La triste historia del inmigrante italiano que fue el verdadero inventor del teléfono y murió solo y en la pobreza
Durante años el invento del teléfono estuvo ligado al nombre del escocés Alexander Graham Bell. Y pocos saben que el verdadero padre de la criatura fue un italiano llamado Antonio Meucci, que sufrió en carne propia los sinsabores de ser pobre e inmigrante en los Estados Unidos, país que lo reconocería un siglo más tarde
Adrián Pignatelli
Infobae
En el comienzo de la película El Padrino 3, un mafioso en ascenso, llamado Joey Zasa, le presenta sus respetos a Michael Corleone, a esta altura un consumado Padrino.
-La Asociación Meucci lo ha elegido el hombre italoamericano del año - le dice Zasa mientras le acerca una pesada plaqueta de metal.
-Meucci…¿quién es Meucci…? - pregunta Corleone, luego de sopesar el obsequio.
-El italoamericano que invento el teléfono; fue un año antes que Alexander Graham Bell -responde Zasa.
Era cierto, aunque había sido mucho más que un año antes.
Un italiano en Cuba
En Italia, los carbonarios eran miembros de una sociedad secreta que había surgido en Nápoles como reacción a la ocupación napoleónica. Su exitosa participación en la revolución de 1830 de Francia que llevó al poder al rey liberal Luis Felipe I los animó a hacer lo mismo en Italia, pero la suerte les fue adversa. Uno de los miembros que decidió emigrar, luego de haber estado un tiempo detenido, era un joven llamado Antonio Santi Giuseppe Meucci, un ingeniero químico e industrial, que trabajaba en el Teatro della Pérgola, y que era conocido por las innovaciones técnicas que salían de su cabeza. Un ejemplo de ello fue el “teléfono acústico” (como los tubos que usan aún los barcos) que Meucci instaló para comunicarse desde el escenario a los techos a fin de cambiar las escenas.
Había nacido en Florencia el 13 de abril de 1808. Con su esposa María Ester Mochi, una vestuarista que había conocido en su trabajo del teatro, viajaron a Cuba. En octubre de 1835 ya estaban viviendo en La Habana y encontró trabajo en el Gran Teatro Tacón, inaugurado en 1838.
En la isla, dio rienda suelta a su inventiva. Desarrolló una novedosa terapia para tratar las migrañas y la artritis, usando electroshocks. Los ensayos realizados a partir de impulsos eléctricos lo llevó a preguntarse por 1849 -cuando Graham Bell era un niño de dos años que vivía en Escocia- de poder transmitir sonidos.
El 1 de mayo de 1850 llegó a la ciudad de Nueva York, de la que no se iría nunca más. Se contactó con otros refugiados e inmigrantes italianos, los que se ayudaban unos con otros. Invitó a vivir a su casa a Giuseppe Garibaldi, quien se alojaba en el Hotel Pavilion junto a su ayudante P. Bovi Campeggi. El héroe de la que sería la unificación italiana, vivió 18 meses con Meucci en Clifon, Staten Island y lo ayudó en la fabricación de otro de los inventos patentado por el italiano: la de las velas de parafina, que son las que se usan en la actualidad, en lugar de las de sebo.
Giuseppe Garibaldi, quien sería artífice de la unificación italiana, vivió en la casa de Meucci
Giuseppe Garibaldi, quien sería artífice de la unificación italiana, vivió en la casa de Meucci
El teletrófono
Mientras tanto, Meucci continuó con el desarrollo de lo que llamaría el teletrófono. Su esposa, que padecía un grave reumatismo que la mantenía postrada, lo llevó a idear una forma de comunicarse con ella, desde su taller de la planta baja a la habitación del segundo piso donde estaba su esposa. Así nacería el teléfono.
Para iniciar una llamada, había ideado un hilo que corría junto al cable y tirando del mismo, hacía sonar una campanilla. Luego, en 1858 la campanilla la cambiaría por impulsos telegráficos.
Uno de los planos de Meucci, en el que describe el funcionamiento de lo que había llamado
Uno de los planos de Meucci, en el que describe el funcionamiento de lo que había llamado "teletrófono"
El aparato no funcionaba con electricidad, sino que en punto medio del cable, Meucci había colocado un hierro magnetizado dentro de una bobina, con lo que demostró que era un buen conductor de sonido.
Fue el diario de la colectividad italiana, L’Eco d’ Italia el que publicó la noticia de su descubrimiento. Hizo una demostración con sus conciudadanos, y todos pudieron escuchar la voz de un cantante. Hasta llegaría a transmitir a otro aparato ubicado a una milla de distancia.
Pero rápidamente comprobó que tendría por delante un arduo camino.
Robos y engaños
Su compatriota Enrico Bendelari se llevó a Italia un prototipo del aparato junto con algunos planos, con el propósito de que un inversor de aquel país se entusiasmase y pusiera los fondos necesarios. Con el tiempo Bendelari le respondería que nadie se había detenido a estudiar su invento cuando todos estaban ocupados en las guerras de la unificación.
La cuestión era que Meucci no tenía el dinero suficiente para patentarlo. Lo había invertido en el registro de las velas de parafina y en un filtro para el agua. El negocio de las velas no era floreciente y había intentado, sin éxito, fabricar pianos y luego elaborar cerveza. Para registrar el teléfono, disponía de solo 10 dólares para abonar una renovación de una suerte de inscripción provisoria, cosa que hizo entre 1871 y 1873.
En la búsqueda de inversores, se entrevistó con un directivo de la Western Union Telegraph. Luego de dilatar por dos años una respuesta, le comunicaron que los técnicos no habían podido hacer funcionar dicho invento. Cuando Meucci pidió que le devolviesen el material, le contestaron que no podían hacerlo porque lo habían extraviado luego de haber pasado por muchas manos.
Aparece Bell con el teléfono
El 30 de julio de 1871, cuando regresaba de Manhattan a Staten Island en el ferry Westerfield II, estalló la caldera. Murieron en el acto 66 pasajeros y hubo un centenar de heridos, entre ellos Meucci, quien debió pasar tres meses internado.
Su esposa Ester, desesperada por la falta de dinero, vendió planos y prototipos a una casa de empeño por un total de 6 dólares. Cuando quisieron ir a rescatarlos, ya los habían comprado un desconocido.
Pero lo peor aún no había llegado. En 1876 Alexander Graham Bell registró un invento, que no era idéntico al de Meucci, pero que se llamaba igual: “telégrafo parlante”.
Meucci reclamó sin éxito en la oficina de patentes. Comprobó que la documentación que había aportado se había perdido. La justicia demostraría una connivencia de los empleados con la flamante Bell Telephone Company que el inventor escocés había fundado junto a la Western Union. Se reveló los negocios que Bell había cerrado con dicha empresa en la comercialización del teléfono.
Meucci llevó su caso a la justicia. Terminaría demandando a su propio abogado, que había sido sobornado por la Bell. El proceso judicial se dilató, por las artimañas de los abogados por empantanar el caso. Sin embargo, la justicia terminó dándole la razón a Meucci, y en enero de 1877 la patente de Bell fue anulada por fraude y falsedad.
Pero Meucci no tendría tiempo de disfrutar de su triunfo. El 18 de octubre de 1889 falleció pobre y solo. Un diario escribió que “Antonio Meucci murió en la plena creencia de la prioridad de su reclamo como el inventor del teléfono, que durante los intervalos de su enfermedad, declaró que debe ser reconocido tarde o temprano”.
Reconocimiento
Gracias a las gestiones del diputado italoamericano Vito Fosella el Consejo de la Ciudad de Nueva York, en octubre del 2000 votó por unanimidad la resolución 1566, en la que instaba al Congreso de los Estados Unidos a “reconocer la primacía de Antonio Meucci en la invención del teléfono y declarar su reivindicación moral por este gran logro al servicio de la ciencia y de toda la humanidad”.
En junio de 2002 el Congreso votó que Meucci era el inventor del teléfono, que lo había hecho en 1860. Luego de más de un siglo, se había hecho justicia.
En la actualidad la casa de Meucci es un museo. En esto también debió ceder protagonismo: es el Garibaldi-Meucci Museum, ya que evoca no solo al inventor, sino al héroe de la unificación italiana que había habitado esa casa en los años de combatiente errante por el continente americano.
Adrián Pignatelli
Infobae
En el comienzo de la película El Padrino 3, un mafioso en ascenso, llamado Joey Zasa, le presenta sus respetos a Michael Corleone, a esta altura un consumado Padrino.
-La Asociación Meucci lo ha elegido el hombre italoamericano del año - le dice Zasa mientras le acerca una pesada plaqueta de metal.
-Meucci…¿quién es Meucci…? - pregunta Corleone, luego de sopesar el obsequio.
-El italoamericano que invento el teléfono; fue un año antes que Alexander Graham Bell -responde Zasa.
Era cierto, aunque había sido mucho más que un año antes.
Un italiano en Cuba
En Italia, los carbonarios eran miembros de una sociedad secreta que había surgido en Nápoles como reacción a la ocupación napoleónica. Su exitosa participación en la revolución de 1830 de Francia que llevó al poder al rey liberal Luis Felipe I los animó a hacer lo mismo en Italia, pero la suerte les fue adversa. Uno de los miembros que decidió emigrar, luego de haber estado un tiempo detenido, era un joven llamado Antonio Santi Giuseppe Meucci, un ingeniero químico e industrial, que trabajaba en el Teatro della Pérgola, y que era conocido por las innovaciones técnicas que salían de su cabeza. Un ejemplo de ello fue el “teléfono acústico” (como los tubos que usan aún los barcos) que Meucci instaló para comunicarse desde el escenario a los techos a fin de cambiar las escenas.
Había nacido en Florencia el 13 de abril de 1808. Con su esposa María Ester Mochi, una vestuarista que había conocido en su trabajo del teatro, viajaron a Cuba. En octubre de 1835 ya estaban viviendo en La Habana y encontró trabajo en el Gran Teatro Tacón, inaugurado en 1838.
En la isla, dio rienda suelta a su inventiva. Desarrolló una novedosa terapia para tratar las migrañas y la artritis, usando electroshocks. Los ensayos realizados a partir de impulsos eléctricos lo llevó a preguntarse por 1849 -cuando Graham Bell era un niño de dos años que vivía en Escocia- de poder transmitir sonidos.
El 1 de mayo de 1850 llegó a la ciudad de Nueva York, de la que no se iría nunca más. Se contactó con otros refugiados e inmigrantes italianos, los que se ayudaban unos con otros. Invitó a vivir a su casa a Giuseppe Garibaldi, quien se alojaba en el Hotel Pavilion junto a su ayudante P. Bovi Campeggi. El héroe de la que sería la unificación italiana, vivió 18 meses con Meucci en Clifon, Staten Island y lo ayudó en la fabricación de otro de los inventos patentado por el italiano: la de las velas de parafina, que son las que se usan en la actualidad, en lugar de las de sebo.
Giuseppe Garibaldi, quien sería artífice de la unificación italiana, vivió en la casa de Meucci
Giuseppe Garibaldi, quien sería artífice de la unificación italiana, vivió en la casa de Meucci
El teletrófono
Mientras tanto, Meucci continuó con el desarrollo de lo que llamaría el teletrófono. Su esposa, que padecía un grave reumatismo que la mantenía postrada, lo llevó a idear una forma de comunicarse con ella, desde su taller de la planta baja a la habitación del segundo piso donde estaba su esposa. Así nacería el teléfono.
Para iniciar una llamada, había ideado un hilo que corría junto al cable y tirando del mismo, hacía sonar una campanilla. Luego, en 1858 la campanilla la cambiaría por impulsos telegráficos.
Uno de los planos de Meucci, en el que describe el funcionamiento de lo que había llamado
Uno de los planos de Meucci, en el que describe el funcionamiento de lo que había llamado "teletrófono"
El aparato no funcionaba con electricidad, sino que en punto medio del cable, Meucci había colocado un hierro magnetizado dentro de una bobina, con lo que demostró que era un buen conductor de sonido.
Fue el diario de la colectividad italiana, L’Eco d’ Italia el que publicó la noticia de su descubrimiento. Hizo una demostración con sus conciudadanos, y todos pudieron escuchar la voz de un cantante. Hasta llegaría a transmitir a otro aparato ubicado a una milla de distancia.
Pero rápidamente comprobó que tendría por delante un arduo camino.
Robos y engaños
Su compatriota Enrico Bendelari se llevó a Italia un prototipo del aparato junto con algunos planos, con el propósito de que un inversor de aquel país se entusiasmase y pusiera los fondos necesarios. Con el tiempo Bendelari le respondería que nadie se había detenido a estudiar su invento cuando todos estaban ocupados en las guerras de la unificación.
La cuestión era que Meucci no tenía el dinero suficiente para patentarlo. Lo había invertido en el registro de las velas de parafina y en un filtro para el agua. El negocio de las velas no era floreciente y había intentado, sin éxito, fabricar pianos y luego elaborar cerveza. Para registrar el teléfono, disponía de solo 10 dólares para abonar una renovación de una suerte de inscripción provisoria, cosa que hizo entre 1871 y 1873.
En la búsqueda de inversores, se entrevistó con un directivo de la Western Union Telegraph. Luego de dilatar por dos años una respuesta, le comunicaron que los técnicos no habían podido hacer funcionar dicho invento. Cuando Meucci pidió que le devolviesen el material, le contestaron que no podían hacerlo porque lo habían extraviado luego de haber pasado por muchas manos.
Aparece Bell con el teléfono
El 30 de julio de 1871, cuando regresaba de Manhattan a Staten Island en el ferry Westerfield II, estalló la caldera. Murieron en el acto 66 pasajeros y hubo un centenar de heridos, entre ellos Meucci, quien debió pasar tres meses internado.
Su esposa Ester, desesperada por la falta de dinero, vendió planos y prototipos a una casa de empeño por un total de 6 dólares. Cuando quisieron ir a rescatarlos, ya los habían comprado un desconocido.
Pero lo peor aún no había llegado. En 1876 Alexander Graham Bell registró un invento, que no era idéntico al de Meucci, pero que se llamaba igual: “telégrafo parlante”.
Meucci reclamó sin éxito en la oficina de patentes. Comprobó que la documentación que había aportado se había perdido. La justicia demostraría una connivencia de los empleados con la flamante Bell Telephone Company que el inventor escocés había fundado junto a la Western Union. Se reveló los negocios que Bell había cerrado con dicha empresa en la comercialización del teléfono.
Meucci llevó su caso a la justicia. Terminaría demandando a su propio abogado, que había sido sobornado por la Bell. El proceso judicial se dilató, por las artimañas de los abogados por empantanar el caso. Sin embargo, la justicia terminó dándole la razón a Meucci, y en enero de 1877 la patente de Bell fue anulada por fraude y falsedad.
Pero Meucci no tendría tiempo de disfrutar de su triunfo. El 18 de octubre de 1889 falleció pobre y solo. Un diario escribió que “Antonio Meucci murió en la plena creencia de la prioridad de su reclamo como el inventor del teléfono, que durante los intervalos de su enfermedad, declaró que debe ser reconocido tarde o temprano”.
Reconocimiento
Gracias a las gestiones del diputado italoamericano Vito Fosella el Consejo de la Ciudad de Nueva York, en octubre del 2000 votó por unanimidad la resolución 1566, en la que instaba al Congreso de los Estados Unidos a “reconocer la primacía de Antonio Meucci en la invención del teléfono y declarar su reivindicación moral por este gran logro al servicio de la ciencia y de toda la humanidad”.
En junio de 2002 el Congreso votó que Meucci era el inventor del teléfono, que lo había hecho en 1860. Luego de más de un siglo, se había hecho justicia.
En la actualidad la casa de Meucci es un museo. En esto también debió ceder protagonismo: es el Garibaldi-Meucci Museum, ya que evoca no solo al inventor, sino al héroe de la unificación italiana que había habitado esa casa en los años de combatiente errante por el continente americano.