Los grandes capitales y la década perdida de Estados Unidos
Paul Krugman
Infobae
Últimamente, los medios noticiosos le han dado muchos dolores de cabeza a Elizabeth Warren. Sin duda, una parte se ha debido a los tropiezos en su campaña, pero buena parte es una especie de reacción negativa visceral a sus críticas en contra de la influencia excesiva de los grandes capitales en la política, una reacción que en realidad justifica su argumento.
Es cierto que Warren, a principios de su carrera, organizó eventos de recaudación de fondos con donantes acaudalados. ¿Y? Las acusaciones de inconsistencia (dijiste X y ahora dices Y) suelen ser una evasión periodística, una manera de evitar lidiar con el fundamento de lo que un candidato está diciendo. Después de todo, los políticos deberían cambiar de opinión cuando hay buenos motivos para hacerlo.
La pregunta debería ser, ¿Warren hizo lo correcto cuando anunció en febrero que suspendería los eventos de recaudación de fondos con los más ricos? En un sentido más amplio, ¿tiene razón al decir que los ricos tienen demasiada influencia política?
Y, sin duda alguna, la respuesta a la segunda pregunta es sí.
Lo primero que hay que saber de los muy ricos es que, en lo político, son diferentes a ustedes y a mí. No se dejen engañar por el puñado de multimillonarios liberales o que dicen serlo; estudios sistemáticos sobre la política de los megarricos demuestran que son muy conservadores, están obsesionados con los recortes fiscales, se oponen a la regulación ambiental y financiera y están ansiosos por eliminar los programas sociales.
Lo segundo que necesitan saber es que los ricos suelen obtener lo que quieren, incluso cuando la mayoría de la gente quiere lo opuesto. Por ejemplo, una inmensa mayoría de electores —incluyendo una mayoría de personas que se definen como republicanos— cree que las corporaciones pagan muy pocos impuestos. Sin embargo, la política nacional característica del gobierno de Trump fue un enorme recorte corporativo.
O hablando de un tema que es muy cercano a Warren —y sus logros característicos en materia de políticas públicas— la mayoría de los estadounidenses, incluida una pluralidad de republicanos, están a favor de una regulación más estricta a los grandes bancos; pero incluso antes de que Donald Trump asumiera la presidencia, las regulaciones relativamente laxas que se implementaron después de la crisis financiera de 2008 estaban bajo un ataque político sostenido.
¿Por qué un puñado de ricos ejerce tanta influencia en lo que se supone que es una democracia? Las contribuciones de campaña solo son una parte de esa historia. Igual o más importante es la cadena de grupos de expertos, de cabilderos y de otro tipo financiados por multimillonarios que dictan el discurso político. También está la puerta giratoria: es tristemente normal que los ex funcionarios de ambos partidos acepten empleos en los grandes bancos, las corporaciones y las consultorías y las características de esos empleos no pueden sino influir en las políticas públicas, mientras los servidores públicos todavía están en el cargo.
Por último, pero no menos importante, la cobertura mediática de cuestiones relacionadas con políticas públicas muy frecuentemente parece reflejar las opiniones de los ricos. Tomemos, por ejemplo, el tema de las políticas para combatir el desempleo.
En este momento, el desempleo en Estados Unidos se encuentra en un punto históricamente bajo, de solo el 3,5 por ciento, y estamos logrando ese desempleo bajo sin que haya señales de una inflación descontrolada, lo cual nos dice que, todo este tiempo, fuimos capaces de este tipo de desempeño. ¿Recuerdan cuando la gente como Jamie Dimon, el director ejecutivo de JPMorgan Chase, nos dijo que el alto desempleo era inevitable debido a las “brechas en las habilidades”? Estaban equivocados.
Sin embargo, nos tomó mucho tiempo llegar hasta aquí, porque el desempleo retrocedió muy lentamente de su punto más álgido después de la crisis. La tasa de desempleo promedio a lo largo de la última década fue del 6,3 por ciento, lo cual se traduce en millones de personas/años de desempleo injustificado.
¿Por qué no nos recuperamos más rápido? La razón más importante fue la austeridad fiscal: los recortes al gasto, supuestamente para reducir el déficit presupuestal, que fueron un lastre continuo en la economía de 2010 en adelante. Sin embargo, ¿quién estaba obsesionado con los déficits presupuestales? Los electores en general no lo estaban, pero las encuestas indican que, aunque la tasa de desempleo estaba por encima del ocho por ciento, los ricos consideraban que los déficits presupuestarios eran un problema más grande que la falta de empleos.
Los medios noticiosos hicieron eco de estas prioridades, y no las consideraron como las preferencias de un pequeño grupo de electores, sino como la única postura responsable. Como hizo notar Ezra Klein, de Vox, en ese momento, tratándose de los déficits presupuestales parecía que “las reglas habituales de la neutralidad periodística” no aplicaban; los periodistas defendían abiertamente posturas sobre políticas públicas que eran, en el mejor de los casos, controvertidas, que no compartía de manera generalizada el público en general y, ahora sabemos, que estaban sustancialmente equivocadas.
Pero eran las posturas de los ricos sobre las políticas públicas y, al momento de lidiar con distintas posturas sobre ese tema, los medios suelen tratar a algunos estadounidenses como si fueran más iguales que otros.
Esto me hace pensar en la campaña de 2020. Tal vez estén en desacuerdo con las ideas progresistas de Elizabeth Warren o Bernie Sanders, lo cual está bien. Pero los medios noticiosos le deben al público un debate serio de estas ideas, no que desecharlas por una combinación de “sesgo centrista” reflejo y la suposición consciente o inconsciente de que cualquier política que no les guste a los ricos debe ser irresponsable.
Y cuando los candidatos hablan sobre la influencia excesiva de los ricos, ese tema también merece un debate serio, no los ataques baratos que he visto últimamente. Sé que este tipo de debate es incómodo para muchos periodistas. Precisamente por eso hay que llevarlo a cabo.
Infobae
Últimamente, los medios noticiosos le han dado muchos dolores de cabeza a Elizabeth Warren. Sin duda, una parte se ha debido a los tropiezos en su campaña, pero buena parte es una especie de reacción negativa visceral a sus críticas en contra de la influencia excesiva de los grandes capitales en la política, una reacción que en realidad justifica su argumento.
Es cierto que Warren, a principios de su carrera, organizó eventos de recaudación de fondos con donantes acaudalados. ¿Y? Las acusaciones de inconsistencia (dijiste X y ahora dices Y) suelen ser una evasión periodística, una manera de evitar lidiar con el fundamento de lo que un candidato está diciendo. Después de todo, los políticos deberían cambiar de opinión cuando hay buenos motivos para hacerlo.
La pregunta debería ser, ¿Warren hizo lo correcto cuando anunció en febrero que suspendería los eventos de recaudación de fondos con los más ricos? En un sentido más amplio, ¿tiene razón al decir que los ricos tienen demasiada influencia política?
Y, sin duda alguna, la respuesta a la segunda pregunta es sí.
Lo primero que hay que saber de los muy ricos es que, en lo político, son diferentes a ustedes y a mí. No se dejen engañar por el puñado de multimillonarios liberales o que dicen serlo; estudios sistemáticos sobre la política de los megarricos demuestran que son muy conservadores, están obsesionados con los recortes fiscales, se oponen a la regulación ambiental y financiera y están ansiosos por eliminar los programas sociales.
Lo segundo que necesitan saber es que los ricos suelen obtener lo que quieren, incluso cuando la mayoría de la gente quiere lo opuesto. Por ejemplo, una inmensa mayoría de electores —incluyendo una mayoría de personas que se definen como republicanos— cree que las corporaciones pagan muy pocos impuestos. Sin embargo, la política nacional característica del gobierno de Trump fue un enorme recorte corporativo.
O hablando de un tema que es muy cercano a Warren —y sus logros característicos en materia de políticas públicas— la mayoría de los estadounidenses, incluida una pluralidad de republicanos, están a favor de una regulación más estricta a los grandes bancos; pero incluso antes de que Donald Trump asumiera la presidencia, las regulaciones relativamente laxas que se implementaron después de la crisis financiera de 2008 estaban bajo un ataque político sostenido.
¿Por qué un puñado de ricos ejerce tanta influencia en lo que se supone que es una democracia? Las contribuciones de campaña solo son una parte de esa historia. Igual o más importante es la cadena de grupos de expertos, de cabilderos y de otro tipo financiados por multimillonarios que dictan el discurso político. También está la puerta giratoria: es tristemente normal que los ex funcionarios de ambos partidos acepten empleos en los grandes bancos, las corporaciones y las consultorías y las características de esos empleos no pueden sino influir en las políticas públicas, mientras los servidores públicos todavía están en el cargo.
Por último, pero no menos importante, la cobertura mediática de cuestiones relacionadas con políticas públicas muy frecuentemente parece reflejar las opiniones de los ricos. Tomemos, por ejemplo, el tema de las políticas para combatir el desempleo.
En este momento, el desempleo en Estados Unidos se encuentra en un punto históricamente bajo, de solo el 3,5 por ciento, y estamos logrando ese desempleo bajo sin que haya señales de una inflación descontrolada, lo cual nos dice que, todo este tiempo, fuimos capaces de este tipo de desempeño. ¿Recuerdan cuando la gente como Jamie Dimon, el director ejecutivo de JPMorgan Chase, nos dijo que el alto desempleo era inevitable debido a las “brechas en las habilidades”? Estaban equivocados.
Sin embargo, nos tomó mucho tiempo llegar hasta aquí, porque el desempleo retrocedió muy lentamente de su punto más álgido después de la crisis. La tasa de desempleo promedio a lo largo de la última década fue del 6,3 por ciento, lo cual se traduce en millones de personas/años de desempleo injustificado.
¿Por qué no nos recuperamos más rápido? La razón más importante fue la austeridad fiscal: los recortes al gasto, supuestamente para reducir el déficit presupuestal, que fueron un lastre continuo en la economía de 2010 en adelante. Sin embargo, ¿quién estaba obsesionado con los déficits presupuestales? Los electores en general no lo estaban, pero las encuestas indican que, aunque la tasa de desempleo estaba por encima del ocho por ciento, los ricos consideraban que los déficits presupuestarios eran un problema más grande que la falta de empleos.
Los medios noticiosos hicieron eco de estas prioridades, y no las consideraron como las preferencias de un pequeño grupo de electores, sino como la única postura responsable. Como hizo notar Ezra Klein, de Vox, en ese momento, tratándose de los déficits presupuestales parecía que “las reglas habituales de la neutralidad periodística” no aplicaban; los periodistas defendían abiertamente posturas sobre políticas públicas que eran, en el mejor de los casos, controvertidas, que no compartía de manera generalizada el público en general y, ahora sabemos, que estaban sustancialmente equivocadas.
Pero eran las posturas de los ricos sobre las políticas públicas y, al momento de lidiar con distintas posturas sobre ese tema, los medios suelen tratar a algunos estadounidenses como si fueran más iguales que otros.
Esto me hace pensar en la campaña de 2020. Tal vez estén en desacuerdo con las ideas progresistas de Elizabeth Warren o Bernie Sanders, lo cual está bien. Pero los medios noticiosos le deben al público un debate serio de estas ideas, no que desecharlas por una combinación de “sesgo centrista” reflejo y la suposición consciente o inconsciente de que cualquier política que no les guste a los ricos debe ser irresponsable.
Y cuando los candidatos hablan sobre la influencia excesiva de los ricos, ese tema también merece un debate serio, no los ataques baratos que he visto últimamente. Sé que este tipo de debate es incómodo para muchos periodistas. Precisamente por eso hay que llevarlo a cabo.