Se suicidó el cura Eduardo Lorenzo, acusado de abusar sexualmente de menores durante los últimos 30 años
Esta tarde, la jueza Marcela Garmendia, de La Plata, había ordenado su detención. Fue tras recibir las pericias psicológicas hechas sobre el sacerdote, quien, según los especialistas, tiene una “estructura psicopática perversa de la personalidad”
Fernando Soriano
fsoriano@infobae.com
Apenas unas horas después de enterarse de que la jueza Marcela Garmendia había ordenado su detención, después de saber que la decisión de la magistrada fue tomada una vez que ella leyó su perfil psicológico, hecho por peritos oficiales, el cura Eduardo Lorenzo fue hallado sin vida en la sede de Cáritas de La Plata. Estaba acusado de abuso sexual con acceso carnal agravado contra al menos cinco víctimas, todas varones, todas menores de edad, por hechos ocurridos al menos en los últimos tres años.
Lorenzo estaba a punto de cumplir 60 años, nació el 21 de enero de 1959. Fue descubierto por gente de Cáritas, que denunció el hecho al 911. La Policía platense arribó al lugar a las 22 y pidió auxilio al SAME. El sacerdote estaba acostado en el suelo de su habitación, con un arma a su lado.
El pedido de detención era una medida que esperaban hace meses las víctimas y sus familiares, y que había reclamado la fiscal Ana Medina en octubre pasado, pero Garmendia la hizo efectiva recién ahora, este lunes, pues había estado esperando incorporar al expediente las pericias psicológicas hechas a Lorenzo y al primero de los denunciantes.
Sin embargo, Lorenzo, acusado del delito “abuso sexual con acceso carnal agravado”, no iba a ir preso todavía. Es que, paralelamente, Alfredo Gascón, abogado defensor del cura, que fue capellán en el Servicio Penitenciario Bonaerense, había presentado un pedido de eximición de prisión a Garmendia, quien en el mismo fallo en el que ordenó detener al sospechoso rechazó este requerimiento.
¿Por qué entonces si la magistrada rechazó la eximición Lorenzo no iba a ir preso? Pues porque Gascón apeló esta decisión y ahora debía resolver la Cámara de Apelaciones.
“Cada minuto de demora en la efectiva detención al cura Lorenzo agrega un capítulo de escándalo en la Justicia platense. La jueza Garmendia finalmente, tras decenas de pedidos de detención, la dispuso, y sin embargo no la ejecuta y lo eleva a Cámara, agravando el riesgo de fuga y el peligro concreto de que Lorenzo eluda la investigación”, había dicho esta tarde a Infobae Juan Pablo Gallego, abogado de una de las víctimas.
La detención se activó, al menos en la formalidad, dos semanas después de que declarase ante la fiscal Medina la quinta víctima de Lorenzo, un hombre de 44 años, empresario gastronómico, que aseguró que fue abusado por el sacerdote a principios de la década del 90, cuando él tenía apenas 16.
“Gustavo”, un nombre ficticio elegido para no revelar su verdadera identidad, contó que el sacerdote lo obligaba a hacerle masajes, lo emborrachó e intentó besarlo en la boca. “Me pedía que le hiciera masajes en la espalda y me subiera arriba de él”, relató el lunes 3 de diciembre en los Tribunales de la capital bonaerense y varias veces tuvo que interrumpir su testimonio, presa de la conmoción y el llanto.
Según declaró, sufrió abusos por parte de Lorenzo entre 1991 y 1992 en la parroquia San José Obrero, de Berisso, y en la iglesia San Benito, en Olmos. El hombre contó que conoció al cura por su pertenencia a un grupo scout de la iglesia Rosa Mística, en el centro platense: “En ese momento Lorenzo coordinaba todos los grupos scouts a nivel regional y ahí comenzamos a tener una amistad. Al tiempo de haberlo conocido en la Rosa Mística, Lorenzo me invitó a ver grupos de scouts que tenía. Yo iba cada tanto, compartía alguna actividad. Y un día me invitó a cenar a la casa parroquial, que quedaba al lado de la iglesia San José Obrero. Fui y como no podía volver porque era tarde, me ofreció que me quede en una habitación que tenía”.
Por si con los testimonios de sus víctimas no fuera suficiente, en los últimos días finalmente se incorporó al expediente la pericia psicológica oficial hecha a Lorenzo, donde se lo describe de manera contundente. De acuerdo con el informe elevado por Ayelén Rodríguez y Verónica Silva Acevedo a Garmendia, el cura tenía una “estructura psicopática perversa de la personalidad, con características de manipulación, elevado autocentramiento y egocentrismo, con escasa autocrítica y autoobservación impregnada de rasgos narcisísticos”.
Ante las peritos, Lorenzo se mostró por momentos ansioso pero dotado de un vocabulario rico y gestos ampulosos. Contó que su mamá murió cuando él tenía siete años y que su papá luego conformó otra pareja que se suicidó pocos años más tarde. También relató que jugaba al tenis y al rugby, que fue a un colegio católico y que empezó a tener interés por la vida religiosa a los 15 años. Un año más tarde tuvo su única novia, Marilú, que le hizo pensar en su vida espiritual. Pero a los 20 ingresó en el seminario San José.
Ante Rodríguez y Acevedo, Lorenzo dijo que por momentos le costó la vida del celibato, que temió por la posibilidad de perder “halagar y ser halagado” y que “sublimó” su vida sexual, pero que a los 26 creyó haberse enamorado de una mujer.
Sobre la situación actual dijo que sintió que perdió “todo” y que se hizo cura “para dar una mano”. Fue contundente con la afectación de su ego tras las denuncias: “No quería que me vieran derrumbar”, les dijo a las psicólogas.
Para las peritos, “su organización psíquica resulta compleja, erigida sobre una fachada fenomenológica de presentación obsesiva y una imagen de sí grandilocuente, que encubre una estructura psicopática perversa de la personalidad.” Por lo que Lorenzo era un “narcisista, con afectividad poco empática” que tiene “ausencia de sentimientos de angustia o culpa”.
La primera denuncia contra Lorenzo fue en 2008, cuando Diego Pérez (27) acusó a Lorenzo por los abusos. Pero la causa fue archivada por la propia fiscal Medina, dado que el relato del denunciante, que en ese momento era menor y estaba patrocinado por sus padrinos, no contenía elementos suficientes, a su criterio, para continuar el caso.
Este año, sin embargo, el abogado Juan Pablo Gallego, que representó a las víctimas del expediente Grassi, volvió a la carga y logró reabrir el caso. Julio César y Adriana Frutos, padrinos de Pérez, un chico criado en la calle, lo contactaron para profundizar en la denuncia. Diego ya estaba más grande y quería ir a fondo con la denuncia. Su caso lo contó Infobae en abril de 2019 y la víctima se hizo llamar “León”. Ya no quiere esconder su identidad y por eso acepta que se divulgue su nombre. Días atrás, este medio publicó fragmentos textuales de la nueva declaración de Pérez.
“Me penetró sexualmente por vía anal innumerable cantidad de veces”; “Él me decía vos ya sos mío. Solía traer dulces del Sur. Se los untaba en el pene para penetrarme y luego me pedía que yo hiciera lo mismo”; “En el interín de esas orgías y ataques sexuales a los que me sometía, a veces recordaba que tenía que dar misa y decía: estos pelotudos todavía creen en Jesús. Al finalizar las misas me alcoholizaba y me volvía a someter sexualmente”, son algunas de las escenas más espeluznantes.
La nueva denuncia de Pérez, diez años después del primer intento, abrió una puerta para otras víctimas, que agregaron sus relatos contra Lorenzo en la Justicia.
El 14 de julio de este año Julián Bartoli (36) agregó su testimonio, como víctima, contra el sacerdote, por hechos ocurridos entre 1999 y 2001, y además denunció que sufrió ciertos aprietes telefónicos por parte del sacerdote, que quería saber qué iba a declarar ante Medina.
“Durante los dos años de abuso, mi vida se tornó un calvario psicológico, en el que yo era sometido todos los días a diferentes tipos de maltrato causados, a veces, solo por cómo estaba vestido, o porque no había llegado a horario a la preparación de la misa, o me cortaba o no el pelo. En conclusión, cualquier cosa era válida para destruir mi autoestima”, relató en una conferencia de prensa meses atrás.
“Tiene como modus operandi hacer fiestas en quintas que él mismo alquila. A la noche siempre hay alcohol, nunca hay mujeres y siempre hay varones mayores y menores de edad. Yo habiendo sido invitado a una fiesta, él me manda a llamar a su habitación privada, y cuando entro, estaba semidesnudo exhibiendo su pene acostado en su cama, ¿qué les parece que esto genera en la psiquis de un chico? Al día de hoy no puedo acordarme qué pasó y qué me hizo”, contó Bartoli, quien supo que tenía que revelar lo que le había pasado cuando fue papá de su primer hijo.
Lorenzo se defendió de las acusaciones de Bartoli a través de una entrevista concedida al día siguiente al diario platense El Día. “Todo lo que cuenta es una gran mentira. Yo jamás abusaría de un chico, me parece algo asqueroso”, dijo.
El 13 de noviembre apareció ante la fiscal Medina una nueva presunta víctima, que se hace llamar públicamente “Juan”, quien detalló los maltratos y abusos que vivió durante casi un año entre 2001 y 2002 en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, la misma iglesia en la que Julián Bartoli conoció a Lorenzo.
Juan contó que su familia era muy católica, de ir a misa siempre, y así conoció a este sacerdote, con quien comenzó a tener una relación de amistad estrecha, de modo que lo visitaba en su casa para tomar mate.
“Iba a cenar a la casa cada vez más seguido, a veces nos quedábamos solos y tomábamos whisky. Y ahí comienzo a tener una relación de amistad, para mí era ‘el cura de todos’, pero en parte mi amigo. Él me valoraba, me hacía sentir especial, súper importante, donde vos te sentís que te elige a vos y no a otros. Pensaba ‘soy yo, me elige a mí por encima de todos’”, contó.
Además, detalló una de las características en las que sus presuntas víctimas coinciden sobre Lorenzo, que es la de conseguir que siempre la gente haga las cosas por él: “Me acuerdo que lo pasaba a buscar por la Parroquia, y ahí una de las chicas le daba la comida, después íbamos al departamento y arrancaba la rutina: yo le ponía a cargar el celular, le cocinaba, cenábamos y con la excusa de mirar televisión, nos acostábamos. Recuerdo episodios de estar en la cama de su habitación. Estar acostados y abrazados, y él me decía que le gustaba mi olor y me pedía que le acariciara la cabeza, que le pasara mi mano por los pelos de su cabeza. Él siempre se encargaba de demostrarme que no había nada malo en compartir la cama o estar abrazados porque éramos amigos; y yo me autoconvencía que tampoco estaba mal, porque éramos amigos. Ahora, de grande, con otra perspectiva, me doy cuenta de que no estuvo bien todo lo que hizo”.
Juan contó que Lorenzo le hizo limpiar los talones y que le pasara crema por sus pies y que en enero de 2002 el cura alquiló una quinta en el barrio de Gonnet para pasar el verano (según contaron fuentes del caso Lorenzo cobraría una cifra astronómica por ser capellán del Servicio Penitenciario) y él se mudó junto al cura: “Y literalmente me mudo a la quinta con él, hasta tenía mi pieza y las llaves del lugar. Una vez casi nos descubre acostados otro chico que vivía en la quinta y que formaba parte del grupo scout de Lourdes. Y ante esa situación, en la que casi nos descubren, cuando estábamos solos recuerdo que Lorenzo me decía: ‘zafamos, qué van a pensar estos’”.
Para Juan Pablo Gallego, la postergación de la detención de Lorenzo era un peligro para la causa. Temía que el sacerdote se fugara a otro país.
Fernando Soriano
fsoriano@infobae.com
Apenas unas horas después de enterarse de que la jueza Marcela Garmendia había ordenado su detención, después de saber que la decisión de la magistrada fue tomada una vez que ella leyó su perfil psicológico, hecho por peritos oficiales, el cura Eduardo Lorenzo fue hallado sin vida en la sede de Cáritas de La Plata. Estaba acusado de abuso sexual con acceso carnal agravado contra al menos cinco víctimas, todas varones, todas menores de edad, por hechos ocurridos al menos en los últimos tres años.
Lorenzo estaba a punto de cumplir 60 años, nació el 21 de enero de 1959. Fue descubierto por gente de Cáritas, que denunció el hecho al 911. La Policía platense arribó al lugar a las 22 y pidió auxilio al SAME. El sacerdote estaba acostado en el suelo de su habitación, con un arma a su lado.
El pedido de detención era una medida que esperaban hace meses las víctimas y sus familiares, y que había reclamado la fiscal Ana Medina en octubre pasado, pero Garmendia la hizo efectiva recién ahora, este lunes, pues había estado esperando incorporar al expediente las pericias psicológicas hechas a Lorenzo y al primero de los denunciantes.
Sin embargo, Lorenzo, acusado del delito “abuso sexual con acceso carnal agravado”, no iba a ir preso todavía. Es que, paralelamente, Alfredo Gascón, abogado defensor del cura, que fue capellán en el Servicio Penitenciario Bonaerense, había presentado un pedido de eximición de prisión a Garmendia, quien en el mismo fallo en el que ordenó detener al sospechoso rechazó este requerimiento.
¿Por qué entonces si la magistrada rechazó la eximición Lorenzo no iba a ir preso? Pues porque Gascón apeló esta decisión y ahora debía resolver la Cámara de Apelaciones.
“Cada minuto de demora en la efectiva detención al cura Lorenzo agrega un capítulo de escándalo en la Justicia platense. La jueza Garmendia finalmente, tras decenas de pedidos de detención, la dispuso, y sin embargo no la ejecuta y lo eleva a Cámara, agravando el riesgo de fuga y el peligro concreto de que Lorenzo eluda la investigación”, había dicho esta tarde a Infobae Juan Pablo Gallego, abogado de una de las víctimas.
La detención se activó, al menos en la formalidad, dos semanas después de que declarase ante la fiscal Medina la quinta víctima de Lorenzo, un hombre de 44 años, empresario gastronómico, que aseguró que fue abusado por el sacerdote a principios de la década del 90, cuando él tenía apenas 16.
“Gustavo”, un nombre ficticio elegido para no revelar su verdadera identidad, contó que el sacerdote lo obligaba a hacerle masajes, lo emborrachó e intentó besarlo en la boca. “Me pedía que le hiciera masajes en la espalda y me subiera arriba de él”, relató el lunes 3 de diciembre en los Tribunales de la capital bonaerense y varias veces tuvo que interrumpir su testimonio, presa de la conmoción y el llanto.
Según declaró, sufrió abusos por parte de Lorenzo entre 1991 y 1992 en la parroquia San José Obrero, de Berisso, y en la iglesia San Benito, en Olmos. El hombre contó que conoció al cura por su pertenencia a un grupo scout de la iglesia Rosa Mística, en el centro platense: “En ese momento Lorenzo coordinaba todos los grupos scouts a nivel regional y ahí comenzamos a tener una amistad. Al tiempo de haberlo conocido en la Rosa Mística, Lorenzo me invitó a ver grupos de scouts que tenía. Yo iba cada tanto, compartía alguna actividad. Y un día me invitó a cenar a la casa parroquial, que quedaba al lado de la iglesia San José Obrero. Fui y como no podía volver porque era tarde, me ofreció que me quede en una habitación que tenía”.
Por si con los testimonios de sus víctimas no fuera suficiente, en los últimos días finalmente se incorporó al expediente la pericia psicológica oficial hecha a Lorenzo, donde se lo describe de manera contundente. De acuerdo con el informe elevado por Ayelén Rodríguez y Verónica Silva Acevedo a Garmendia, el cura tenía una “estructura psicopática perversa de la personalidad, con características de manipulación, elevado autocentramiento y egocentrismo, con escasa autocrítica y autoobservación impregnada de rasgos narcisísticos”.
Ante las peritos, Lorenzo se mostró por momentos ansioso pero dotado de un vocabulario rico y gestos ampulosos. Contó que su mamá murió cuando él tenía siete años y que su papá luego conformó otra pareja que se suicidó pocos años más tarde. También relató que jugaba al tenis y al rugby, que fue a un colegio católico y que empezó a tener interés por la vida religiosa a los 15 años. Un año más tarde tuvo su única novia, Marilú, que le hizo pensar en su vida espiritual. Pero a los 20 ingresó en el seminario San José.
Ante Rodríguez y Acevedo, Lorenzo dijo que por momentos le costó la vida del celibato, que temió por la posibilidad de perder “halagar y ser halagado” y que “sublimó” su vida sexual, pero que a los 26 creyó haberse enamorado de una mujer.
Sobre la situación actual dijo que sintió que perdió “todo” y que se hizo cura “para dar una mano”. Fue contundente con la afectación de su ego tras las denuncias: “No quería que me vieran derrumbar”, les dijo a las psicólogas.
Para las peritos, “su organización psíquica resulta compleja, erigida sobre una fachada fenomenológica de presentación obsesiva y una imagen de sí grandilocuente, que encubre una estructura psicopática perversa de la personalidad.” Por lo que Lorenzo era un “narcisista, con afectividad poco empática” que tiene “ausencia de sentimientos de angustia o culpa”.
La primera denuncia contra Lorenzo fue en 2008, cuando Diego Pérez (27) acusó a Lorenzo por los abusos. Pero la causa fue archivada por la propia fiscal Medina, dado que el relato del denunciante, que en ese momento era menor y estaba patrocinado por sus padrinos, no contenía elementos suficientes, a su criterio, para continuar el caso.
Este año, sin embargo, el abogado Juan Pablo Gallego, que representó a las víctimas del expediente Grassi, volvió a la carga y logró reabrir el caso. Julio César y Adriana Frutos, padrinos de Pérez, un chico criado en la calle, lo contactaron para profundizar en la denuncia. Diego ya estaba más grande y quería ir a fondo con la denuncia. Su caso lo contó Infobae en abril de 2019 y la víctima se hizo llamar “León”. Ya no quiere esconder su identidad y por eso acepta que se divulgue su nombre. Días atrás, este medio publicó fragmentos textuales de la nueva declaración de Pérez.
“Me penetró sexualmente por vía anal innumerable cantidad de veces”; “Él me decía vos ya sos mío. Solía traer dulces del Sur. Se los untaba en el pene para penetrarme y luego me pedía que yo hiciera lo mismo”; “En el interín de esas orgías y ataques sexuales a los que me sometía, a veces recordaba que tenía que dar misa y decía: estos pelotudos todavía creen en Jesús. Al finalizar las misas me alcoholizaba y me volvía a someter sexualmente”, son algunas de las escenas más espeluznantes.
La nueva denuncia de Pérez, diez años después del primer intento, abrió una puerta para otras víctimas, que agregaron sus relatos contra Lorenzo en la Justicia.
El 14 de julio de este año Julián Bartoli (36) agregó su testimonio, como víctima, contra el sacerdote, por hechos ocurridos entre 1999 y 2001, y además denunció que sufrió ciertos aprietes telefónicos por parte del sacerdote, que quería saber qué iba a declarar ante Medina.
“Durante los dos años de abuso, mi vida se tornó un calvario psicológico, en el que yo era sometido todos los días a diferentes tipos de maltrato causados, a veces, solo por cómo estaba vestido, o porque no había llegado a horario a la preparación de la misa, o me cortaba o no el pelo. En conclusión, cualquier cosa era válida para destruir mi autoestima”, relató en una conferencia de prensa meses atrás.
“Tiene como modus operandi hacer fiestas en quintas que él mismo alquila. A la noche siempre hay alcohol, nunca hay mujeres y siempre hay varones mayores y menores de edad. Yo habiendo sido invitado a una fiesta, él me manda a llamar a su habitación privada, y cuando entro, estaba semidesnudo exhibiendo su pene acostado en su cama, ¿qué les parece que esto genera en la psiquis de un chico? Al día de hoy no puedo acordarme qué pasó y qué me hizo”, contó Bartoli, quien supo que tenía que revelar lo que le había pasado cuando fue papá de su primer hijo.
Lorenzo se defendió de las acusaciones de Bartoli a través de una entrevista concedida al día siguiente al diario platense El Día. “Todo lo que cuenta es una gran mentira. Yo jamás abusaría de un chico, me parece algo asqueroso”, dijo.
El 13 de noviembre apareció ante la fiscal Medina una nueva presunta víctima, que se hace llamar públicamente “Juan”, quien detalló los maltratos y abusos que vivió durante casi un año entre 2001 y 2002 en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, la misma iglesia en la que Julián Bartoli conoció a Lorenzo.
Juan contó que su familia era muy católica, de ir a misa siempre, y así conoció a este sacerdote, con quien comenzó a tener una relación de amistad estrecha, de modo que lo visitaba en su casa para tomar mate.
“Iba a cenar a la casa cada vez más seguido, a veces nos quedábamos solos y tomábamos whisky. Y ahí comienzo a tener una relación de amistad, para mí era ‘el cura de todos’, pero en parte mi amigo. Él me valoraba, me hacía sentir especial, súper importante, donde vos te sentís que te elige a vos y no a otros. Pensaba ‘soy yo, me elige a mí por encima de todos’”, contó.
Además, detalló una de las características en las que sus presuntas víctimas coinciden sobre Lorenzo, que es la de conseguir que siempre la gente haga las cosas por él: “Me acuerdo que lo pasaba a buscar por la Parroquia, y ahí una de las chicas le daba la comida, después íbamos al departamento y arrancaba la rutina: yo le ponía a cargar el celular, le cocinaba, cenábamos y con la excusa de mirar televisión, nos acostábamos. Recuerdo episodios de estar en la cama de su habitación. Estar acostados y abrazados, y él me decía que le gustaba mi olor y me pedía que le acariciara la cabeza, que le pasara mi mano por los pelos de su cabeza. Él siempre se encargaba de demostrarme que no había nada malo en compartir la cama o estar abrazados porque éramos amigos; y yo me autoconvencía que tampoco estaba mal, porque éramos amigos. Ahora, de grande, con otra perspectiva, me doy cuenta de que no estuvo bien todo lo que hizo”.
Juan contó que Lorenzo le hizo limpiar los talones y que le pasara crema por sus pies y que en enero de 2002 el cura alquiló una quinta en el barrio de Gonnet para pasar el verano (según contaron fuentes del caso Lorenzo cobraría una cifra astronómica por ser capellán del Servicio Penitenciario) y él se mudó junto al cura: “Y literalmente me mudo a la quinta con él, hasta tenía mi pieza y las llaves del lugar. Una vez casi nos descubre acostados otro chico que vivía en la quinta y que formaba parte del grupo scout de Lourdes. Y ante esa situación, en la que casi nos descubren, cuando estábamos solos recuerdo que Lorenzo me decía: ‘zafamos, qué van a pensar estos’”.
Para Juan Pablo Gallego, la postergación de la detención de Lorenzo era un peligro para la causa. Temía que el sacerdote se fugara a otro país.