Macron choca contra el tradicional hartazgo francés: nadie quiere jubilarse después de los 62 años

Huelgas masivas contra la iniciativa gubernamental de reforma de las pensiones. Los sindicatos se oponen a unificar 42 regímenes especiales.

Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
No se salvó ni la Torre Eiffel. Todo paralizado: los trenes, la mayoría de las líneas de Metro, los vuelos, las oficinas públicas. Y 800.000 personas en las calles de las principales ciudades francesas. Una enorme huelga en contra de los planes del presidente Emmanuel Macron de reformar las jubilaciones. Por supuesto, también todo derivó en duros enfrentamientos entre manifestantes y la policía. Y no faltó el analista que comparó esta huelga de cuatro días con el Mayo del 68. Aunque la única semejanza con ese episodio es que, en ese entonces, los trabajadores lograron muchas de las conquistas que ahora, medio siglo más tarde, requieren un aggiornamento.


El enfrentamiento con los sindicatos es una prueba crucial para el presidente centrista francés, cuya revisión planificada del sistema de pensiones fue una promesa electoral clave. El gobierno argumenta que unificar el sistema de pensiones, y deshacerse de los 42 regímenes “especiales” para sectores que van desde trabajadores ferroviarios y energéticos hasta abogados y personal de la Ópera de París, es crucial para mantener el sistema financieramente viable a medida que la población francesa envejece. Pero los sindicatos dicen que la introducción de un sistema “universal” para todos significará que millones de trabajadores en los sectores público y privado deben trabajar más allá de la edad legal de jubilación de 62 años o enfrentar una fuerte pérdida al cobrar sus pensiones.

Esta es una disputa ya histórica. En 1995, fue el entonces primer ministro Alain Juppé, bajo la presidente de Jacques Chirac, quien quiso aumentar la edad de jubilación. La oposición de los sindicatos fue rotunda. Fueron diez días de paro del transporte. Los ferroviarios llevaron la delantera. Juppé tuvo que ceder. Isabelle, una dirigente de los empleados estatales, que participó de aquellas protestas y ahora volvió a salir a las calles lo describió así a la televisión francesas: “Espero que esta huelga sea más fuerte ahora. Este Gobierno es más autoritario aún que el de Nicolas Sarkozy. Tiene que ser mucho más fuerte que en 1995.

La disputa llega al corazón del proyecto presidencial de Macron y su promesa de ofrecer la mayor transformación del modelo social y el sistema de bienestar francés desde la era de la posguerra. Desde su elección en 2017, Macron quiere ir hacia un estilo nórdico de “seguridad flexible” en el que el mercado laboral se flexibiliza y el enfoque está en cambiar de un código de trabajo rígido a una sociedad de individuos que se mueven entre trabajos. La reforma de las pensiones es el último paso para Macron después de que revisó las normas laborales y cambió el sistema de desempleo, pero siempre fue un tema extremadamente delicado en Francia.

Los sindicatos argumentan que Macron está decidido a renunciar a “uno de los mejores sistemas de pensiones del mundo” por una cuestión de ideología. El mecanismo galo es uno de los más generosos de Europa, lo que explica, por ejemplo, que el nivel de pobreza en ancianos sea de los más bajos. Pero lo cierto es que el sistema está quebrado y tiene un déficit de 17.000 millones de euros. Tras varios intentos fallidos en los últimos años para modificar el marco de las jubilaciones, los franceses están a favor de cambios, pero tienen miedo de cómo se harán estas transformaciones. Una encuesta reciente señala que el 76% de los ciudadanos está a favor de una reforma del actual sistema y sólo el 36% confían en las propuestas del gobierno.

Básicamente, Macrón quiere unificar los 42 regímenes de jubilación que están vigentes en Francia. El régimen general cubre al 68% de la población activa, pero también hay un estatuto especial para los empleados públicos y 40 regímenes especiales firmados con empresas, que incluye sectores como el de los ferroviarios y el de los transportistas de París, que permiten jubilarse más temprano o con mejores condiciones. El gobierno busca crear un sistema universal de puntos, de tal manera que cada euro contribuido otorgará el derecho a recibir la misma prestación. Actualmente, las características de cada oficio son tenidas en cuenta a la hora de determinar la cantidad a cobrar. La reforma de Macron elimina esta especificidad. Existe un sistema obligatorio de reparto, dividido en dos categorías.

A su vez, el sistema básico otorga una pensión mínima contributiva de hasta el 50% de los mejores 25 años cotizados. El complementario lo gestionan sindicatos y empresarios. En este caso las pensiones se calculan por puntos, que se canjean en el momento de la jubilación. Si el trabajador se jubila a la edad legal, entonces obtiene el 100% del beneficio, siempre que alcance cierto número de trimestres de cotización. El cambio que plantea Macrón, hace que el monto de la pensión se calcule haciendo un promedio de la vida laboral del trabajador. Entre otras cosas, esto implica que aquellos empleados que pasen un tiempo desocupados sufrirán recortes en sus jubilaciones. Las madres que tuvieron carreras con pausas serían las más afectadas.

La edad de la jubilación está en el centro de la controversia. Se pueden jubilar todos los empleados que estén entre los 60 y los 62 años, siempre que hayan aportado más de 20 años. La pensión máxima se puede alcanzar a los 62 años. Y en algunas profesiones de riesgo existe la posibilidad de jubilaciones anticipadas a edades más tempranas. Macron quiere elevar ese umbral a los 64 años. Eso no significa que los franceses no se puedan jubilar antes. Podrán dejar de trabajar a los 62 años si lo desean, pero perderán parte de la retribución. Y aquellos que trabajen más años, tendrán beneficios adicionales. Todo esto aún se está discutiendo en el Congreso y no está previsto que se debata un proyecto de ley hasta mediados del 2020.

Los índices de aprobación de Macron, de alrededor del 30%, mejoraron un poco desde el apogeo de las protestas antigubernamentales de los “gilets jaunes”, los chalecos amarillos, hace un año. Y aunque muchos franceses están de acuerdo en que se debería cambiar el sistema de pensiones, no están seguros de que se pueda confiar en este presidente pro-negocios para hacerlo. Una encuesta reciente de Ifop mostró que el 76% de los franceses respalda la reforma de las pensiones, pero el 64% no confía en que el gobierno lo logre. Y todo esto en un sentimiento generalizado de que la calidad de vida está disminuyendo a pasos agigantados y los servicios públicos están muy deteriorados. Otra encuesta del mes pasado, ésta realizada por el diario Libération muestra que el 89% de los franceses sienten que el país está experimentando “una grave crisis social”. En poco tiempo el carisma y las reformas de Macron chocaron con ese tradicional escepticismo francés. Lo bautizaron “Jupiter”, el más grande de los dioses romanos. En los cafés comenzaron a repetir que se le había subido el éxito a la cabeza. Y cuando el tradicional malestar francés se vuelve insoportable para sus delicados estómagos, aparece la histórica y tan repetida frase de “Francia está harta”. Un fenómeno que siempre termina en las barricadas, el fuego, las pintadas, la violencia, les flics (policías), los manifs (manifestantes), los services d’ordre (el cuerpo de infantería de la policía), como sucede desde la Comuna. Y como se ve una vez más en las calles de París en este frío invierno del 19.

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