Cuando el retiro militar es la única salida al hambre en los cuarteles venezolanos
Este año la crisis alimentaria tocó a la familia del sargento de la Guardia Nacional Luis López Figuera. Sus ingresos se han evaporado por la hiperinflación y la dolarización que ha experimentado la economía. Ya piensa en engrosar la lista de militares retirados en 2019. El hambre no sólo estrangula los sueños de los seres que más aprecia, sino también los propios
Fernando Dos Reis
Infobae
“El que no tenga medicinas es porque no tiene jefe, quien no tenga alimentos es porque no tiene jefe, tenemos el Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada (IPSFA) y el Banco de la Fuerza Armada para apoyarlos”, aseguró Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa de Nicolás Maduro, en un acto celebrado en junio de este año.
Ese día el general en jefe atribuyó el hambre que se denuncia en los cuarteles a la falta de respuesta de los superiores y no a la crisis económica que atraviesa el país. Dos meses antes, en otra alocución pública, pidió fortalecer los comedores militares para asegurar una buena alimentación dentro de las unidades.
Para buena parte de la Fuerza Armada la promesa de Padrino se la llevó el viento: los comedores de los cuarteles están paralizados o trabajan a media máquina, la tropa pierde peso y la baja parece ser la única salida para ganarle la carrera al hambre.
El sargento de la Guardia Nacional Luis López Figuera es uno de los militares activos a los que la falta de alimentos le tocó la puerta. Tiene dos hijos con cuadros de anemia y una esposa que ha perdido más de 15 kilos. Su uniforme ha disminuido 2 tallas, pues su pantalón pasó de 34 a 30 por la mala alimentación que recibe.
López Figuera era hasta hace unos tres años un militar con mucho potencial, lo que algunos llaman un prospecto o, mejor dicho, un general en ascenso. Destacaba en la Academia Militar, estaba en una condición física excepcional producto de que ejercitaba su cuerpo diariamente y su alimentación era balanceada. Dentro del cuartel recibía desayuno y almuerzo, en ocasiones le daban merienda. El menú ejecutivo del almuerzo variaba constantemente, pero nunca faltaban la carne, el pollo, la chuleta y, por supuesto, el pescado. De desayuno siempre había huevos revueltos, avena, panquecas, arepas, queso y jamón.
La comida en abundancia contrastaba con la escasez que brotaba en las calles. En muchas ocasiones, López Figuera se llevaba a su casa alimentos que sobraban y en diciembre recibía de a 5 perniles, 3 cestas navideñas con todos los insumos para celebrar a lo grande la Noche Buena. Este soldado vivía en un paraíso revolucionario.
En declive
No obstante, en 2017 las cosas cambiaron diametralmente. Aquellos desayunos con proteínas fueron reemplazados por bollitos con mantequilla sin queso. Así comenzaban los días en los cuarteles. Dos bollitos por persona. Esto llevó a López Figuera a llevarse el desayuno de su casa y a veces debía compartirlo con los compañeros hambrientos, luego de un orden cerrado y un trote de más de 45 minutos.
Las cajas de regalo navideño fueron sustituidas por cajas del programa de alimentos CLAP, que se repartían en Fuerte Tiuna de tres al mes para cada uno de los militares de bajo rango. “Teníamos que levantarnos un sábado a las 5 de la mañana para poder hacer la cola y recibir la caja. Al principio nos trajo hasta pollo, hoy no viene ni con atún. Al sector militar le fueron quitando los beneficios de a poco, el objetivo era que no sintiera el impacto de la misma forma que la población civil”, destaca López Figuera.
El almuerzo, que era la comida más importante dentro del cuartel, también menguó. El menú semanal se redujo a pasta con queso, puré de papas con carne molida y uno que otro día arroz con pollo. Cuenta López Figuera que sus superiores, en la medida en que la crisis tocaba a los comedores militares, aplicaron una estrategia de distracción del enemigo. “Nos mandaban a realizar actividades de calle a las 11 de la mañana, una hora antes del almuerzo, para que cuando regresáramos ya hubiesen servido los platos de comida”, asegura.
A juicio de este sargento, esta práctica hizo que muchos militares perdieran peso. Cuenta que una mañana, en medio de un trote intenso de más de una hora, dos compañeros cayeron desmayados. Los colegas de López Figuera no habían cenado ni tampoco desayunado. Luego le confesaron que en su casa tenían problemas para adquirir los alimentos, que estaban sacrificando sus porciones de comida para que sus hijos fueran a la escuela con el estómago lleno.
Paralelamente, en las redes sociales se empezaba a viralizar la crisis alimenticia en la FANB. En 2017, un corresponsal de Univisión en Venezuela tomó una foto donde dos militares aparecían revisando una bolsa de basura. Posteriormente, esta imagen fue publicada por el ex alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Otras historias que tomaron fuerza en la opinión pública fueron las de un sargento mayor de la Guardia del Pueblo que sobrevivía gracias a que algunos civiles le prestaban ayuda, y la de un coronel que usaba su carro como taxi. Este trabajo periodístico, publicado por Infobae, mostraba cómo estos dos últimos militares buscaban ingresos extra para sobrevivir a la crisis y poder llevar alimentos a sus casas.
Retirada
La situación ha empeorado tanto que pedir la baja se ha convertido en la única forma de escapar del hambre. Los funcionarios castrenses piensan en el retiro para dedicarse a otra actividad que genere más ingresos económicos o, lo que es más común, para emigrar con sus familiares. De acuerdo con una fuente militar -que prefirió mantenerse bajo anonimato-, una estimación conservadora ubica las solicitudes de baja en más de 40 semanales y 160 mensuales. Esto significa que anualmente la Fuerza Armada está perdiendo casi 2.000 hombres por petición de retiro. La misma fuente afirma que los componentes con más solicitudes son la Guardia Nacional Bolivariana y el Ejército.
Este año la crisis alimentaria tocó a la familia de López. Los ingresos del sargento se han evaporado por la hiperinflación y la dolarización que ha experimentado la economía. “Tengo a mis hijos enfermos por la falta de alimentos, en la noche debemos darle arepa sola, si es que tenemos harina. No están comiendo la proteína necesaria, el más pequeño llora porque antes comía cereales y ahora no”, señala.
En este sentido, López Figuera ya piensa en engrosar la lista de militares retirados en 2019. El hambre no sólo estrangula los sueños de los seres que más aprecia, sino también los propios. Su aspiración de convertirse en general de la República rivaliza con el vacío de su estómago.
Fernando Dos Reis
Infobae
“El que no tenga medicinas es porque no tiene jefe, quien no tenga alimentos es porque no tiene jefe, tenemos el Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada (IPSFA) y el Banco de la Fuerza Armada para apoyarlos”, aseguró Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa de Nicolás Maduro, en un acto celebrado en junio de este año.
Ese día el general en jefe atribuyó el hambre que se denuncia en los cuarteles a la falta de respuesta de los superiores y no a la crisis económica que atraviesa el país. Dos meses antes, en otra alocución pública, pidió fortalecer los comedores militares para asegurar una buena alimentación dentro de las unidades.
Para buena parte de la Fuerza Armada la promesa de Padrino se la llevó el viento: los comedores de los cuarteles están paralizados o trabajan a media máquina, la tropa pierde peso y la baja parece ser la única salida para ganarle la carrera al hambre.
El sargento de la Guardia Nacional Luis López Figuera es uno de los militares activos a los que la falta de alimentos le tocó la puerta. Tiene dos hijos con cuadros de anemia y una esposa que ha perdido más de 15 kilos. Su uniforme ha disminuido 2 tallas, pues su pantalón pasó de 34 a 30 por la mala alimentación que recibe.
López Figuera era hasta hace unos tres años un militar con mucho potencial, lo que algunos llaman un prospecto o, mejor dicho, un general en ascenso. Destacaba en la Academia Militar, estaba en una condición física excepcional producto de que ejercitaba su cuerpo diariamente y su alimentación era balanceada. Dentro del cuartel recibía desayuno y almuerzo, en ocasiones le daban merienda. El menú ejecutivo del almuerzo variaba constantemente, pero nunca faltaban la carne, el pollo, la chuleta y, por supuesto, el pescado. De desayuno siempre había huevos revueltos, avena, panquecas, arepas, queso y jamón.
La comida en abundancia contrastaba con la escasez que brotaba en las calles. En muchas ocasiones, López Figuera se llevaba a su casa alimentos que sobraban y en diciembre recibía de a 5 perniles, 3 cestas navideñas con todos los insumos para celebrar a lo grande la Noche Buena. Este soldado vivía en un paraíso revolucionario.
En declive
No obstante, en 2017 las cosas cambiaron diametralmente. Aquellos desayunos con proteínas fueron reemplazados por bollitos con mantequilla sin queso. Así comenzaban los días en los cuarteles. Dos bollitos por persona. Esto llevó a López Figuera a llevarse el desayuno de su casa y a veces debía compartirlo con los compañeros hambrientos, luego de un orden cerrado y un trote de más de 45 minutos.
Las cajas de regalo navideño fueron sustituidas por cajas del programa de alimentos CLAP, que se repartían en Fuerte Tiuna de tres al mes para cada uno de los militares de bajo rango. “Teníamos que levantarnos un sábado a las 5 de la mañana para poder hacer la cola y recibir la caja. Al principio nos trajo hasta pollo, hoy no viene ni con atún. Al sector militar le fueron quitando los beneficios de a poco, el objetivo era que no sintiera el impacto de la misma forma que la población civil”, destaca López Figuera.
El almuerzo, que era la comida más importante dentro del cuartel, también menguó. El menú semanal se redujo a pasta con queso, puré de papas con carne molida y uno que otro día arroz con pollo. Cuenta López Figuera que sus superiores, en la medida en que la crisis tocaba a los comedores militares, aplicaron una estrategia de distracción del enemigo. “Nos mandaban a realizar actividades de calle a las 11 de la mañana, una hora antes del almuerzo, para que cuando regresáramos ya hubiesen servido los platos de comida”, asegura.
A juicio de este sargento, esta práctica hizo que muchos militares perdieran peso. Cuenta que una mañana, en medio de un trote intenso de más de una hora, dos compañeros cayeron desmayados. Los colegas de López Figuera no habían cenado ni tampoco desayunado. Luego le confesaron que en su casa tenían problemas para adquirir los alimentos, que estaban sacrificando sus porciones de comida para que sus hijos fueran a la escuela con el estómago lleno.
Paralelamente, en las redes sociales se empezaba a viralizar la crisis alimenticia en la FANB. En 2017, un corresponsal de Univisión en Venezuela tomó una foto donde dos militares aparecían revisando una bolsa de basura. Posteriormente, esta imagen fue publicada por el ex alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Otras historias que tomaron fuerza en la opinión pública fueron las de un sargento mayor de la Guardia del Pueblo que sobrevivía gracias a que algunos civiles le prestaban ayuda, y la de un coronel que usaba su carro como taxi. Este trabajo periodístico, publicado por Infobae, mostraba cómo estos dos últimos militares buscaban ingresos extra para sobrevivir a la crisis y poder llevar alimentos a sus casas.
Retirada
La situación ha empeorado tanto que pedir la baja se ha convertido en la única forma de escapar del hambre. Los funcionarios castrenses piensan en el retiro para dedicarse a otra actividad que genere más ingresos económicos o, lo que es más común, para emigrar con sus familiares. De acuerdo con una fuente militar -que prefirió mantenerse bajo anonimato-, una estimación conservadora ubica las solicitudes de baja en más de 40 semanales y 160 mensuales. Esto significa que anualmente la Fuerza Armada está perdiendo casi 2.000 hombres por petición de retiro. La misma fuente afirma que los componentes con más solicitudes son la Guardia Nacional Bolivariana y el Ejército.
Este año la crisis alimentaria tocó a la familia de López. Los ingresos del sargento se han evaporado por la hiperinflación y la dolarización que ha experimentado la economía. “Tengo a mis hijos enfermos por la falta de alimentos, en la noche debemos darle arepa sola, si es que tenemos harina. No están comiendo la proteína necesaria, el más pequeño llora porque antes comía cereales y ahora no”, señala.
En este sentido, López Figuera ya piensa en engrosar la lista de militares retirados en 2019. El hambre no sólo estrangula los sueños de los seres que más aprecia, sino también los propios. Su aspiración de convertirse en general de la República rivaliza con el vacío de su estómago.