El primer castigo de la reina Isabel a Harry y Meghan Markle por abandonar la realeza

La monarca británica tomó la decisión en silencio y sin anunciarlo aún públicamente. Afectará las finanzas de la popular pareja

Infobae
El primer castigo llegó. Finalmente, la reina Isabel II tomó una inicial represalia que afectará las finanzas futuras de la dupla que más dolores de cabeza le generó a la realeza británica en los últimos tiempos: la compuesta por el príncipe Harry y la actriz Meghan Markle.


La medida tiene que ver con la marca que ambos habían desarrollado y que tantos ingresos creyeron que le reportarían: “Sussex Royal”. A partir de los próximos días ya no podrán utilizar la palabra “Royal” (Realeza, Real) en sus comunicados. Es que ya no pertenecen a ella a partir del 8 de enero en que tomaron la decisión de apartarse de las responsabilidades que implicaban pertenecer a la Familia Real británica.

Un portavoz explicó off the record al diario inglés Daily Mail que “simplemente no pueden usar esa palabra porque ya no pertenecen a la Realeza”. Harry y Meghan invirtieron decenas de miles de libras en un nuevo sitio web de Sussex Royal para complementar su popular cuenta de Instagram. Como resulta evidente, ese presupuesto era parte de las arcas de la Corona.

Los duques también intentaron otras actividades para lucrar con su antiguo título. Trataron de registrar a “Sussex Royal” como una marca comercial mundial para una variedad de artículos y actividades, entre las que se incluyen desde ropa hasta libros. No podrán hacerlo. De acuerdo a ese periódico, tanto Harry como Meghan habrían aceptado lo impuesto por la Reina.

El registro “Sussex Royal” fue adoptado hace un año, aproximadamente, luego de que la popular pareja decidiera mudarse y alejarse del príncipe William y su esposa, Kate Middleton. Los duques de Cambridge tienen su propia cuenta y website, tan activa y receptiva entre el público como la que hasta ahora tenían el menor de los hermanos y la actriz norteamericana.

La decisión de los duques de Sussex impactó fuertemente en la Familia Real británica. Desde su anuncio, el pasado 8 de enero hasta la cumbre que convocó Isabel II, fueron cinco días frenéticos de especulaciones y escándalos. Finalmente, la reina tomó las riendas del asunto y bendijo la decisión de su nieto. “Apoyamos el deseo de Harry y Meghan de crear una nueva vida”, dijo en aquella ocasión la monarca.

Sin embargo, días después, a medida que se conocían más detalles de los planes de la pareja, se supo de un error que habían cometido que resultaría fundamental para sus planes económicos: el registro de la marca que podría darles grandes dividendos. Un error del Príncipe amenaza con dificultar esa tan ansiada independencia financiera para él, su esposa y el pequeño Archie.

Los duques, o más concretamente sus asesores, olvidaron registrar su marca -con la que pretenden comercializar todo tipo de productos- fuera de Reino Unido. En junio de 2019 patentaron dos nombres, “Sussex Royal” y la de la fundación “Sussex Royal The Foundation of The Duke and Duchess of Sussex”. Solicitaron su explotación comercial en seis categorías distintas que engloban 100 productos, desde calcetines a bolígrafos pasando por derechos editoriales e impresos. Sin embargo, no hicieron lo propio con el resto de mercados potenciales, principalmente Europa y los Estados Unidos.

Lo más extraño de este error de principiantes es que Harry y Meghan pretenden pasar gran parte del año fuera del Reino Unido, entre Canadá -donde se encuentran ahora- y los Estados Unidos. Como si fuera poco, además de la medida de la Reina, la marca ya fue registrada por otros oportunistas fuera de la isla.

Una pareja moderna, incómoda con la etiqueta y la presión

Él era un playboy desenfrenado que sentó cabeza. Ella, una relajada actriz californiana que debió adaptar su estilo cuando se convirtió en duquesa. Harry y Meghan se mostraron desde su boda incómodos con las obligaciones impuestas a la familia real británica.

Gracias a su imagen de modernidad, desenfado y compromiso con causas sociales, la joven pareja logró, desde su boda en 2018, una enorme popularidad: abrieron una cuenta Instagram el 2 de abril y en menos de seis horas alcanzaron el millón de seguidores, batiendo un récord mundial. Hoy alcanza los 11 millones. Tendrá que cambiarle el nombre.

Pero en los últimos meses expresaron cada vez que pudieron su incomodidad con el estricto estilo de vida impuesto a los miembros de la realeza británica, escrutados con lupa por una prensa sensacionalista a menudo despiadada con unos jóvenes que rompieron los moldes tradicionales.

“A ambos nos apasiona el querer cambiar las cosas para mejor”, afirmó recientemente el príncipe, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real. Muchos guardan todavía en la memoria la imagen del adolescente con aire perdido que caminaba junto a su hermano William siguiendo el féretro de su madre, la princesa Diana, por las calles de Londres en 1997.

Cuando nació Harry, el 15 de septiembre de 1984, era tercero en el orden sucesorio, una posición que exigía un comportamiento ejemplar. Sin embargo, el enérgico pelirrojo confesó a los 17 años haber fumado cannabis y su afición por las fiestas regadas de alcohol lo convirtió en una de las personalidades favoritas de la prensa sensacionalista.

Los tabloides publicaron innumerables fotos del joven príncipe, frecuentemente a la salida de bares y discotecas y en compañía de bellas jóvenes aristócratas, o de la que fue su novia en diferentes períodos, la zimbabuense Chelsy Davy.

En 2005 cometió un grave error al aparecer en una fiesta de disfraces vestido de oficial nazi. Tras aquel escándalo, este gran deportista, apasionado por el rugby, entró en la prestigiosa academia real militar de Sandhurst. En 2008, tras una indiscreción de la prensa, se supo que se encontraba en misión en Afganistán, por lo que todo el país le acompañó en su decepción cuando tuvo que ser repatriado de urgencia por motivos de seguridad.

Y a partir de ahí empezó a cosechar éxitos mediáticos como cuando fue testigo de honor en la boda de su hermano en 2011, o cuando un año después presidió la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres.

Pero lo que pareció transformarlo definitivamente fue conocer en 2016 a la actriz Meghan Markle.

Hija de Thomas Markle, un director de iluminación de televisión que ganó un Emmy por su trabajo en la serie “Hospital General”, y de Doria Ragland, asistente social y profesora de yoga, Meghan nació el 4 de agosto de 1981 en Los Ángeles. Por parte de madre, desciende de los esclavos negros de las plantaciones de algodón de Georgia, en el sur de Estados Unidos. Por parte de padre, es descendiente del rey Roberto I de Escocia, que reinó entre 1306 y 1329. Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años y se divorciaron cinco más tarde.

Markle se graduó en teatro y relaciones internacionales en la Northwestern University, cerca de Chicago, tras lo cual pasó seis semanas haciendo prácticas en la embajada estadounidense en Argentina.

La actriz alcanzó la fama gracias a la televisión, trabajando en la serie “Suits”, sobre un bufete de abogados de Nueva York. Y antes de contraer matrimonio con Harry estuvo casada con el productor Trevor Engelson, del que se divorció al cabo de dos años.

Viejos amigos la han acusado de haberlos dejado de lado a medida que iba progresando en la vida, y sus dos hermanastros, que no fueron invitados a la boda, le lanzaron críticas feroces, sugiriendo que se avergonzaba de ellos. Su padre, que tampoco asistió a la ceremonia, acaparó las portadas de todo el mundo tras prestarse a escenificar unas fotos para unos paparazzi.

Desde que se convirtió en duquesa de Sussex, Meghan, que cultivaba un estilo informal californiano de shorts y sandalias, tuvo que acostumbrarse a las reglas de vestir de la monarquía británica: medias de color carne o neutro, esmaltes de uñas discretos y vestidos por debajo de la rodilla.

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