El Alto, el bastión de Evo Morales que comienza a distanciarse del ex presidente

La segunda ciudad más poblada de Bolivia es un hervidero de contradicciones sociales, económicas, culturales y políticas. Desde arriba, los dirigentes mantienen la vieja lógica del prebendalismo y desde las bases, los vecinos y trabajadores demandan atención a sus necesidades y a su identidad

Grover Yapura
Infobae
Los artistas de la “cumbia huayno” del sur peruano afirman con frecuencia que hallaron el éxito de su carrera con la bendición de El Alto. Hay intérpretes que viven un sueño gracias a la aceptación de ese ritmo en matrimonios, prestes, bautizos y recepciones sociales de la segunda ciudad más poblada de Bolivia. Sin embargo, las mujeres y hombres alteños que bailan esa música cuentan con orgullo que sus hijos son aventajados alumnos de la Escuela Sinfónica Clave Sol o son parte del Conservatorio Nacional de Música.


Después de Santa Cruz, El Alto es la segunda ciudad boliviana con mayor migración interna. Hasta allí llegan los jóvenes cuya calidad de vida no mejora en el altiplano boliviano. Allí buscan emplearse como albañiles o artesanos en la misma urbe o en la hoyada paceña. Y si no lo consiguen, se van rumbo a Argentina, Brasil y ahora al norte de Chile para desempeñarse como textileros, agricultores o mecánicos.

De raíces y sangre aymaras, los alteños son porfiados y determinados. Ellos pueden ufanarse en el último tiempo de hacerse conocer en el mundo con las cholitas luchadoras, mujeres que se lucen con acrobacias y golpes en el cuadrilátero; o, con haber creado la arquitectura andina, más conocido como el estilo de los Cholets, unas gigantes casas de colores chillones utilizadas como centro comercial, salón de eventos y una cómoda casa.

En marzo de 2017, una niña de 12 años llamada Eva murió de hambre en una de las urbanizaciones más alejadas de la urbe alteña. Sus tres hermanos salvaron la vida, pero el deceso de Eva conmovió al país. Poco después, Bolivia se enteró que había más familias empobrecidas y con mucha hambre.

El Alto es un hervidero de contradicciones sociales, económicas, culturales y políticas; pero también es escenario para el encuentro de diferentes grupos que expresan a un ciudadano alteño, que empezó a generar distancia, especialmente desde la anterior semana, de la llamada “dictadura sindical”, cuyos dirigentes determinaron el paro cívico indefinido hasta la renuncia de la presidenta Jeanine Añez.

“La Fejuve de El Alto, los hermanos alteños, las 20 provincias del departamento de La Paz y otras organizaciones no vamos a ir al diálogo mientras la señora Áñez (no) renuncie de la presidencia. Vamos a seguir movilizándonos ¿pensará que nos van a cansar? Los pueblos indígenas originarios campesinos estamos organizados”, subrayó un dirigente de los Ponchos Rojos que prefirió mantener su identidad en reserva.

En realidad, lo que ocurre es que El Alto es el escenario para la oposición más fuerte contra Añez en el occidente del país. Es el escenario para la concentración de campesinos, alteños y otros actores. Es el espacio para una movilización cultural, social y política, que resulta de la inesperada salida de Evo Morales de la Presidencia del Estado Plurinacional.

¿Qué es y qué ocurre en El Alto? Los vecinos de la ciudad más joven del país fueron los que finalmente determinaron la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, hace 16 años y un mes. Los alteños le bajaron el dedo e impusieron la agenda de la industrialización del gas y la Asamblea Constituyente. Goni se fue sin pretender volver y dejó la conducción del país a Carlos. En los posteriores años, sí hubo refundación del país, pero la industrialización no benefició a los alteños. Hasta el día de hoy continúan demandando el cumplimiento de la agenda de 2003.

Los alteños fueron el bastión más importante del MAS de Evo Morales en el occidente del país. Fueron y hasta ahora muchos de ellos sin seguidores incondicionales de Evo, por esa conexión cultural y de identidad étnica. Ellos le garantizaron la victoria en las elecciones desde el 2006. Ellos y los cruceños le facilitaron su victoria en los comicios de 2014, pero para las elecciones de octubre pasado, ya algunas cosas habían cambiado. El cuartel ya no era inexpugnable. Los resultados oficiales dieron que por cada dos votos a favor de la reelección de Morales había uno para Mesa; y en Santa Cruz, una cosa parecida pero al revés, por cada dos votos a favor del historiador y periodista había uno para el cocalero. Aun así, El Alto fue la ciudad que más respaldo le a quien es hoy ex presidente.

En ese contexto, El Alto es un escenario de una revuelta dentro de la revolución, donde los alteños expresan que ya no están dispuestos a movilizarse únicamente por un slogan o un líder. Desde arriba, los dirigentes mantienen la vieja lógica del prebendalismo y de la presión, con las que logran movilizar a miles de personas a favor de una causa u otro; sin embargo, desde las bases, los vecinos y trabajadores alteños demandan atención a las necesidades de su barrio, de su sector o para su familia. Por eso, las convocatorias a bloqueos de las mil esquinas, cerco indefinido a la ciudad de El Alto no están funcionando con la efectividad del pasado.

Desde la anterior semana, los dirigentes de las organizaciones vecinales convocan a un bloqueo indefinido contra la sede de gobierno, por la renuncia de la presidenta Añez. Hay protestas, hay marchas, pero no todos los que se movilizan son alteños, ni todos los alteños que están en las marchas lo hacen con la convicción que los dirigentes pregonan. Por eso, este lunes más de 230 zonas de El Alto rompieron el silencio autoimpuesto y expresaron su decisión de no sumarse a las protestas convocadas a las protestas.

“No vamos a salir más. Los vecinos de El Alto no respondemos a los partidos políticos y menos a dirigentes, queremos paz y trabajar tranquilos”, aseguró un vecino de la zona de Rio Seco que prefirió guardar el anonimato.

Esta es una semana determinante para el curso de las protestas en El Alto, que ya no es una fortaleza cerrada del evismo. Sin embargo, creer que los alteños han pasado de una acera a la otra es una auténtica ilusión. Ellas y ellos esperan (o van a construir) un proyecto en el que se refleje su identidad aymara, se atiendan sus necesidades y dé paso a su visión de modernidad. Ellos ya no quieren ser protagonistas de turno ni instrumentos coyunturales. Mientras tanto, las protestas contra el actual gobierno continuarán, a la espera de que haya compromisos para atender sus necesidades básicas y haya un auténtico respeto a la visión de país que alientan.

Grover Yapura es periodista y director del portal Urgente.bo y del semanario alteño El Compadre

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