Irak atraviesa por la peor crisis política que ha enfrentado en años mientras aumenta el número de manifestantes muertos
Alissa J. Rubin
Infobae
Durante 12 años, los manifestantes iraquíes han tomado las calles de Bagdad y otras ciudades en el sur de Irak para exigir la salida del gobierno, el fin de la corrupción y un alto a la arrogante influencia de Irán.
Y durante 12 años, el gobierno ha fallado en su respuesta, que ha consistido en alternar promesas vagas de reforma con la represión brutal de los manifestantes a manos de sus fuerzas de seguridad. Según un enviado especial de las Naciones Unidas en Irak, más de 500 manifestantes han muerto y 19.000 han resultado heridos; sin embargo, la respuesta violenta solo ha fortalecido la determinación de los manifestantes.
Adel Abdul-Mahdi, el primer ministro, renunció, pero continúa desempeñándose como gobernante interino y el Parlamento aún no ha nombrado a su sustituto.
La crisis política que ahora enfrenta Irak es tan seria como ninguna desde el derrocamiento de Sadam Husein hace 16 años y sus líderes no están preparados para lidiar con ella. No ha habido consenso en torno a un plan para reformar el gobierno a fin de satisfacer las demandas de los manifestantes.
El Parlamento tampoco ha considerado seriamente los cambios a las leyes electorales propuestos por el presidente Barham Saleh, encaminados a reducir la influencia de los partidos y la corrupción que fomentan.
Esta semana, se cumplió la fecha límite constitucional para nombrar a un nuevo primero ministro, y el Parlamento no eligió a nadie. Incluso encontrar un candidato aceptable para el cargo de primer ministro es un reto.
“Es muy difícil encontrar a alguien que sea aceptable de manera generalizada para el pueblo y los manifestantes y que, al mismo tiempo, tenga el apoyo del partido, así como el apoyo político para sortear la transición”, comentó Maria Fantappie, asesora principal sobre Irak y Siria en la organización no gubernamental International Crisis Group.
Incluso si encontraran a tal persona, estarían lejos de atender las extensas demandas de los manifestantes.
“Nuestra meta no es que el primer ministro Adel Abdul-Mahdi renuncie”, declaró Mehdi Chassin, estudiante universitario de Amara, al sur de Irak, quien viajó a Bagdad para participar en las protestas. “Eso no hace ninguna diferencia porque después vendrá otro que será lo mismo. Queremos que todos se vayan”.
Sin embargo, es improbable que el Parlamento adopte reformas que pongan fin a las carreras de todos los que lo conforman y es poco probable que los manifestantes acepten otra cosa que no sea esa.
“El pueblo iraquí rechaza lo que los partidos quieren y los partidos rechazan lo que el pueblo iraquí quiere”, comentó Karim al-Nuri, alto funcionario en la Organización Badr, uno de los partidos que es cercano a Irán, pero que está conformado por miembros diversos.
“Así que hay dos alternativas: o cambiamos al pueblo iraquí o cambiamos a parte de la clase política y parte del proceso político”, concluyó el funcionario.
Cuando comenzaron las protestas el 1 de octubre, muchos de los que salían a manifestarse en Bagdad y en el sur de Irak exigían empleos y servicios como electricidad y agua potable.
Pero después de que el gobierno abrió fuego en su contra, matando a más de cien personas en los primeros cinco días, la cantidad de manifestantes se multiplicó y comenzaron a exigir cambios de mayor envergadura.
Reparar todo el sistema de gobierno parece estar lejos de ser políticamente posible, pero la determinación de los manifestantes refleja su frustración ante el fracaso del gobierno para fomentar oportunidades económicas o lidiar con la corrupción arraigada. Estas quejas unen a todos los que han salido a las calles: los jóvenes, los trabajadores, los pobres, la gente con estudios y aquellos con un bajo nivel educativo, los líderes tribales, así como los barrenderos de las ciudades.
Al responder a las protestas con violencia, estas fuerzas están siguiendo lo estipulado en el manual de estrategias iraní: cuando en noviembre estallaron las manifestaciones en Teherán debido al precio del gas, el gobierno las reprimió mediante el uso de la fuerza y llegó a asesinar hasta 450 personas en cuatro días y encarceló a 7000 más.
Aunque el ritmo de las ejecuciones en Irak ha fluctuado, los ataques se han vuelto más brutales y ha habido un aumento en los secuestros, los arrestos y las desapariciones de los líderes de las protestas, los médicos que tratan a los manifestantes heridos y los periodistas.
Human Rights Watch y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas han hecho un llamado al gobierno para que ponga un alto a esta represión ilegal. Human Rights Watch ha pedido a Estados Unidos y a Europa que tomen medidas más contundentes para censurar al gobierno.
Para los manifestantes, cuantos más compatriotas pierden, más difícil les es rendirse, comentó Haithem al-Mayahi, líder de las protestas de Karbala, quien dijo que durante años trató de trabajar dentro del sistema político.
“Los manifestantes perdieron a cientos de amigos, hermanos y familiares. Para ellos es cuestión de: ‘O luchas para ganar o mueres’”, concluyó.
Infobae
Durante 12 años, los manifestantes iraquíes han tomado las calles de Bagdad y otras ciudades en el sur de Irak para exigir la salida del gobierno, el fin de la corrupción y un alto a la arrogante influencia de Irán.
Y durante 12 años, el gobierno ha fallado en su respuesta, que ha consistido en alternar promesas vagas de reforma con la represión brutal de los manifestantes a manos de sus fuerzas de seguridad. Según un enviado especial de las Naciones Unidas en Irak, más de 500 manifestantes han muerto y 19.000 han resultado heridos; sin embargo, la respuesta violenta solo ha fortalecido la determinación de los manifestantes.
Adel Abdul-Mahdi, el primer ministro, renunció, pero continúa desempeñándose como gobernante interino y el Parlamento aún no ha nombrado a su sustituto.
La crisis política que ahora enfrenta Irak es tan seria como ninguna desde el derrocamiento de Sadam Husein hace 16 años y sus líderes no están preparados para lidiar con ella. No ha habido consenso en torno a un plan para reformar el gobierno a fin de satisfacer las demandas de los manifestantes.
El Parlamento tampoco ha considerado seriamente los cambios a las leyes electorales propuestos por el presidente Barham Saleh, encaminados a reducir la influencia de los partidos y la corrupción que fomentan.
Esta semana, se cumplió la fecha límite constitucional para nombrar a un nuevo primero ministro, y el Parlamento no eligió a nadie. Incluso encontrar un candidato aceptable para el cargo de primer ministro es un reto.
“Es muy difícil encontrar a alguien que sea aceptable de manera generalizada para el pueblo y los manifestantes y que, al mismo tiempo, tenga el apoyo del partido, así como el apoyo político para sortear la transición”, comentó Maria Fantappie, asesora principal sobre Irak y Siria en la organización no gubernamental International Crisis Group.
Incluso si encontraran a tal persona, estarían lejos de atender las extensas demandas de los manifestantes.
“Nuestra meta no es que el primer ministro Adel Abdul-Mahdi renuncie”, declaró Mehdi Chassin, estudiante universitario de Amara, al sur de Irak, quien viajó a Bagdad para participar en las protestas. “Eso no hace ninguna diferencia porque después vendrá otro que será lo mismo. Queremos que todos se vayan”.
Sin embargo, es improbable que el Parlamento adopte reformas que pongan fin a las carreras de todos los que lo conforman y es poco probable que los manifestantes acepten otra cosa que no sea esa.
“El pueblo iraquí rechaza lo que los partidos quieren y los partidos rechazan lo que el pueblo iraquí quiere”, comentó Karim al-Nuri, alto funcionario en la Organización Badr, uno de los partidos que es cercano a Irán, pero que está conformado por miembros diversos.
“Así que hay dos alternativas: o cambiamos al pueblo iraquí o cambiamos a parte de la clase política y parte del proceso político”, concluyó el funcionario.
Cuando comenzaron las protestas el 1 de octubre, muchos de los que salían a manifestarse en Bagdad y en el sur de Irak exigían empleos y servicios como electricidad y agua potable.
Pero después de que el gobierno abrió fuego en su contra, matando a más de cien personas en los primeros cinco días, la cantidad de manifestantes se multiplicó y comenzaron a exigir cambios de mayor envergadura.
Reparar todo el sistema de gobierno parece estar lejos de ser políticamente posible, pero la determinación de los manifestantes refleja su frustración ante el fracaso del gobierno para fomentar oportunidades económicas o lidiar con la corrupción arraigada. Estas quejas unen a todos los que han salido a las calles: los jóvenes, los trabajadores, los pobres, la gente con estudios y aquellos con un bajo nivel educativo, los líderes tribales, así como los barrenderos de las ciudades.
Al responder a las protestas con violencia, estas fuerzas están siguiendo lo estipulado en el manual de estrategias iraní: cuando en noviembre estallaron las manifestaciones en Teherán debido al precio del gas, el gobierno las reprimió mediante el uso de la fuerza y llegó a asesinar hasta 450 personas en cuatro días y encarceló a 7000 más.
Aunque el ritmo de las ejecuciones en Irak ha fluctuado, los ataques se han vuelto más brutales y ha habido un aumento en los secuestros, los arrestos y las desapariciones de los líderes de las protestas, los médicos que tratan a los manifestantes heridos y los periodistas.
Human Rights Watch y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas han hecho un llamado al gobierno para que ponga un alto a esta represión ilegal. Human Rights Watch ha pedido a Estados Unidos y a Europa que tomen medidas más contundentes para censurar al gobierno.
Para los manifestantes, cuantos más compatriotas pierden, más difícil les es rendirse, comentó Haithem al-Mayahi, líder de las protestas de Karbala, quien dijo que durante años trató de trabajar dentro del sistema político.
“Los manifestantes perdieron a cientos de amigos, hermanos y familiares. Para ellos es cuestión de: ‘O luchas para ganar o mueres’”, concluyó.