Real Madrid-Bayer Leverkusen 2002: la final de Iker Casillas
Madrid, EFE
Fue la final de Zidane, de aquel escorzo imposible, uno de los goles más bellos que se hayan podido ver en un campo de fútbol. Fue la final de la angustia, de no saber cómo controlar a unos rebeldes alemanes, inferiores al potencial tuyo, pero que se crecen ante la adversidad. Aquel Real Madrid – Leverkusen de Glasgow fue la novena Copa de Europa del Madrid. Y fue también la final de un chaval que quería decir algo, levantar la voz en tiempos difíciles. Fue la noche de Iker Casillas.
En la mente de todos, los minutos finales, la prolongación eterna de siete minutos del colegiado suizo Urs Meier. Las tres paradas antológicas en minuto y medio del portero blanco. La angustia llevada a extremos insospechados para acabar disfrutando, levantando la novena en el palmarés. Después, las lágrimas de Casillas en cada entrevista, los lamentos de los seguidores alemanes que nunca vieron tan cerca un trofeo tan inesperado.
Descargó Casillas toda su furia en los momentos posteriores al partido. No era para menos. Una temporada muy irregular le había quitado la titularidad. Y no se la había arrebatado cualquiera, había sido uno de sus mentores, Vicente del Bosque, que le había visto mal, errático, nervioso al comienzo del año. Que le había comunicado la drástica decisión en un partido en Bilbao, a mediados de febrero. César Sánchez era el elegido, en principio para aquel encuentro, pero la decisión era definitiva. Con el cacereño en el campo el Madrid disputaría los cuartos de final de la Champions ante el Bayern, los dos partidos de semifinales ante el Barcelona, la final de Copa en el Bernabéu ante el Deportivo, y esta final que nos ocupa en Glasgow. Casillas era ya el guardameta suplente.
Por eso, Iker vio la luz en un instante del partido. Corría el minuto 66 y Del Bosque le mandó calentar. El técnico ve con malos ojos un mal salto que había dado César al intentar despejar un balón. Los malos augurios se cumplieron pero a Casillas se le abrieron las puertas. Quizá el momento no era el mejor pero a un futbolista se le nubla la vista en esas circunstancias. Ha de ponerse de inmediato en el papel, sin casi preocuparse de la salud del compañero. El mostoleño salió sin nervios, con 21 años, a comerse el mundo, a comenzar de nuevo, a hacerse otra vez a la idea de defender una portería de prestigio.
Lo que sigue es historia. Es historia ese gol de pillo de Raúl tras un saque de banda, el empate de Lucio, la maravilla de Zidane. Con 2-1 para el Madrid, el Leverkusen no dejó de atacar y lo hizo de manera furibunda en el tramo final. Aquellos tres córners con sendos remates a portería, sacados todos de manera increíble, casi milagrosa. A Iker se le abría el cielo. Fue a abrazarse con César expresando al final lo que habría querido hacer desde un inicio pero la premura y la urgencia del encuentro se lo había impedido.
Dos días antes de aquella final, Camacho le ratificó en la selección en la lista definitiva para el Mundial de Corea, aunque con sus suplencias en el Madrid el técnico llegó a declarar que "se lo tenía que pensar mucho". El 17 de mayo, a dos semanas del evento a Cañizares se le cayó un frasco de colonia en la habitación del hotel que le provocó una lesión importante en los tendones del pie. Casillas sería el titular de un Mundial de infausto recuerdo para España, pero no para él, héroe en el partido de octavos ante Eire.
Esa noche del 15 de mayo a Iker le cambió la vida. Nadie sabe lo que hubiera pasado en su carrera de permanecer en el banquillo toda la final. Hubiera sido suplente en el Mundial y, a partir de ahí, lo que cada uno quiera imaginar. Esa noche fue siempre la suya, por la que le hervía la sangre en el banquillo. Fue su Copa de Europa, aunque antes había llegado otra, y en 2014 llegó la décima. Pero esa del 2002 no la olvidará jamás.
Fue la final de Zidane, de aquel escorzo imposible, uno de los goles más bellos que se hayan podido ver en un campo de fútbol. Fue la final de la angustia, de no saber cómo controlar a unos rebeldes alemanes, inferiores al potencial tuyo, pero que se crecen ante la adversidad. Aquel Real Madrid – Leverkusen de Glasgow fue la novena Copa de Europa del Madrid. Y fue también la final de un chaval que quería decir algo, levantar la voz en tiempos difíciles. Fue la noche de Iker Casillas.
En la mente de todos, los minutos finales, la prolongación eterna de siete minutos del colegiado suizo Urs Meier. Las tres paradas antológicas en minuto y medio del portero blanco. La angustia llevada a extremos insospechados para acabar disfrutando, levantando la novena en el palmarés. Después, las lágrimas de Casillas en cada entrevista, los lamentos de los seguidores alemanes que nunca vieron tan cerca un trofeo tan inesperado.
Descargó Casillas toda su furia en los momentos posteriores al partido. No era para menos. Una temporada muy irregular le había quitado la titularidad. Y no se la había arrebatado cualquiera, había sido uno de sus mentores, Vicente del Bosque, que le había visto mal, errático, nervioso al comienzo del año. Que le había comunicado la drástica decisión en un partido en Bilbao, a mediados de febrero. César Sánchez era el elegido, en principio para aquel encuentro, pero la decisión era definitiva. Con el cacereño en el campo el Madrid disputaría los cuartos de final de la Champions ante el Bayern, los dos partidos de semifinales ante el Barcelona, la final de Copa en el Bernabéu ante el Deportivo, y esta final que nos ocupa en Glasgow. Casillas era ya el guardameta suplente.
Por eso, Iker vio la luz en un instante del partido. Corría el minuto 66 y Del Bosque le mandó calentar. El técnico ve con malos ojos un mal salto que había dado César al intentar despejar un balón. Los malos augurios se cumplieron pero a Casillas se le abrieron las puertas. Quizá el momento no era el mejor pero a un futbolista se le nubla la vista en esas circunstancias. Ha de ponerse de inmediato en el papel, sin casi preocuparse de la salud del compañero. El mostoleño salió sin nervios, con 21 años, a comerse el mundo, a comenzar de nuevo, a hacerse otra vez a la idea de defender una portería de prestigio.
Lo que sigue es historia. Es historia ese gol de pillo de Raúl tras un saque de banda, el empate de Lucio, la maravilla de Zidane. Con 2-1 para el Madrid, el Leverkusen no dejó de atacar y lo hizo de manera furibunda en el tramo final. Aquellos tres córners con sendos remates a portería, sacados todos de manera increíble, casi milagrosa. A Iker se le abría el cielo. Fue a abrazarse con César expresando al final lo que habría querido hacer desde un inicio pero la premura y la urgencia del encuentro se lo había impedido.
Dos días antes de aquella final, Camacho le ratificó en la selección en la lista definitiva para el Mundial de Corea, aunque con sus suplencias en el Madrid el técnico llegó a declarar que "se lo tenía que pensar mucho". El 17 de mayo, a dos semanas del evento a Cañizares se le cayó un frasco de colonia en la habitación del hotel que le provocó una lesión importante en los tendones del pie. Casillas sería el titular de un Mundial de infausto recuerdo para España, pero no para él, héroe en el partido de octavos ante Eire.
Esa noche del 15 de mayo a Iker le cambió la vida. Nadie sabe lo que hubiera pasado en su carrera de permanecer en el banquillo toda la final. Hubiera sido suplente en el Mundial y, a partir de ahí, lo que cada uno quiera imaginar. Esa noche fue siempre la suya, por la que le hervía la sangre en el banquillo. Fue su Copa de Europa, aunque antes había llegado otra, y en 2014 llegó la décima. Pero esa del 2002 no la olvidará jamás.