Fue mítico y con un talismán

Boca dio una vuelta que merece un espacio de honor. Lo hizo con Tevez adentro y Maradona bien cerca.

Olé
Esta proeza merece un espacio de honor en la memoria de Boca. En términos técnicos, fue una última fecha con varias probabilidades en la podía pasar cualquier cosa. Pero en términos míticos, se trató de un Boca – River remoto, uno de esos clásicos indirectos que se juegan en dos canchas y se festeja en una.


Con la presión de no dar el último mal paso de local, Boca salió a atropellar a Gimnasia en un primer cuarto de hora electrizante pero también ineficaz. El gol no llegaba y, por lo tanto, tampoco el triunfo. Pero el equipo absorbió con valentía la dificultad de sostener su deseo en condiciones en el que se le hacía difícil cumplirlo.

Las tribunas ardían de ansiedad, pero el equipo de Russo no consideró ese estado como suyo. Siguió en la lucha por la tenencia contra un rival que demostró organización para el repliegue y no temió defenderse bien abajo. Las chances de gol no abundaron, ni la claridad para obtenerlas. Entonces, empezó a tallar la obsesión. El equipo nunca cayó al abismo de la resignación. Todo lo contrario: persistió en su optimismo a pesar de que los minutos corrían cada vez pesados. Hasta que llegó ese balazo de Tévez que le quemó el guante a Braun y la noche se volvió un poco más justa.

Por supuesto que esa era sólo una de las dos realidades en juego. En la otra, bajo la luna tucumana, compañera de los gauchos en la senda del Tafí, operaba su magia negra el Ruso Zielinski, quitándole a River los dos puntos que separan la vida de la muerte. Como talismán, para quienes le damos a la superstición el lugar que se ganó en el fútbol, la felicidad fue posible -también- porque Maradona estuvo ahí.

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