Añez: antes y después del discurso

Jorge Patiño Sarcinelli
Una de las paradojas temporales interesantes para entender la historia es que el futuro puede cambiar el pasado. Un buen ejemplo de esto es el del discurso de la presidenta Añez, que era un informe parcial de gestión el 22 de enero y se convierte en discurso de campaña dos días después con el anuncio de su candidatura.


Esto no es un simple cambio de nombre; incluso si ella tomó la decisión de postularse al calor del éxito del discurso, éste ya sólo puede ser entendido en su nueva dimensión política.

Cualquier mensaje, y este de Añez no es excepción, debe ser leído en tres claves principales: el yo, el otro y el contenido. Trivial, pero vamos a su aplicación.

Primero el “yo” del mensaje. La Presidenta ha mostrado una notable habilidad retórica en este su primer discurso. Es justo elogiar que haya logrado en los dos meses que lleva en el cargo adoptarlo y asumirlo con las naturalidad, autoridad y postura requeridas. La mujer que pronunció el discurso estaba dignamente investida en el papel que le regaló la historia.

Considerando el salto, hay en ello mucho mérito. Ella tiene sin duda el don para el mensaje presidencial. Si lo tendrá en igual medida para el discurso político en plaza pública está por verse.

En segundo lugar está el “otro” del discurso. Un mensaje a la nación debe estar dirigido, como su nombre lo indica, a toda la nación; es decir, a todos los bolivianos. En esto, Añez dejó mucho que desear. En lugar de mostrar que su misión transitoria y la paz que se le encomendó establecer es inclusiva a todos los bolivianos, sin importar su raza o credo político, el mensaje fue para los victoriosos. Los excluidos de antes, después de haber sido robados en sus ilusiones, ahora vuelven a ser excluidos.

En sus agradecimientos, Áñez incluyó desde las misiones extranjeras hasta a sus hijos, pero en un gesto de ingratitud mezquina, dejó de agradecer a los masistas democráticos que, desoyendo la convocatoria a la violencia, apostaron a la paz, y a Eva Copa, quien, desafiando la línea dura de su partido, se jugó por la paz y dio a Añez un apoyo invalorable. Con este gesto, la Presidenta perdió una oportunidad de demostrar un temple moral que todavía esperamos que tenga.

Finalmente está el “contenido” del mensaje. Si lo juzgamos como informe de labores, se le puede criticar el exitismo. “Lo logramos”, dijo la Presidenta. ¡Cómo se nota que se cree lo que le cuentan! Es cierto que ha logrado abrir el camino para las nuevas elecciones (con la ayuda de Copa), pero la paz es todavía frágil. Campea la persecución y la intolerancia es generalizada. Mientras duren, la paz “está prendida con alfileres” (Archondo dixit).

Por otro lado, si bien es legítimo hacer notar los problemas que dejó la mala gestión del anterior gobierno, no vale echarle la culpa de todo, incluso de que en La Haya “nos hayan arrebatado nuevamente el mar”. ¡Por favor, culpas verdaderas y mayores tiene Evo! Hace sospechar que Añez ya tenía preparado su golpe contra Mesa.

En esto y en todas sus promesas de mayores inversiones en salud educación –logros de los que es prematuro presumir- el mensaje sonaba descolgado como informe. Con el anuncio de la postulación, los anuncios suenan más bien a promesas, acordes con una campaña electoral.

Añez ha tomado la no del todo sorprendente decisión de postularse. Como ciudadana tiene ese derecho, pero como persona, cuya presidencia tenía una misión de administrar la transición, con esta decisión ella se aprovecha del cargo como trampolín regalado; restará tiempo y atención de esa su misión y representa un conflicto de intereses, pues es obvio cuál de sus objetivos primará cuando haya dilemas. Ya no sabemos, por ejemplo, si no quiere destruir al MAS por razones electorales.

Subestimaríamos el carácter de Áñez si suponemos que su decisión ha sido influenciada por personas que tienen intereses personales en esa postulación, pero, como tanto se dice, piensa mal y acertarás.

Jorge Patiño Sarcinelli es matemático y escritor.

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