Wilstermann nuevamente en lo más alto


José Vladimir Nogales
JNN Digital
Un volcánico final de partido entronizó a Wilstermann por 15ª vez en su historia. No había dudas de que el equipo de Christian Díaz ganaría el título tarde o temprano. Era cuestión de tiempo, pero no cabía sospechar la trama final de su duelo ante un Oriente tan joven, pero audaz. Wilstermann no expuso (o no supo cómo) la drástica superioridad que se le presumía en la teórica exploración de equivalencias. Es cierto que llegó a lo más alto del podio con victorias despojadas de belleza, pero triunfos al fin y al cabo, lo que satisfizo a su hinchada.




Sobrevivió la incertidumbre hasta que irrumpió el jugador más desequilibrante: Serginho, al igual que hace año y medio en Sucre, de nuevo protagonista en el último capítulo. Un cierre con drama para encumbrar al mejor equipo del campeonato, al más regular y competitivo, a uno de los máximos goleadores y al menos goleado. El sábado, en el Capriles, Wilstermann apeló a los atributos que más le han distinguido durante el curso: solidez defensiva, desequilibrio individual y poder de fuego. El equipo, con un segundo título en dos años, ha recuperado el genoma ganador que ha engordado su imponente historial. Su fútbol es más discutible; pero en este campeonato nadie ha tenido mejor perfume.

El partido no se ajustó milimétricamente al guión previsto. Mucha marca, fricción y poco fútbol. Fiel a su genealogía, Oriente quiso imponer ese juego marcial que le distingue y que tradicionalmente ha cortado la digestión a Wilstermann. El líder se mantuvo firme, sin grandezas, con el grado de competitividad que le ha llevado al trono.

Tras comprobar la precaria fiabilidad visitante en la defensa de pelotas por aire, Zenteno abrió el partido ante el delirante alarido de las atestadas tribunas. Pese a bajar abruptamente los niveles de ansiedad, la buscada ventaja no contribuyó a una sensible mejora del producto. El sosiego de los rojos sedó en exceso el trámite, aquietando más un ritmo ya bajo en revoluciones.
Dispuso de oportunidades para cerrar la tarde y abrir las celebraciones, pero erró en el área. Ante las dificultades para asociar a sus volantes y progresar por la geografía áspera, Wilstermann cargó mucho juego por las bandas, pero sin ofrecer a sus extremos una red de apoyos que les permitiese vulnerar los flancos rivales.

Su arranque en esa segunda mitad se interpretó como una declaración de intenciones: estaba dispuesto a llevarse la victoria a toda costa, sin conceder respiro al aguerrido adversario. Pero, al crecer el despilfarro, el raquítico resultado mantenía con hilo a Oriente y comenzaba a despertar insondables temores en filas locales. Pese a todo, la garantía de los rojos residía en la espléndida relación que mantienen varios jugadores con el gol. Es lo que ocurrió con el gol de Serginho, justo cuando el juego se encontraba más atascado y los temores adquirían una fantasmagórica forma.

Con toda la parafernalia dispuesta para la gran celebración, y en medio el eufórico oleaje que sacudía las tribunas, el destino deparaba un momento de angustia. Oriente descontó tras una pelota quieta mal defendida. Volvieron a crisparse los nervios.
Oriente intuyó su oportunidad tras el sacudón y el súbito silencio de la grada le indujo a explorar su propia gloria. En tiempo añadido, Saucedo decodificó un enorme desmarque de Orfano y filtró un pase descomunal, que el argentino resolvió magistralmente. La volcánica explosión de las tribunas bañó, con estruendo, su alocado festejo. La locura estaba desatada. El retumbo de una delirante afición no tenía fin. Los histéricos gritos, mezclados con tumultuosos abrazos, amigos o anónimos, se extendían al infinito, trascendiendo la noche de otros tiempos, ocupando un lugar en la sagrada historia. Orfano marcó el último gol de la temporada e hizo justicia con el mejor equipo. El gran líder de la fe, el que no se rindió jamás. Ese es el carácter de los campeones.

Entradas populares