Messi y la historia de siempre

El argentino decide en el 86' con una gran jugada personal un partidazo en el Wanda Metropolitano. El Atleti tuvo al Barça contra las cuerdas.

Patricia Cazón
As
De pronto el aire lo llenaron los silbidos. Tremendos, altísimos. Como si Arda, Agüero y Courtois estuvieran, a la vez, sobre la hierba del Metropolitano, concentrados todos en un jugador. El 17 que saltaba con el Barça. Antoine Griezmann. Primera vez que volvía a encontrarse con esa grada que fue suya, a la que abandonó un martes con un vídeo por whatsapp, sin afeitar y alevosía. Su primer regreso, en una tarde de agua, fría y desapacible en la que los pitos fueron y vinieron cada vez que tocaba un balón. En cuanto éste rodó Simeone llevó los cuchillos del aire sobre la hierba, acongojando al Barça.


Salió el Atlético a ser protagonista con la presión, la circulación y el balón. El lateral zurdo del Cholo era Saúl, para frenar a Messi. Los de Valverde, un reconvertido (Sergi Roberto) y otro que no es titular (Junior). Y eso lo había marcado en rojo el Cholo en su pizarra. Todo el juego volcado en la derecha buscando la superioridad en ese duelo. Correa y Trippier a buscarle huecos al lateral zurdo de Valverde, con apoyos de Morata. El Barça se pasó los primeros 25 minutos sin saber dónde estaba. Podía ser Anfield aunque fuese Madrid. Ni Messi se encontraba.

"El centro del campo está lleno de aire y tiempo para pensar", escribió una vez Enric González. Y ahí, en la batalla del centro, territorio Rakitic, le había empezado la guerra Simeone a Valverde. Sellando pasillos, cegándole líneas de pase y con un futbolista imperial, Herrera. Cómo robaba, cómo presionaba, cómo distribuía, cómo estaba en todas partes, tan Gabi, poesía cholista. La superioridad rojiblanca enseguida se convirtió en ocasiones. Fueron cuatro en apenas unos minutos, el Atlético viviendo a los pies de Ter Stegen. Cuatro clarísimas. Pero una vez Morata no llegó a rematar un centro de Hermoso y la pelota se estampó en el palo. Otra Felipe cabeceó fuera uno de Trippier. Si la cuarta fue un casi de Herrera, en la tercera, se había sacado el pincel João en un centro para que apareciera Hermoso, solo, en el área, para batir a Ter Stegen pero el portero sacó milagroso el pie. Ya sabe Simeone qué sienten los rivales cuando se estampan una y otra vez contra Oblak. Volvería a hacerlo Ter Stegen, épico, veinte minutos después, cuando asomaba el descanso, al sacar de puños un cabezazo de Morata. En ese momento hacía ya rato que el partido había cambiado para siempre.

Lo había hecho después de la primera parada de Ter Stegen. De pronto Messi había despertado en medio de un partido y aquello no era Anfield, ni Roma, era el Metropolitano y el Atleti estaba dándole un baño, a juego con la tromba de agua. El Barça comenzó a crecer desde el balón y la posesión y todo se igualó. Oblak imitaba a Ter Stegen ante Rakitic y Messi ya bailaba. El descanso llegó con Piqué cabeceando al palo un córner que dejó temblando al Metropolitano. El partido al descanso era como aquellos Atleti-Barça en el viejo Calderón. Intenso e impredecible pero sin gol, la carencia que al Atleti este año tanto le mata.

Messi, siempre Messi

El partido regresó igual tras el reposo. El Barça con la pelota y Messi y Suárez despiertos, amenazando, el Atlético sobre los hombros de Herrera. A la hora Simeone sentó a João Félix y el Metropolitano emitió otros silbidos. Ahora al banquillo, al argentino, no le gustaba el cambio aunque el portugués sólo hubiese aportado chispazos. Griezmann, encogido, apenas dejó una volea, lejos de aquel que aquí volaba en capa. Pero se fue un martes con un vídeo por whatsapp, sin afeitar y alevosía, y se llevó consigo todos los goles. Porque al Atleti no le entran, ni aunque jugara este partido tres vidas seguidas. Tampoco en esta segunda parte en la que tuvo una contra que se fue enredando, con los rojiblancos disparando a donde fuera pero incapaz de agujerear la red. Ni Vitolo ni Lemar mejoraron lo que habían sido João Félix y Correa sino que, casi, los empeoraron. Y Mateu Lahoz, harto de sacar amarillas, no castigaba a Piqué con la segunda amarilla por una entrada sobre Morata que lo pareció.

Un Piqué que se fue con dolor en la rodilla por un choque con Vitolo un minuto antes de que la historia de siempre se hiciera carne sobre el Metropolitano. Porque Valverde no sólo tiene a Ter Stegen, también a Messi. Y, aunque parezca no estar, siempre está, y con un chispazo le basta. Coger un balón, internarse en el área, pared, gol. Y toda la esperanza rojiblanca a la lona bajo esa negrura, la terrible falta de gol.

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