Futbol Histórico: Menottismo o Bilardismo, el eterno debate en Argentina

Unión Futbolera
Como en la vida, lo más bonito del fútbol es que no hay un único camino a la gloria. Por ello, los hay quienes proponen un estilo concreto para alcanzarla, que en ocasiones puede acabar resultando tan efectivo como el de otros cuyas ideas son totalmente contrapuestas. A su vez, los hay quienes simpatizan más con una influencia, mientras que otros se decantan por la contraria. A raíz de ello, a finales del siglo pasado surgió la que es una de las mayores rivalidades de este maravilloso deporte. De igual manera que existe el madridismo y el barcelonismo, en Argentina surgió el menottismo y el bilardismo.


Todo comenzó con la llegada de César Luis Menotti (Rosario, Argentina, 22/X/1938) al banquillo de la selección argentina en 1974. Después del fracaso de la albiceleste en el Mundial del ‘74, el entrenador rosarino llegó con el cartel de vencedor del Campeonato Metropolitano con Huracán en 1973. La selección se preparaba para una revolución, por lo que se confió en Menotti para encabezar un proyecto a largo plazo. El objetivo era el éxito en el Mundial del ’78, en el que Argentina sería la anfitriona. Para ello, impregnó en el combinado albiceleste un estilo rompedor, que guardaba muchas similitudes con el de la selección neerlandesa de Cruyff. Sus valores fundamentales se basaron en el juego técnico, de posesión y estético, apostando por un estilo ofensivo y vistoso.

Empeñado en afinar el juego a un toque y la paciencia en la creación de las jugadas de ataque, pues el error rival siempre llegaría tarde o temprano. Como se suele decir, para él lo más importante no era el qué, sino el cómo.

La fidelidad hacia el buen trato del balón y la disciplina en su fútbol era indispensable. Por ello, siguió un proceso de lo más riguroso a la hora se completar sus convocatorias. Para él, las victorias “vacías” no eran victorias, por lo que se aferró a su libreta hasta el último de sus días en los banquillos.

El sacrificio y la dedicación para introducir estos principios en el equipo terminaron dando su fruto en la cita mundialista del ’78. El flaco alcanzó su clímax como dirigente del cuadro local hasta llevarlo a levantar el ansiado título por primera vez en su historia. Un año después, decidió hacerse con los mandos del equipo juvenil en el Mundial sub-20, repitiendo el triunfo con la ayuda de un genio que terminó por demostrar que su lugar estaba en el vestuario de la absoluta, Diego Armando Maradona.

Él fue quien le dio a Argentina su primera Copa del Mundo. Además, ante su afición, con una propuesta de lo más atractiva para el espectador. Por todo ello, en el país sudamericano se creó una especie de congregación devota del entrenador rosarino, el Menottismo, por lo que su marcha de la selección tras caer eliminado en fase de grupos en el Mundial de 1982 fue muy dolorosa para gran parte de la hinchada argentina.

Quedaba vacía una plaza muy grande, difícil de sustituir. Por ello, siguiendo el mismo criterio, la AFA se decantó por llamar a un técnico que, de igual manera que Menotti, había triunfado en Argentina. Era Carlos Salvador Bilardo (Buenos Aires, Argentina, 16 de marzo de 1938), complejo como pocos, y campeón de la Primera División argentina con Estudiantes. Al nuevo preparador se le marcó nuevamente como principal objetivo el Mundial más cercano. En este caso, el de Colombia 1986, que terminó siendo en México.

Sus inicios no fueron nada sencillos. Con la figura mitificada de su predecesor aún reciente, tanto la afición como el periodismo cargaron duramente contra el nuevo seleccionador y sus ideas futbolísticas. En contra de lo que proponía el llamado menottismo, el Narigón priorizaba la táctica, la contención del adversario y, ante todo, la victoria. El cómo (en cuanto a esteticidad con el balón se refiere) pasó a un segundo plano. Para el doctor, el triunfo era lo primordial. Para ello, potenció al máximo los recursos de los que disponía. De igual manera que Menotti, sus listas de seleccionados se realizaron con la máxima precisión. Sin embargo, estas pasaron a estar repletas de novatos que venían despuntando en la liga argentina, caracterizados por ser futbolistas de carácter, y hábiles en el contraataque.

A las duras críticas se le sumaron los desconcertantes resultados. La selección no consiguió certificar su presencia en el Mundial hasta la última jornada de las eliminatorias ante Perú gracias al gol de Ricardo Gareca (curiosamente, después de dejar sin mundial al equipo peruano, les devolvió al máximo campeonato a nivel de selecciones como entrenador).

Con todos los focos sobre él, Bilardo fraguó un equipo muy sólido. Además, consciente de la gran baza con la que contaba, decidió entregarle el brazalete a Maradona, para desacuerdo de Pasarella. En ese camino, el doctor perfeccionó su idea, construyendo un sistema de juego inédito, formado por tres centrales cinco centrocampistas y dos delanteros que dejó sin palabras en el mejor sentido a los analistas. A su vez, todos ellos dejaron atrás la técnica para dar mayor importancia a la táctica, rigurosidad y sacrificio en la defensa, apelando al contraataque y la magia de su capitán.

Por otro lado, la pizarra del Narigón y sus extravagancias fueron de la mano en el camino a México. Entre las muchas excentricidades que definieron al porteño se encuentran las de obligar a sus jugadores a empezar el Mundial con un par de kilogramos de más, o su afán por el perfeccionismo absoluto, pues ganar era lo único válido para él, fuese como fuese. Incluso se llegó a decir que, tras un mal inicio en la Copa del Mundo del ’90, les dijo a sus jugadores que si caían eliminados en primera ronda, se encargaría personalmente de estrellar el avión antes de llegar a Argentina.

Finalmente, decidió poner punto final a su periplo como director técnico de la selección en 1990. Dejaba a sus espaldas un Mundial ’86 que pasó a la historia por la increíble actuación individual de Maradona y el éxito táctico del Doctor. Por otra parte, llevó a su selección cuatro años más tarde hasta una nueva final, aunque esta vez cayendo derrotada ante Alemania por 1-0. Consiguió ganarse el respeto y cariño de un público que fue muy reticente con él a su llegada, pero que acabó igualando los registros de su predecesor.

Fue entonces cuando nació el segundo gran movimiento, conocido como el Bilardismo, basado en un fútbol más pragmático, sin importar la esteticidad y primando la disciplina y la sobriedad táctica.

Treinta años después, continúa el debate sobre quien de los técnicos más importantes y populares fue mejor que divide a toda una nación. El vanguardismo o el pragmatismo, la técnica o la táctica, la esteticidad o la rigurosidad. Lo que es un hecho es que ambos hicieron una labor excelente en su estancia al frente de la albiceleste, dejando un legado que nadie ha sabido igualar hasta ahora. Dos genios en sus respectivas filosofías del juego que continúan siendo el modelo en el que fijarse para muchos entrenadores argentinos, e incluso del mundo.

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