¿Escasea el extremo regateador?

Balón en Profundidad
Seguramente todos estén de acuerdo si asentamos la premisa de que el perfil del extremo regateador cada vez escasea más. Que los sigue habiendo, a todos los niveles, con Neymar y Messi como máximos exponentes, pero es cierto que se produce una curiosa paradoja en torno a ellos: son más necesarios que nunca y a su vez no se les demanda.




Bajo la constante evolución del fútbol y sus ideas, no es ninguna absurdez decir que estamos viviendo la época más competitiva en la historia de este deporte. No en el sentido de variedad de campeones a lo largo de los años, sino de la capacidad de cualquier equipo de ser competitivo, de estrechar las diferencias que existen en cuanto a recursos dentro del rectángulo de juego. Algo que se logra principalmente desde la táctica, desde la pizarra.

Vivimos la era en que más profesionalizado está todo, donde todo se estudia hasta el mínimo detalle, donde se invierte con convicción en todo aquello que ayude a conocer mejor a tu rival y también a ti mismo. No es que todo esté inventado ya, nunca se debe pensar eso, pero sí es cierto que en esta etapa futbolística todo está mucho más encorsetado, más analizado y por ende controlado.

La era de la gran profesionalización del fútbol en todos sus estamentos ha derivado en un deporte mucho más igualado y competitivo.

A este equilibrio táctico se ha llegado desde una filosofía compartida: la importancia supina del balón y los espacios. Dos cuestiones que pueden chocar entre sí pero que a su vez se retroalimentan. En Europa se ha concebido la posesión de balón como mejor forma de construir un ataque. Combinar, moverse y hacer que se mueva el rival para generar esos preciados espacios susceptibles de ser atacados. Aprovechar la atención que genera el balón, y que éste va más rápido que el futbolista, para acabar generando ventajas. Unas ventajas que, quien no tiene la posesión, pretende minimizar desde la reducción de espacios; juntarse cerca de su área, estrechar la distancia entre líneas y no abrirse en exceso para estar bien compactados, cual formación vikinga utilizando sus escudos para defenderse de los arqueros enemigos.

Ante esa situación que tanto se vive en el fútbol, con un equipo -habitualmente el de mayor capacidad técnica- dominando el balón, arriesgando al dejar espacios a su espalda pero confiando en encontrar una fisura en la defensa rival desde la combinación, mientras la otra escuadra se cierra, repliega y espera su oportunidad para recuperar y atacar con verticalidad esos espacios a campo abierto, la figura del regateador cobra una dimensión especial para uno de ellos. Ya lo dice Marcelo Bielsa: «la gambeta es la verdadera estrella del fútbol. Es la que permite solucionarlo todo«. Lo llamativo es que, conociendo de su importancia y su necesidad en un contexto como el actual, apenas hay futbolistas que exploten este recurso, pero ¿es por falta de jugadores así o es porque en realidad no se demanda?

Siguen existiendo multitud de extremos con capacidad para el uno contra uno, pero ya no se utilizan en virtud de atacar el espacio, sino de generarlo.

Es curioso, el regateador es más necesario que nunca ante la gran rigidez táctica que impera en el fútbol actual, pero a su vez al extremo se le suele demandar que combine bien con sus compañeros, que busque la asociación y el juego por dentro. Ese futbolista que encara, ataca el espacio ganando línea de fondo y centra es muy difícil de encontrar. Si vamos a los equipos de La Liga que más centran, Sevilla, Real Madrid y Eibar, los que lideran las tablas de centros laterales son, precisamente, los laterales. En estos equipos el extremo siempre tiende a ir hacia dentro, a abrirle el paso al lateral para que él se encargue de colgar el balón al área. El extremo, que bien busca encarar, lo hace siempre yendo hacia la portería rival, precisamente donde más piernas hay y más difícil es librarse de la marca con éxito.

Del regateador se pide que encare hacia dentro, se vaya de su marcador y a partir de ese desequilibrio combine para generar los espacios que permitan una situación cómoda de definición. No es el que el extremo regateador haya dejado de existir, es que se le demandan otras cosas. Se le demanda algo que, permitiendo obtener ventajas, no se optimiza su naturaleza, su facilidad para el uno contra uno. Neymar y Messi son los mejores exponentes de esto; jugadores que parten desde la banda (aunque ambos cada vez la abandonan más como punto de partida) y sus regates van orientados hacia el balcón del área ya sea para finalizar, tirar una pared o asistir al desmarque corto de un compañero. Son el modelo de extremo regateador moderno. Ante sistemas compactos donde el espacio es clave, resulta curioso que la fórmula para romperlos pase por incrustarse en él y bombardearlo desde dentro y no tanto estirarlo, atacarlo por los costados -su zona más vulnerable- y aprovechar las virtudes de un extremo regateador que cada vez brilla más por su ausencia, no por falta de perfiles, sino por falta de demanda. Una era en la que el gambeteador, como dirían en Sudamérica, siendo más necesario que nunca, no es utilizado como el futbolista que siempre fue.

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