Revolucionario, médico y uno de los mejores futbolistas de la historia: Sócrates, el crack que enfrentó a la dictadura y murió por culpa de su alcoholismo
Creador de la Democracia Corinthiana, el talentoso capitán de Brasil en el Mundial 82 puso en jaque a la dictadura de su país con su desafiante propuesta
Rodrigo Tamagni
rtamagni@infobae.com
A Sócrates sólo un enemigo pudo vencerlo. No fue la feroz dictadura brasileña que silenció al país durante dos décadas y a la que se animó a enfrentar con creatividad. Tampoco los defensores rústicos que intentaban frenar a como dé lugar la fantasía que generaba desde la plasticidad de su metro noventa. Mucho menos fue un conflicto la obligación que le impusieron sus padres de recibirse en una carrera universitaria antes de dedicarse de lleno al fútbol. No lo pudo detener la profunda depresión en la que se sumergió al emigrar al lejano fútbol italiano. A Sócrates sólo pudo destruirlo el vicio por el alcohol.
Fue un jugador de fútbol maravilloso, uno de los mayores cracks que dio Brasil. Y sin embargo, eso es apenas una parte de la biografía de alguien que se transformó en símbolo, en mito y, más inesperado aún para un futbolista, en líder social. El hombre que creó la Democracia Corinthiana. Un plantel de fútbol que en el medio de un gobierno militar implantó la democracia en el equipo para tomar absolutamente todos las decisiones; hasta las más insólitas.
“En plena dictadura militar de Brasil, los jugadores de Corinthians tomaron el poder. Durante dos años instauraron la Democracia Corinthiana. Ellos, los jugadores, decidían todo. Se reunían y democráticamente, por mayoría, votando, decidían el método de trabajo, los sistemas de juego, los horarios de entrenamiento, la distribución del dinero, absolutamente todo. Los peores augurios, y sin embargo el Corinthians en esos dos años de luminosidad democrática convocó a las mayores multitudes en los estadios de Brasil. Hizo posible el milagro de ganar dos veces seguida el campeonato de Brasil y ofreció el fútbol más vistoso de todos”, lo resumió Eduardo Galeano en su ciclo Otra historia desconocida.
Tan claro con la pelota en los pies como al momento de dar un discurso, el Doctor Sócrates fue quien encarnó en primera persona la Democracia Corinthiana, el proceso más revolucionario en la historia del fútbol mundial: a través de la unidad de un grupo de jugadores, Sócrates hizo tambalear en los 80′ al gobierno militar que sometía a Brasil desde hacía casi dos décadas.
"Esto es lo que todos quieren: que cada jugador sea un alienado. El jugador sólo tiene que jugar. No puedes pensar, ni participar, nada. No puedes ir a un bar a tomar una cerveza con amigos, no puedes ir a ver un show, una película, y mucho menos tener una opinión política. Porque todos saben que el jugador tiene una tremenda ascendencia política. Solamente el mismo jugador no lo sabe. Y siempre podan en la raíz. Si reaccionas, pierdes tu trabajo. Y si los máximos dirigentes lo quieren, ya no juegas en ningún lado”, le explicó a la revista Placar en abril de 1983, cuando su figura ya lijaba capas de poder del gobierno de facto. Fue el hombre que comprendió a la perfección la penetración del fútbol en la sociedad, la pelota como una esfera política, un concepto de transformación, una vía para masificar un mensaje, generar un debate.
ENTRE LA DICTADURA, LA MEDICINA Y LA SOCIOLOGÍA
Algo en su interior lo hacía sentir diferente desde que era un niño. Pero le temía: “Siento que soy especial pero no puedo explicarlo. Le tuve miedo a esto desde chico. Siempre estuve obligado a ser el mejor hasta que fui a la Universidad. Sólo después del examen de ingreso decidí dejar de intentar ser el mejor para convertirme en el mismo que todos los demás”.
Con 24 años, aquel muchacho de cabello rizado negro, mirada penetrante, rostro angulado y rugoso fue la gran apuesta del Corinthians para 1978. Había sido la figura del Botafogo a pesar de contar con poco tiempo para entrenar por haber fraccionado su vida entre el fútbol y la medicina. Apenas un puñado de partidos le alcanzaron para exponer su rol de líder en el Timao, ya recibido como médico en la Universidad de Sao Paulo.
Creció entre la sesgada vida que impuso la dictadura militar que gobernó a Brasil desde 1964 y un padre que debió quemar sus libros sobre comunismo y socialismo, y que era un obsesionado por la filosofía griega: sus hermanos se llaman Sófocles y Sóstenes. Raí, el menor de la dinastía que llegó a convertirse en estrella del San Pablo en los 90, iba a llamarse Jenofonte pero su mamá Giomar evitó otro filósofo en la familia.
“Soy de una generación alienada que no tiene información política y, además, la generación del miedo. Hubo personas arrestadas, torturadas y asesinadas a nuestro lado, así que me aislé. Mi proceso de conciencia fue muy gradual”, explicó sobre su infancia en una nota de 1983.
Sócrates tuvo belleza para jugar y capacidad intelectual para defender su controversial discurso para la época. El tranco largo de su metro noventa fue sinónimo de fútbol vistoso, estético y ofensivo. Incomparable. Aunque la interpretación de las realidades fue su mayor virtud. Ese combo actuó a inicios de los 80, cuando aquella derrota contra el Guaraní como local en el Pacaembú se transformó en el chispazo que encendió la Democracia Corinthiana. La punta del ovillo.
“Los hinchas querían pegarle a Sócrates y a todos los jugadores. Taparon la salida del micro y tuvieron que estar más de dos horas en el vestuario. Sócrates dijo: Esto no va a quedar así. Después de ese juego, Corinthians ganó una serie de partidos y todos con goles de él. No celebraba los goles. En el segundo o tercer partido, cuando la torcida se dio cuenta, fueron a buscarlo. ¿Cómo voy a gritar los goles? ¡Hace dos semanas querían pegarme y ahora quieren abrazarme! Conmigo no es así”, lo revivió el periodista brasileño Juca Kfouri, de estrecho vínculo con aquel plantel.
A tono con el continente, la dictadura brasileña se oscurecía cada vez más y se ramificaba. Hombres afines a los militares domaban la directiva del Timao desde hacía muchos años, pero aquellos resultados negativos en el campeonato paulista los habían puesto ante una inesperada inestabilidad y tomaron decisiones drásticas. El joven sociólogo Adílson Monteiro Alves fue nombrado a cargo de la conducción del departamento de fútbol porque los directivos lo creían inofensivo. Se equivocaron: dio inicio a una transformación absoluta apoyada en figuras bien distintas en su formación de base como Sócrates, Wladimir –un representante de la clase negra obrera relegada– y Walter Casagrande, un joven rebelde pelilargo que lograba complicidad con los muchachos de su edad.
DEMOCRACIA CORINTHIANA: EL DESAFÍO DE QUEBRAR LAS BASES DE LA DICTADUR
“Creo que las mujeres tienen que reclamar por sus derechos. Vivimos en una sociedad machista”. Esa declaración de Wladimir en 1980 a la revista Placar con 25 años y en medio de sangrienta dictadura da una pintura precisa sobre quiénes eran los líderes de la Democracia Corinthiana. Personajes fuera del molde. La capacidad intelectual del defensor, a quien Sócrates señalaba como el gran motor del mecanismo, fue clave en esta construcción política. Un perfil particular: seguidor de Martin Luther King, fanático de la lectura, investigó sobre la cultura africana y hasta aprendió el dialecto africano Yorubá para abrazar a sus raíces.
Sócrates, un médico bohemio que aprovechaba sus horas fuera del terreno de juego para perfeccionarse en el ajedrez y relacionarse con artistas, escritores y políticos, vio un reflejo de sus ideales en su compañero: “Quizás Wladimir haya sido el brazo más fuerte del proceso. Su historia está íntimamente ligada a Corinthians, era negro, en un país tan racista como el nuestro”.
El sociólogo Monteiro Alves se erigió como el vehículo de las inquietudes de los jugadores: Corinthians estaba en el fondo del mar y la crisis abrió la puerta a la democracia en un país sin democracia. El plantel, la directiva, los auxiliares; todos tendrían un voto para definir qué hacer día a día. Desde el horario de entrenamiento, hasta a qué jugador contratar. “Por supuesto, con la inteligencia de Sócrates y Adílson, todo se iba hacia donde iban ellos. No recuerdo que hayan perdido alguna votación”, explicó entre risas el ex mediocampista Zenon en el documental Democracia em preto e branco.
“A Sócrates hasta el día de hoy le gusta decir que en ese equipo incluso se votaba para decidir si el autobús debería detenerse para que alguien pudiera orinar”, define el libro Democracia Corintiana, a utopia em jogo. La piedra angular fue particular, extrema y significativa: al llegar a Japón tras un viaje de 30 horas, Casagrande quiso volverse porque estaba enamorado de una mujer que había conocido pocos días antes. “Votamos todos. Masajistas, doctores, asistentes. ¿Podía irse o debía quedarse?", contó Wladimir.
— “Debemos votar para dejarlo ir porque es un momento único en la vida de él. Está enamorado”, dijo Sócrates.
— “No, debe quedarse. Yo estoy triste también porque dejé a mis hijos. Pero estoy acá, soy un profesional. Así que debe quedarse”, replicó Wladimir.
El goleador de 19 años finalmente se quedó.
El experimento fue un absoluto éxito deportivo: el Corinthians dominó el Campeonato Paulista 1982 y 1983. Al unísono, ellos decidieron asentar las bases en el plano simbólico y hasta le dieron vida a un nuevo himno en la voz del popular Toquinho: “Ser corinthiano es también ser un poco más brasilero”.
La final del campeonato en 1983 fue otra excusa para hablarle al pueblo: “Ganar o perder pero siempre con democracia”, decía la bandera con la que ingresaron a la cancha para enfrentar al Sao Paulo, al que vencieron gracias a los dos goles de Sócrates. Ya en noviembre de 1982, cuando se asomaban las elecciones a gobernador –pero todavía faltaba mucho para restaurar la democracia plena– utilizaron una remera que recomendaba: “El día 15 vote”.
Los rostros de los cuatro cabecillas del suceso se replicaron por todos los medios. Saltaron cualquier cerco de censura. Se transformaron en un ejemplo para una sociedad encorsetada y en un peligro para los militares. El Doctor, que además había abandonado el vicio del cigarrillo por unos meses para ser el capitán de Brasil en el Mundial de 1982, lo entendió al pie de la letra, a tal punto que decidió expresar su línea de pensamiento en cada festejo de gol.
Lo hacía con el cuerpo recto con un brazo que se extendía más allá del límite de la cabeza. El puño cerrado y la mirada fija. Celebró durante buena parte de su carrera los goles con ese gesto asociado al comunismo, una especie de sinónimo de unidad. En una entrevista del 2010 con la revista Caros Amigos profundizó sobre su posición política: “Izquierda, derecha, eso es tonto. Soy socialista, no sé si esto es ser izquierdista. No lo sé, ¿pero por qué de izquierda? Es un rótulo. ¡Soy cubano, desearía haber nacido en Cuba!”. Su hijo, el sexto y último, se llama Fidel en honor al mandatario cubano.
“Cuando llegué a Sao Paulo, sólo quería jugar hasta que participara en un Mundial. Hoy eso ha cambiado, porque descubrí que al jugar al fútbol también puedo, como figura popular, ser intermediario de las aspiraciones y ansiedades de miles de personas que se identifican conmigo, que me ven como un guerrero de su lucha. Cuando llegué a esta conclusión, me volví más activo, aceptando que era popular. Fue entonces cuando comencé a hablar y exponerme. ¡Y sucedió algo hermoso: la gente comenzó a llamarme “flaco” y ya no era doctor! Se dieron cuenta de mi cambio. Cuando decidí asumirlo, supe que podría estar jugando mi imagen y mi carrera. Pero tenía que hacerlo”.
El momento de mayor esplendor llegó cuando se erigieron como uno de los brazos del movimiento civil de 1983 “¡Directas Ya!”, que reclamaba que las elecciones a Presidente sean abiertas al pueblo y que llegó a reunir más de un millón y medio de personas en las calles. “Si la enmienda se aprueba en la Cámara de Diputados y en el Senado, no voy a dejar mi país”, prometió Sócrates aquel día ante la multitud mientras el rumor instalado era que las principales potencias de Europa lo querían contratar en una época donde una venta al exterior era todavía casi una excepción para el fútbol sudamericano. Con Zico en la liga italiana, él era la máxima estrella futbolística de Brasil del momento.
La enmienda no se aprobó por 22 votos y, frustrado, Sócrates aceptó la oferta del Fiorentina de Italia que tenía al argentinos Daniel Passarella en sus filas. La Democracia Corinthiana se diluyó pero el germen quedó activo en los brasileños. “Una de las pocas veces que lloré en mi vida fue cuando no se aprobó la enmienda", confesaría tiempo después.
EL SÍMBOLO
Duró poco tiempo en Italia. Sólo una temporada. No era lo mismo ese sitio. “Él sufría mucho porque había jugadores en el vestuario con los que no estaba de acuerdo. Él no podía entender que para el jugador italiano el fútbol era un trabajo, no era una diversión. Lo recuerdo como una persona triste que quería volver a casa”, lo definió su compañero Giovanni Galli en el documental sobre su vida que realizó ESPN.
Entre 1985 y 1989 pasó por Flamengo, Santos y volvió para despedirse en el Botafogo. Aprovechó el Mundial 86 para seguir con su activismo y lució insignias como “México sigue en pie”, “Necesito Justicia” o “No a la violencia”. Sin embargo, nunca más pudo sentirse como en aquellos años de la Democracia Corinthiana.
Grabó discos musicales, produjo obras de teatros, se animó a actuar en televisión, escribió un libro sobre la Democracia Corinthiana, fue panelista televisivo y un hombre de consulta habitual para Lula durante su presidencia, con quien compartía largas horas de diálogo desde el nacimiento del Partido de los Trabajadores (PT) en los comienzos de los 80. Probó como entrenador de fútbol, intentó con el tenis y hasta fundó un centro médico enfocado al deporte. Jamás recuperó esa adrenalina democrática.
“Nadie entenderá lo que digo, ya que nadie vive lo que yo vivo. No somos los dioses que la gente quiere que seamos. Por eso no me gusta la palabra “ídolo”. Para mí lo más importante no es ni la fama ni el dinero. Por eso no quería ir a Italia y mucha gente no lo entiende. Si estuviera seguro de que en cualquier otro lugar encontraría condiciones aceptables para hacer bien mi trabajo, que es jugar al fútbol, iría gratis. No sirve de nada me den mucho dinero, porque solo voy a jugar bien si estoy satisfecho con las condiciones de trabajo. Nunca aceptaré hacer algo en mi vida que estoy seguro de que no puedo hacer bien”, confesó.
LOS VICIOS QUE LO PERSIGUIERON HASTA EL FINAL
Aquel médico de 190 centímetros, que calzaba 41 y era apodado Magrao por su delgadez también peleó contra los vicios del cigarrillo durante su etapa como estrella del fútbol y, tras su retiro, también tuvo que batallar contra el alcohol. “En la selección estoy fumando unos 8 cigarrillos al día en lugar de los 15 que solía fumar. Aumenté de peso y me siento mejor. Si hubiera tenido la intención de ser un atleta desde el principio, lo sería. Pero hay otro detalle: aunque sé que algunos de mis hábitos son perjudiciales para el atleta, estoy seguro de que me ayudan a ser feliz, no frustrado; que una cosa compensa la otra. No me arrepiento de haber elegido el fútbol, pero quiero preservar un poco mi vida; y es de los 20 a los 30 años que vivimos el mejor período. Sin embargo, está claro que hago muchos sacrificios por el fútbol”, se justificó en sus años de esplendor.
Recién apenas cuatro meses antes de morir, aceptó ante las cámaras de televisión que sus adicciones eran verdaderamente un conflicto sin solución:
— “Yo pago por los problemas. Bebía un poco por la mañana, luego por la tarde... Trabajando. Bebía una botella de vino a diario. Si no tuviese la botella, no cambiaría nada para mí, pero era un hábito. Era mi compañía, como el cigarrillo. Soy adicto al cigarrillo, a fumar”.
A los 57 años, desmejorado, llegó caminado al hospital Albert Einstein de Sao Paulo con el hígado cerca de “explotar”. Estuvo a punto de morir, pero el destino tenía preparado una hora especial para su adiós. Faltaba cumplir su último deseo.
EL DÍA QUE SE TRANSFORMÓ EN MITO
Es domingo 4 de diciembre del 2011. El Estadio Pacaembú se suspende en el tiempo por un minuto. Los jugadores del Corinthians, que 90 minutos más tarde celebrarán el título de campeón del Brasileirao luego de seis años de malaria, se paran en el círculo central y alzan su puño derecho rumbo al cielo. La bulliciosa multitud del Timao redobla sus esfuerzos habituales y vitorea al cielo con rabia y emoción. También tienen sus puños en el cielo. Sócrates Sampaio de Souza Vieira de Oliveira acaba de morir víctima de una cirrosis hepática. Sócrates se transforma en ese instante en mito. Justo un domingo con el Corinthians campeón. Su último deseo en vida, cumplido.
Esa ferviente potencia en la empuñadura de cada corinthiano esconde detrás una de las más maravillosas historias del fútbol moderno y su influencia en la sociedad. De héroes de carne y hueso. La Democracia Corinthiana, el proceso político-deportivo más revolucionario y romántico de Latinoamérica. La comunión de un grupo de jugadores bien disímiles en su formación de base que se fusionaron de manera natural para darle un golpe decisivo a la estabilidad de la dictadura que gobernaba Brasil en los años 80.
“Si no jugase como Sócrates, ya me habrían derribado. Hasta que me derriben, sin embargo, tengo la intención de seguir hablando. Y quiero ser más importante para mi país después de dejar el fútbol. No me es suficiente con ser un “ídolo popular”. Lo que importa es que nadie sea tocado, que todos tengan la libertad de ser, de hacer, de suceder. El resto es consecuencia de esto”.
Rodrigo Tamagni
rtamagni@infobae.com
A Sócrates sólo un enemigo pudo vencerlo. No fue la feroz dictadura brasileña que silenció al país durante dos décadas y a la que se animó a enfrentar con creatividad. Tampoco los defensores rústicos que intentaban frenar a como dé lugar la fantasía que generaba desde la plasticidad de su metro noventa. Mucho menos fue un conflicto la obligación que le impusieron sus padres de recibirse en una carrera universitaria antes de dedicarse de lleno al fútbol. No lo pudo detener la profunda depresión en la que se sumergió al emigrar al lejano fútbol italiano. A Sócrates sólo pudo destruirlo el vicio por el alcohol.
Fue un jugador de fútbol maravilloso, uno de los mayores cracks que dio Brasil. Y sin embargo, eso es apenas una parte de la biografía de alguien que se transformó en símbolo, en mito y, más inesperado aún para un futbolista, en líder social. El hombre que creó la Democracia Corinthiana. Un plantel de fútbol que en el medio de un gobierno militar implantó la democracia en el equipo para tomar absolutamente todos las decisiones; hasta las más insólitas.
“En plena dictadura militar de Brasil, los jugadores de Corinthians tomaron el poder. Durante dos años instauraron la Democracia Corinthiana. Ellos, los jugadores, decidían todo. Se reunían y democráticamente, por mayoría, votando, decidían el método de trabajo, los sistemas de juego, los horarios de entrenamiento, la distribución del dinero, absolutamente todo. Los peores augurios, y sin embargo el Corinthians en esos dos años de luminosidad democrática convocó a las mayores multitudes en los estadios de Brasil. Hizo posible el milagro de ganar dos veces seguida el campeonato de Brasil y ofreció el fútbol más vistoso de todos”, lo resumió Eduardo Galeano en su ciclo Otra historia desconocida.
Tan claro con la pelota en los pies como al momento de dar un discurso, el Doctor Sócrates fue quien encarnó en primera persona la Democracia Corinthiana, el proceso más revolucionario en la historia del fútbol mundial: a través de la unidad de un grupo de jugadores, Sócrates hizo tambalear en los 80′ al gobierno militar que sometía a Brasil desde hacía casi dos décadas.
"Esto es lo que todos quieren: que cada jugador sea un alienado. El jugador sólo tiene que jugar. No puedes pensar, ni participar, nada. No puedes ir a un bar a tomar una cerveza con amigos, no puedes ir a ver un show, una película, y mucho menos tener una opinión política. Porque todos saben que el jugador tiene una tremenda ascendencia política. Solamente el mismo jugador no lo sabe. Y siempre podan en la raíz. Si reaccionas, pierdes tu trabajo. Y si los máximos dirigentes lo quieren, ya no juegas en ningún lado”, le explicó a la revista Placar en abril de 1983, cuando su figura ya lijaba capas de poder del gobierno de facto. Fue el hombre que comprendió a la perfección la penetración del fútbol en la sociedad, la pelota como una esfera política, un concepto de transformación, una vía para masificar un mensaje, generar un debate.
ENTRE LA DICTADURA, LA MEDICINA Y LA SOCIOLOGÍA
Algo en su interior lo hacía sentir diferente desde que era un niño. Pero le temía: “Siento que soy especial pero no puedo explicarlo. Le tuve miedo a esto desde chico. Siempre estuve obligado a ser el mejor hasta que fui a la Universidad. Sólo después del examen de ingreso decidí dejar de intentar ser el mejor para convertirme en el mismo que todos los demás”.
Con 24 años, aquel muchacho de cabello rizado negro, mirada penetrante, rostro angulado y rugoso fue la gran apuesta del Corinthians para 1978. Había sido la figura del Botafogo a pesar de contar con poco tiempo para entrenar por haber fraccionado su vida entre el fútbol y la medicina. Apenas un puñado de partidos le alcanzaron para exponer su rol de líder en el Timao, ya recibido como médico en la Universidad de Sao Paulo.
Creció entre la sesgada vida que impuso la dictadura militar que gobernó a Brasil desde 1964 y un padre que debió quemar sus libros sobre comunismo y socialismo, y que era un obsesionado por la filosofía griega: sus hermanos se llaman Sófocles y Sóstenes. Raí, el menor de la dinastía que llegó a convertirse en estrella del San Pablo en los 90, iba a llamarse Jenofonte pero su mamá Giomar evitó otro filósofo en la familia.
“Soy de una generación alienada que no tiene información política y, además, la generación del miedo. Hubo personas arrestadas, torturadas y asesinadas a nuestro lado, así que me aislé. Mi proceso de conciencia fue muy gradual”, explicó sobre su infancia en una nota de 1983.
Sócrates tuvo belleza para jugar y capacidad intelectual para defender su controversial discurso para la época. El tranco largo de su metro noventa fue sinónimo de fútbol vistoso, estético y ofensivo. Incomparable. Aunque la interpretación de las realidades fue su mayor virtud. Ese combo actuó a inicios de los 80, cuando aquella derrota contra el Guaraní como local en el Pacaembú se transformó en el chispazo que encendió la Democracia Corinthiana. La punta del ovillo.
“Los hinchas querían pegarle a Sócrates y a todos los jugadores. Taparon la salida del micro y tuvieron que estar más de dos horas en el vestuario. Sócrates dijo: Esto no va a quedar así. Después de ese juego, Corinthians ganó una serie de partidos y todos con goles de él. No celebraba los goles. En el segundo o tercer partido, cuando la torcida se dio cuenta, fueron a buscarlo. ¿Cómo voy a gritar los goles? ¡Hace dos semanas querían pegarme y ahora quieren abrazarme! Conmigo no es así”, lo revivió el periodista brasileño Juca Kfouri, de estrecho vínculo con aquel plantel.
A tono con el continente, la dictadura brasileña se oscurecía cada vez más y se ramificaba. Hombres afines a los militares domaban la directiva del Timao desde hacía muchos años, pero aquellos resultados negativos en el campeonato paulista los habían puesto ante una inesperada inestabilidad y tomaron decisiones drásticas. El joven sociólogo Adílson Monteiro Alves fue nombrado a cargo de la conducción del departamento de fútbol porque los directivos lo creían inofensivo. Se equivocaron: dio inicio a una transformación absoluta apoyada en figuras bien distintas en su formación de base como Sócrates, Wladimir –un representante de la clase negra obrera relegada– y Walter Casagrande, un joven rebelde pelilargo que lograba complicidad con los muchachos de su edad.
DEMOCRACIA CORINTHIANA: EL DESAFÍO DE QUEBRAR LAS BASES DE LA DICTADUR
“Creo que las mujeres tienen que reclamar por sus derechos. Vivimos en una sociedad machista”. Esa declaración de Wladimir en 1980 a la revista Placar con 25 años y en medio de sangrienta dictadura da una pintura precisa sobre quiénes eran los líderes de la Democracia Corinthiana. Personajes fuera del molde. La capacidad intelectual del defensor, a quien Sócrates señalaba como el gran motor del mecanismo, fue clave en esta construcción política. Un perfil particular: seguidor de Martin Luther King, fanático de la lectura, investigó sobre la cultura africana y hasta aprendió el dialecto africano Yorubá para abrazar a sus raíces.
Sócrates, un médico bohemio que aprovechaba sus horas fuera del terreno de juego para perfeccionarse en el ajedrez y relacionarse con artistas, escritores y políticos, vio un reflejo de sus ideales en su compañero: “Quizás Wladimir haya sido el brazo más fuerte del proceso. Su historia está íntimamente ligada a Corinthians, era negro, en un país tan racista como el nuestro”.
El sociólogo Monteiro Alves se erigió como el vehículo de las inquietudes de los jugadores: Corinthians estaba en el fondo del mar y la crisis abrió la puerta a la democracia en un país sin democracia. El plantel, la directiva, los auxiliares; todos tendrían un voto para definir qué hacer día a día. Desde el horario de entrenamiento, hasta a qué jugador contratar. “Por supuesto, con la inteligencia de Sócrates y Adílson, todo se iba hacia donde iban ellos. No recuerdo que hayan perdido alguna votación”, explicó entre risas el ex mediocampista Zenon en el documental Democracia em preto e branco.
“A Sócrates hasta el día de hoy le gusta decir que en ese equipo incluso se votaba para decidir si el autobús debería detenerse para que alguien pudiera orinar”, define el libro Democracia Corintiana, a utopia em jogo. La piedra angular fue particular, extrema y significativa: al llegar a Japón tras un viaje de 30 horas, Casagrande quiso volverse porque estaba enamorado de una mujer que había conocido pocos días antes. “Votamos todos. Masajistas, doctores, asistentes. ¿Podía irse o debía quedarse?", contó Wladimir.
— “Debemos votar para dejarlo ir porque es un momento único en la vida de él. Está enamorado”, dijo Sócrates.
— “No, debe quedarse. Yo estoy triste también porque dejé a mis hijos. Pero estoy acá, soy un profesional. Así que debe quedarse”, replicó Wladimir.
El goleador de 19 años finalmente se quedó.
El experimento fue un absoluto éxito deportivo: el Corinthians dominó el Campeonato Paulista 1982 y 1983. Al unísono, ellos decidieron asentar las bases en el plano simbólico y hasta le dieron vida a un nuevo himno en la voz del popular Toquinho: “Ser corinthiano es también ser un poco más brasilero”.
La final del campeonato en 1983 fue otra excusa para hablarle al pueblo: “Ganar o perder pero siempre con democracia”, decía la bandera con la que ingresaron a la cancha para enfrentar al Sao Paulo, al que vencieron gracias a los dos goles de Sócrates. Ya en noviembre de 1982, cuando se asomaban las elecciones a gobernador –pero todavía faltaba mucho para restaurar la democracia plena– utilizaron una remera que recomendaba: “El día 15 vote”.
Los rostros de los cuatro cabecillas del suceso se replicaron por todos los medios. Saltaron cualquier cerco de censura. Se transformaron en un ejemplo para una sociedad encorsetada y en un peligro para los militares. El Doctor, que además había abandonado el vicio del cigarrillo por unos meses para ser el capitán de Brasil en el Mundial de 1982, lo entendió al pie de la letra, a tal punto que decidió expresar su línea de pensamiento en cada festejo de gol.
Lo hacía con el cuerpo recto con un brazo que se extendía más allá del límite de la cabeza. El puño cerrado y la mirada fija. Celebró durante buena parte de su carrera los goles con ese gesto asociado al comunismo, una especie de sinónimo de unidad. En una entrevista del 2010 con la revista Caros Amigos profundizó sobre su posición política: “Izquierda, derecha, eso es tonto. Soy socialista, no sé si esto es ser izquierdista. No lo sé, ¿pero por qué de izquierda? Es un rótulo. ¡Soy cubano, desearía haber nacido en Cuba!”. Su hijo, el sexto y último, se llama Fidel en honor al mandatario cubano.
“Cuando llegué a Sao Paulo, sólo quería jugar hasta que participara en un Mundial. Hoy eso ha cambiado, porque descubrí que al jugar al fútbol también puedo, como figura popular, ser intermediario de las aspiraciones y ansiedades de miles de personas que se identifican conmigo, que me ven como un guerrero de su lucha. Cuando llegué a esta conclusión, me volví más activo, aceptando que era popular. Fue entonces cuando comencé a hablar y exponerme. ¡Y sucedió algo hermoso: la gente comenzó a llamarme “flaco” y ya no era doctor! Se dieron cuenta de mi cambio. Cuando decidí asumirlo, supe que podría estar jugando mi imagen y mi carrera. Pero tenía que hacerlo”.
El momento de mayor esplendor llegó cuando se erigieron como uno de los brazos del movimiento civil de 1983 “¡Directas Ya!”, que reclamaba que las elecciones a Presidente sean abiertas al pueblo y que llegó a reunir más de un millón y medio de personas en las calles. “Si la enmienda se aprueba en la Cámara de Diputados y en el Senado, no voy a dejar mi país”, prometió Sócrates aquel día ante la multitud mientras el rumor instalado era que las principales potencias de Europa lo querían contratar en una época donde una venta al exterior era todavía casi una excepción para el fútbol sudamericano. Con Zico en la liga italiana, él era la máxima estrella futbolística de Brasil del momento.
La enmienda no se aprobó por 22 votos y, frustrado, Sócrates aceptó la oferta del Fiorentina de Italia que tenía al argentinos Daniel Passarella en sus filas. La Democracia Corinthiana se diluyó pero el germen quedó activo en los brasileños. “Una de las pocas veces que lloré en mi vida fue cuando no se aprobó la enmienda", confesaría tiempo después.
EL SÍMBOLO
Duró poco tiempo en Italia. Sólo una temporada. No era lo mismo ese sitio. “Él sufría mucho porque había jugadores en el vestuario con los que no estaba de acuerdo. Él no podía entender que para el jugador italiano el fútbol era un trabajo, no era una diversión. Lo recuerdo como una persona triste que quería volver a casa”, lo definió su compañero Giovanni Galli en el documental sobre su vida que realizó ESPN.
Entre 1985 y 1989 pasó por Flamengo, Santos y volvió para despedirse en el Botafogo. Aprovechó el Mundial 86 para seguir con su activismo y lució insignias como “México sigue en pie”, “Necesito Justicia” o “No a la violencia”. Sin embargo, nunca más pudo sentirse como en aquellos años de la Democracia Corinthiana.
Grabó discos musicales, produjo obras de teatros, se animó a actuar en televisión, escribió un libro sobre la Democracia Corinthiana, fue panelista televisivo y un hombre de consulta habitual para Lula durante su presidencia, con quien compartía largas horas de diálogo desde el nacimiento del Partido de los Trabajadores (PT) en los comienzos de los 80. Probó como entrenador de fútbol, intentó con el tenis y hasta fundó un centro médico enfocado al deporte. Jamás recuperó esa adrenalina democrática.
“Nadie entenderá lo que digo, ya que nadie vive lo que yo vivo. No somos los dioses que la gente quiere que seamos. Por eso no me gusta la palabra “ídolo”. Para mí lo más importante no es ni la fama ni el dinero. Por eso no quería ir a Italia y mucha gente no lo entiende. Si estuviera seguro de que en cualquier otro lugar encontraría condiciones aceptables para hacer bien mi trabajo, que es jugar al fútbol, iría gratis. No sirve de nada me den mucho dinero, porque solo voy a jugar bien si estoy satisfecho con las condiciones de trabajo. Nunca aceptaré hacer algo en mi vida que estoy seguro de que no puedo hacer bien”, confesó.
LOS VICIOS QUE LO PERSIGUIERON HASTA EL FINAL
Aquel médico de 190 centímetros, que calzaba 41 y era apodado Magrao por su delgadez también peleó contra los vicios del cigarrillo durante su etapa como estrella del fútbol y, tras su retiro, también tuvo que batallar contra el alcohol. “En la selección estoy fumando unos 8 cigarrillos al día en lugar de los 15 que solía fumar. Aumenté de peso y me siento mejor. Si hubiera tenido la intención de ser un atleta desde el principio, lo sería. Pero hay otro detalle: aunque sé que algunos de mis hábitos son perjudiciales para el atleta, estoy seguro de que me ayudan a ser feliz, no frustrado; que una cosa compensa la otra. No me arrepiento de haber elegido el fútbol, pero quiero preservar un poco mi vida; y es de los 20 a los 30 años que vivimos el mejor período. Sin embargo, está claro que hago muchos sacrificios por el fútbol”, se justificó en sus años de esplendor.
Recién apenas cuatro meses antes de morir, aceptó ante las cámaras de televisión que sus adicciones eran verdaderamente un conflicto sin solución:
— “Yo pago por los problemas. Bebía un poco por la mañana, luego por la tarde... Trabajando. Bebía una botella de vino a diario. Si no tuviese la botella, no cambiaría nada para mí, pero era un hábito. Era mi compañía, como el cigarrillo. Soy adicto al cigarrillo, a fumar”.
A los 57 años, desmejorado, llegó caminado al hospital Albert Einstein de Sao Paulo con el hígado cerca de “explotar”. Estuvo a punto de morir, pero el destino tenía preparado una hora especial para su adiós. Faltaba cumplir su último deseo.
EL DÍA QUE SE TRANSFORMÓ EN MITO
Es domingo 4 de diciembre del 2011. El Estadio Pacaembú se suspende en el tiempo por un minuto. Los jugadores del Corinthians, que 90 minutos más tarde celebrarán el título de campeón del Brasileirao luego de seis años de malaria, se paran en el círculo central y alzan su puño derecho rumbo al cielo. La bulliciosa multitud del Timao redobla sus esfuerzos habituales y vitorea al cielo con rabia y emoción. También tienen sus puños en el cielo. Sócrates Sampaio de Souza Vieira de Oliveira acaba de morir víctima de una cirrosis hepática. Sócrates se transforma en ese instante en mito. Justo un domingo con el Corinthians campeón. Su último deseo en vida, cumplido.
Esa ferviente potencia en la empuñadura de cada corinthiano esconde detrás una de las más maravillosas historias del fútbol moderno y su influencia en la sociedad. De héroes de carne y hueso. La Democracia Corinthiana, el proceso político-deportivo más revolucionario y romántico de Latinoamérica. La comunión de un grupo de jugadores bien disímiles en su formación de base que se fusionaron de manera natural para darle un golpe decisivo a la estabilidad de la dictadura que gobernaba Brasil en los años 80.
“Si no jugase como Sócrates, ya me habrían derribado. Hasta que me derriben, sin embargo, tengo la intención de seguir hablando. Y quiero ser más importante para mi país después de dejar el fútbol. No me es suficiente con ser un “ídolo popular”. Lo que importa es que nadie sea tocado, que todos tengan la libertad de ser, de hacer, de suceder. El resto es consecuencia de esto”.