos vio desfilar diversos ajustes a la caza de la receta correcta. Una historia que, a partir de este sábado en Son Moix, habrá que descubrir si empieza de nuevo o si, por el contrario, reemprende la lectura desde la última doblez.
Un equipo, tres dibujos
A pesar de su corta vida -o quizá precisamente por eso mismo- el Barça de Quique Setién antes de que se detuviera la competición vistió hasta tres trajes distintos. Su primer vestido, el inicial y probablemente más complejo tanto en idea como en ejecución, consistió en una suerte de dibujo mutante engalanado de 1-3-3-4 con balón y de 1-4-3-3 sin él. Siendo el balón culé, los ajustes del entonces nuevo técnico azulgrana se fundamentaron en el carácter asimétrico de sus laterales y extremos, de tal manera que en cada una de las parejas uno de los protagonistas mantuviera un papel mucho más centrado que el otro. Sergi Roberto, desde la derecha, ejercía prácticamente como un tercer central, mientras Jordi Alba en la orilla del campo contraria tomaba cuerpo como extremo. A su vez, como réplica, el extremo diestro -Ansu Fati- asumía la responsabilidad más cerca de la cal que un teórico atacante de banda izquierda convertido finalmente en un delantero de influencia eminentemente interior, acompañando y al mismo tiempo emparedando a un Leo Messi situado como elemento central.
La falta de tiempo y el primer tropiezo en Mestalla, no obstante, provocaron cierta simplificación de la hoja de ruta y un retorno hacia formulaciones más parecidas a las que había seguido el conjunto culé los meses anteriores. De nuevo el 1-4-3-3, con Ansu en la izquierda y un carril derecho trabajado desde la alternancia entre Messi, Griezmann, Sergi Roberto y De Jong. La última prueba fue otro viejo conocido, el rombo, empleado en partidos donde, con Arturo Vidal en el once, el chileno no partió desde fuera sino por delante de los dos interiores, como una suerte de acompañamiento profundo desde la segunda línea para los apoyos y la tendencia a relacionarse con el mediocampo de Leo y Antoine.
Messi, Griezmann… y Luis Suárez
Una de las grandes particularidades de los primeros pasos de Quique Setién en el banquillo del Barça fue la ausencia, por lesión, de uno de los futbolistas que más peso venía teniendo en el equipo tanto a nivel superficial como profundo. Sin Luis Suárez el conjunto azulgrana perdía a uno de los futbolistas que a través de sus virtudes y sus defectos definía el funcionamiento de su engranaje, y a un jugador cuyo impacto sobre las porterías rivales a nivel numérico, en una competición como la Liga, tiende a ser muy alto. En ausencia del uruguayo y sin un otro nueve natural en la recamara, las soluciones del nuevo cuerpo técnico fueron desde una suerte de doble falso nueve compuesto por Messi y Griezmann, al juego más solitario de uno de ellos en la punta de ataque, pasando por las compensaciones de Vidal llegando en avalancha para ocupar los espacios vacíos en el centro del ataque y ejercer prácticamente como ariete en funciones.
Viendo que las semanas sin Luis Suárez no le sirvieron al equipo para dar con una fórmula alternativa estable y capaz de procurarle al equipo en general y a Leo Messi en particular los automatismos en campo contrario necesarios para un juego cómodo, cabe suponer que el regreso de la competición conllevará también la vuelta del uruguayo a los onces. Con todo lo que eso puede implicar en junio de 2020. Un regreso que, en pos de nuevas ventajas, significará sacrificios o bien tácticos o bien individuales, para dar de nuevo encaje a la figura del charrua en el sistema. Sobre estos últimos, y teniendo en cuenta la versatilidad del protagonista, Antoine Griezmann se antoja como el futbolista más fácilmente requerido para dar unidad a la apuesta táctica. Abriéndose a la derecha si Setién decide retomar el 1-3-3-4 con el que inauguró su periplo culé con un atacante en el carril diestro y otros dos compartiendo la parcela central, recuperando su posición de extremo izquierdo en el lugar de Ansu Fati en el 1-4-3-3 que siguió a la primera opción del técnico, o incluso tomando el puesto de Arturo Vidal en la punta superior del rombo e intercambiando alturas con sus dos compañeros más adelantados.
El valor de Ter Stegen
Para un entrenador que le otorga tanta relevancia a la salida de balón de sus equipos como Quique Setién, Marc-André ter Stegen es un guardameta que ofrece un abanico de posibilidades prácticamente infinito. En la línea de algunas prácticas que utilizan otros equipos del continente, su maestría jugando el balón con los pies, su personalidad reteniéndolo a pesar del acoso de un rival y su capacidad de lectura a la hora de detectar al compañero liberado, lo habilitan como un portero perfecto en el que buscar efectos de jugador de campo. Saliendo del área para hacer la superioridad, evitando el retroceso de alguno de sus compañeros de tal manera que éstos puedan fijar sus posiciones a la espalda de la presión, o aprovechando una sobrevenida libertad para darle salida al juego con un primer envío, el alemán representa un as en la manga en la era del inicio del juego controlado y la presión feroz del contrincante.
En este sentido, ya antes de que el fútbol se interrumpiese había dado muestras Setién de tener intención de adentrarse en las posibilidades que le otorga su nuevo guardameta, a través del pase largo, de nuevas variantes en el saque de meta o de la formación de un primer escalón de tres hombres con el portero entre centrales. Especialmente esto último, en tanto que obliga al rival a presionar con diez futbolistas los once de su oponente, se antoja como una de las áreas de crecimiento más inmediatas del proyecto, toda vez es algo ya insinuado que no llegó a exprimirse del todo. En el último partido de Liga, por ejemplo, ante la Real Sociedad, fue habitual encontrar a Marc André entre Piqué y Lenglet a la misma altura que los centrales, aunque éstos no siempre llegaran a abrir sus posiciones como suele suceder en un inicio de la jugada con línea de tres.
Arthur y De Jong en campo contrario
Una de las diferencias más notables que expuso el planteamiento inicial de Quique Setién con respecto al Barça que heredó de Ernesto Valverde fue una mayor inclinación a la pausa en la mayoría de sus procesos de juego. Tanto la salida como el avance debían ser más reposados, una medida que permite al equipo estar más junto con y sin balón pero que al mismo tiempo le entrega un tiempo extra al adversario para levantar o recomponer su organización defensiva en campo propio. Es por eso que uno de los aspectos que más le costó resolver al conjunto azulgrana en las semanas previas al parón fueron, precisamente, aquellos relacionados con el desenlace. Sin poder recurrir a los desdoblamientos y a las apariciones sorpresivas por fuera como consecuencia de jugar con un único futbolista en cada una de las dos orillas, sin especialistas en el desborde exterior capaces de trastabillar el esqueleto rival y hacerlo caer hacia una de las esquinas, y limitado el desborde interior a las acciones de Leo Messi a veces desde muy atrás, a los culés les costó especialmente derribar muros.
De cara a resolver este tipo de situaciones, y atendiendo a los condicionantes de una plantilla que, a la espera de Ousmane Dembélé, no va a ser distinta en lo que queda de curso, los nombres de Arthur Melo y De Jong se antojan claves. En primer lugar porque de ellos dos, junto a Busquets, va a depender que la circulación de balón en campo rival sea lo suficientemente ágil y agresiva como para paliar la falta de desequilibrio individual en banda del ataque barcelonista, y en segundo lugar porque tanto el brasileño como el neerlandés sí poseen la capacidad de romper líneas por dentro para agrietar el sistema defensivo contrario. Además de la puesta apunto física del ex de Gremio, pues, resultará clave para el Barça conseguir un contexto de juego favorable a De Jong, quien muchas veces a lo largo del curso se ha visto más orientado a los espacios, la banda y la frontal del área que a la pelota y a la base de la jugada. No por nada, una de sus mejores actuaciones como culé llegó en el Benito Villamarín de la mano de un rombo que, como interior izquierdo, le permitió ver ocupadas todas las posiciones ofensivas con los laterales, los dos delanteros y el mediapunta, y poder enfrentar la acción desde abajo hacia arriba y siempre cerca del esférico.