Sin Chávez y a puro pelotazo, Wilstermann volvió a la vulgaridad

José Vladimir Nogales
JNN DIGITAL
Real Santa Cruz bajó al suelo a Wilstermann, que no jugó con la vitalidad y la lucidez requeridas. Lejos de aprovechar la euforia de su victoria en La Paz para mostrarse crecido y poderoso, el conjunto rojo jugó frío y apagado. Y echó de menos al Pochi Chávez. Todo eso se juntó en un partido plomizo y confuso del que sacó tajada el fútbol vulgar de la visita. El curso pasado, el del campeonato, Wilstermann apenas cedió tres puntos en las seis primeras jornadas. En éste ya ha perdido ocho. Mucho se temía que Wilstermann pudiera aparecer por el Capriles embriagado aún por la euforia del triunfo en La Paz, que el juez ordenara el saque inicial y el cuadro rojo estuviera fuera del partido. Y algo de eso pasó, porque el local salió bajo de revoluciones, sin dinámica. Pero sucedió además que faltaba Chávez. Y eso, para Wilstermann, es bastante grave. Un síntoma de enfermedad.


Ausente el argentino, Torrico y Melgar son lo que son más que nunca. No suman, se parecen demasiado y con ellos al gobierno el fútbol no tiene hilo, el juego se vuelve funcionarial, con pases de trámite, de trazo largo y horizontal. Frente a un borroso Real Santa Cruz, Wilstermann pagó la baja de su figura con un partido deficiente, atascado, con demasiado desajuste por el medio.

Díaz agitó la alineación y montó un inédito centro del campo que aportara músculo, dinámica e ingenio. Pretendió, en su bosquejo estratégico de la batalla, tener el control del partido a partir de la superioridad interior frente a los dos pivotes de Real (Román y Rodríguez). Sin embargo, la medular no existió. Ni en la creación, con los puntas aislados e ineficaces, ni en la destrucción. El distanciamiento entre bloques fue notable y la visita bloqueó las líneas de pase con absoluta comodidad.

El juego de posición de Wilstermann fue pobrísimo. Intentó quebrar las filas de Real Santa Cruz moviendo el balón de un lado a otro, pero su circulación fue tan lenta que nunca lo agitó. Apenas hubo cambios de orientación ni movimientos entre líneas. La secuencia ofensiva se redujo a un sinfín de pases sin mordiente ni profundidad. Díaz colocó a Serginho y al inexpresivo Galindo en las bandas para buscar situaciones de uno contra uno con posibilidades de desdoblamientos de los laterales. Sin embargo, como se paran muy alto, nunca recibieron con espacios y cuando encararon, salvo Seginho, tampoco se fueron de nadie. Por tanto, la pretendida amplitud se quedó en nada, con centros fallidos al área. No parece lo más adecuado que un equipo con el tipo de jugadores que alineó Wilstermann recurra a envíos desde las bandas. Mucho peor si lo centros viajan sin sorpresa y el receptor (Álvarez) se mueve en dirección opuesta a la línea que toma la jugada. Real Santa Cruz sujetó el ataque rojo con una suficiencia indiscutible. Díaz también tendrá que repensar el modelo ofensivo.

La negación del gol fue desfigurando a Wilstermann y aireando a Real Santa Cruz. Díaz apostó entonces por una hoja de ruta más directa, con Ballivián como extremo, Arano en el centro del campo, Didí Torrico como medio centro y un doble punta con los hermanos Álvarez, cuya suma dio igual a cero. Confundió el juego directo con la precipitación y la industrialización del pelotazo. Deforestó el centro del campo (dibujó un 4-2-4) y se alejó del control y, consecuentemente, del gol. Al dejar mucha gente arriba, perdió el control del campo, acrecentando su congénita dificultad para recuperar la pelota. Además, separó más la estructura, obligando a imponer el pelotazo para conectar líneas distantes. Real se despegó de su área y articuló transiciones peligrosas, inacabadas por una fallida toma de decisiones finales.

No estaban Chávez y Saucedo (cada vez pesa más su salida), tampoco Justiniano. Serginho figuraba, pero a sus cosas, con desborde pero sin finalización y los Álvarez, para terminar de empeorar el panorama rojo, andaban desaparecidos. Sólo asomaban la nariz para señalar el punto a donde esperaba que caigan los misiles.

En su afán de rectificar su desaguisado táctico, Christian Díaz montó una alineación para no tener el balón y un equipo que no tiene la pelota está destinado a sufrir. Si juega siempre en largo, además, se convierte en demasiado previsible y facilita de forma notable las maniobras defensivas del rival, que siempre recibe el balón de cara. Por eso, en este tipo de situaciones se hacen más necesarios que nunca futbolistas con manejo, encaradores. Jugadores que proponen algo diferente y obligan al rival a pensar.

Wilstermann fue un equipo roto, partido por la mitad, y sólo las intermitentes apariciones de Serginho le mejoraron la cara a un conglomerado huérfano, que anda justo de fútbol y en el que Álvarez no aparece.

Se pudo observar el desplome rojo por las prestaciones de cada jugador. Todos estuvieron en su peor versión, y algunos volvieron a tomarse la noche libre, como Álvarez. Han llegado los húmedos días que anuncian el carnaval y al atacante le ha dado por vaguear, o eso parece: no apareció en todo el partido. La ausencia del ariete resultó catastrófica para su equipo, pero el inventario de defectos de Wilstermann fue mucho más amplio. Fallaron los volantes -Melgar y Torrico-, los laterales nunca estuvieron en el juego e incluso la gente de choque, Ortiz, pareció desvitalizada. Sumadas todas las causas, Wilstermann apenas tuvo nada a lo que agarrarse.

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