VALENCIA 2 - ATLÉTICO 2 / Un empate grandioso
Valencia y Atleti se repartieron los puntos en un partido tremendo antes de jugar contra el Liverpool y el Atalanta. Partidazo de Ferran. Oblak volvió a ser salvador.
Patricia Cazón
As
La batalla por la Champions a orillas del Turia comenzó a las nueve exactas, noche cerrada en Valencia. Los dos generales, Celades y Simeone, alzaron los ojos desde sus trincheras. El roce del balón con la hierba sonaba a cornetas. Los nervios llenaron la hierba, llenaron el juego. Los dos equipos con una hoja de ruta similar. Precipitados, pero valientes, buscando en cada jugada al rival. Hacía muchos partidos que el Atlético no salía con la presión tan alta. Temblaba el Valencia en la salida de balón. Un Valencia con nueve bajas y Guedes disfrazado de Rodrigo. Del Cholo fue el inicio. Su arma se llamaba rombo.
Como ante el Granada, así ordenó a sus centrocampistas. Koke de enganche, Thomas ancla, Saúl a su izquierda y Llorente, a su derecha. Un Llorente omnipresente. Que robaba, replegaba y corría, que rondaba. Alrededor de su nombre Mestalla sólo mascaba peligro. Fue que la pelota tocó en Gabriel Paulista, quien no acertó a despejar, y Llorente estaba en el punto de penalti, camuflado con el traje de '9'. Supo domar un balón que venía rebotado. Gol de cazador. Un gol que ayuda a dejar cada vez más atrás los fantasmas de meses pasados. La roja ante el Chivas, la falta de minutos, todas las carreras con la cabeza gacha.
Pero Llorente ha alzado la frente y el Atlético también. El Valencia le observaba encogido. Sin pase, sin conexiones, desnortado, como si siguiera en Getafe y no en esta nueva batalla. Daba igual que Parejo retrasara su posición, para ayudar, tratar de robar, distribuir, para nada, todo en vano. El Atleti llenaba cada rincón, con balón y sin balón, como aquel cuyas fotos ya han comenzado a envejecer, el de los comienzos del Cholo. Pero es que comandaba Koke y, con Koke, todo es distinto. Se asocia con todos. Su linterna es un faro.
El Valencia sólo encontraba minas en los caminos a Oblak. O con sus guantes con velcro, capaces de quedarse con cada balón que sobrevuela su área como balas perdidas. Como con fútbol no podía, lo intentaba córner a córner: Celades en su equipo tiene un futbolista con mirilla milimétrica en la bota. Parejo. En el enésimo se sacó un disparo al segundo palo que nadie esperaba. Recibió Maxi, que controló y centró al corazón del área, allí donde esperaba Gabriel Paulista para meter la cabeza. 1-1. Golpe por golpe.
El Atlético no lo acusó. Se levantó, se limpió las ropas y volvió a dirigir sus ojos a Jaume. Tres minutos después Simeone volvía a ponerse por delante en el marcador. Le había batido con su particular ‘thomashawk’. Ferran se le coló a Lodi en el área nada más comenzar la segunda parte y, ya con amarilla, provocó un movimiento inmediato en el Cholo. Primer cambio Vrsaljko, Arias a la izquierda. Cada balón era una pelea, pero la herida por la que sangró el Atleti es esa que arrastra como cadenas desde comienzo de temporada: la del balón parado. Forzó la falta Soler y, en cuanto la botó Parejo, sobre Oblak se arremolinó el peligro. Ningún rojiblanco supo cómo sacar de su aire esa bomba, la remató Kondogbia, desde el suelo, como llorando. La tensión podía tocarse en el aire. Estaba en el intercambio frenético de disputas y carreras de ambos equipos. El Valencia cada vez más rápido, cada vez mejor. “La presión hace diamantes”, que dijo el General Patton. Y Ferran no dejaba de brillar. Un puñal en la derecha.
Simeone quitó ahora a Arias, a ver si con Saúl lo conseguía frenar, pero tampoco, ni aunque le hubiese puesto a todos sus hombres delante. Hubo minutos para Morata y esa orden entre el rugido de cornetas: balones por alto buscándole. Pero la pelota sus hombres ya ni la olían. Era toda del Valencia, sólo se jugaba a los pies de Oblak, a lo que quería Ferran, un espectáculo. Su fútbol vale lo que cuesta una entrada. Sus regates una tortura, todos sus pases regalos de gol... Pero primero Gameiro lo envió a las nubes y después Maxi también. Y Simeone respondía con más pólvora, Carrasco, pero sus golpes ahora eran muy espaciados. Thomas ya no encontraba portería con ninguno de sus disparos, toda la intención, todos un par de palmos desviados. Vrsaljko encontraba a Morata pero su cabezazo lo despejaba Jaume. Las piernas cansadas. El partido iba y venía de un área a otra. Sin tregua, no la hay en la guerra. Corría en estampida el Valencia, lanzando Gayà dentelladas sobre la portería de Oblak. Ya de córner, ya con el interior, siempre estampándose con el portero, no tiene el Cholo escudo mejor. Terminaba el partido con Celades perdiendo otro hombre, a Paulista, el tobillo. Magullados quedaban el resto, todos los demás, magullados pero firmes, con un punto que ninguna herida cierra del todo a ningún general pero que resultó un empate grandioso.
Patricia Cazón
As
La batalla por la Champions a orillas del Turia comenzó a las nueve exactas, noche cerrada en Valencia. Los dos generales, Celades y Simeone, alzaron los ojos desde sus trincheras. El roce del balón con la hierba sonaba a cornetas. Los nervios llenaron la hierba, llenaron el juego. Los dos equipos con una hoja de ruta similar. Precipitados, pero valientes, buscando en cada jugada al rival. Hacía muchos partidos que el Atlético no salía con la presión tan alta. Temblaba el Valencia en la salida de balón. Un Valencia con nueve bajas y Guedes disfrazado de Rodrigo. Del Cholo fue el inicio. Su arma se llamaba rombo.
Como ante el Granada, así ordenó a sus centrocampistas. Koke de enganche, Thomas ancla, Saúl a su izquierda y Llorente, a su derecha. Un Llorente omnipresente. Que robaba, replegaba y corría, que rondaba. Alrededor de su nombre Mestalla sólo mascaba peligro. Fue que la pelota tocó en Gabriel Paulista, quien no acertó a despejar, y Llorente estaba en el punto de penalti, camuflado con el traje de '9'. Supo domar un balón que venía rebotado. Gol de cazador. Un gol que ayuda a dejar cada vez más atrás los fantasmas de meses pasados. La roja ante el Chivas, la falta de minutos, todas las carreras con la cabeza gacha.
Pero Llorente ha alzado la frente y el Atlético también. El Valencia le observaba encogido. Sin pase, sin conexiones, desnortado, como si siguiera en Getafe y no en esta nueva batalla. Daba igual que Parejo retrasara su posición, para ayudar, tratar de robar, distribuir, para nada, todo en vano. El Atleti llenaba cada rincón, con balón y sin balón, como aquel cuyas fotos ya han comenzado a envejecer, el de los comienzos del Cholo. Pero es que comandaba Koke y, con Koke, todo es distinto. Se asocia con todos. Su linterna es un faro.
El Valencia sólo encontraba minas en los caminos a Oblak. O con sus guantes con velcro, capaces de quedarse con cada balón que sobrevuela su área como balas perdidas. Como con fútbol no podía, lo intentaba córner a córner: Celades en su equipo tiene un futbolista con mirilla milimétrica en la bota. Parejo. En el enésimo se sacó un disparo al segundo palo que nadie esperaba. Recibió Maxi, que controló y centró al corazón del área, allí donde esperaba Gabriel Paulista para meter la cabeza. 1-1. Golpe por golpe.
El Atlético no lo acusó. Se levantó, se limpió las ropas y volvió a dirigir sus ojos a Jaume. Tres minutos después Simeone volvía a ponerse por delante en el marcador. Le había batido con su particular ‘thomashawk’. Ferran se le coló a Lodi en el área nada más comenzar la segunda parte y, ya con amarilla, provocó un movimiento inmediato en el Cholo. Primer cambio Vrsaljko, Arias a la izquierda. Cada balón era una pelea, pero la herida por la que sangró el Atleti es esa que arrastra como cadenas desde comienzo de temporada: la del balón parado. Forzó la falta Soler y, en cuanto la botó Parejo, sobre Oblak se arremolinó el peligro. Ningún rojiblanco supo cómo sacar de su aire esa bomba, la remató Kondogbia, desde el suelo, como llorando. La tensión podía tocarse en el aire. Estaba en el intercambio frenético de disputas y carreras de ambos equipos. El Valencia cada vez más rápido, cada vez mejor. “La presión hace diamantes”, que dijo el General Patton. Y Ferran no dejaba de brillar. Un puñal en la derecha.
Simeone quitó ahora a Arias, a ver si con Saúl lo conseguía frenar, pero tampoco, ni aunque le hubiese puesto a todos sus hombres delante. Hubo minutos para Morata y esa orden entre el rugido de cornetas: balones por alto buscándole. Pero la pelota sus hombres ya ni la olían. Era toda del Valencia, sólo se jugaba a los pies de Oblak, a lo que quería Ferran, un espectáculo. Su fútbol vale lo que cuesta una entrada. Sus regates una tortura, todos sus pases regalos de gol... Pero primero Gameiro lo envió a las nubes y después Maxi también. Y Simeone respondía con más pólvora, Carrasco, pero sus golpes ahora eran muy espaciados. Thomas ya no encontraba portería con ninguno de sus disparos, toda la intención, todos un par de palmos desviados. Vrsaljko encontraba a Morata pero su cabezazo lo despejaba Jaume. Las piernas cansadas. El partido iba y venía de un área a otra. Sin tregua, no la hay en la guerra. Corría en estampida el Valencia, lanzando Gayà dentelladas sobre la portería de Oblak. Ya de córner, ya con el interior, siempre estampándose con el portero, no tiene el Cholo escudo mejor. Terminaba el partido con Celades perdiendo otro hombre, a Paulista, el tobillo. Magullados quedaban el resto, todos los demás, magullados pero firmes, con un punto que ninguna herida cierra del todo a ningún general pero que resultó un empate grandioso.