Baile olímpico del Madrid
Kroos, con un pícaro tanto de córner, abrió el recital del equipo de Zidane, que salió con cinco centrocampistas. Isco y Modric pusieron arte y goles. El Valencia fue un fantasma.
Luis Nieto
As
El Madrid perfeccionó el teorema de la victoria sin delanteros. Zidane puso uno, Jovic, y el partido no pasó por él. Su invisibilidad fue la única noticia adversa en un equipo que acabó en ballet. Tuvo rienda suelta un centro del campo tan numeroso como versátil: preciso y astuto Kroos, hermético Casemiro, hercúleo Valverde y ornamentales Isco y Modric. Pero los de una y otra condición hicieron arte de una primera presión sobre un Valencia asfixiado, inexistente. Lo que comenzó con un gol olímpico acabó en baile olímpico del Madrid más coral que se recuerda.
La concentración de bajas en ataque y un subidón general y extremo de prudencia llenaron el partido de centrocampistas, clara invitación a la retórica. Cinco por cabeza, con trivote del Valencia, y cierta soledad asumida de Gameiro y Jovic a uno otro lado del campo. Dos atacantes de distinta especie. Un blanco móvil el valencianista, útil en el juego al espacio y con capacidad para arrancarse en largo; una pieza de artillería fija el madridista, cordero fuera del área, lobo inédito cuando lo pisa.
Fue la de Zidane, sin Benzema, su donante de goles, una apuesta por el pasado, sin Rodrygo ni Vinicius. Al primero le falta atrevimiento; al segundo, empaquetar en la portería sus buenos propósitos. Se decidió por una compañía de veteranos revitalizados y del oficio sacó el gol que lo cambió todo, el gol de Origi al Barça en Liverpool... sin Origi. Gil Manzano pitó un córner a la izquierda del ataque del Madrid. Allí llegó Kroos. La portería quedó desierta porque Jaume quitó la vista del balón por ordenar a sus centrales. La falta de atacantes del Madrid, aún por llegar al área, no le alertó del peligro. Kroos tuvo cabeza para ver el descuido y pie para intentar el gol olímpico. Cuando Jaume quiso volver, metió los brazos torpemente y la pelota acabó dentro. El tanto fue el cruce perfecto de una ocurrencia y un enorme despiste. Olímpicos fueron lo uno y lo otro.
Antes del invento, el Madrid ya le había echado el lazo al partido desde una cuidada elaboración, una presión suficiente en campo contrario y una defensa alejada de Courtois. Aquel arranque le dio para un cabezazo franco de Varane rechazado por Jaume y para un disparo lejano de Valverde.
El Valencia ya había probado con éxito jugarle al Madrid con un punta, más Ferran Torres, en diciembre. Esta vez, sin Mestalla en el cogote del Madrid, no resultó. Y es que Zidane, ahora sí, ha levantado su obra de atrás hacia adelante. Del Madrid de acción de las últimas décadas, que entraba a tiros en los partidos aun a costa de que acabar más de una vez por los suelos, se ha pasado a este grupo ordenado, metódico, cerebral, sellado a cal y canto. Algo parece decirle que los 50 goles que se llevó Cristiano hay que ahorrarlos atrás, porque Benzema anda al límite, Bale hace tiempo que abdicó como delfín y Jovic sigue detrás de una máscara. En Yeda volvió a ser figurante.
La sentencia
Antes del descanso el Madrid marcó un segundo gol y mandó un cabezazo al poste. Lo uno y lo otro fueron atribuibles a Isco, otro de esos futbolistas a los que Zidane ha vuelto a poner del derecho. Del pelotón de mediapuntas, es el más capacitado para el remate. El tanto llegó en una incursión por la derecha de Valverde, definitivamente el jugador del renacimiento. Valverde lleva encima varios futbolistas en uno. Su despliegue físico le permite robar y llegar, pero también meterse entre los centrales y doblar al lateral, en esta ocasión Carvajal, o sacudir un zapatazo desde 25 metros. Alguien capaz de tocar tantos instrumentos le suena a música celestial a cualquier entrenador.
El Valencia fue poca cosa. Se protegió mal sin la pelota y se movió sin gracia cuando la tuvo porque el Madrid minimizó a Ferran Torres y Carlos Soler, los alborotadores, y a Parejo, el jugador por donde respira el equipo. Gameiro tuvo una y apuntó a la grada semidesierta del Rey Abdullah.
El paso de los minutos fortificó la tela de araña del Madrid, que redobló su empeño de robar pronto y lejos. Quedó la impresión de estar sobradísimo ante un equipo carente de la energía, el empuje y el estado de ánimo de hace un mes. Isco estableció como abismal la diferencia. Disfrutó el partido, con algún exceso incluso en el recreo.
Cuando Celades metió un segundo punta el Valencia estaba para el forense. En aquel baño y masaje, Modric dejó huella con un gol con el exterior del pie, gesto que le preocupó en su día a Benítez y que es parte de su DNI en el fútbol. El partido le permitió a Zidane, incluso, rodar a Marcelo y James, para hacer plantilla, y darle una despedida amable a Mariano, al que siempre ha visto como caso perdido. El gol final de Parejo, por penalti de Ramos, no consoló al Valencia. Y el juego y resultado debieron convencer a Zidane de que los centrocampistas son la palanca que mueve el mundo.
Luis Nieto
As
El Madrid perfeccionó el teorema de la victoria sin delanteros. Zidane puso uno, Jovic, y el partido no pasó por él. Su invisibilidad fue la única noticia adversa en un equipo que acabó en ballet. Tuvo rienda suelta un centro del campo tan numeroso como versátil: preciso y astuto Kroos, hermético Casemiro, hercúleo Valverde y ornamentales Isco y Modric. Pero los de una y otra condición hicieron arte de una primera presión sobre un Valencia asfixiado, inexistente. Lo que comenzó con un gol olímpico acabó en baile olímpico del Madrid más coral que se recuerda.
La concentración de bajas en ataque y un subidón general y extremo de prudencia llenaron el partido de centrocampistas, clara invitación a la retórica. Cinco por cabeza, con trivote del Valencia, y cierta soledad asumida de Gameiro y Jovic a uno otro lado del campo. Dos atacantes de distinta especie. Un blanco móvil el valencianista, útil en el juego al espacio y con capacidad para arrancarse en largo; una pieza de artillería fija el madridista, cordero fuera del área, lobo inédito cuando lo pisa.
Fue la de Zidane, sin Benzema, su donante de goles, una apuesta por el pasado, sin Rodrygo ni Vinicius. Al primero le falta atrevimiento; al segundo, empaquetar en la portería sus buenos propósitos. Se decidió por una compañía de veteranos revitalizados y del oficio sacó el gol que lo cambió todo, el gol de Origi al Barça en Liverpool... sin Origi. Gil Manzano pitó un córner a la izquierda del ataque del Madrid. Allí llegó Kroos. La portería quedó desierta porque Jaume quitó la vista del balón por ordenar a sus centrales. La falta de atacantes del Madrid, aún por llegar al área, no le alertó del peligro. Kroos tuvo cabeza para ver el descuido y pie para intentar el gol olímpico. Cuando Jaume quiso volver, metió los brazos torpemente y la pelota acabó dentro. El tanto fue el cruce perfecto de una ocurrencia y un enorme despiste. Olímpicos fueron lo uno y lo otro.
Antes del invento, el Madrid ya le había echado el lazo al partido desde una cuidada elaboración, una presión suficiente en campo contrario y una defensa alejada de Courtois. Aquel arranque le dio para un cabezazo franco de Varane rechazado por Jaume y para un disparo lejano de Valverde.
El Valencia ya había probado con éxito jugarle al Madrid con un punta, más Ferran Torres, en diciembre. Esta vez, sin Mestalla en el cogote del Madrid, no resultó. Y es que Zidane, ahora sí, ha levantado su obra de atrás hacia adelante. Del Madrid de acción de las últimas décadas, que entraba a tiros en los partidos aun a costa de que acabar más de una vez por los suelos, se ha pasado a este grupo ordenado, metódico, cerebral, sellado a cal y canto. Algo parece decirle que los 50 goles que se llevó Cristiano hay que ahorrarlos atrás, porque Benzema anda al límite, Bale hace tiempo que abdicó como delfín y Jovic sigue detrás de una máscara. En Yeda volvió a ser figurante.
La sentencia
Antes del descanso el Madrid marcó un segundo gol y mandó un cabezazo al poste. Lo uno y lo otro fueron atribuibles a Isco, otro de esos futbolistas a los que Zidane ha vuelto a poner del derecho. Del pelotón de mediapuntas, es el más capacitado para el remate. El tanto llegó en una incursión por la derecha de Valverde, definitivamente el jugador del renacimiento. Valverde lleva encima varios futbolistas en uno. Su despliegue físico le permite robar y llegar, pero también meterse entre los centrales y doblar al lateral, en esta ocasión Carvajal, o sacudir un zapatazo desde 25 metros. Alguien capaz de tocar tantos instrumentos le suena a música celestial a cualquier entrenador.
El Valencia fue poca cosa. Se protegió mal sin la pelota y se movió sin gracia cuando la tuvo porque el Madrid minimizó a Ferran Torres y Carlos Soler, los alborotadores, y a Parejo, el jugador por donde respira el equipo. Gameiro tuvo una y apuntó a la grada semidesierta del Rey Abdullah.
El paso de los minutos fortificó la tela de araña del Madrid, que redobló su empeño de robar pronto y lejos. Quedó la impresión de estar sobradísimo ante un equipo carente de la energía, el empuje y el estado de ánimo de hace un mes. Isco estableció como abismal la diferencia. Disfrutó el partido, con algún exceso incluso en el recreo.
Cuando Celades metió un segundo punta el Valencia estaba para el forense. En aquel baño y masaje, Modric dejó huella con un gol con el exterior del pie, gesto que le preocupó en su día a Benítez y que es parte de su DNI en el fútbol. El partido le permitió a Zidane, incluso, rodar a Marcelo y James, para hacer plantilla, y darle una despedida amable a Mariano, al que siempre ha visto como caso perdido. El gol final de Parejo, por penalti de Ramos, no consoló al Valencia. Y el juego y resultado debieron convencer a Zidane de que los centrocampistas son la palanca que mueve el mundo.