El viaje en el tiempo como truco cuántico

En una de sus novelas, Stephen King consideró los universos paralelos como un recurso para cambiar el futuro de la Historia

Montero Glez
El País
Stephen King tiene una novela titulada 22/11/63 donde se retrocede en el tiempo a través del pasadizo de un restaurante. De esta manera, su protagonista Jacob Epping alcanza los años previos al asesinato de John F. Kennedy. Su misión va a ser la de evitar el crimen, rectificando con ello la Historia.


Hemos visto repetidas veces las imágenes de lo ocurrido en Dallas, un 22 de noviembre de 1963; han sido tantas que la figura de Jacqueline Kennedy de rodillas, subida a la parte trasera del vehículo, parece asunto de ficción. Porque no podemos evitar la carga ficticia del documento, a blanco y negro, como una de esas películas que echaban por la televisión de entonces, como si la secuencia de imágenes de un crimen altamente improbable para la víctima -Kennedy viajaba en un coche descapotado- formase parte de la trama de una historia fabulosa.

El mismo Stephen King cuenta cómo surgió la idea de la novela, cuando aún no era un escritor reconocido y vivía en un remolque. Por entonces, las historias que escribía no daban para más y enseñaba inglés en la Academia Hampden. De esta manera se ganaba el sustento. Fue en uno de esos días, estando en la sala de profesores, cuando el escritor escuchó algo parecido a: “¿Cómo habrían sido las cosas si Kennedy hubiera vivido?” y ahí surgió todo, con una conjunción condicional que obligó al escritor a considerar los universos paralelos como un recurso para cambiar el futuro de la Historia.

Alcoholismo y resplandor

Antes de convertirse en autor de éxito, Stephen King ejerció oficios diversos que iban desde gasolinero a profesor de inglés. Entonces vivía de alquilado en una caravana, en la ladera de una colina, desde donde contemplaba la verdadera dimensión de la realidad cuando el dinero escasea y la vida sale cara.

Por aquella época, el profesor Stephen King llegaba a sus clases con la cabeza envuelta en la resaca; la ropa arrugada y la corbata llena de manchas. Le daba al frasco más de la cuenta. Si un personaje suyo puede servirnos de modelo para imaginar cómo era Stephen King, sin duda alguna, es Jack Torrance, protagonista de su novela El resplandor. El mismo Stephen King reconoce la similitud entre ambos.

El alcoholismo y el cerco aislante de un horizonte depresivo hicieron de Stephen King un hombre en las últimas.
Tal vez, por eso, un buen día —o una mala noche— decidió dar un salto cuántico y escaparse a un universo paralelo donde las únicas manchas a limpiar fuesen las del dinero.

De esta forma, el Stephen King perdedor —reencarnado ahora en Jack Torrance— quedaría atrás, bloqueado por fuerzas sobrenaturales frente a su máquina de escribir, escuchando la voz de los fantasmas que habitan las caravanas y los hoteles solitarios.

Dicho así, puede resultar demasiado ficticio, pero la verosimilitud de esta novela es posible con la teoría cuántica, una hipótesis física que nos viene a decir que lo probable se nutre de lo verosímil, pues siempre hay una probabilidad de que todos los sucesos posibles, por muy ficticios que parezcan, puedan ocurrir. De esta manera -cuántica- podemos encontrarnos con realidades independientes, como el camino que se abre a otros caminos que, a su vez, conducen a universos distintos.

La verosimilitud de esta novela es posible con la teoría cuántica, una hipótesis física que nos viene a decir que lo probable se nutre de lo verosímil, pues siempre hay una probabilidad de que todos los sucesos posibles, por muy ficticios que parezcan, puedan ocurrir

Para ilustrar el funcionamiento de la esencia cuántica, el físico Erwin Schrödinger propuso un famoso experimento donde se encerraba a un gato dentro de una caja opaca sin más compañía que una botella de gas letal y un dispositivo cargado con una sola partícula que, al ser desintegrada, liberaba el veneno y acababa con la vida del gato. Uno de esos inventos disparatados que bien podrían haber salido en el TBO con la consiguiente explicación a cargo del profesor Franz de Copenhague.

Según las estadísticas de tal invento, una vez transcurrido un determinado tiempo, obtendremos tantas probabilidades de que el gato esté muerto como de que esté vivo cuando la caja se abra. Por lo mismo, la teoría cuántica señala que el gato está vivo y está muerto al mismo tiempo, dando a entender que la superposición de estados forma una unidad dentro de una caja que permanece cerrada a la conciencia del observador. Cuando abrimos la caja, nuestra observación se hace experimentalmente coherente con la realidad de nuestro mundo, lo que en física de partículas viene a llamarse el “colapso de la función de onda”. Entonces se acaba el universo paralelo y, una de dos, o el gato está vivo, o bien está muerto.

Es poco probable que nuestro universo pueda haber surgido de un suceso cuántico, pero no por ello vamos a desechar la hipótesis, ya hemos visto que, según la teoría cuántica, el gato de Schrödinger puede estar vivo y muerto a la vez hasta que no se demuestre lo contrario. De igual manera, Stephen King utiliza la probabilidad calculable de alcanzar otro universo paralelo, un mundo próximo que quedó separado del nuestro por un suceso cuántico que trazó su frontera con tres disparos sobre el presidente Kennedy. Según la teoría cuántica hay una probabilidad calculable de que lo que cuenta Stephen King pueda ocurrir. Bien mirado, o bien leído, ya ha ocurrido en el tiempo que ha durado la novela; una de las más arriesgadas del escritor norteamericano.

Porque para reescribir la Historia a partir de un suceso cuántico hay que ser mago o Stephen King, una de dos. Lo que viene a demostrar que cargar de realidad lo probable es cuestión de talento. Conseguir el grado de verosimilitud suficiente de un suceso ficticio es una cuestión que implica saber moverse en universos paralelos, esto es, asumir la superposición de los mismos sin colapsar la función de onda.

Por todo lo dicho, que esta novela no guste es una improbabilidad cósmica.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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