Correa, el ángel rojiblanco

Salió en el 56' y cambió al Atleti: marcó un gol y asistió a Morata, que marcó de tacón. Bartra hizo el gol bético. Los de Simeone volvieron a ganar fuera en Liga tres meses después.

Patricia Cazón
As
Primero llegó el gol, hace dos jornadas. Ayer, el premio gordo. Volver a ganar fuera de casa. No lo hacía el Atlético desde septiembre. Y lo hizo en Villamarín ante un Betis a ratos brillante pero aquejado de tanto que eso a los rojiblancos faltó. Los goles. Con Morata convertido en un personaje de Dickens, del más puro frío a la redención con sus propios fantasmas, y un regalo: Ángel Correa. En la tarde luminosa, la orden del Cholo enseguida pudo palparse sobre la hierba: pases verticales hacia la portería de Joel, salir fuerte ante un Betis que había hecho goles en los primeros quince minutos de sus últimos cuatro partidos. Una vida en campo contrario la rojiblanca con recompensa en el 6’: gol de Morata. Pero la dicha le duró un suspiro. Silbato del árbitro, estaba en fuera de juego. No hizo falta ni VAR para comprobarlo. Ahí vive. Partido a partido. La orden del Cholo sólo duró eso, tan escaso. Comenzaba el tiempo del Betis.


Un Betis que comenzó a crecer sobre la solidez que le aportaba los pasos que diera Bartra. Atrás, como tercer central. Adelante como pivote, formando dupla con Guardado para liberar a Canales y Fekir. Uno es talento, el otro fue un tormento. Parecía viento, indetectable, detectando el espacio, ofreciendo el apoyo. Los jugadores rojiblancos eran incapaces de ver por donde les vendría, parecía estar en todas partes, sólo veían su 8 corriendo hacia Oblak, la briznas de hierba que levantaban las botas en sus carreras. En el minuto 15 su dominio inicial estaba lejos, lejísimos, como si perteneciera a otro partido. Era un equipo absolutamente abnegado por el temporal Fekir. La madera de la portería de Oblak temblaba por un balonazo que al travesaño enviaba Feddal con la cabeza tras pase de Canales.

El Atlético era una pesadilla antes de Navidad. Sin tensión, sin soluciones, sin mando, sin Koke. Porque el capitán se había quedado en Madrid, una elongación, y el partido era la foto de por qué siempre juega. Porque cuando no lo hace el equipo se descompone, es incapaz de tener el balón y moverlo con inteligencia o un plan, al menos eso. Ay, capitán, mi capitán. Faltaba él y es como si el Cholo hubiese lanzado a sus hombres sobre la hierba como quien lanza los dados, donde cayeran. Y Thomas tenía el día horrible, de perder cada balón, y Saúl en el centro no sabe, y el mejor que saca el balón, Herrera, estaba en la derecha. Lemar directamente parecía un futbolista del Betis con la camiseta contraria. Todas las entregas, malas. Todo un despropósito. Como el tiro de Morata que se estrelló en el poste después de correr 30, 40 metros, solo, la ocasión más clara del partido. Pero cuando llegó ante Joel, mano a mano, todos los fantasmas de su cabeza estaban en su pierna. Desde el borde del área, precipitado, al centro. El portero, que se había escurrido incluso, sacó el guante y desvió. Lo mejor que pudo pasarle al Atlético fue que llegara el descanso.

El paso por la caseta no cambió demasiado. El Betis con el balón y el dominio. El Atleti, desnudo a la intemperie. Hasta que Simeone miró atrás y se sacó del banquillo la carta Correa. Se iba Lemar, otro tren que no coge, y los hombres de Simeone se ordenaban más natural: Saúl a la banda izquierda y Herrera al pivote. Dos minutos después Correa presionaba y le birlaba el balón a Álex Moreno y el partido al Betis. Se plantó ante Joel y le amagó con la cintura para depositar el balón a la red. Tan fácil. Una lección para Morata.

El Betis cayó en la ansiedad, Fekir difuminado, simple tormenta de verano, el Atlético ordenado y pétreo, amurallado en su campo. Y Rubi, con tantos metros, volvió a inclinar el campo con la entrada de Lainez. Acarició el empate con un balón desde fuera del área de Bartra y otro a la madera de Canales. Pero todo sería en balde. Correa seguía en la hierba y Correa encontraría a Morata para convertir la pesadilla de antes en su propio Cuento de Navidad. Remató de tacón, Joel la toca pero no la para. Siempre le sale mejor así a Morata. Cuando no piensa mantiene sus fantasmas a raya. El gol de Bartra llegó en el descuento y subió cuatro minutos más tarde: el árbitro pasó cuatro minutos revisando en la pantalla una mano de Álex Moreno en el pase. Subió pero sólo fue maquillaje en una tarde donde El Gordo para el Cholo fue un chico menudo, flaquito, con el fútbol y la voz de los tangos, Ángel Correa.

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