Griezmann, de Príncipe a peón
Barcelona, AS
Griezmann no tiró a puerta contra 'su' Real Sociedad. No es la primera vez que ocurre este año y no puede ser catalogado como normal en el tercer mejor jugador del mundo en el año 2016 y con casi 180 goles en su carrera deportiva. El escenario no es sencillo para Griezmann, porque parece estar en deuda permanente con el club y la gente. En siete partidos de LaLiga, ha hecho el gol más difícil del fútbol, el 1-0 para el Barça. Ha hecho goles importantes. En San Paolo o Anoeta, el 1-1.
Y en Ibiza rescató a un equipo que iba camino de un ridículo histórico. Cuando marca, parece que no es suficiente porque no pesa en el juego. Cuando no lo hace, también se le dispara. Parece en mitad de un fuego y, quiera o no, en el ánimo de la gente pesa aquel experimento exhibicionista y fallido, La Decisión, que terminó por volverse en contra de un jugador que, sin embargo, dicen que gana en las distancias cercanas y siempre ha sido muy bien aceptado en los vestuarios por tipo sano.
En descargo de Griezmann se pueden poner muchas cosas. Está remando contra su mala fama antes de llegar y contra un puesto en el campo que no le beneficia. Su trabajo, táctico y oscuro, entra poco por los ojos y tiene su mérito. Pero sorprende que un jugador que llegó rodeado de fanfarria, con un precio de 120 millones de euros y lanzando confeti para celebrar alguno de sus primeros goles, haya asumido tan rápido un papel de secundario, un rol de gregario. De Príncipe a peón hay muchos grados, y el de Griezmann en este momento no termina de estar claro.
Que Griezmann acepte su condición de lugarteniente de Messi resulta hasta lógico. Se trata de no alterar el ecosistema de un equipo que ha funcionado como un reloj, aunque ya lo haga menos, en la última década. Pero, por más que Braithwaite sea un jugador de fuegos de artificio y con menos jerarquía que el francés, resultó extraño verlo aparecer más en el partido contra la Real que el propio Griezmann. Al francés se le demanda que se descamise algún día, se quite el cinturón de seguridad y, si se la tiene que jugar en el Bernabéu cuando está bien perfilado en el balcón del área en vez de esperar a que aparezca Messi, que lo haga. Más que nada, porque el Barça, mucho más sin Suárez, necesita alguien que ayude a Messi como en su día hicieron el uruguayo o Neymar. El último tramo de la temporada va a decir mucho del futuro de Griezmann en el Barça.
Griezmann no tiró a puerta contra 'su' Real Sociedad. No es la primera vez que ocurre este año y no puede ser catalogado como normal en el tercer mejor jugador del mundo en el año 2016 y con casi 180 goles en su carrera deportiva. El escenario no es sencillo para Griezmann, porque parece estar en deuda permanente con el club y la gente. En siete partidos de LaLiga, ha hecho el gol más difícil del fútbol, el 1-0 para el Barça. Ha hecho goles importantes. En San Paolo o Anoeta, el 1-1.
Y en Ibiza rescató a un equipo que iba camino de un ridículo histórico. Cuando marca, parece que no es suficiente porque no pesa en el juego. Cuando no lo hace, también se le dispara. Parece en mitad de un fuego y, quiera o no, en el ánimo de la gente pesa aquel experimento exhibicionista y fallido, La Decisión, que terminó por volverse en contra de un jugador que, sin embargo, dicen que gana en las distancias cercanas y siempre ha sido muy bien aceptado en los vestuarios por tipo sano.
En descargo de Griezmann se pueden poner muchas cosas. Está remando contra su mala fama antes de llegar y contra un puesto en el campo que no le beneficia. Su trabajo, táctico y oscuro, entra poco por los ojos y tiene su mérito. Pero sorprende que un jugador que llegó rodeado de fanfarria, con un precio de 120 millones de euros y lanzando confeti para celebrar alguno de sus primeros goles, haya asumido tan rápido un papel de secundario, un rol de gregario. De Príncipe a peón hay muchos grados, y el de Griezmann en este momento no termina de estar claro.
Que Griezmann acepte su condición de lugarteniente de Messi resulta hasta lógico. Se trata de no alterar el ecosistema de un equipo que ha funcionado como un reloj, aunque ya lo haga menos, en la última década. Pero, por más que Braithwaite sea un jugador de fuegos de artificio y con menos jerarquía que el francés, resultó extraño verlo aparecer más en el partido contra la Real que el propio Griezmann. Al francés se le demanda que se descamise algún día, se quite el cinturón de seguridad y, si se la tiene que jugar en el Bernabéu cuando está bien perfilado en el balcón del área en vez de esperar a que aparezca Messi, que lo haga. Más que nada, porque el Barça, mucho más sin Suárez, necesita alguien que ayude a Messi como en su día hicieron el uruguayo o Neymar. El último tramo de la temporada va a decir mucho del futuro de Griezmann en el Barça.