La defensa fue el mejor ataque
El Madrid gana un partído bravísimo en Vitoria con goles de Ramos y Carvajal. Gran partido de Isco, otra vez titular. El Alavés peleó hasta el final por un punto. Bale, inexistente.
Luis Nieto
As
Fue un partido extremo y lo ganó el Madrid, que está a la seda y a la pana desde la expiación de Mallorca. Hubo poco lujo y mucho trabajo en el duelo, a propuesta del Alavés, y buena respuesta del equipo de Zidane, excepción hecha de Bale, que echó por la borda su titularidad. Es imposible poner la mano en el fuego por él. Entre la adhesiones más notables a esta versión magnífica del equipo quedó la de Isco, la fantasía al servicio del grupo.
El partido fue lo que se decía en el catálogo, un ejemplo de la cara norte de LaLiga, uno de esos partidos fríos, lluviosos, duros, pastosos e interminables que se sirven a menudo en esa parte del país. En ese entorno se mueve bien el Alavés, un equipo que procura que haya pocas noticias en su área evitando que el partido llegue hasta allí. Un equipo sin adornos y sin fisuras, protegido por una operación acordeón por la que se estrecha en 30 metros sin la pelota y se alarga rápidamente ante la pérdida fatídica del rival.
La contramedida de Zidane fue agarrar el partido desde la posesión. Por eso juntó a Kroos, Modric e Isco, el conjunto histórico-artístico de la plantilla, a costa de perder a Valverde, el jugador que le ha cambiado el metabolismo al equipo. Repitió el 4-4-2 que se avecina con Bale como pareja de Benzema y Areola en la portería. Entendió Zidane que las tablas del galés convenían para un partido así y que es mejor que le dé el aire fuera del Bernabéu. En el banquillo dejó a Rodrygo y Vinicius, que a estas horas ya saben que no hay atajos en el fútbol.
El duelo entre la espada y el escudo empezó con lío. Aleix Vidal tomó la diagonal hasta llegar al área de Areola hasta que topó con el pie de Militao. Cuadra apreció piscinazo y amonestó al catalán. Munuera, desde el VAR, tuvo que ver el contacto pero, increíblemente, no recomendó el monitor a su compañero. La cámara lenta tampoco garantiza juicios justos. El penalti quedó en el limbo.
La embestida final del Alavés
Después, el partido fue del Madrid con moderación. Mandó de la mano sabia de Isco, que está completando su rehabilitación, no sufrió, vio cómo Ximo Navarro estrellaba un balón en el palo de su propia portería y se acercó al gol con tres disparos lejanos, dos de Isco y uno de Casemiro. De los delanteros apenas hubo noticias. Benzema se alejó del área para arrancarse de lejos ante aquella hormigonera y Bale jugó sin emoción, una constante en su carrera, lo que le ha llevado a coleccionar más 'haters' que 'followers'. Fue un turista en Mendizorroza. Podría decirse que faltaron un agitador y la purpurina de los encuentros ante Eibar y PSG, ejemplos del Madrid suntuoso que empezaba a adivinarse. Tampoco el adversario estuvo por la labor: guerreó en cada pelota, interrumpió el juego, redujo a cero el espacio útil. En ataque, en cambio, fue mudo hasta el descanso.
La segunda parte trajo el diluvio y un gol del Madrid, fabricado del único modo posible, a balón parado, en combinación perfecta entre la bota aterciopelada de Kroos y la cabeza ejecutora de Ramos. Un tanto de estrategia contra un equipo que le debe casi la mitad de los puntos a ella. El Alavés reaccionó a la tremenda y el Madrid se protegió bien hasta que asomó el lado oscuro de Ramos, que cometió un penalti innecesario sobre Joselu, convertido de zurda por Lucas Pérez. Un gol que hubiera matado al Madrid de septiembre y que no le restó espíritu al de noviembre. El arreón, que llegó con Rodrygo ya en el campo, lo explica bien que el gol lo metiera Carvajal, en posición de nueve, tras remate de Isco, también en funciones de ariete, que rechazaron Pacheco y el palo. Al Alavés aún le quedó un segundo impulso, con seis córneres al final, que el Madrid, en su peor momento, soportó a duras penas. Partidos así se recuerdan como claves en el ajuste de cuentas al final de la competición. Fue, en definitiva, el triunfo de la entereza un día antes del Atlético-Barça, donde el equipo de Zidane sólo puede ganar.
Luis Nieto
As
Fue un partido extremo y lo ganó el Madrid, que está a la seda y a la pana desde la expiación de Mallorca. Hubo poco lujo y mucho trabajo en el duelo, a propuesta del Alavés, y buena respuesta del equipo de Zidane, excepción hecha de Bale, que echó por la borda su titularidad. Es imposible poner la mano en el fuego por él. Entre la adhesiones más notables a esta versión magnífica del equipo quedó la de Isco, la fantasía al servicio del grupo.
El partido fue lo que se decía en el catálogo, un ejemplo de la cara norte de LaLiga, uno de esos partidos fríos, lluviosos, duros, pastosos e interminables que se sirven a menudo en esa parte del país. En ese entorno se mueve bien el Alavés, un equipo que procura que haya pocas noticias en su área evitando que el partido llegue hasta allí. Un equipo sin adornos y sin fisuras, protegido por una operación acordeón por la que se estrecha en 30 metros sin la pelota y se alarga rápidamente ante la pérdida fatídica del rival.
La contramedida de Zidane fue agarrar el partido desde la posesión. Por eso juntó a Kroos, Modric e Isco, el conjunto histórico-artístico de la plantilla, a costa de perder a Valverde, el jugador que le ha cambiado el metabolismo al equipo. Repitió el 4-4-2 que se avecina con Bale como pareja de Benzema y Areola en la portería. Entendió Zidane que las tablas del galés convenían para un partido así y que es mejor que le dé el aire fuera del Bernabéu. En el banquillo dejó a Rodrygo y Vinicius, que a estas horas ya saben que no hay atajos en el fútbol.
El duelo entre la espada y el escudo empezó con lío. Aleix Vidal tomó la diagonal hasta llegar al área de Areola hasta que topó con el pie de Militao. Cuadra apreció piscinazo y amonestó al catalán. Munuera, desde el VAR, tuvo que ver el contacto pero, increíblemente, no recomendó el monitor a su compañero. La cámara lenta tampoco garantiza juicios justos. El penalti quedó en el limbo.
La embestida final del Alavés
Después, el partido fue del Madrid con moderación. Mandó de la mano sabia de Isco, que está completando su rehabilitación, no sufrió, vio cómo Ximo Navarro estrellaba un balón en el palo de su propia portería y se acercó al gol con tres disparos lejanos, dos de Isco y uno de Casemiro. De los delanteros apenas hubo noticias. Benzema se alejó del área para arrancarse de lejos ante aquella hormigonera y Bale jugó sin emoción, una constante en su carrera, lo que le ha llevado a coleccionar más 'haters' que 'followers'. Fue un turista en Mendizorroza. Podría decirse que faltaron un agitador y la purpurina de los encuentros ante Eibar y PSG, ejemplos del Madrid suntuoso que empezaba a adivinarse. Tampoco el adversario estuvo por la labor: guerreó en cada pelota, interrumpió el juego, redujo a cero el espacio útil. En ataque, en cambio, fue mudo hasta el descanso.
La segunda parte trajo el diluvio y un gol del Madrid, fabricado del único modo posible, a balón parado, en combinación perfecta entre la bota aterciopelada de Kroos y la cabeza ejecutora de Ramos. Un tanto de estrategia contra un equipo que le debe casi la mitad de los puntos a ella. El Alavés reaccionó a la tremenda y el Madrid se protegió bien hasta que asomó el lado oscuro de Ramos, que cometió un penalti innecesario sobre Joselu, convertido de zurda por Lucas Pérez. Un gol que hubiera matado al Madrid de septiembre y que no le restó espíritu al de noviembre. El arreón, que llegó con Rodrygo ya en el campo, lo explica bien que el gol lo metiera Carvajal, en posición de nueve, tras remate de Isco, también en funciones de ariete, que rechazaron Pacheco y el palo. Al Alavés aún le quedó un segundo impulso, con seis córneres al final, que el Madrid, en su peor momento, soportó a duras penas. Partidos así se recuerdan como claves en el ajuste de cuentas al final de la competición. Fue, en definitiva, el triunfo de la entereza un día antes del Atlético-Barça, donde el equipo de Zidane sólo puede ganar.