Goleada de Champions

El Atlético maniató a Osasuna en El Sadar con un gran partido del portugués, que volvió con un doblete, y el medio, que salió del banquillo para marcar otro y dar dos asistencias.

Patricia Cazón
As
Un Sadar a medio derruir fue el escenario del resurgir del Atlético. Ese Sadar sin gente y en obras, cubierto por lonas en tres de sus gradas, algún ladrillo asomaba, mientras Osasuna y Atlético trataban de llenar con voces y sudor el vacío. “Herreraaa, Saúl, ahí, ahííí”. En el fútbol post-parón-coronavirus no hay secretos. Todo se escucha, nada se puede esconder. Ni los planes ni las intenciones que brotan de las cabezas de los entrenadores. “Darko”, se oía a Arrasate, como si contestara al Cholo. Había saltado Osasuna con seis cambios con respecto al domingo y sin puñales, Estupiñán y Vidal, reservados para luego, cuando el partido estuviera más cansado. Lo hacía el Atlético con cuatro. Si Herrera era la sorpresa, João Félix encendía su linterna. La Champions a estas alturas no es algo que se sueña, sino que se consigue, y al Atlético le restan diez finales, LaLiga de Luis, para lograr lo que ahora no tiene. Si en San Mamés se instaló en viejos vicios, en El Sadar salió como esperaba a Osasuna. Cuchillo entre los dientes y a apretar. No le quedaba otra que correr más.


Correr más y tener a Koke, que se movía con libertad por delante de los pivotes. Todo el juego pasaba por sus botas. Con su luz encendida se borraba el agujero negro que suele desconectar el centro del campo rojiblanco de los delanteros y, unido a João Felix, trataba de encontrar bulevares hacia Costa en los pasillos interiores. Acercamiento hubo, ocasiones claras faltaron. Mientras, Osasuna, dominado, sólo podía hacer una cosa: correr tras el balón. Correr y rezar.

Lo inevitable tardó en subir al marcador 28 minutos. Un gol combinativo, que pasó por muchas botas antes de estamparse en la red de Rubén. Herrera levanta los ojos y atisba el desmarque de Lodi, un cuchillo en la izquierda, que cede atrás. Remata Saúl, rechaza Lato, pero la pelota queda muerta en el área para que João Félix desenfundara la pierna. Plof. El golpeo, seco y alto, solo podía tener un final: la red. Precisión y oportunismo. Volver mejor, imposible.

Trató Osasuna de que no lo paladeara demasiado el Cholo, convirtiendo la pelota para los rojiblancos durante unos minutos en balón medicinal. Se fue arriba, entre centros laterales y segundas jugadas, y enlazó tres ataques consecutivos que terminaron a los pies de Oblak. Para que no se dijera eso que no había comparecido en un partido en el que João Félix, Lodi y Koke pugnaban por ponerle su nombre. Entre los tres lograron sacudirse ese dominio rojillo para volver a llenar de lírica el área de Rubén. Diez minutos solo le había durado el control a Osasuna, un equipo de los que no se dejan fácil maniatar.

El descanso llegó entre coscorrones (Saúl), saltos castigados con amarillas (Savic sobre Aridane) y el Atlético yéndose a la caseta con la misión cumplida. 45’ primeros minutos buenos, sin desidia ni abulia. La nueva normalidad. Y eso que aún le quedaba Llorente.

Cuando el partido regresó del reposo, calentaba Rubén García mientras Enric Gallego le peleaba todos los balones por alto a Savic y a un Giménez prácticamente insuperable. Volvió Osasuna con la intención de arrancarse las bridas de las piernas que le había puesto el Cholo, pero João Félix sí podía regresar mejor. Con un doblete. Se había abrochado al fin fuerte los galones en la camiseta y estos brillaban en la noche de Pamplona. La jugada nació en un Correa hasta el momento intranscendente. Filtró una pelota a Costa por detrás de la defensa que dejaba solo al de Lagarto ante Rubén. Un Costa generoso que, en vez de rematar, miró a su izquierda y envolvió el balón en un lazo para regalárselo a João Félix. Gol. Ese doblete.

Fue en ese momento cuando Arrasate sacó sus puñales, Vidal y Estupiñán, quizá demasiado tarde, cuando la hemorragia de su equipo en el marcador ya era incontenible. Respondió el Cholo sacándose del banco a su héroe de Anfield: un Llorente cómodo en el traje de delantero. El tercer, el cuarto y el quinto gol del Atlético pasaron por sus botas. Uno lo marcó, dos los dio, a Morata (que subió al marcador tras revision de VAR) y a Carrasco, mientras Simeone alzaba la vista en Pamplona y veía posible aquello que durante tres largos meses era obsesión. Sumar de tres en tres, ganar fuera seis meses después, dormir en Champions.

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