COPA DEL REY: Un soñador y un somnoliento
Un tanto de Bale y uno y medio de Brahim meten al Madrid en el sorteo de octavos sin nada de qué presumir. Unionistas llegó a empatar y creyó hasta el final en el milagro.
Luis Nieto
As
La Copa acerca el cielo y la tierra, a veces estruendosamente. No llegó a tanto esta vez, pero el Madrid, como dos horas antes el Barça, no marcó la diferencia entre dos mundos. El partido resultó más marrón a bajo cero que concurso de méritos. Con más titulares de los previstos dejó ilusionarse a Unionistas, esa cooperativa nostálgica que se mantuvo en pie hasta el final. El equipo de Zidane no recogió mejores noticias que algunos detalles de Brahim y su presencia en el bombo de octavos, que tendrá más carga explosiva. Marcó Bale con cara de sepelio, ofreció propósito de enmienda James y se guardaron los demás para partidos de la red principal.
Jugó Benzema, indicativo máximo de que Zidane andaba lejos de dejar al Madrid a la intemperie en la única competición que le da la espalda. Y le rodeó del mejor equipo posible teniendo en cuenta los expedicionarios. Fue una muestra de respeto a Unionistas y a su público, que hicieron de la Copa la fiesta patronal del invierno. La Federación les ha regalado a los modestos el campo (pequeño y duro este de Las Pistas), el público, el clima, la taquilla y hasta el hambre por salpimentar la competición. Eso siempre le gustó a la gente y nunca a los grandes, que preferían guardarse el factor de corrección del partido de vuelta.
Y en ese partido repleto de incomodidades, en plena emergencia climática, metió a Bale, que llegó para decidir otros partidos y ha acabado jugando estos. Ahora anda en lo más profundo del armario. En un remate suyo, de derecha y tras roce en Ayoze, se adelantó el Madrid. Eso ha sido en gran parte de su carrera, el gol desnudo, sin adornos antes ni después. La celebración fue de luto. Cierto es que un gol a un Segunda B no da para descamisarse, pero el galés compuso el rictus de quien recibe una multa de tráfico. Jugó y se comportó a temperatura ambiente. Mandó el enésimo mensaje pidiendo que no le esperen y se marchó otra vez lesionado.
La voluntad de James
Unionistas debió recordarle a Zidane aquello donde empezó todo: rival de Segunda B ordenado, esforzado, crecido, corretón e impreciso. Mezclado con la frialdad de la noche y lo bacheado del césped, le quedó al Madrid un partido antipático, con poquísima acción, del que casi nadie salió condecorado. Sufrió poco (un disparo lejano pero potente de Góngora desviado por Areola fue lo más parecido a una ocasión de los salmantinos), pero hizo sufrir poco. El gol de Bale y una vaselina de James con la derecha que se columpió en el larguero fueron sus únicas ocasiones de la primera mitad. El colombiano quiso ascender en el escalafón con su partido, el segundo que juega desde octubre. La Copa fue para él una terapia ocupacional productiva. Lo más peligroso del Madrid pasó por su izquierda, aunque se le resistiera el gol.
Los salmantinos retrocedieron con el paso de los minutos. Sus piernas aguantaron menos que las del Madrid, hecho que les fue restando el atrevimiento inicial y les fue relegando a su área al final de la primera mitad. Pero el equipo de Zidane no puso empeño en abreviar aquello. Vinicius estuvo menos reivindicativo de lo esperado, Benzema lo dejó para días de mayor fuste y Casemiro y Valverde no fueron los centrocampistas a reacción que acostumbran.
Así que quedaba un partido sombrío, mucho más emotivo en la grada que en el césped, hasta que Álvaro Romero, jugador vitaminado que apenas llevaba dos minutos en el césped, enganchó un balón en tres cuartos de campo, fue descolocando con su carrera a Nacho y Carvajal y aplicó un izquierdazo cerca de la escuadra que superó a Areola. El Unionistas se sintió al filo de lo imposible. Aquello duró cinco minutos. Por primera vez apretó de verdad el Madrid, que volvió a ponerse delante en otra jugada poco luminosa. Ganó bien la línea de fondo Marcelo y su centro lo remató defectuosamente, cayéndose, Brahim. Góngora intentó evitarlo y acabó firmando un autogol.
Ahí, y en dos remates posteriores de De la Nava detenidos por Areola, de lo mejor del Madrid, expiró Unionistas, porque el equipo de Zidane recuperó su sentido del deber y procuró dar carpetazo al caso. Brahim puso el entusiasmo que le faltó a Bale, Marcelo abrió gas por su banda y Zidane metió a Jovic por si encontraba esta vez la pólvora. Tampoco apareció: mandó al palo un remate a puerta vacía. Las consultas de los psicólogos están llenas de goleadores sin gol. Brahim, el único con apetito, cerró el pleito en el descuento. Fue el único meritorio que levantó la mano.
Luis Nieto
As
La Copa acerca el cielo y la tierra, a veces estruendosamente. No llegó a tanto esta vez, pero el Madrid, como dos horas antes el Barça, no marcó la diferencia entre dos mundos. El partido resultó más marrón a bajo cero que concurso de méritos. Con más titulares de los previstos dejó ilusionarse a Unionistas, esa cooperativa nostálgica que se mantuvo en pie hasta el final. El equipo de Zidane no recogió mejores noticias que algunos detalles de Brahim y su presencia en el bombo de octavos, que tendrá más carga explosiva. Marcó Bale con cara de sepelio, ofreció propósito de enmienda James y se guardaron los demás para partidos de la red principal.
Jugó Benzema, indicativo máximo de que Zidane andaba lejos de dejar al Madrid a la intemperie en la única competición que le da la espalda. Y le rodeó del mejor equipo posible teniendo en cuenta los expedicionarios. Fue una muestra de respeto a Unionistas y a su público, que hicieron de la Copa la fiesta patronal del invierno. La Federación les ha regalado a los modestos el campo (pequeño y duro este de Las Pistas), el público, el clima, la taquilla y hasta el hambre por salpimentar la competición. Eso siempre le gustó a la gente y nunca a los grandes, que preferían guardarse el factor de corrección del partido de vuelta.
Y en ese partido repleto de incomodidades, en plena emergencia climática, metió a Bale, que llegó para decidir otros partidos y ha acabado jugando estos. Ahora anda en lo más profundo del armario. En un remate suyo, de derecha y tras roce en Ayoze, se adelantó el Madrid. Eso ha sido en gran parte de su carrera, el gol desnudo, sin adornos antes ni después. La celebración fue de luto. Cierto es que un gol a un Segunda B no da para descamisarse, pero el galés compuso el rictus de quien recibe una multa de tráfico. Jugó y se comportó a temperatura ambiente. Mandó el enésimo mensaje pidiendo que no le esperen y se marchó otra vez lesionado.
La voluntad de James
Unionistas debió recordarle a Zidane aquello donde empezó todo: rival de Segunda B ordenado, esforzado, crecido, corretón e impreciso. Mezclado con la frialdad de la noche y lo bacheado del césped, le quedó al Madrid un partido antipático, con poquísima acción, del que casi nadie salió condecorado. Sufrió poco (un disparo lejano pero potente de Góngora desviado por Areola fue lo más parecido a una ocasión de los salmantinos), pero hizo sufrir poco. El gol de Bale y una vaselina de James con la derecha que se columpió en el larguero fueron sus únicas ocasiones de la primera mitad. El colombiano quiso ascender en el escalafón con su partido, el segundo que juega desde octubre. La Copa fue para él una terapia ocupacional productiva. Lo más peligroso del Madrid pasó por su izquierda, aunque se le resistiera el gol.
Los salmantinos retrocedieron con el paso de los minutos. Sus piernas aguantaron menos que las del Madrid, hecho que les fue restando el atrevimiento inicial y les fue relegando a su área al final de la primera mitad. Pero el equipo de Zidane no puso empeño en abreviar aquello. Vinicius estuvo menos reivindicativo de lo esperado, Benzema lo dejó para días de mayor fuste y Casemiro y Valverde no fueron los centrocampistas a reacción que acostumbran.
Así que quedaba un partido sombrío, mucho más emotivo en la grada que en el césped, hasta que Álvaro Romero, jugador vitaminado que apenas llevaba dos minutos en el césped, enganchó un balón en tres cuartos de campo, fue descolocando con su carrera a Nacho y Carvajal y aplicó un izquierdazo cerca de la escuadra que superó a Areola. El Unionistas se sintió al filo de lo imposible. Aquello duró cinco minutos. Por primera vez apretó de verdad el Madrid, que volvió a ponerse delante en otra jugada poco luminosa. Ganó bien la línea de fondo Marcelo y su centro lo remató defectuosamente, cayéndose, Brahim. Góngora intentó evitarlo y acabó firmando un autogol.
Ahí, y en dos remates posteriores de De la Nava detenidos por Areola, de lo mejor del Madrid, expiró Unionistas, porque el equipo de Zidane recuperó su sentido del deber y procuró dar carpetazo al caso. Brahim puso el entusiasmo que le faltó a Bale, Marcelo abrió gas por su banda y Zidane metió a Jovic por si encontraba esta vez la pólvora. Tampoco apareció: mandó al palo un remate a puerta vacía. Las consultas de los psicólogos están llenas de goleadores sin gol. Brahim, el único con apetito, cerró el pleito en el descuento. Fue el único meritorio que levantó la mano.