Waldir Pereira 'Didí', la bella historia de amor entre un hombre y un balón

Marco Ruiz
As
AS Color del 10 de julio de 1971 nos presenta a un viejo conocido de la historia del mejor Real Madrid. Waldir Pereira, Didí, que pasó inadvertido vistiendo de blanco, a pesar de ser uno de los mayores talentos que dio el fútbol brasileño: bicampeón del mundo en Suecia 58 (Garrincha, Didí, Vavá, un jovencísimo Pelé y Zagalo formaban su histórica delantera) y Chile 62 (la misma con la incorporación de Amarildo en el puesto de un lesionado Pelé a las primeras de cambio). Pero antes de esos triunfos, este fino estilista, que empezó a jugar en 1943 en clubes modestos de la periferia de Río, ya había pasado a la historia por marcar el primer gol en la inauguración de Maracaná en 1950, el año de la derrota mundialista ante Uruguay. Fue en un amistoso entre Río de Janeiro y Sao Paulo cuando levantó por primera vez en un mismo grito al multitudinario estadio. En el primero de los dos Mundiales que ganó, en Suecia, emergió la figura de un todopoderoso Pelé con aún 17 años. Pero fue Didí quien resultó elegido mejor jugador de aquel torneo. Bernabéu apuntó su nombre y un año después, el 5 de agosto de 1959, llegaba al Madrid tras aceptar una importante oferta, a pesar de estar a punto de cumplir los 31 años.


Pero no son esos méritos mundialistas de Didí, ni siquiera su paso por el Madrid, lo que llevaron a este singular brasileño a figurar en aquel AS Color del 71, sino su carrera como entrenador, entonces a los mandos de River Plate, y los rumores que corrían de una posible vuelta a España, esta vez a los banquillos, tanto, que incluso sonaba para el del Madrid. “A veces he pensado que, si no pude triunfar como jugador en España, tal vez pudiera hacerlo como técnico. Entrenar al Madrid sería para mí un gran honor”, dijo entonces. No pasó ni una cosa ni la otra, ni entrenó en España, ni al Madrid.

Como ocurre la mayoría de las veces, la figura como técnico de las grandes leyendas de la historia del fútbol no llega a igualar, ni de lejos, lo que fueron en su etapa de esplendorosos jugadores. Ocurre igual con Didí, un mito de este deporte que tenía un golpeo a la pelota endemoniado, un cuerpo delgado y músculos veloces. Una de las mejores definiciones de él la dio el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Estatua erguida de sí mismo”. Pero aquella figura estilizada y morena se quedó estancada en los campos embarrados de finales de los 50 del norte de España, y ni siquiera el contraste de su negra piel con el blanco de la indumentaria del Madrid hicieron que los Puskas, Gento, Di Stéfano, Lesmes o Zárraga le encontraran sobre el campo.

Transcurridos tantos años, Rafael Lesmes, que fue su compañero en el Madrid, rememora para AS Color los recuerdos que aún le quedan del brasileño, y encontramos algunas razones de por qué no encajó: “Ya le conocíamos de antes, de un par de años que fuimos a Caracas a jugar en verano y nos enfrentamos a Botafogo. Y tengo recuerdos de que en aquel equipo estaban él y Garrincha. Ganamos 4-3 en la final de aquel torneo. Era un tío simpatiquísimo, buenísima persona, y no paraba de gastar bromas. La frase suya que más recuerdo era cuando decía: “Eshtamos joudidosh…”. ¡Y siempre tenía frío, siempre! Pero, a pesar de su calidad, ocurría que su juego era otro diferente al nuestro. Se plantaba en el centro del campo y teníamos la orden de que él iniciara el juego. Pero para nosotros era muy complicado pararnos a buscarlo teniendo a Gento, Di Stéfano, Puskas… ¿Quién iba a ponerse a buscar a Didí? Nosotros jugábamos al pim-pampum. Y para encontrarle teníamos que deshacer lo que ya estaba medio hecho”.

LA FOLHA SECA

Didí dejó un gran legado para el fútbol. Fue el inventor de la ‘Folha Seca’. Así se llamó a la suerte que él mismo comenzó a realizar: un golpeo de la pelota hecho entre la puntera y los tres dedos exteriores con el que el balón terminaba cayendo hacia la portería después de haber subido desproporcionadamente con un efecto endiablado que los porteros no acertaban a adivinar. Cristiano Ronaldo es el autor de la versión moderna más perfeccionada. El propio Didí explicó también en AS, en 2001, cómo llegó a aprender a golpear el balón de esa manera: “Sufrí una lesión en el tobillo y no podía golpear con normalidad a la pelota. Entonces, me di cuenta de que si pateaba con la punta, cortando el balón por el centro, no sentía dolor y el balón hacía la cur va y caía. Así que comencé a fortalecer los tres dedos del empeine y el tobillo. Para mí, con el tiempo, fue algo normal y fácil. A los porteros les daba mucha rabia encajar goles de aquella manera. El secreto también estaba en la bota, que tenía que estar muy ajustada al pie. Yo calzaba un 41 y llevaba ese número en la izquierda y un 40 en la derecha, que era con la que pateaba”.

Lesmes aún tiene en la cabeza esa fabulosa cualidad de Didí para tratar bien la pelota: “El tío tenía un toque de balón que era un espectáculo. En los entrenamientos era capaz de tirar diez córners seguidos y hacía que los diez balones botaran por primera vez dentro de la portería. Era algo increíble. Hacíamos juegos con eso por su culpa. Los demás lo intentábamos y era imposible, por muchos zapatazos que diéramos. Incluso lo comentábamos entre nosotros mismos. ¡Qué pena que no encaje con lo buen jugador que es!”. El propio Didí dio una descripción, en una larga entrevista concedida al periodista brasileño Roberto Moura, de cómo era su relación con la pelota: “Yo siempre le tuve mucho cariño. Porque, si no, ella no obedece. Cuando venía, la dominaba. A veces se iba por ahí y le decía ‘venga, hijita’, y la traía. La trataba con tanto cariño como trato a mi mujer”. Leído parece hasta poesía. Muchos darían dinero por oírlo recitado con el armónico acento carioca del propio Didí.

Quizá era demasiado fino para la tarea que debía cumplir en un Madrid que ya había ganado cuatro Copas de Europa y tenía el equipo muy hecho. Y quizá también era demasiado estilista para el fútbol que se jugaba en algunos campos difíciles de España. Recurrimos a Paquito (nacido en 1938), otro mito, éste del Oviedo y el Valencia para luego dedicar su vida a la cantera del Villarreal, para que narre una de las anécdotas que mejor hablan de lo que le pasó a Didí en nuestra Liga. Esta historia ocurrió en el Tartiere, donde se enfrentó a Didí aquella vez. “El Chato, nuestro utillero, abrió los grifos del campo el día de antes y dejó el césped hecho chocolate. Didí era el único moreno de piel”, cuenta Paquito, “y, sin embargo, salió impoluto del campo después de los 90 minutos, ¡casi blanco parecía! Y los demás, negritos, negritos... Sólo llevaba el culo manchado como si hubiese ido en bicicleta lloviendo. Aquello no le iba a un hombre tan fino en el juego”. Pero, aquel detalle (en un partido en el que el Madrid, además, cortó una racha de 15 partidos seguidos ganando en Liga) no fue el único reseñable de Didí aquella tarde, si no el que dejó el propio brasileño tras el pitido inicial: “Recuerdo que Di Stéfano sacó de centro. Se la dio a Didí y éste le hizo un caño a Lalo, luego comenzó un eslalon, me hizo otro caño a mí y dribló a otro más y tiró un cañonazo a la escuadra que paró Gomes con una estirada increíble. El balón terminó dando en el palo. ¡Y no la volvió a tocar en todo el partido! El chocolate que era el campo no era lo suyo”. No pasa de ser una anécdota, pero escenifica lo que le ocurrió a Didí, un jugador de tanta calidad, para que no triunfara en el fútbol español.

Le admiraba y podía ayudarle con mis pases a hacer gol

Los rumores sobre su mala relación con Di Stéfano no tardaron en aflorar. La propia ‘Saeta’ ha hablado de Didí más de una vez: “Yo no tenía nada contra él. Llegó para jugar en la media cancha, pero en el Madrid la media cancha era para trabajarla (para correr y contener). ¡Como jugador era fenomenal! Pero en Madrid no gustaba, porque el público quiere que los jugadores corran y luchen. Y el brasileño la pedía para jugarla… Y entonces teníamos que bajar todos los demás a trabajar”. Pero el propio Didí tenía otra versión de lo que sucedió en aquella época, como él mismo contó en una entrevista a Ladislao Javier Moñino en AS, el 18 de febrero de 2001, poco antes de morir de un cáncer de hígado: “Son cosas del fútbol. Cuando fui para el Madrid, Di Stéfano era el líder y con razón. Yo salí del Mundial del 58 como mejor jugador del mundo y él estaba un tanto celoso, pero era lógico, porque Alfredo tenía que cuidar de todo lo que había hecho por el Madrid y por él mismo. Llegaba un jugador con un nombre muy grande también y que podía complicarle un poco la vida. Pero yo admiraba a Di Stéfano y podía ayudarle con mis pases a hacer gol. Si podía darle diez, se los daba. Él era maravilloso como jugador”. No tuvo Didí muchas oportunidades de poder dar pases a la gran ‘Saeta Rubia’, a pesar de que era uno de los protegidos de Fleitas Solís, técnico del Madrid, también brasileño, porque sólo jugó 19 partidos de Liga (seis goles). No podía jugar la Copa por ser extranjero y tampoco participó en la Copa de Europa.

Buscamos otra opinión, la de su compatriota Canario, con el que llegó al Madrid en aquel verano de 1959: “Yo en realidad llegué un par de meses después que él. A mí cuando la gente me pregunta siempre digo lo mismo: no triunfó en el Madrid porque no se adaptó al frío. Le recuerdo un partido en el Bernabéu en el que no paraba de nevar. Y en el descanso llegó al vestuario congelado y puso las manos en el agua caliente. Y uno del staff le echó la bronca: ‘¡No hagas nunca eso, hombre! Toma esta vaselina. Y se la tenía que poner un montón de veces. Luego, al final, se quitó las botas y tenía los pies congelados”.

¿Y qué había de cierto en su mala relación con Di Stéfano: “Hombre, de eso nada. No es cierto. Ya sabemos como es Di Stéfano, que chillaba y gritaba, y lo hacía porque era un ganador. A mí me gritaba mucho también: ‘¡Canario, cojo…, venga, a correr! Y ahora me llevo fenomenal con él y disfrutamos juntos cuando voy a Madrid. Era un ganador nato y siempre intentaba ayudar para que no nos fuéramos abajo, pero aparte de un gran futbolista, Didí era una gran persona. Aunque, además de al clima, tampoco se adaptó al juego, porque sus características eran otras. Él en Río jugaba a otra cosa, a que se la dieran y repartir juego. Corría poco allí, la verdad, lo justito. Y lo pasó muy mal, porque vino como figura”. Y volvió a Botafogo sin cumplir su sueño de triunfar en el Madrid, para ganar, dos años después, su segundo Mundial.

Es curioso que, dentro de su leyenda, haya un dato escalofriante. A los 12 años, aquella fabulosa diestra con la que pateaba la ‘folha seca’ estuvo a punto de serle amputada después de que se le infectara una herida que había sufrido en una pelea callejera. Seguro que en el Río de Janeiro de aquellos años 40 nadie imaginó que aquella pierna derecha sería una de las más elegantes y efectivas del fútbol mundial.

Entradas populares