Gas, bicarbonato y revuelta: el bautizo de una generación

Los conflictos de 2003 los encontraron apenas aprendiendo a caminar. ¿Qué pasó para que ellos sean ahora los protagonistas de las protestas?

Pablo Solón
Página Siete
Los gases lacrimógenos no me dejan respirar. “No te frotes los ojos”, le dice una colegiala a su mamá. “¿Cómo sabes eso?”, le pregunta la mujer que apenas puede ver por dónde camina. “¡Mamá, yo ya estuve ayer!”. Más allá, otra muchacha está desesperada por haber inhalado este humo que te irrita la cara. “¡Agáchate!, en el piso el aire está menos contaminado”, le jala su amigo para que se siente en la acera. Son miles de jóvenes que están en las calles alrededor del Tribunal Electoral Plurinacional en la Plaza Avaroa. Petardos contra gases. Gritos y estribillos. Fogatas y humaredas que se confunden con gases lacrimógenos.


Alrededor de la plaza es un campo de batalla. En otras bocacalles el contacto con los uniformados es pacífico. La policía está visiblemente cansada y nerviosa. La juventud no deja de presionarles para que sigan el ejemplo de Sucre y se den la vuelta. Uno de los soldados baja la mirada y dice “aquí no se puede”.

Los gases llueven. Lo mejor es no correr y ver por dónde vienen. El peligro más grave es que te lleguen a la cabeza, pero el otro riesgo es que quedes atrapado en la nube. Eso me pasó durante la guerra del agua del 2000. Casi me desmayo por guarecerme en unas casetas. Buena parte de los manifestantes de esta noche no habían nacido o tenían menos de 5 años en ese entonces.

Una nueva generación ha salido a las calles no sólo decidida a protestar sino dispuesta a hacerse respetar. Trato de transmitir en vivo algunas imágenes pero la señal de Internet es mala. En mi whatsapp acaba de llegar un mensaje que dice “en Bolivia ha comenzado la quinta etapa del ‘golpe suave’ contra el presidente Morales”. A pesar del gas no puedo dejar de leer la noticia. Todo es culpa del imperialismo y de Mesa que no quiere reconocer el voto de los indígenas. ¡Pucha!, estoy en medio de un golpe de culitos blancos dirigidos por la CIA. No puedo dejar de sonreír. Miro para un lado y para el otro y sólo veo rostros jóvenes. Muchos de rasgos mestizos y muchos de fisonomía indígena. La gran mayoría no son mesistas, pero todos son anti–evistas. Mesa jamás hubiera llegado a obtener esa votación si no fuera por la testarudez de Evo. Si Evo no hubiera desconocido el referéndum que dijo “no” a su reelección, y forzado esta elección bajo el argumento de que su derecho humano a ser elegido está por encima de la Constitución y la voluntad de la población, nada de esto hubiera pasado. Estos jóvenes no estuvieran aquí y yo no estaría recordando viejos tiempos.

Las conversaciones de los manifestantes giran principalmente entorno a los gases, a cómo usar el bicarbonato de sodio y a cómo protegerse. Desde una ventana alguien arroja un frasco de vinagre a los manifestantes. La juventud lo recibe con aplausos. Otros discuten sobre la segunda vuelta. Sobre la auditoria que hará la OEA. Varios esperan un milagro. Nadie cree en el órgano electoral. Es un hervidero de opiniones de toda índole con un sólo punto en común: “Otra vez como el referéndum, ¡no!”.

Quizás aquí está la explicación de la emergencia de esta nueva generación. La mayoría no vivieron el neoliberalismo clásico, la guerra del agua y menos las dictaduras militares. Lo que ellos conocen es que hubo una pregunta hace 3 años y el 51% de la población dijo no a la reelección de Evo. El gobierno reconoció ese resultado para luego desconocerlo argumentando que perdió el referéndum por culpa de la “mentira de la Zapata”; su ex novia que dijo que tenia un hijo que él mismo reconoció, pero que murió y que ahora dicen que nunca existió. En fin, toda una telenovela ligada a un caso de corrupción ya que la ex novia de Morales, que ahora está en las celdas VIP de la cárcel, fue gerente de la empresa china CAMC y hacia negocios desde el despacho de la Primera dama.

Un amigo me toma por el brazo. “Va haber segunda vuelta”. Lo miro con incredulidad. “Si, eso dicen. La OEA va a hacer una auditoria de las elecciones”. Antes de que pueda reaccionar una mujer le responde “no seas ingenuo. Nos quieren distraer. Si abandonamos la calle no las van a volver a hacer”.

La conversación continúa alrededor de una fogata que disipa los gases. Mi amigo me pregunta: “Tú que lo conoces ¿que va a hacer Evo?”. La pregunta no me pescó desprevenido pues me la hago a menudo. “Evo está calculando diferentes escenarios. Él debe estar muy asustado. Seguro no esperaba esta respuesta de la gente”. “¿Él no se la esperaba? ¿por qué nos toma? ¿por ovejas?”, se entromete una mujer en la conversación. “Ahora parece que no ha calculado bien”, responde mi amigo. “Es el Linera”, dice un joven envuelto en una bandera boliviana. Continúo con mi explicación: “Evo va a tratar de desgastar la protesta. Puede hacer algunas concesiones menores pero renunciar a quedarse en el gobierno, ¡jamás!”. “¿O sea que no va haber segunda vuelta?”, pregunta el joven con la bandera. “Pero si él renunciara a la reelección, seguro volvería en cinco años. ¡Miren la Argentina!”, retruca mi amigo. “¿Pero si renuncia, lo meten a la cárcel?”, dice la mujer. “Por eso aquí va a ser a las malas”, concluye el joven de la bandera mientras los gases empiezan a explotar a nuestro alrededor.

“¡Calma, calma!”, gritan mientras la multitud se desespera por escapar del humo tóxico. Del otro extremo de la calle también disparan gases. Estamos atrapados. Somos muchos. No hay por donde salir. Sólo hay que aguantar hasta que los gases se disipen. Mientras tanto no hay que respirar por la boca. Un joven vomita en la acera mientras su compañera le sostiene del brazo. El viento crea un remolino con los gases. Es el ayer que retorna en un nuevo presente que presagia un nuevo futuro. Mientras, me pregunto ¿cuándo se jodió el proceso de cambio?

Una joven, de no más de 17 años, grita: “¡No tenemos miedo, carajo!”.

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