El Athletic deja vivo al Granada
El equipo de Garitano tuvo más ocasiones, el VAR anuló un gol a Capa y Muniain da ventaja al equipo bilbaíno para la vuelta en Los Cármenes.
Alfonso Herrán
As
Todos sabían que a la final de La Cartuja se va, en el partido de vuelta, por Granada, que además está cerca y se llega dando un paseo, pero el primer peaje se pagaba en Bilbao. Esta Copa más democrática de los últimos años es la más deseada. Y todos sueñan con Sevilla en una bella noche de abril. A eso se pusieron Athletic y Granada en el primer capítulo de las semifinales. Los leones jugaron como el viejo rey del torneo, ese descabalgado del trono por el irreverente Barça, en su estadio con los honores de su centenaria historia. Su fútbol era para dejarle a un dedo de la final, pero le faltó definición y el Granada, un superviviente agarrado a un palillo en medio de un maremoto, salió vivo y espera devolver el zarpazo con el ‘efecto Nuevo Los Cármenes’.
El Granada dio su primer aviso y desapareció de la escena en todo el primer tiempo. Fue a través de un Víctor Díaz profundo, que centró a Soldado. Ahí andaba con la caña preparada el viejo guerrero, pero el balón se marchó fuera por poco. Esa fue su última noticia. Pocos podían adivinar que el centro del campo rojiblanco, no dotado para crear, pudiera conectar con Muniain entre líneas y se fuera devorando posteriormente a un Granada que no amaneció reservón, pero que se fue ocultando como una tortuga se mete en el caparazón por el miedo ante un disparo.
En efecto, el rumbo cambió al cuarto de hora, con una estampida a partir de los relámpagos de Williams, un jugador en estado de gracia. Es tan contagioso su entusiasmo que se sumó a la fiesta Vesga con un sartenazo desde fuera del área que detuvo Rui Silva camino de la escuadra. El Athletic recuperaba rápido, se echaba al monte y metía en la cueva a los nazaríes. No había tregua, los leones marcaban sus intenciones claramente. Con Muniain como violinista, en el acoso y derribo se pudo escuchar con trompetas estridentes a un grupo de boinas verdes al asalto del rancho de Rui Silva. Era un Athletic en galerna, como si se tratara de los cinco últimos minutos. No había ni migas del frente ofensivo andaluz, siquiera un par de intentos de frenar el vendaval con pérdidas de tiempo. Como un saque rápido en plan pícaro de Rui Silva, tras lesión de Puertas, y que jugó, tras robo de Williams, poco antes de que media plantilla de Diego Martínez se le echara encima por no tirarla fuera.
El técnico del Granada se consumía viendo a su equipo tan encogido en quince metros de su campo. Optó por romper el concierto rojiblanco, semejante vasallaje, con un cambio táctico. Puso tres centrales, Domingos Duarte, Guzmán y Víctor Diaz, y los carriles largos con Puertas y Neva, a ver si mimetizándose con el enemigo conseguía neutralizarlo. O tal vez tan sólo se trataba de defender por amontonamiento. El caso es que Muniain seguía a lo suyo, a dañar con su juego entre dos aguas, ahora por la medular ahora por el balcón del área. No había forma de encorsetarlo. Y el equipo, venga a tirar diagonales, tacones, triangulaciones… Sobredosis de fe.
Cualquier desconexión podía ser un detalle que decidiera parte de esta primera entrega hacia la final. En un momento de parpadeo por un fuera de juego visitante, Dani García, el más listo de la clase, lanzó un pase largo a Williams, que la bajó con el hombro (así lo determinó el VAR posteriormente), desplegó su exuberancia atlética y pilló en paños menores a la zaga granadina. Dejó el pase al medio para que metiera su primer gol de la Copa Muniain, su mejor socio. Sin pisadas de Yangel y Gonalons, estaba tan presente en el juego Soldado como su amigo Aduriz, que descansaba en el banquillo.
Vallejo salió tras el descanso para consolidar la defensa con tres centrales. Calcó el Granada la salida de las nueve de la noche a las diez. Ya no era tan ajeno a la pelota en marcha. Pero las sensaciones volvieron a ser bilbaínas. Así, en una falta, el Athletic marcó el segundo: fue el central Yeray, tras bajar la bola con el pecho cual Aduriz, y rematar a la escuadra, pero el colegiado lo anuló por fuera de juego de más de un compañero.
Diego Martínez veía muchos problemas para tapar las orillas de Yuri, Capa y Williams. Este seguía con sus carreras. Hay cohetes en Cabo Cañaveral con menos potencia. Capa adquirió protagonismo después. Primero con un tirazo que encontró el paradón de Rui Silva y después con un gol tras golpeo mordido que se coló en la meta, pero el árbitro lo revisó en la pantalla a ras de campo y como Williams andaba por medio entorpeciendo la línea de visión del meta, aunque sin participar, lo anuló.
Era un nuevo tsunami. La impotencia vestía de blanco. Por eso Soldado se comportó como un juvenil y dio un patadón a Íñigo Martínez que le borra para la vuelta por acumulación de amonestaciones. Lo mismo le había pasado a Dani García en la primera parte. Vallejo era un caramelito cuando le llevaba a la banda Williams, que dislocó la cadera del zaragozano.
Salió Aduriz para añadir más leyenda al partido, aunque lo primero que hizo fue un salto con tarjeta por sacar algo el brazo. Las ocasiones eran un insulto: 10-1. Pero en un minuto, el Granada, que acabó dejando desenganchados de la defensa a dos hombres, tuvo dos. Sirvió para sumar a Simón a una noche mágica, sí, pero improductiva. Los leones dejaron vivo a un grupo agazapado.
Alfonso Herrán
As
Todos sabían que a la final de La Cartuja se va, en el partido de vuelta, por Granada, que además está cerca y se llega dando un paseo, pero el primer peaje se pagaba en Bilbao. Esta Copa más democrática de los últimos años es la más deseada. Y todos sueñan con Sevilla en una bella noche de abril. A eso se pusieron Athletic y Granada en el primer capítulo de las semifinales. Los leones jugaron como el viejo rey del torneo, ese descabalgado del trono por el irreverente Barça, en su estadio con los honores de su centenaria historia. Su fútbol era para dejarle a un dedo de la final, pero le faltó definición y el Granada, un superviviente agarrado a un palillo en medio de un maremoto, salió vivo y espera devolver el zarpazo con el ‘efecto Nuevo Los Cármenes’.
El Granada dio su primer aviso y desapareció de la escena en todo el primer tiempo. Fue a través de un Víctor Díaz profundo, que centró a Soldado. Ahí andaba con la caña preparada el viejo guerrero, pero el balón se marchó fuera por poco. Esa fue su última noticia. Pocos podían adivinar que el centro del campo rojiblanco, no dotado para crear, pudiera conectar con Muniain entre líneas y se fuera devorando posteriormente a un Granada que no amaneció reservón, pero que se fue ocultando como una tortuga se mete en el caparazón por el miedo ante un disparo.
En efecto, el rumbo cambió al cuarto de hora, con una estampida a partir de los relámpagos de Williams, un jugador en estado de gracia. Es tan contagioso su entusiasmo que se sumó a la fiesta Vesga con un sartenazo desde fuera del área que detuvo Rui Silva camino de la escuadra. El Athletic recuperaba rápido, se echaba al monte y metía en la cueva a los nazaríes. No había tregua, los leones marcaban sus intenciones claramente. Con Muniain como violinista, en el acoso y derribo se pudo escuchar con trompetas estridentes a un grupo de boinas verdes al asalto del rancho de Rui Silva. Era un Athletic en galerna, como si se tratara de los cinco últimos minutos. No había ni migas del frente ofensivo andaluz, siquiera un par de intentos de frenar el vendaval con pérdidas de tiempo. Como un saque rápido en plan pícaro de Rui Silva, tras lesión de Puertas, y que jugó, tras robo de Williams, poco antes de que media plantilla de Diego Martínez se le echara encima por no tirarla fuera.
El técnico del Granada se consumía viendo a su equipo tan encogido en quince metros de su campo. Optó por romper el concierto rojiblanco, semejante vasallaje, con un cambio táctico. Puso tres centrales, Domingos Duarte, Guzmán y Víctor Diaz, y los carriles largos con Puertas y Neva, a ver si mimetizándose con el enemigo conseguía neutralizarlo. O tal vez tan sólo se trataba de defender por amontonamiento. El caso es que Muniain seguía a lo suyo, a dañar con su juego entre dos aguas, ahora por la medular ahora por el balcón del área. No había forma de encorsetarlo. Y el equipo, venga a tirar diagonales, tacones, triangulaciones… Sobredosis de fe.
Cualquier desconexión podía ser un detalle que decidiera parte de esta primera entrega hacia la final. En un momento de parpadeo por un fuera de juego visitante, Dani García, el más listo de la clase, lanzó un pase largo a Williams, que la bajó con el hombro (así lo determinó el VAR posteriormente), desplegó su exuberancia atlética y pilló en paños menores a la zaga granadina. Dejó el pase al medio para que metiera su primer gol de la Copa Muniain, su mejor socio. Sin pisadas de Yangel y Gonalons, estaba tan presente en el juego Soldado como su amigo Aduriz, que descansaba en el banquillo.
Vallejo salió tras el descanso para consolidar la defensa con tres centrales. Calcó el Granada la salida de las nueve de la noche a las diez. Ya no era tan ajeno a la pelota en marcha. Pero las sensaciones volvieron a ser bilbaínas. Así, en una falta, el Athletic marcó el segundo: fue el central Yeray, tras bajar la bola con el pecho cual Aduriz, y rematar a la escuadra, pero el colegiado lo anuló por fuera de juego de más de un compañero.
Diego Martínez veía muchos problemas para tapar las orillas de Yuri, Capa y Williams. Este seguía con sus carreras. Hay cohetes en Cabo Cañaveral con menos potencia. Capa adquirió protagonismo después. Primero con un tirazo que encontró el paradón de Rui Silva y después con un gol tras golpeo mordido que se coló en la meta, pero el árbitro lo revisó en la pantalla a ras de campo y como Williams andaba por medio entorpeciendo la línea de visión del meta, aunque sin participar, lo anuló.
Era un nuevo tsunami. La impotencia vestía de blanco. Por eso Soldado se comportó como un juvenil y dio un patadón a Íñigo Martínez que le borra para la vuelta por acumulación de amonestaciones. Lo mismo le había pasado a Dani García en la primera parte. Vallejo era un caramelito cuando le llevaba a la banda Williams, que dislocó la cadera del zaragozano.
Salió Aduriz para añadir más leyenda al partido, aunque lo primero que hizo fue un salto con tarjeta por sacar algo el brazo. Las ocasiones eran un insulto: 10-1. Pero en un minuto, el Granada, que acabó dejando desenganchados de la defensa a dos hombres, tuvo dos. Sirvió para sumar a Simón a una noche mágica, sí, pero improductiva. Los leones dejaron vivo a un grupo agazapado.