Crece el número de beneficiarios, pero faltan manos en los bancos para pagar los bonos
La gente llega hasta seis horas antes de la apertura de las agencias habilitadas para pagar los subsidios del Gobierno a las personas que no pueden trabajar por la cuarentena. Asoban dice que tratará de abrir más puntos de atención
Ernesto Estremadoiro
El Deber
Aida Lucas observa una larga hilera de personas delante de ella. Mira la columna y observa, una y otra vez, las manecillas de su reloj que marcan las 10:45 de la mañana. Su turno es el 219, o al menos eso cree porque la fila creció rápidamente desde que llegó al banco a las cinco de la mañana. La mujer es parte de esa masa anónima de personas que buscan cobrar el Bono Familia, un beneficio que el Gobierno comenzó a pagar a la gente que no puede trabajar, por la emergencia sanitaria que vive el país. Pero cobrarlo parece una tarea titánica; pocas financieras están habilitadas para hacer el pago. La mujer vuelve a mirar su reloj y la desesperación se apodera de su rostro: “Si no cobro hoy no podré hacerlo hasta la otra semana y en la casa solo tengo arroz”, dice angustiada.
La mujer de 50 años es una viuda que tiene a su cuidado a tres de sus seis hijos. Los otros tres; dos viven en Santa Cruz y uno en Argentina. “Me ayudan a mí y a sus hermanos como pueden, pero la situación está complicada para todos”, cuenta.
Ella vive en el barrio España, ubicado en la populosa zona de la Pampa de la Isla. Su casa está unas 10 cuadras de la oficina del Banco Prodem, donde llegó con la esperanza de cobrar el beneficio. El Bono Familia, es un apoyo económico que paga el Estado a familias que tengan hijos en colegios fiscales y privados. La asignación es de Bs 500 por menor.
Antes de la cuarentena, la mujer vendía comida de forma ambulante. Dentro de un contexto adverso dice que tiene buena sazón porque terminaba todo lo que sus manos hacían. “Así he sacado a mi familia adelante desde que murió mi marido hace 12 años”, cuenta.
Todo su menú lo ofrecía por la carretera que une Cotoca con Santa Cruz, la vía atraviesa de forma recta la Pampa de la Isla. En las laderas de la carretera de asfalto lo que abundan son bancos. La fluida actividad comercial transformó la zona en punto estratégico. Pero pese a que, por disposición estatal, todos tenía que abrir, solo unos cuantos lo hicieron.
A unos metros de Aida, Mario Durán, tenía la ficha 260 y ya estaba resignado a no cobrar. “Ayer, mi vecino se quedó sin cobrar”, dice el hombre de 40 años que se ganaba la vida manejando un taxi, antes de decretarse la cuarentena.
Desde el 22 de marzo el país está paralizado. Todas las actividades masivas se cancelaron, el flujo comercial cayó a cero. Además, el Gobierno estableció restricciones de circulación a las personas, que solo pueden salir a la calle una vez por semana dependiendo en qué dígito termine su número de cédula de identidad. Por eso, Aida y Mario estaban desesperados.
“Es difícil sobrellevar la situación, y si uno no trabaja por lo menos el bono ayuda en algo, pero si no lo cobro tengo que esperar hasta el otro jueves”, dijo Mario.
Ernesto Estremadoiro
El Deber
Aida Lucas observa una larga hilera de personas delante de ella. Mira la columna y observa, una y otra vez, las manecillas de su reloj que marcan las 10:45 de la mañana. Su turno es el 219, o al menos eso cree porque la fila creció rápidamente desde que llegó al banco a las cinco de la mañana. La mujer es parte de esa masa anónima de personas que buscan cobrar el Bono Familia, un beneficio que el Gobierno comenzó a pagar a la gente que no puede trabajar, por la emergencia sanitaria que vive el país. Pero cobrarlo parece una tarea titánica; pocas financieras están habilitadas para hacer el pago. La mujer vuelve a mirar su reloj y la desesperación se apodera de su rostro: “Si no cobro hoy no podré hacerlo hasta la otra semana y en la casa solo tengo arroz”, dice angustiada.
La mujer de 50 años es una viuda que tiene a su cuidado a tres de sus seis hijos. Los otros tres; dos viven en Santa Cruz y uno en Argentina. “Me ayudan a mí y a sus hermanos como pueden, pero la situación está complicada para todos”, cuenta.
Ella vive en el barrio España, ubicado en la populosa zona de la Pampa de la Isla. Su casa está unas 10 cuadras de la oficina del Banco Prodem, donde llegó con la esperanza de cobrar el beneficio. El Bono Familia, es un apoyo económico que paga el Estado a familias que tengan hijos en colegios fiscales y privados. La asignación es de Bs 500 por menor.
Antes de la cuarentena, la mujer vendía comida de forma ambulante. Dentro de un contexto adverso dice que tiene buena sazón porque terminaba todo lo que sus manos hacían. “Así he sacado a mi familia adelante desde que murió mi marido hace 12 años”, cuenta.
Todo su menú lo ofrecía por la carretera que une Cotoca con Santa Cruz, la vía atraviesa de forma recta la Pampa de la Isla. En las laderas de la carretera de asfalto lo que abundan son bancos. La fluida actividad comercial transformó la zona en punto estratégico. Pero pese a que, por disposición estatal, todos tenía que abrir, solo unos cuantos lo hicieron.
A unos metros de Aida, Mario Durán, tenía la ficha 260 y ya estaba resignado a no cobrar. “Ayer, mi vecino se quedó sin cobrar”, dice el hombre de 40 años que se ganaba la vida manejando un taxi, antes de decretarse la cuarentena.
Desde el 22 de marzo el país está paralizado. Todas las actividades masivas se cancelaron, el flujo comercial cayó a cero. Además, el Gobierno estableció restricciones de circulación a las personas, que solo pueden salir a la calle una vez por semana dependiendo en qué dígito termine su número de cédula de identidad. Por eso, Aida y Mario estaban desesperados.
“Es difícil sobrellevar la situación, y si uno no trabaja por lo menos el bono ayuda en algo, pero si no lo cobro tengo que esperar hasta el otro jueves”, dijo Mario.