Los socialistas viran a la izquierda en busca del electorado perdido
A ambos lados del Atlántico, los partidos buscan respuestas progresistas a una globalización y revolución tecnológica que les ha dejado sin parte de su base
Bernardo de Miguel
Bruselas, El País
“O bella ciao”. Varios miembros socialistas de la nueva Comisión Europea, entre ellos el vicepresidente primero, Frans Timmermans, terminaron hace unos días una de sus primeras reuniones en Estrasburgo entonando el redescubierto himno de la lucha antifascista. Pero el entusiasta coro, más que un supuesto espíritu revolucionario, ilustra la tentación de girar a la izquierda de una parte de la deshilachada familia socialdemócrata europea.
Para algunos de sus miembros, sobre todo los meridionales, la vuelta a las esencias podría ser la vía para recuperar un electorado que ha huido de unos partidos cuya agenda social y económica ha sido sustituida en parte por reivindicaciones transversales como los derechos de las minorías, la igualdad de género o la lucha contra el cambio climático. En los países nórdicos, donde la socialdemocracia aguanta, prefieren perseverar en una tercera vía que combina la defensa un Estado del bienestar hiperdesarrollado con la apuesta por la liberalización comercial y la flexibilidad laboral.
“Los socialdemócratas y los socialistas europeos no tienen una visión clara sobre políticas regulatorias y sociales, por lo que están profundamente divididos entre los partidarios de un neoliberalismo con rostro humano y quienes siguen una ola retrosocialista a lo [Jeremy] Corbyn o [Jean-Luc] Mélenchon”, diagnostica Sophie Pornschiegel, analista senior del European Policy Centre en Bruselas. El giro de la izquierda a la izquierda, en todo caso, es ya una realidad en países como Alemania, donde el SPD ha consumado un cambio de liderazgo en esa línea; en el Reino Unido, donde los laboristas apuestan por el ideario izquierdista de Corbyn, o en España, con un posible Gobierno de PSOE y Unidas Podemos.
La marea llega también al otro lado del Atlántico, donde los demócratas, el pariente socialdemócrata estadounidense, se preparan para intentar batir a Donald Trump en 2020 con precandidatos como Bernie Sanders, considerado de ultraizquierda para los estándares de Washington.
La duda entre las propias filas del socialismo es si la nueva tendencia es el comienzo de un viaje hacia ninguna parte o la refundación de una familia política que fue esencial en Europa y EE UU en el siglo XX y contribuyó, junto con la democracia cristiana, a jalonar un periodo de prosperidad e igualdad sin precedentes.
“El actual giro a la izquierda podría ser el camino para mejorar los malos resultados electorales si la crisis de los partidos socialdemócratas fuera solo en torno al alcance de la redistribución, en un clásico debate izquierda-derecha. Sin embargo, es muy probable que su declive se deba a muchos otros factores”, avisa Guntram Wolf, director del centro de estudios Bruegel en Bruselas.
Wolf no descarta que el giro dé algún resultado. Pero cree que el viejo esquema de izquierdas y derechas “es demasiado estrecho para entender las nuevas líneas divisorias que cruzan la sociedad”. Y defiende que “el declive de la socialdemocracia no se debe a la reciente crisis financiera, se hubiera producido en cualquier caso”.
La reducción del empleo en el sector industrial y la emergencia de nuevas categorías laborales en el sector servicio se citan como causas de una erosión socialdemócrata que difícilmente se podría corregir con el regreso a postulados izquierdistas del siglo XX. “Los socialdemócratas se han quedado sin base electoral”, concluye Pornschiegel. Esta analista cree que ni el giro a la izquierda ni la tercera vía bastarían por sí mismas para salvar a la socialdemocracia de la pinza de los Verdes y la extrema derecha.
Jonás Fernández, eurodiputado socialista desde 2014, atribuye la pérdida de atractivo electoral al hecho de que el Estado, al menos en la UE, ha perdido gran parte de su capacidad para gravar rentas y beneficios o regular la actuación de compañías globales. “En este entorno, la promesa redistributiva de la socialdemocracia resulta muy difícil de implementar, porque el instrumento para reducir las desigualdades, el Estado, ha perdido potencia en su intervención”, señala Fernández. El eurodiputado urge a crear “una institución pública con poder suficiente de intervención en los mercados. Y ese camino pasa exclusivamente por Europa”.
Ese camino, sin embargo, parece cegado por la resistencia de la mayoría de los socios a mutualizar políticas sociales en la UE. Guntram Wolf advierte de que si no hay movimiento en el frente de la redistribución a nivel europeo, la convivencia entre democracia cristiana y socialdemocracia podría estar en peligro. Y en ese caso la erosión de la socialdemocracia también socavaría los cimientos políticos de la UE.
A ambos lados del Atlántico, los partidos socialdemócratas miran a la izquierda a la búsqueda de respuestas progresistas a una globalización y revolución tecnológica que les ha dejado sin parte de su electorado tradicional. En algunos casos, el hundimiento de los socialistas ha contribuido al ascenso de fuerzas consideradas de extrema izquierda.
Alemania, en ebullición
La izquierda alemana está en plena ebullición. El partido socialdemócrata (SPD) ha consumado con la elección de Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken un claro viraje a la izquierda. Cientos de miles de militantes han querido girar el timón de un partido que se ha ido desplazando hacia el centro político, perdiendo buena parte del apoyo. Si hoy se celebraran las elecciones, el SPD obtendría apenas un 14% de los votos. A su izquierda, el postcomunista Die Linke, también en plena redefinición, obtendría en torno a un 10%.
El auge Verde y de la extrema derecha en Alemania han estrechado el espacio electoral de los socialdemócratas, que buscan recuperarlo en un contexto crecientemente polarizado. Pero sienten sobre todo que ha sido la dilatada cohabitación con los conservadores la que ha quebrado su identidad. El SPD ha gobernado 10 de los últimos 14 años en gran coalición y para no pocos militantes esa es la causa de muchos de sus males. Sienten que el partido se desdibuja. Por eso en parte triunfan ahora con Walter-Borjans y Esken dos políticos que aspiran a devolver el partido a sus esencias socialdemócratas, informa Ana Carbajosa.
Jeremy Corbyn es el salvavidas que ha permitido a la izquierda británica sobrevivir una década de socialdemocracia descafeinada (el Nuevo Laborismo de Tony Blair) y otra de austeridad descarnada (con el conservador de David Cameron). Y a la vez, el veterano líder es el lastre que impide, con sus prejuicios y sectarismo de tribu, dar una imagen de novedad a un puñado de ideas rescatadas del baúl de la historia justo cuando el electorado estaría de nuevo dispuesto a considerarlas. “Algunas de las cosas que propone suenan menos extremistas que hace 10 o 15 años”, explica Tony Travers, director de la London School of Economics, “el centro político de gravedad ha cambiado considerablemente”.
El programa electoral de 2019, “el más radical en muchas décadas” según Corbyn, ha espantado al mundo económico, pero agrada los oídos del electorado de izquierdas. Sin embargo, es muy posible que los laboristas desaprovechen una oportunidad histórica por dos graves errores. La ambigüedad de su candidato respecto al Brexit ha alejado votantes, y su lentitud en erradicar los episodios de antisemitismo en el partido han provocado la deserción de figuras moderadas y la sensación de que el nuevo envoltorio esconde la misma mercancía averiada, informa Rafa de Miguel.
Francia, un paisaje en ruinas
Las elecciones presidenciales de 2017 dejaron al borde de la extinción al Partido Socialista (PS), hegemónico durante décadas. Las ganó Emmanuel Macron, un exministro de un Gobierno socialista, con un nuevo partido de centro liberal, En Marche. Desde entonces, ningún partido ha sustituido al PS. La izquierda populista de La Francia Insumisa no ha logrado consolidarse como alternativa y ve cómo la extrema derecha del Frente Nacional se afianza como el primer partido obrero. El PS tampoco levanta cabeza. Su ala centrista se subió al carro de Macron y parte de su ala izquierdista fundó Generation.s, que es marginal. El Partido Comunista sobrevive como puede. El único brote es Europa Ecología / Los Verdes, que quedó tercero en las europeas y alberga la esperanza de aglutinar a la izquierda moderada. La paradoja es que, aunque Macron ha hecho políticas de centroderecha y ha dejado libre un amplio espacio a su izquierda, la división ha impedido que nadie lo ocupe, informa Marc Bassets.
Portugal y la supervivencia pragmática
El ascenso al poder del socialismo portugués (PS) se hizo sobre la derrota electoral de 2015. Desde el fin de la dictadura en 1974 siempre había gobernado el partido más votado, tuviera o no mayoría. El PS rompió la regla en 2015, perdió las elecciones pero gobernó gracias a que, por primera vez, sumaba mayoría si se aliaba con el Partido Comunista y el Bloco de Esquerda, como hizo. Fue un acuerdo inédito entre las izquierdas, ahora renovado —el pasado octubre, el PS sí ganó, con el 36,3%—. Son cinco años de Gobierno de António Costa con la virtud de que ni el PS ni sus socios han renunciado a sus principios. Ni uno se ha ido más a la izquierda ni los otros más a la derecha. Todos han jugado la carta del pragmatismo. Un pragmatismo que ha beneficiado a todos, informa Javier Martín del Barrio.
Italia, la escisión permanente
La debacle del Partido Democratico (PD) en las últimas elecciones legislativas, donde cosechó el peor resultado de la historia, obligó a reconstruir la cúpula y a dar un giro a la izquierda. Matteo Renzi dimitió y se nombró a Nicola Zingaretti como secretario general. Un hombre menos vinculado al establishment económico y abierto al diálogo con las corrientes más a la izquierda. El discurso caló al principio y, según los sondeos, parte de los votantes de clase obrera que habían emigrado a propuestas populistas como la de la Liga o el Movimiento 5 Estrellas estuvieron dispuestos a volver.
Duró poco. Cuando parecía que el PD podía caminar unido, la última fragmentación llegó de Renzi y la fundación de Italia Viva. Hoy ninguna formación se atreve con una apuesta netamente de izquierdas y dicha posición ha quedado en manos de movimientos ciudadanos, informa Daniel Verdú.
Grecia, condenados a la irrelevancia
Laminado por las impopulares políticas de austeridad de la troika a cambio de los rescates que evitaron la quiebra del país, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok, en sus siglas griegas), que pilotó parte de la crisis —de 2009 a 2014, primero en solitario y luego con la conservadora Nueva Democracia—, se ha visto condenado a la irrelevancia y está inmerso en un proceso de primarias para dotarse de un liderazgo con más fuste. El Pasok pasó del 44% de los votos en 2009 a ser el menos votado en 2015 (4,6%) tras la práctica identificación del Pasok con el centroderecha durante su etapa de gobierno. Syriza, liderado por Alexis Tsipras, ha colonizado en apenas un lustro casi todo el centroizquierda. Está acometiendo su refundación para ampliar su base, pero lidera aún las encuestas en el ámbito de la izquierda (y el centroizquierda), con algo menos del 30%, informa María Antonia Sánchez-Vallejo.
Bernardo de Miguel
Bruselas, El País
“O bella ciao”. Varios miembros socialistas de la nueva Comisión Europea, entre ellos el vicepresidente primero, Frans Timmermans, terminaron hace unos días una de sus primeras reuniones en Estrasburgo entonando el redescubierto himno de la lucha antifascista. Pero el entusiasta coro, más que un supuesto espíritu revolucionario, ilustra la tentación de girar a la izquierda de una parte de la deshilachada familia socialdemócrata europea.
Para algunos de sus miembros, sobre todo los meridionales, la vuelta a las esencias podría ser la vía para recuperar un electorado que ha huido de unos partidos cuya agenda social y económica ha sido sustituida en parte por reivindicaciones transversales como los derechos de las minorías, la igualdad de género o la lucha contra el cambio climático. En los países nórdicos, donde la socialdemocracia aguanta, prefieren perseverar en una tercera vía que combina la defensa un Estado del bienestar hiperdesarrollado con la apuesta por la liberalización comercial y la flexibilidad laboral.
“Los socialdemócratas y los socialistas europeos no tienen una visión clara sobre políticas regulatorias y sociales, por lo que están profundamente divididos entre los partidarios de un neoliberalismo con rostro humano y quienes siguen una ola retrosocialista a lo [Jeremy] Corbyn o [Jean-Luc] Mélenchon”, diagnostica Sophie Pornschiegel, analista senior del European Policy Centre en Bruselas. El giro de la izquierda a la izquierda, en todo caso, es ya una realidad en países como Alemania, donde el SPD ha consumado un cambio de liderazgo en esa línea; en el Reino Unido, donde los laboristas apuestan por el ideario izquierdista de Corbyn, o en España, con un posible Gobierno de PSOE y Unidas Podemos.
La marea llega también al otro lado del Atlántico, donde los demócratas, el pariente socialdemócrata estadounidense, se preparan para intentar batir a Donald Trump en 2020 con precandidatos como Bernie Sanders, considerado de ultraizquierda para los estándares de Washington.
La duda entre las propias filas del socialismo es si la nueva tendencia es el comienzo de un viaje hacia ninguna parte o la refundación de una familia política que fue esencial en Europa y EE UU en el siglo XX y contribuyó, junto con la democracia cristiana, a jalonar un periodo de prosperidad e igualdad sin precedentes.
“El actual giro a la izquierda podría ser el camino para mejorar los malos resultados electorales si la crisis de los partidos socialdemócratas fuera solo en torno al alcance de la redistribución, en un clásico debate izquierda-derecha. Sin embargo, es muy probable que su declive se deba a muchos otros factores”, avisa Guntram Wolf, director del centro de estudios Bruegel en Bruselas.
Wolf no descarta que el giro dé algún resultado. Pero cree que el viejo esquema de izquierdas y derechas “es demasiado estrecho para entender las nuevas líneas divisorias que cruzan la sociedad”. Y defiende que “el declive de la socialdemocracia no se debe a la reciente crisis financiera, se hubiera producido en cualquier caso”.
La reducción del empleo en el sector industrial y la emergencia de nuevas categorías laborales en el sector servicio se citan como causas de una erosión socialdemócrata que difícilmente se podría corregir con el regreso a postulados izquierdistas del siglo XX. “Los socialdemócratas se han quedado sin base electoral”, concluye Pornschiegel. Esta analista cree que ni el giro a la izquierda ni la tercera vía bastarían por sí mismas para salvar a la socialdemocracia de la pinza de los Verdes y la extrema derecha.
Jonás Fernández, eurodiputado socialista desde 2014, atribuye la pérdida de atractivo electoral al hecho de que el Estado, al menos en la UE, ha perdido gran parte de su capacidad para gravar rentas y beneficios o regular la actuación de compañías globales. “En este entorno, la promesa redistributiva de la socialdemocracia resulta muy difícil de implementar, porque el instrumento para reducir las desigualdades, el Estado, ha perdido potencia en su intervención”, señala Fernández. El eurodiputado urge a crear “una institución pública con poder suficiente de intervención en los mercados. Y ese camino pasa exclusivamente por Europa”.
Ese camino, sin embargo, parece cegado por la resistencia de la mayoría de los socios a mutualizar políticas sociales en la UE. Guntram Wolf advierte de que si no hay movimiento en el frente de la redistribución a nivel europeo, la convivencia entre democracia cristiana y socialdemocracia podría estar en peligro. Y en ese caso la erosión de la socialdemocracia también socavaría los cimientos políticos de la UE.
A ambos lados del Atlántico, los partidos socialdemócratas miran a la izquierda a la búsqueda de respuestas progresistas a una globalización y revolución tecnológica que les ha dejado sin parte de su electorado tradicional. En algunos casos, el hundimiento de los socialistas ha contribuido al ascenso de fuerzas consideradas de extrema izquierda.
Alemania, en ebullición
La izquierda alemana está en plena ebullición. El partido socialdemócrata (SPD) ha consumado con la elección de Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken un claro viraje a la izquierda. Cientos de miles de militantes han querido girar el timón de un partido que se ha ido desplazando hacia el centro político, perdiendo buena parte del apoyo. Si hoy se celebraran las elecciones, el SPD obtendría apenas un 14% de los votos. A su izquierda, el postcomunista Die Linke, también en plena redefinición, obtendría en torno a un 10%.
El auge Verde y de la extrema derecha en Alemania han estrechado el espacio electoral de los socialdemócratas, que buscan recuperarlo en un contexto crecientemente polarizado. Pero sienten sobre todo que ha sido la dilatada cohabitación con los conservadores la que ha quebrado su identidad. El SPD ha gobernado 10 de los últimos 14 años en gran coalición y para no pocos militantes esa es la causa de muchos de sus males. Sienten que el partido se desdibuja. Por eso en parte triunfan ahora con Walter-Borjans y Esken dos políticos que aspiran a devolver el partido a sus esencias socialdemócratas, informa Ana Carbajosa.
Jeremy Corbyn es el salvavidas que ha permitido a la izquierda británica sobrevivir una década de socialdemocracia descafeinada (el Nuevo Laborismo de Tony Blair) y otra de austeridad descarnada (con el conservador de David Cameron). Y a la vez, el veterano líder es el lastre que impide, con sus prejuicios y sectarismo de tribu, dar una imagen de novedad a un puñado de ideas rescatadas del baúl de la historia justo cuando el electorado estaría de nuevo dispuesto a considerarlas. “Algunas de las cosas que propone suenan menos extremistas que hace 10 o 15 años”, explica Tony Travers, director de la London School of Economics, “el centro político de gravedad ha cambiado considerablemente”.
El programa electoral de 2019, “el más radical en muchas décadas” según Corbyn, ha espantado al mundo económico, pero agrada los oídos del electorado de izquierdas. Sin embargo, es muy posible que los laboristas desaprovechen una oportunidad histórica por dos graves errores. La ambigüedad de su candidato respecto al Brexit ha alejado votantes, y su lentitud en erradicar los episodios de antisemitismo en el partido han provocado la deserción de figuras moderadas y la sensación de que el nuevo envoltorio esconde la misma mercancía averiada, informa Rafa de Miguel.
Francia, un paisaje en ruinas
Las elecciones presidenciales de 2017 dejaron al borde de la extinción al Partido Socialista (PS), hegemónico durante décadas. Las ganó Emmanuel Macron, un exministro de un Gobierno socialista, con un nuevo partido de centro liberal, En Marche. Desde entonces, ningún partido ha sustituido al PS. La izquierda populista de La Francia Insumisa no ha logrado consolidarse como alternativa y ve cómo la extrema derecha del Frente Nacional se afianza como el primer partido obrero. El PS tampoco levanta cabeza. Su ala centrista se subió al carro de Macron y parte de su ala izquierdista fundó Generation.s, que es marginal. El Partido Comunista sobrevive como puede. El único brote es Europa Ecología / Los Verdes, que quedó tercero en las europeas y alberga la esperanza de aglutinar a la izquierda moderada. La paradoja es que, aunque Macron ha hecho políticas de centroderecha y ha dejado libre un amplio espacio a su izquierda, la división ha impedido que nadie lo ocupe, informa Marc Bassets.
Portugal y la supervivencia pragmática
El ascenso al poder del socialismo portugués (PS) se hizo sobre la derrota electoral de 2015. Desde el fin de la dictadura en 1974 siempre había gobernado el partido más votado, tuviera o no mayoría. El PS rompió la regla en 2015, perdió las elecciones pero gobernó gracias a que, por primera vez, sumaba mayoría si se aliaba con el Partido Comunista y el Bloco de Esquerda, como hizo. Fue un acuerdo inédito entre las izquierdas, ahora renovado —el pasado octubre, el PS sí ganó, con el 36,3%—. Son cinco años de Gobierno de António Costa con la virtud de que ni el PS ni sus socios han renunciado a sus principios. Ni uno se ha ido más a la izquierda ni los otros más a la derecha. Todos han jugado la carta del pragmatismo. Un pragmatismo que ha beneficiado a todos, informa Javier Martín del Barrio.
Italia, la escisión permanente
La debacle del Partido Democratico (PD) en las últimas elecciones legislativas, donde cosechó el peor resultado de la historia, obligó a reconstruir la cúpula y a dar un giro a la izquierda. Matteo Renzi dimitió y se nombró a Nicola Zingaretti como secretario general. Un hombre menos vinculado al establishment económico y abierto al diálogo con las corrientes más a la izquierda. El discurso caló al principio y, según los sondeos, parte de los votantes de clase obrera que habían emigrado a propuestas populistas como la de la Liga o el Movimiento 5 Estrellas estuvieron dispuestos a volver.
Duró poco. Cuando parecía que el PD podía caminar unido, la última fragmentación llegó de Renzi y la fundación de Italia Viva. Hoy ninguna formación se atreve con una apuesta netamente de izquierdas y dicha posición ha quedado en manos de movimientos ciudadanos, informa Daniel Verdú.
Grecia, condenados a la irrelevancia
Laminado por las impopulares políticas de austeridad de la troika a cambio de los rescates que evitaron la quiebra del país, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok, en sus siglas griegas), que pilotó parte de la crisis —de 2009 a 2014, primero en solitario y luego con la conservadora Nueva Democracia—, se ha visto condenado a la irrelevancia y está inmerso en un proceso de primarias para dotarse de un liderazgo con más fuste. El Pasok pasó del 44% de los votos en 2009 a ser el menos votado en 2015 (4,6%) tras la práctica identificación del Pasok con el centroderecha durante su etapa de gobierno. Syriza, liderado por Alexis Tsipras, ha colonizado en apenas un lustro casi todo el centroizquierda. Está acometiendo su refundación para ampliar su base, pero lidera aún las encuestas en el ámbito de la izquierda (y el centroizquierda), con algo menos del 30%, informa María Antonia Sánchez-Vallejo.