Costa se quedó a medias

El delantero siguió con su gafe y falló un penalti que hubiera supuesto el 1-2. El Mudo Vázquez abrió el marcador y Morata empató. Trepidante segunda parte con un polémico final.

Patricia Cazón
As
Fue trepidante. El final, el partido, la segunda parte. Uno de esos Sevilla-Atlético de siempre, de los que queman. Con polémica, goles anulados, penaltis fallados, revisiones de VAR y un rugido en la hierba y en la grada que fue subiendo decibelios según pasaban los minutos, que lo último que los dos equipos habían visto antes de saltar a la hierba había sido el bofetón del Levante al Barça en la tele. El que ganara se ponía líder. Ninguno lo hizo.


Se descosió el Atleti en la primera parte por un flanco inesperado: el del santo de tantos días, Jan Oblak, ayer simple mortal. Su mano milagro se venció como si fuese de blandiblú en el primer disparo a portería del Sevilla, a la media hora, a balón parado. La puso Banega al corazón del área mientras Lodi, quien había hecho la falta, se congelaba: Franco Vázquez remataba solo en el punto de penalti. Le botó raro el balón ante los ojos al portero. Reaccionó tarde. 1-0. La kriptonita con la que Lopetegui había recibido a Simeone le estaba funcionando.

Había salido el Sevilla con Gudelj incrustándose entre los centrales para hacer una línea de tres, eso que tanto se le atraganta al Cholo, que no halla cómo encontrarle resquicio. Franco Vázquez y Óliver daban un paso atrás para equilibrar el centro y Navas y Reguilón, que llegó y fue titular, eran dos laterales que parecían extremos. A De Jong le acompañaba Ocampos, un dolor para Lemar durante muchos minutos: no dejaba de moverse por todo el ataque.

El Atleti saltó con las líneas tan juntas que se amalgamó, sin juego por dentro y un plan vulgar para una plantilla con estos jugadores: balones largos, sólo balones largos, y así fue pasando el tiempo mientras Óliver se movía, brújula en mano.

El gol de Vázquez agudizó todos los problemas rojiblancos. Perdidos, sobrepasados, acelerados, Atlético Ni-ni. Ni ataque ni defensa y de crear fútbol ni hablamos. Se añora aquel que salía a comerse partidos y rivales a dentelladas, que no desperdiciaba 45 minutos porque sí, por costumbre, por vicio. Quizá por eso en cuanto el árbitro pitó el descanso, de su banquillo salió a calentar un futbolista como lo hace una bestia encerrada en un establo: Costa.

El mejor Atleti, los demonios de Costa

No había comenzado la segunda parte y el partido era otro. Con Costa iba Arias, por Trippier. Voilà. Tan fácil era. El Atlético comenzó a ser el Atlético. La kriptonita la llevaba ahora Simeone. Era Costa, el Costa de siempre, no el que atufa a exjugador, corriendo por él y contra todos sus demonios, quemando la hierba. Los quince minutos que siguieron fueron los mejores del Atleti en la temporada. Intensísimo, feroz en la recuperación, con circulaciones rapidísimas, un Atleti tremendo.

A los diez minutos Costa había marcado tras desnudar la espalda de Navas. Pero el gol bajó del marcador por aviso de VAR: Correa, que le había asistido, estaba en fuera de juego. Cuatro minutos después ahí aparecía de nuevo, el gol rojiblanco: lo llevó Morata, de cabeza, tras un balón con lazo de Arias. Todo se había iniciado en Correa, cómo no, que se había robado la brújula para filtrar desde la mediapunta pases letales. Minuto 70’, González González siente de pronto otro pitido en la oreja. Es el VAR: la falta anterior de Gudelj sobre Koke había sido dentro del área, no fuera. Pita penalti. Costa tomó el balón y miró a Vaclik como Harry El Sucio antes de desenfundar su revolver. Pero, como dice Stephen King, “los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ganan”: paró Vaclik, fantástico. Y volvió a hacerlo ante Koke, a quien cayó el rechace.

Reordenó Lopetegui a sus hombres, comenzaron a sobrevolar balas también sobre Oblak. La pelota iba, venía, con peligro y ocasiones en las dos áreas. Pero De Jong comparte fantasmas con Costa y del marcador no se movería el empate. Y eso que lo acarició el Atleti en la última jugada. Pero Costa remata y desvía el defensa, dispara Morata y, en el barullo, sobre la línea de gol, Koundé evita que la pelota cruce la cal con la mano, parece, clarísimo. Pero no hubo esta vez otro aviso de VAR. Y el árbitro tampoco quiso mirar.

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