La salida del ‘número dos’ de Corbyn evidencia la marginación del ala moderada del laborismo

Tom Watson, último representante de peso del centrismo de la 'era Blair', abandona la formación justo al comienzo de la campaña electoral

Rafa de Miguel
Londres, El País
"Un buen líder sostiene la puerta para que otros puedan pasar", dice Jeremy Corbyn en la carta que ha enviado a sus afiliados y votantes en el inicio de la campaña electoral. En el caso de Tom Watson, el número dos del Partido Laborista y último representante del centrismo moderado de la era de Tony Blair, la puerta se la han sostenido hasta que se ha decidido a salir. La voz más crítica de la formación ha tirado la toalla justo al comienzo de la campaña electoral. Corbyn tiene el control total de partido. Las urnas demostrarán el próximo 12 de diciembre si el electorado premia su giro a la izquierda.


"Mi decisión es personal, no política", ha escrito Watson (Sheffield, Reino Unido, 52 años) en su carta de dimisión. "Nuestros intereses compartidos son mucho menos conocidos que nuestras diferencias políticas", explica a Corbyn en un texto dirigido en exclusiva al líder laborista. "Estas elecciones suponen un punto de inflexión en nuestro país y sé que el laborismo se mantendrá unido en su determinación por acabar con un Gobierno conservador que ha causado tanto daño en todas aquellas comunidades que nuestro partido fue fundado para defender".

Watson, una de las voces que con más dureza ha criticado en los últimos dos años la tibieza de Corbyn respecto al Brexit, ha optado por una salida elegante, que su rival ha agradecido con palabras de cortesía y cariño. "Pocas personas han entregado tanto al movimiento del laborismo como tú, y sé que miles de afiliados y sindicalistas a los que has inspirado tanto y con los que tanto has trabajado durante años se entristecerán por tu partida", le ha respondido.

Ambos han escogido no hacerse daño mutuamente en un momento tan delicado. Corbyn, para reducir al mínimo el daño del anuncio a una campaña que no empieza con buenos augurios. El Partido Laborista se sitúa a 13 puntos de distancia de los conservadores en los últimos sondeos y la popularidad de su candidato roza mínimos históricos. Watson, para no quemar todos los puentes en el caso de que una debacle electoral reabra la guerra por el control del partido.

En el congreso laborista del pasado septiembre, en Brighton, los activistas de Momentum, la corriente interna que impulsó a Corbyn al liderazgo, intentaron sacar adelante una enmienda para eliminar el puesto de número dos de la formación (deputy leader, en su denominación oficial). Es un cargo simbólico, con escaso poder, pero la maniobra representaba un ataque ad hominem contra el último vestigio del blairismo que tanto detestaban. Solo la intervención directa de Corbyn, en el último minuto, evitó la humillación. Y su mano tendida no fue espontánea. Muchos delegados amenazaron con boicotear el congreso si se consumaba la aniquilación de Watson, quien se había enterado del intento de defenestración la noche antes, mientras cenaba en un restaurante chino con su hijo. Al día siguiente, subió a la tribuna para pronunciar un discurso desafiante en defensa de la permanencia del Reino Unido en la UE. El Comité Ejecutivo Nacional, controlado ahora en su totalidad por los corbynistas, sacó adelante una moción que redujo aún más el peso y las atribuciones del puesto de número dos del partido.

Watson abandona el cargo, y no se presentará a la reelección como diputado, por la circunscripción de West Bronwich East. La victoria de Corbyn es doble, al deshacerse de un miembro incómodo en la dirección y asegurar para los suyos otro escaño. El grupo parlamentario laborista es como la aldea gala de Asterix. Aunque muchos fueron barridos en las pasadas elecciones de 2017, permanecen en él muchos diputados moderados y críticos con el giro a la izquierda que ha impuesto Corbyn. Es relevante que, cuando el veterano líder acabó aceptando a regañadientes el adelanto electoral propuesto por el primer ministro, Boris Johnson, casi un centenar de sus 243 parlamentarios ignoraron las instrucciones y se abstuvieron en la votación.

Watson no es santo de la devoción de muchos laboristas, aunque represente un pasado que una gran parte de ellos echa de menos. Con fama de maniobrero político, hábil en las intrigas internas pero incómodo entre la élite intelectual de la era Blair, quedó marcado de modo indeleble por su frustrado intento de forzar la dimisión del entonces primer ministro en defensa del entonces ministro de Economía, Gordon Brown. El "complot de la casa del curry", urdido en un restaurante indio en 2006, en el que Watson convenció a 17 diputados para que reclamaran por carta la retirada de Blair, acabó en fiasco. Y su respaldo a las extravagantes acusaciones de Carl Beech, un siniestro enfermero del Servicio Nacional de Salud que fabuló una trama criminal de pederastia y abusos en la que implicó a diputados, militares y espías, acabó por hacer un daño irreparable a su reputación.

Junto con el anuncio de Watson, se han conocido las explosivas declaraciones al diario The Times del diputado exlaborista, hoy independiente, Ian Austin. Hombre de confianza durante muchos años del ex primer ministro Gordon Brown e histórico del partido, Austin ha anunciado su intención de votar el 12 de diciembre por Boris Johnson. "Cualquier otro voto supone el riesgo de que Corbyn entre en Downing Street, y eso sería un desastre para el Reino Unido", ha dicho.

Sus declaraciones, descontadas por los seguidores del líder y candidato laborista, han producido escaso daño interno en la formación, pero contribuyen a reforzar aún más entre el electorado la imagen extremista de Corbyn que sus políticas, su talante y la notable contribución de la prensa conservadora, han creado.

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