“Sigues viviendo, hermano”: el conmovedor discurso de LeBron James para Kobe Bryant en el partido de Los Lakers
Infobae
“Con mis compañeros continuaremos con su legado, durante el tiempo que podamos jugar al básquet. Porque eso es lo Kobe querría que hiciéramos”. En el tremendamente emotivo homenaje a Bryant y su hija Gigi, en la previa del Lakers-Blazers de la madrugada, LeBron fue un verdadero Rey con corona, en este caso sin la pelota pero con un micrófono en la mano. Y si bien no prometió el título para dedicárselo a su hermano, al menos le dijo, mirando hacia arriba, lo que un competidor extremo como Bryant seguramente hubiese querido escuchar, si es que puede hacerlo donde quiera que esté… El discurso de James, quien tal vez no sea casualidad que haya llegado a Los Angeles hace dos años para quedarse con la posta que dejó la Mamba Negra, fue corto pero muy potente y sentido. Sin dudas, además, resultó el punto álgido de la catarsis colectiva que los hinchas de los Lakers –y millones en todo el mundo- hicieron en el Staples Center durante poco más de media hora.
En la previa, el silencio se apoderó de las calles adyacentes al estadio. Y la tristeza pudo palparse en cada rincón. La escena se repetía: miles de hinchas vestidos con la 8 o la 24, caminando -con la pena en sus miradas- por las veredas llenas de altares improvisados. Allí se detenían, cabizbajos: algunos sacaban fotos, otros rezaban, muchos dejaban sus mensajes en el piso y unos pocos compraban el merchandising para recordar al ídolo. Varios puestos, incluso vendiendo flores, coparon las inmediaciones del barrio donde se ubica el estadio. Las filas para entrar fueron más concurridas y lentas que de costumbre: todos quisieron llegar temprano para despedir a su ídolo. Una noche que nadie quería perderse. Por eso, también, los precios de las entradas se dispararon como pocas veces. La más barata terminó vendiéndose arriba de 1000 dólares en la reventa mientras que la más cara (en primera fila, al lado de las celebrities), aseguran, trepó hasta los 20.000.
Mientras, en el estacionamiento, los jugadores de los Lakers comenzaban a bajarse de sus autos, con camisetas de Kobe y gestos que reflejaban su pesar. Y, en el vestuario, cada uno elegía si ponerse la 8 o la 24. Así, todos salieron a calentar y luego saltaron a la cancha, en medio de una ovación. Como si todos fueran Kobe. Como pasó en la presentación de cada uno de los titulares, previo al juego, cuando el locutor rugió con la frase “6’6, from Lower Merion High School”, recordando cómo presentaban a Kobe. Quinn Cook, ex compañero de Kobe, directamente eligió la 28 para jugar. Por la 2 y la 8. Como tantos otros jugadores de la NBA que hicieron ese homenaje a un ídolo que marcó a una generación de hinchas y jugadores alrededor del mundo.
La emoción empezó a copar la escena cuando el estadio quedó a oscuras y sólo los celulares de la gente le dieron luz a la sentida interpretación del tema Amazing Grace que realizó el cantante Usher mientras lo flanqueaban dos arreglos florales con rosas amarillas que reflejaban los números que Kobe usó en su carrera. La gente pasó del silencio a los aplausos y luego a gritar “Kobe, Kobe, MVP, MVP”. No faltó el recuerdo a Gigi, con los fanáticos también coreando su nombre. La emoción, definitivamente, se apoderó del edificio cuando un video de Kobe y su legado se mostró en las pantallas. Allí comenzaron los sonidos del chelo del músico Ben Hong para terminar de montar una escenografía impactante. Ya era imposible escapar a las lágrimas. Así, en el tablero gigante de cuatro caras que están por encima de la cancha, comenzaron a pasar los nombres de las nueve personas fallecidas en la tragedia de esa fatídica mañana de domingo, cuando sucedió lo que lucía imposible: que un hombre que parecía invencible quedara atrapado entre los hierros retorcidos de su helicóptero, con apenas 41 años, al lado de su adorada hija Gigi, de sólo 13.
Luego hubo 24.2 segundos en honor a Kobe y Gigi (usaba la 2 como jugadora) mientras la cámara enfocaban los dos asientos (vacíos, con flores rojas) que ambos usaban habitualmente cuando asistían a los partidos de los Lakers, desde que el 24 se había retirado en 2016. Inmediatamente después, los tres integrantes de Boyz II Men cerraron la parte artística cantando el himno de Estados Unidos, mientras el estadio se expresaba con ovaciones y exclamaciones de emoción y las cámaras tomaban a LeBron intentando contener un llanto que quería ser descontrolado…
Pero, por algo James es el Rey. En segundos se compuso y fue hasta la mitad de la cancha, con el micrófono. De repente, de su pantalón sacó una hoja que duró poco en sus manos. “Me preparé algo para decir, pero si lo hago, Lakers Nation, no estaría hablando con el corazón, que es lo que realmente quiero hacer”, arrancó LeBron mientras tiraba el papel en el parquet de la cancha. “En lo primero que pensé cuando pasó la tragedia del domingo fue en mi familia. Y en la familia de todos. El domingo entendí la importancia de la familia en nuestras vidas. Cuando uno está mal, el poder recostarse en el hombro de un familiar”, reflexionó. Luego, entendiendo el clima, intentó que no fuera el de un funeral. “Lo será, algún día, pero lo de hoy es una celebración. Celebramos 20 años de carrera de alguien muy especial, de alguien que exigió su cuerpo al máximo, que trabajó horas innumerables en la cancha y en el gimnasio… Eso debe servir de inspiración para que cada uno de ustedes sea en su vida lo mejor que pueda ser. Esto debe ser una celebración… De alguien que fue un hermano desde que yo estaba en el secundario, cuando llegué a la NBA con 18 años… Todas las batallas que tuvimos, siempre compartimos la determinación y el deseo de ganar. Y el hecho de que hoy esté aquí es para darles como mensaje que quiero continuar ese legado, el suyo, esta temporada y todo lo que nos queda jugando al básquet”, relató, emocionado. Y, antes de quebrarse, cerró con una frase épica, que quedará para la historia. “En palabras de Kobe, sería Mamba Out (NdeR: era la frase de Bryant para decir que se iba, que todo había terminado). Pero, en palabras nuestras, no te olvidamos. Sigues viviendo, hermano”, tiró antes de irse casi corriendo, seguramente para que nadie viera otra vez sus lágrimas.
Así, buscando celebrar su legado y no llorar su muerte, pasó el homenaje a uno de los mejores jugadores de la historia, un deportista inspirador, un embajador de su deporte, un hombre de familia, un padre amante de sus hijas, un personaje carismático y empático, y alguien que quizá una noche se equivocó pero que luego dedicó su existencia a ayudar a quienes más lo necesitaron –sobre todo anónimamente-. Los hinchas en el estadio y millones, en el mundo, necesitaban este momento, para que la emoción ganara la escena y el dolor empiece a irse de a poco.
“Con mis compañeros continuaremos con su legado, durante el tiempo que podamos jugar al básquet. Porque eso es lo Kobe querría que hiciéramos”. En el tremendamente emotivo homenaje a Bryant y su hija Gigi, en la previa del Lakers-Blazers de la madrugada, LeBron fue un verdadero Rey con corona, en este caso sin la pelota pero con un micrófono en la mano. Y si bien no prometió el título para dedicárselo a su hermano, al menos le dijo, mirando hacia arriba, lo que un competidor extremo como Bryant seguramente hubiese querido escuchar, si es que puede hacerlo donde quiera que esté… El discurso de James, quien tal vez no sea casualidad que haya llegado a Los Angeles hace dos años para quedarse con la posta que dejó la Mamba Negra, fue corto pero muy potente y sentido. Sin dudas, además, resultó el punto álgido de la catarsis colectiva que los hinchas de los Lakers –y millones en todo el mundo- hicieron en el Staples Center durante poco más de media hora.
En la previa, el silencio se apoderó de las calles adyacentes al estadio. Y la tristeza pudo palparse en cada rincón. La escena se repetía: miles de hinchas vestidos con la 8 o la 24, caminando -con la pena en sus miradas- por las veredas llenas de altares improvisados. Allí se detenían, cabizbajos: algunos sacaban fotos, otros rezaban, muchos dejaban sus mensajes en el piso y unos pocos compraban el merchandising para recordar al ídolo. Varios puestos, incluso vendiendo flores, coparon las inmediaciones del barrio donde se ubica el estadio. Las filas para entrar fueron más concurridas y lentas que de costumbre: todos quisieron llegar temprano para despedir a su ídolo. Una noche que nadie quería perderse. Por eso, también, los precios de las entradas se dispararon como pocas veces. La más barata terminó vendiéndose arriba de 1000 dólares en la reventa mientras que la más cara (en primera fila, al lado de las celebrities), aseguran, trepó hasta los 20.000.
Mientras, en el estacionamiento, los jugadores de los Lakers comenzaban a bajarse de sus autos, con camisetas de Kobe y gestos que reflejaban su pesar. Y, en el vestuario, cada uno elegía si ponerse la 8 o la 24. Así, todos salieron a calentar y luego saltaron a la cancha, en medio de una ovación. Como si todos fueran Kobe. Como pasó en la presentación de cada uno de los titulares, previo al juego, cuando el locutor rugió con la frase “6’6, from Lower Merion High School”, recordando cómo presentaban a Kobe. Quinn Cook, ex compañero de Kobe, directamente eligió la 28 para jugar. Por la 2 y la 8. Como tantos otros jugadores de la NBA que hicieron ese homenaje a un ídolo que marcó a una generación de hinchas y jugadores alrededor del mundo.
La emoción empezó a copar la escena cuando el estadio quedó a oscuras y sólo los celulares de la gente le dieron luz a la sentida interpretación del tema Amazing Grace que realizó el cantante Usher mientras lo flanqueaban dos arreglos florales con rosas amarillas que reflejaban los números que Kobe usó en su carrera. La gente pasó del silencio a los aplausos y luego a gritar “Kobe, Kobe, MVP, MVP”. No faltó el recuerdo a Gigi, con los fanáticos también coreando su nombre. La emoción, definitivamente, se apoderó del edificio cuando un video de Kobe y su legado se mostró en las pantallas. Allí comenzaron los sonidos del chelo del músico Ben Hong para terminar de montar una escenografía impactante. Ya era imposible escapar a las lágrimas. Así, en el tablero gigante de cuatro caras que están por encima de la cancha, comenzaron a pasar los nombres de las nueve personas fallecidas en la tragedia de esa fatídica mañana de domingo, cuando sucedió lo que lucía imposible: que un hombre que parecía invencible quedara atrapado entre los hierros retorcidos de su helicóptero, con apenas 41 años, al lado de su adorada hija Gigi, de sólo 13.
Luego hubo 24.2 segundos en honor a Kobe y Gigi (usaba la 2 como jugadora) mientras la cámara enfocaban los dos asientos (vacíos, con flores rojas) que ambos usaban habitualmente cuando asistían a los partidos de los Lakers, desde que el 24 se había retirado en 2016. Inmediatamente después, los tres integrantes de Boyz II Men cerraron la parte artística cantando el himno de Estados Unidos, mientras el estadio se expresaba con ovaciones y exclamaciones de emoción y las cámaras tomaban a LeBron intentando contener un llanto que quería ser descontrolado…
Pero, por algo James es el Rey. En segundos se compuso y fue hasta la mitad de la cancha, con el micrófono. De repente, de su pantalón sacó una hoja que duró poco en sus manos. “Me preparé algo para decir, pero si lo hago, Lakers Nation, no estaría hablando con el corazón, que es lo que realmente quiero hacer”, arrancó LeBron mientras tiraba el papel en el parquet de la cancha. “En lo primero que pensé cuando pasó la tragedia del domingo fue en mi familia. Y en la familia de todos. El domingo entendí la importancia de la familia en nuestras vidas. Cuando uno está mal, el poder recostarse en el hombro de un familiar”, reflexionó. Luego, entendiendo el clima, intentó que no fuera el de un funeral. “Lo será, algún día, pero lo de hoy es una celebración. Celebramos 20 años de carrera de alguien muy especial, de alguien que exigió su cuerpo al máximo, que trabajó horas innumerables en la cancha y en el gimnasio… Eso debe servir de inspiración para que cada uno de ustedes sea en su vida lo mejor que pueda ser. Esto debe ser una celebración… De alguien que fue un hermano desde que yo estaba en el secundario, cuando llegué a la NBA con 18 años… Todas las batallas que tuvimos, siempre compartimos la determinación y el deseo de ganar. Y el hecho de que hoy esté aquí es para darles como mensaje que quiero continuar ese legado, el suyo, esta temporada y todo lo que nos queda jugando al básquet”, relató, emocionado. Y, antes de quebrarse, cerró con una frase épica, que quedará para la historia. “En palabras de Kobe, sería Mamba Out (NdeR: era la frase de Bryant para decir que se iba, que todo había terminado). Pero, en palabras nuestras, no te olvidamos. Sigues viviendo, hermano”, tiró antes de irse casi corriendo, seguramente para que nadie viera otra vez sus lágrimas.
Así, buscando celebrar su legado y no llorar su muerte, pasó el homenaje a uno de los mejores jugadores de la historia, un deportista inspirador, un embajador de su deporte, un hombre de familia, un padre amante de sus hijas, un personaje carismático y empático, y alguien que quizá una noche se equivocó pero que luego dedicó su existencia a ayudar a quienes más lo necesitaron –sobre todo anónimamente-. Los hinchas en el estadio y millones, en el mundo, necesitaban este momento, para que la emoción ganara la escena y el dolor empiece a irse de a poco.