COPA LIBERTADORES / RIVER 8 - BINACIONAL 0 / Por demolición
River se recuperó con una goleada implacable ante Binacional: mostró un gran fútbol, tuvo siete goleadores distintos y hasta erró dos penales.
Olé
En todo sentido, fue una nochecita muy particular en el Monumental. La resaca por la Superliga perdida, la tristeza que provoca jugar con tribunas vacías, los gritos de los futbolistas que se escuchan con bastante claridad y una especie de lamento de Marcelo Gallardo después del primer gol de River. De cierre, una goleada estrepitosa que iguala la mayor de este ciclo inolvidable (aquel 8-0 a Wilstermann).
Un lamento consecuente, el mencionado del Muñeco, con lo que pasaba y pasó en el primer tiempo: un River serio y fluido en su juego no podía quebrar a un muy débil Binacional. No podía ni siquiera de penal, ese karma en esta temporada para un equipo que volvió a fallar dos en un mismo partido en su casa (primero De la Cruz y luego Nacho Fernández). Hasta que en medio del vendaval, apareció Casco para el 1-0 y el elocuente gesto de Gallardo.
Después del diluvio, el campo de juego se bancó muy bien la cantidad de agua que cayó y River encontró variados canales para herir a su rival. La cuestión es que recién en la parte final llegó cierta eficacia con los goles colombianos de Borré y Carrascal (apenas ingresó) en el primer cuarto de hora.
El equipo de Gallardo nunca bajó la intensidad ni la generación de fútbol. Le llegó por todos lados y de todas las formas a los peruanos, pero especialmente Borré -uno de los goleadores de la Superliga- falló chances muy claras. Una palomita de Nacho Fernández le puso un resultado más acorde a la superioridad mostrada por el subcampeón de América.
Pero claro, ese envión no se detuvo y entonces llegaron nuevos goles del Sicario Rojas, de Paulo Díaz (tremendo derechazo), de Suárez (gran enganche) y otra vez Nacho Fernández (hermosa pared con el 7 cordobés).
Un 8-0 demoledor y revitalizante después de la piña recibida en la Superliga. Un resultado necesario, que de todas formas quedó corto, luego de la caída por tres goles en Quito en un grupo en los que las localías serán fundamentales. Una goleada que pudo y debió ser todavía mayor. Un River, al fin de cuentas, que sigue siendo River más allá de todo.
Olé
En todo sentido, fue una nochecita muy particular en el Monumental. La resaca por la Superliga perdida, la tristeza que provoca jugar con tribunas vacías, los gritos de los futbolistas que se escuchan con bastante claridad y una especie de lamento de Marcelo Gallardo después del primer gol de River. De cierre, una goleada estrepitosa que iguala la mayor de este ciclo inolvidable (aquel 8-0 a Wilstermann).
Un lamento consecuente, el mencionado del Muñeco, con lo que pasaba y pasó en el primer tiempo: un River serio y fluido en su juego no podía quebrar a un muy débil Binacional. No podía ni siquiera de penal, ese karma en esta temporada para un equipo que volvió a fallar dos en un mismo partido en su casa (primero De la Cruz y luego Nacho Fernández). Hasta que en medio del vendaval, apareció Casco para el 1-0 y el elocuente gesto de Gallardo.
Después del diluvio, el campo de juego se bancó muy bien la cantidad de agua que cayó y River encontró variados canales para herir a su rival. La cuestión es que recién en la parte final llegó cierta eficacia con los goles colombianos de Borré y Carrascal (apenas ingresó) en el primer cuarto de hora.
El equipo de Gallardo nunca bajó la intensidad ni la generación de fútbol. Le llegó por todos lados y de todas las formas a los peruanos, pero especialmente Borré -uno de los goleadores de la Superliga- falló chances muy claras. Una palomita de Nacho Fernández le puso un resultado más acorde a la superioridad mostrada por el subcampeón de América.
Pero claro, ese envión no se detuvo y entonces llegaron nuevos goles del Sicario Rojas, de Paulo Díaz (tremendo derechazo), de Suárez (gran enganche) y otra vez Nacho Fernández (hermosa pared con el 7 cordobés).
Un 8-0 demoledor y revitalizante después de la piña recibida en la Superliga. Un resultado necesario, que de todas formas quedó corto, luego de la caída por tres goles en Quito en un grupo en los que las localías serán fundamentales. Una goleada que pudo y debió ser todavía mayor. Un River, al fin de cuentas, que sigue siendo River más allá de todo.