El Atleti se condena a sufrir

Cayó en Turín y se obliga a tener que ganar al Lokomotiv en la última jornada para pasar a octavos. Marcó Dybala, el mejor del partido.

Patricia Cazón
As
Ahí estaba de vuelta el Atletio, en la guarida del demonio que hace ocho meses se comió a aquel Atleti que soñaba con su final en el Wanda pero con otra ambición: enderezar la Champions que se le había empezado a torcer en Alemania. No lo consiguió sin embargo, presa de esos errores que arrastra como cadenas a lo largo de esta temporada. Que no marca goles ni crea ocasiones. Que a veces le cuesta un mundo siquiera pasar de medio campo. Y así es difícil. Todo.


Salió Sarri a quitarle rápido el envoltorio al partido. Con las sorpresas de Danilo y no Cuadrado, Bentancur y no Khedira, Cristiano y Dybala por delante de Higuaín para ser el capitán de un ejército con la línea de ruta clara: atravesar como si fuese plastilina esa armadura con la que Simeone buscaba protegerse en su regreso a Turín, el cuatrivote. Con Saúl y Koke demasiado pegados a las bandas, el dominio era italiano. Triangulaba la Juve una y otra vez, con Pjanic, Bentancur y Dybala buscando pasillos en los terrenos de Lodi.

Ya clasificada, la prisa era del Cholo, sin nada aún en esta Champions, aunque con un empate le valía para pasar a octavos. Pero lo más peligroso que pasó cerca de las áreas en los primeros viente minutos, más allá de un disparo raso y cruzado de Dybala fue la jugada en la que Cristiano, por evitar que saliera de banda un balón, sesgó el palo del banderín como si sus botas fuesen las manos de Eduardo Manostijeras, su única aportación al partido en toda la primera parte. Se acercaba el Atleti córner a córner, ahí estaba, moviéndose por el borde del área de Szczesny. Lodi y Trippier centraban más por bajo que por alto. Saúl, matagigantes tantas otras noches como ésta, se sacaba un disparo desde la frontal que casi aprovecha Morata. Los minutos seguían pasando, sin sobresaltos. La serenidad de Pjanic al centro, experiencia y timón, le devolvió el balón a la Juve. Por delante Dybala no dejaba de pedirle el balón. Iba, venía, se asociaba al primer toque, sin dejar de hacer rotos en todo el campo.

A Sarri no le hacía falta ni Cristiano. Koke, mientras, abroncaba a Thomas por estar mal colocado, en uno de sus días imprecisos, Vitolo era como si no estuviera, poco más andaba Morata, Hermoso recomponiéndose la cintura ante el enésimo regate de Dybala. Un cuadro. Su fútbol bostezaba, a juego con la camiseta azul pijama. Ya no es que no marque goles ni cree ocasiones. Es que le cuesta un mundo siquiera pasar de medio campo. Pero parecía cómodo, apretado en su campo, sin llegar a sufrir. Hasta que todas las desgracias se le acumularon en una única acción.

Asomaba el descanso, ya estaba ahí. Un minuto consumido del tiempo añadido. Erró Hermoso al tratar de frenar a Dybala, ya desesperado, superado, acelerado, ya sin saber cómo, metiéndole el cuerpo ahora, en la esquina de la frontal. Lo vio el árbitro, lo pitó. Y Dybala golpeó el balón como hasta ahora había jugado su partido: fabuloso. Con potencia y rosca, directo a la red. Y los guantes vencidos de antemano de Oblak. Los milagros parecen haberse esfumado de sus guantes.

Tras el descanso brotó otro Atleti. Con las líneas más adelantadas, otra cara, al menos sangre. Es una terrible costumbre cholista de últimamente: sólo ir a por los partidos cuando no queda más remedio que nadar a contracorriente. Después de un disparo de Saúl, en Turín comenzó a escucharse sólo un grito entre 40.000 italianos. Atleeeti, Atleeeti, la gasolina que nunca falta. A la hora se fue un buen Herrera para dejar paso a Correa. Siete antes había entrado João Félix por Vitolo para jugar donde quiere, por detrás de Morata y no en la banda. Entonces la hierba comenzó a llenarse de chispas azules. Iban todas en las bota del luso. En el minuto 63’ con la entrada de Lemar el Cholo ya había hecho todos los cambios dándole no sólo colmillo también más empaque. Sarri contestaba con Bernardeschi que nada más salir volvió a desnudar a Hermoso para enviar un balón a la madera de Oblak. Tembló el Cholo en su banquillo.

Se puso en pie el Juventus Stadium para despedir al mejor de sus hombres, Dybala, mientras Simeone seguía temblando. Su equipo ni terminada de controlar el juego ni tenía una sola ocasión de amenazar de verdad. La Juve las cegaba todas. Y si no ahí al final estaba De Ligt para llevarse el balón por lo legal o lo criminal. Con todo fue sobre Correa para rebañarle un balón que le había filtrado perfecto João Félix. Fue su conexión con lo que el Cholo convirtió los últimos minutos en una película de Mafia. Con golpes y buscando disparos a quemarropa. Pero Morata, solo para embocar, en línea de gol, a portería vacía, cayó con toda su pólvora mojada sin embocar ese último balón de Morata.

Pitó el árbitro el final. Miraba Simeone desde su portería negando, en uno de esos silencios que gritan muy alto. Mirando el 1-0 de la Juve con cierta nostalgia. Al Lokomotiv hay que ganarlo en la última jornada. No queda otra.

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