La soledad de Messi

El capitán del Barça, que puede romper su contrato este verano, paga en la cancha la mala planificación deportiva y es la voz del vestuario ante la crisis institucional

Ramon Besa
Barcelona, El País
Messi acabó derrengado y derrotado en San Mamés tras caer 1-0 en cuartos de la Copa. Jugó un buen partido y tuvo una influencia decisiva sobre el juego porque a su alrededor se fue agrandando el Barça y tuvo que retroceder el Athletic. Aunque a veces salió trompicado del regate —intentó 16 y salió airoso en siete—, falto de finura y de velocidad para armar el tiro, muy encimado por la excelente defensa de ayudas y bloqueos rojiblanca —perdió 28 veces la pelota, más que nadie—, dispuso de la mejor ocasión junto a un remate de Griezmann, ambos rechazados con los pies por Unai Simón. No acertó el 10 y el Barça quedó eliminado de la Copa. Ya son 271 los minutos que llevan los azulgrana sin anotar en San Mamés, pues su último gol allí data del 28 de octubre de 2017, obra de Paulinho.


El equipo, y sobre todo Messi, extrañan al lesionado Luis Suárez, en la enfermería por una operación de rodilla. El argentino se acostumbró a jugar con un 9 de referencia y ahora tiene que ejercer de ariete y de enganche, un punta que mezcla en ataque con Griezmann y Ansu Fati o con Sergi Roberto, un recurso como jugador de la banda derecha que han utilizado distintos entrenadores: Luis Enrique, Valverde y ahora Quique Setién. El cántabro se encomendó a Sergi Roberto porque es un jugador muy completo, capaz de abrir y de tapar el costado, y porque después del traspaso de Carles Pérez a la Roma y la nueva lesión de Dembélé, no dispone de más recambio cuando da descanso a un titular como Griezmann si se exceptúa al joven Collado.

A Messi no le queda más remedio que acostumbrarse a Griezmann y animar al revoltoso y juguetón Ansu Fati, sobresaliente en Bilbao. El 10 prefería a Neymar de la misma manera que antes de la llegada de Luis Suárez suspiraba por el Kun Agüero. Ahora, seguramente, tendrá la ayuda de Ángel, suplente en el Getafe, o de Lucas Pérez, ariete del Alavés, o el refuerzo que disponga la directiva, de la misma manera que la temporada pasada se encontró con Kevin-Prince Boateng. Al argentino le duele mucho cuando le señalan como el armador del equipo, el capitán que decide quién se queda o se va, la figura caprichosa que señala incluso a los empleados cualificados que deben trabajar en el vestuario del Camp Nou.

La impotencia de Messi a la salida de la cancha era tan expresiva como el 1-0 de San Mamés. El Barça perdía su segundo título —o la opción a ganarlo— después de jugar un muy buen encuentro como ya ocurrió en Arabia Saudí en la Supercopa. El Barça de Setién, sin embargo, es diferente al de Valverde. Los azulgrana han perdido pegada y a cambio han ganado sentido de equipo y del juego, más armonía futbolística, una variación que el jueves benefició especialmente a De Jong. Hay, sin embargo, una constante: el Barça no gana si no resuelve ni decide Messi, que este curso ha dado nueve puntos al equipo (ante el Celta, el Atlético y el Granada). Aunque mantiene su carácter competitivo, Messi se siente solo en la cancha o no le alcanza con la compañía a sus 32 años. Y si no tiene la mirilla afinada como acostumbra —lleva 21 disparos seguidos en LaLiga y 13 faltas lanzadas sin hacer diana—, las victorias se resienten.

Aunque el 10 es caprichoso, tiene sus gustos y su juego provoca una dependencia extrema del colectivo, no hace ni deshace sino que necesita de ayuda para confirmar su condición de número uno. Los continuos cambios en la estructura deportiva de la entidad han afectado a su rendimiento tanto como la mala política de fichajes en un momento crucial de su carrera en el Barça. Messi es consciente de ser finalmente el foco del Camp Nou después de la partida de Guardiola y del adiós de Cruyff. No se han dado las mejores condiciones para el reinado de Messi, o cuanto menos no ha podido ganar la Champions desde 2015, y no ha sido por culpa suya, situación que se repite en Argentina.

La renovación

Messi precisa de una buena dirección y estructura, de un buen equipo e igualmente de una plantilla más profunda que la actual en el Barça, que cuenta con 18 fichas. Y, sin embargo, al mismo tiempo siente que debe salir en defensa del grupo cuando recibe críticas como las del secretario técnico, Eric Abidal. Aunque el 10 se sintió señalado, y seguramente respondió en su nombre, el mensaje fue interpretado como la respuesta del capitán que asume su responsabilidad, respaldado después por sus compañeros y en especial por Piqué, Busquets y Sergi Roberto. Messi asume la presión del vestuario sin que se sepa si la quiere o no de la misma manera que es el único interlocutor válido y reconocido para la afición.

No es que sea muy dicharachero ni tampoco que le guste hacer grupo sino que las circunstancias le han llevado a ser el símbolo del barcelonismo en tanto que mejor futbolista del mundo y también el deportista mejor pagado de 2019 —la revista Forbes publicó que el jugador recibió 127 millones de dólares (112,5 millones de euros) en 2019; 92 en salarios y bonos y 35 en acuerdos de asociación y patrocinio— con contrato hasta 2021. El salario, y también la estabilidad familiar, le ayudan a continuar pese a que podría romper unilateralmente el acuerdo este 30 de junio. No parece el caso, tampoco el de renovar como quiere el presidente Bartomeu, que hoy aguarda al padre de Leo Messi para negociar.

Jorge Messi sigue viajando a Barcelona, Rodrigo Messi —hermano de Leo— es el agente de Ansu Fati desde este verano y la familia Messi es feliz en Castelldefels aunque se le atribuya la compra de un apartamento de cinco millones de dólares en Miami como anticipo a un posible fichaje en el futuro por el equipo de David Beckham, el Inter Miami FC. Ambas partes se necesitan, y de alguna manera se soportan, al menos a corto plazo, a la espera de cómo discurra la Liga y la Champions. El reto del Barça es conseguir que Messi no se sienta solo como en San Mamés. El 10 salió del campo sin decir ni mu y, en su ausencia, Piqué, Busquets y Jordi Alba fueron quienes dieron explicaciones a la prensa sobre la última crisis del Barça. Messi había preferido hablar el martes desde su cuenta en Instagram.

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